El Ágora / Cultura

Con Ernesto Cardenal en Solentiname

Carlos Henríquez Consalvi, 'Santiago', director del Museo de la Palabra y la Imagen, rescata de su memoria, de su extenso archivo fotográfico y de sus viejas libretas un encuentro que sostuvo en 1973 con el poeta Ernesto Cardenal, fallecido el pasado 1 de marzo. Santiago era entonces un estudiante de periodismo que buscaba una entrevista con el hombre que, desde un archipiélago, irradiaba una 'vigorosa' y 'comprometida' obra poética en tiempos de la dictadura de Anastasio Somoza.


Martes, 10 de marzo de 2020
Carlos Henríquez Consalvi

En mis tiempos de estudiante de Periodismo, viajé de Caracas rumbo a Nicaragua, con una  vieja cámara de cine Bolex en la mochila. El 20 de enero de 1973, en el embarcadero de Granada abordé la barcaza San Juan que navegó a través del Lago Cocibolca. Mi intención era llegar al archipiélago de Solentiname en busca del poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, quien desde allí irradiaba al mundo una vigorosa obra poética, comprometida con su tiempo, cuando Nicaragua se enfrentaba a la dictadura de Somoza. Managua acababa de ser destruida por el terremoto, y en el reciente diciembre yo  había participado en labores de rescate y ayuda a los damnificados.

Luego de una larga y agitada noche de navegación la barcaza llegó a San Carlos, puerto lacustre donde nos recibió el poeta Coronel Urtecho. Luego se nos unió el hermano de Ernesto, el sacerdote jesuita Fernando Cardenal y el joven seminarista Toño Cardenal, con quienes abordamos una lancha rumbo a Solentiname.

En mi libreta verde donde garabateaba mis impresiones de viaje ese día comencé a escribir estas notas:  

NI LOS PECES DEL COCIBOLCA

La barcaza San Juan parece partirse en medio del lago.
Siento el miedo y las estrellas aferrado sobre cubierta.
Una mujer advierte: ¡allá están los volcanes de Ometepe…!
La noche se va en sueños y cervezas. Muy de mañana emergen desdibujadas las casas de San Carlos entre la neblina, que ahora remonta el río hacia la selva. Vienen los chayules y lo invaden todo, boca, ojos, oídos y el café de Merceditas.   
—¡Son los insectos de la maldición! (Comenta Alejandro Barillas, 69 años)
Esta tierra está llena de maldiciones. (Mira hacia el río)
—Y eso que los yanquis jodidos no hicieron el canal interoceánico por estos lados. De lo contrario ni los pececitos del lago fueran de Nicaragua. (Y sigue barriendo el almacén). Desde la colina, entre los maderos pintarrajeados que conforman las viviendas, baja un poeta.

NAVEGANTE

Con su boina negra y su bastón vino de la selva muy temprano el poeta Coronel Urtecho con aire de patriarca y mil historias amasadas en su verbo. Tomamos dos cervezas mientras me contaba como llegó en barco hasta La Guaira. Antes de montarme en la lancha que me llevará a Solentiname, me da un mensaje para Ernesto Cardenal, hoy está cumpliendo años.
Sobre el muelle de San Carlos, le comento al poeta, cómo Somoza aprovechó el caos del terremoto para asesinar a presos políticos.
—La muerte en Nicaragua es un viaje a la libertad- sentenció.
El bote se aleja, atrás quedan los chayules, los gritos de los marineros
y el poeta navegante que agita la mano y se queda contemplando la piel de tigre que se curte al sol.

DIÁLOGO

Para los hijos de Tere y William Agudelo su mundo ha sido Solentiname: lago, peces, cangrejos, las aves, el viento. Irene tiene dos años, con el índice sigue los rastros de cuanto pájaro o mariposa vuela sobre la isla. Juan tiene cuatro años, corretea por los senderos, tira piedras a las vacas, atrapa cangrejos, se queda boquiabierto cuando el sol se sumerge en las aguas, no cesa de hablar sobre su próximo viaje: conocerá a sus abuelos en Medellín.

—¿En Colombia hay cangrejos, dime, sí hay cangrejos?
—Hay cangrejos en todas partes -le respondo.
—¿En todas partes? Entonces los cangrejos… son como Dios... ¿Están en todas partes?
Se queda pensativo, tira una piedra.
—Mentira, Dios no puede ser como los cangrejos.
—¿Por qué?– le pregunto
—¡Porque Dios no camina para atrás!

***

En el embarcadero de la isla Mancarrón nos recibió Ernesto, con una cinta colorida atándole la cabellera blanca, portaba la tradicional cotona blanca. Durante dos semanas convivimos en la comuna de Solentiname, compartiendo su obra poética, por momento sus silencios, o su verbo que se encendía cuando narraba la historia del Río San Juan; disfruté con la lectura de manuscritos del Canto Nacional o El Estrecho dudoso; asistí a las reflexiones colectivas en la misa campesina; contemplé las figuras de barro, peces, tortugas o tucanes, que emergían de las manos de jóvenes artesanos, o las selvas repletas de fauna lacustre plasmada en los cuadros de los campesinos pintores primitivistas; escuché la guitarra de Elvis, el canto de William Agudelo, las risas de la pequeña Irene, y el ocurrente Juan. Bajo un techo de palma, entrevisté a Fernando sobre su visión sobre el papel de la educación en la construcción de la patria soñada, sin cadenas. Donald, apartaba el ternero para ordeñar a Lucerito.

Contemplé los atardeceres más hermosos del universo, celajes con los brochazos blancos de las garzas, y los amarillos/negros de las oropéndolas, con su canto melancólico guru-guru-guru... En ese éxtasis, pude leer en el poemario Los Salmos:  

Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido
ni asiste a sus mítines
ni se sienta en la mesa con los gánster
ni con los Generales en el Consejo de Guerra
Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano
ni delata a su compañero de colegio
Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales
ni escucha sus radios
ni cree en sus slogans.
Será como un árbol plantado junto a una fuente.

La idea de hacer un documental no fue posible, porque la vieja Bolex se arruinó por completo, solo me quedó la cámara fotográfica, para dejar testimonio de lo que fue Solentiname, pues tiempo después, luego del asalto insurgente a San Carlos, la Guardia Somocista torturó y asesinó a varios jóvenes, y arrasó la comuna con fuego y bayonetas.

Años más tarde, a la caída del tirano, me encontré de nuevo con Ernesto Cardenal como Ministro de Cultura, y a Fernando, convertido en coordinador de la Campaña de Alfabetización que enseñó a leer y escribir a miles  de campesinos nicaragüenses. Toño Cardenal, se vino a la guerra en El Salvador, y con el seudónimo de Comandante Jesús Rojas, murió en una emboscada en Chalatenango.

Al inicio de este marzo 2020, desde Nicaragua llega la noticia de la partida de Ernesto, sus cenizas estarán en Solentiname, junto a Elvis y Donald, los jóvenes que cayeron en la lucha.

Por la premura con que El Faro me solicita esta nota,  por ahora solo me queda, con la nostalgia que nos da el recuerdo de los buenos Cardenales, compartir las fotos que capté en mi pasado nicaragüense:

Toño Cardenal, el padre Fernando Cardenal, y el poeta Coronel Urtecho, en San Carlos, Nicaragua.  Imagen cortesía de Santiago.
Toño Cardenal, el padre Fernando Cardenal, y el poeta Coronel Urtecho, en San Carlos, Nicaragua.  Imagen cortesía de Santiago.

 

Ernesto nos recibe  en Solentiname, el día de su cumpleaños, el 20 de enero 1973. Imagen cortesía de Santiago.
Ernesto nos recibe  en Solentiname, el día de su cumpleaños, el 20 de enero 1973. Imagen cortesía de Santiago.

Cuando me vine a El Salvador, dejé las diapositivas guardadas en Managua, con la humedad adquirieron hongos coloridos, que dialogan con el poeta. Imagen cortesía de Santiago.
Cuando me vine a El Salvador, dejé las diapositivas guardadas en Managua, con la humedad adquirieron hongos coloridos, que dialogan con el poeta. Imagen cortesía de Santiago.

Imagen cortesía de Santiago.
Imagen cortesía de Santiago.

Entrevistando a Fernando Cardenal. Imagen cortesía de Santiago.
Entrevistando a Fernando Cardenal. Imagen cortesía de Santiago.

Pobladores de Solentiname asisten a una misa oficiada por Ernesto  Cardenal. Imagen cortesía de Santiago.
Pobladores de Solentiname asisten a una misa oficiada por Ernesto  Cardenal. Imagen cortesía de Santiago.

*Carlos Henríquez Consalvi, “Santiago”, es el fundador y director del Museo de la Palabra y la Imagen. Durante la guerra civil en El Salvador cofundó y fue la voz principal de la emisora clandestina Radio Venceremos. Entre sus libros están La terquedad del Izote, Luciérnagas en el Mozote o el más reciente Ernesto Interiano, los mendigos me amaban .

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