Cuando el carro de la doctora Elisa Ibarra se acercó al punto de la carretera conocido como La Báscula, unos militares con armas largas le ordenaron un alto y le pidieron que se identificara. A 13 kilómetros de este punto, el Gobierno detectó al “paciente cero”, al primer caso de COVID-19 en El Salvador. Por eso de este retén nadie pasa sin autorización. Por eso de Metapán nadie puede salir, hasta nuevo aviso.
La doctora Elisa Ibarra trabaja en la Unidad de Salud del municipio en el que se ha decretado el primer “cordón sanitario” por ser una zona expuesta a la pandemia. “No sé mucho, pero solo ha quedado el equipo que estaba trabajando ayer. Se quedaron atrapados”, dijo al mediodía del jueves 19 de marzo. Ella sabía que al entrar, también quedaría atrapada.
El esposo de la doctora Ibarra, Emerson Menéndez, un enfermero de profesión, le preguntó a los militares cómo haría su esposa para llegar a Metapán, pero no recibió mayores explicaciones. Un soldado le dijo que debía dejarla en esta frontera que hasta el miércoles 18 no existía, cuando el país era distinto, cuando aún no se tenía ningún caso de coronavirus confirmado.
La doctora Ibarra, vestida con un traje de médico color celeste, se bajó del carro. Estaba nerviosa cuando un puñado de fotógrafos la retrataron a su llegada al retén que prohíbe la entrada de personas, pero sobre todo la salida.
Ella sacó dos maletines de su carro, dos botellas de agua y una bolsa con mascarillas. Cargaba ropa para cinco días. Estaba preocupada. Emerson también. Los dos llevaban mascarillas. Él le señaló un árbol y le sugirió que caminara hacia ese espacio. Bajo la sombra, ella intentó arreglarse los tenis, que los llevaba mal puestos. Cada vez que lo intentaba, perdía el equilibrio. Emerson intentó calmarla. Con cariño, le puso las manos sobre los hombros. Ella se recompuso.
Antes de despedirse, la doctora cerró los ojos y agachó la cabeza mientras Emerson le dibujaba una cruz desde su frente al pecho para protegerla del virus que ha cobrado más de 9 mil vidas en el mundo, incluyendo personal médico. Antes de despedirse, la pareja se abrazó, sin saber bien cuándo volverán a verse.
A las 12:03 minutos, los soldados detuvieron a una patrulla de la Policía que se dirigía hacia el municipio. La doctora, antes de partir, dijo: “Desde que tomé la decisión de estudiar medicina estaba a la orden”. A la doctora Ibarra la esperaba un pueblo asustado por el coronavirus.
***
Hasta el miércoles 18 de marzo de 2020, la ciudad fronteriza de Metapán era conocida en el imaginario de la mayoría de salvadoreños por el equipo de fútbol de la ciudad, el “Isidro Metapán”, ganador de 10 copas de la Liga Mayor de Fútbol entre 2007 y 2014. También es conocida como la “ciudad blanca”, por el color de sus paredes, sobre todo las del centro histórico, una tradición que data de 1894. En los corridos políticos salvadoreños, también es conocido por haber tenido a un alcalde que estuvo ligado al Cártel de Texis y por ser un punto fronterizo salpicado de historias de frontera.
En la noche del 18 de marzo, sin embargo, cuando el presidente Nayib Bukele dijo que el primer caso de COVID-19 en El Salvador fue detectado en ese municipio, Metapán quedó marcado. Albergó al paciente cero y se convirtió en la ciudad cero del plan de prevención.
Hasta el miércoles 18, solo se sabía que el paciente infectado había viajado a Italia y que su caso fue registrado en el hospital nacional de la localidad. La información tan reducida fue recibida con temor. Las calles se vaciaron y la gente se encerró en sus casas. De acuerdo con la versión oficial, la primera persona detectada con COVID-19 ingresó a Metapán a través de un punto ciego. Como no entró en la cuarentena que el gobierno ha impuesto, no se pudo aislar desde un principio. Por ello, el presidente anunció un “cordón sanitario” para la ciudad.
Cuatro días antes, la Asamblea Legislativa dio poderes al Gobierno para restringir dos derechos constitucionales para enfrentar la emergencia. El libre tránsito es uno de ellos. El Gobierno se propuso aplicarlos solo en las zonas de contagio, y Metapán se ha convertido en el ensayo de prueba y error de ese plan.
En Metapán han quedado atrapados alrededor de 60 mil habitantes. En Metapán solo hay un hospital, la unidad de salud donde labora la doctora Ibarra y un hotel convertido en albergue para los salvadoreños que ingresaron al país y fueron puestos en cuarentena desde la semana pasada. Para ubicar a los “nexos epidemiológios” del paciente cero, el Gobierno aseguró que envió un contingente de 80 personas.
Durante dos días, nadie puede entrar ni salir del municipio salvo excepciones de personal médico y de Protección Civil. “Los habitantes de Metapán no están siendo puestos en cuarentena. Este cordón sanitario será solo durante 48 horas, mientras determinamos los nexos epidemiológicos”, dijo Bukele el miércoles. Hasta las 10:00 de la noche del viernes 20, cuando se cumplieron las 49 horas, Metapán seguía aislado.
Tras la declaratoria, pronto empezaron a circular cadenas en whatsapp sobre el supuesto recorrido por El Salvador de la persona contagiada, de la que solo se sabe que es un joven de entre 20 y 40 años, según explicó el viceministro de Salud, Francisco Alabí, en una entrevista a Noticiero Hechos dada el 19 de marzo. La falta de información y de certezas sobre los pasos que dio el paciente cero provocaron especulaciones. Se ha dicho que recorrió todo el país, que pasó por la ciudad de Santa Tecla o que tuvo estancias en Sonsonate, siempre al occidente. El viceministro Alabí pidió calma, que no se hiciera caso de informaciones falsas, que la familia del paciente ha colaborado para desenmarañar sus pasos en el país. Pero las redes sociales estos días aguantan con todo. Sobre la ciudad aislada, por ejemplo, se ha dicho que entró en disturbios y que hubo estampidas para huir de la zona de contagio. Pero en Metapán lo que la gente hizo fue encerrarse y ponerle las trancas a sus puertas. Quienes salieron lo hicieron para comprar medicina en las farmacias. En Metapán, como en el resto del país, muchos buscaron aislarse y protegerse.
“Tomé un video de ayer a las nueve de la noche y nadie salía de las casas. Se escuchaba un silencio bien feo”, dice Diana Martínez. Ella tiene 21 años y su papá tiene insuficiencia renal y es tratado en su casa. Ella está preocupada por su padre y por el rechazo que empezó a sentir en redes sociales de inmediato hacia los metapanecos. “Se sintió bien feo que la gente dijera ‘que los de Metapán no vengan a contaminar más’ cuando yo ese día había pasado en Santa Ana y pude haber ido a San Salvador”, reflexiona.
El miércoles por la noche, aunque no en estampidas, algunos sí intentaron huir, pero el Gobierno cercó la carretera a Metapán con tres retenes policiales ubicados en las calles de acceso al municipio. En el desvío hacia el balneario Apuzunga, un soldado vio a un par de personas que intentaban salir en su auto, en la madrugada. No se les permitió. Otro soldado, con más de doce horas sin dormir, dijo que sí hubo una pequeña fila de autos llenos de gente que reclamaba por salir del municipio. “Habían bastantes carritos que se regresaron. Anoche sí estaba lleno este volado”.
Todavía al mediodía del jueves, un joven aprovechó un descuido de los militares cansados y caminó seguro entre los conos. Detrás suyo, a unos 20 metros, venían otros dos jóvenes. Cuando el primero ya había avanzado unos seis metros después del retén, un soldado le ordenó detenerse. Es decir, tarde. El joven se detuvo, dijo que venía de pescar, abrió la mochila donde traía los pescados y el militar le reclamó por lo que consideró un despiste. Pronto, la discusión en esta nueva frontera se volvió en una discusión entre pobres. En una cara de la moneda, el joven que venía de buscar alimento. Por el otro, el soldado con un salario 50 dólares abajo del mínimo ($250) que lleva más de 12 horas ininterrumpidas de trabajo.
—¿Qué no sabes desde cuándo está el estado de emergencia?- increpó el soldado al joven.
—Pero es que uno tiene que salir a trabajar. El Gobierno no nos va a mantener.
—¡Ya vi que tenés tatuajes!- dijo el militar.
—¡Sí, tengo, mirá! Soy deportado de la Estados Unidos y vengo cansado- respondió el otro, mientras levantaba una manga de su camisa para enseñarle su tatuaje de dragón.
—Y yo también estoy cansado, si desde las nueve de la noche estoy aquí. ¡Dale de regreso!
Resignado, el pescador se dio la vuelta, enojado, y emprendió su camino de vuelta. Quienes lo seguían no intentaron probar suerte. Tomaron el mismo camino. Sin embargo, el soldado estaba seguro de “estos babosos” intentarían cruzar por algún camino vecinal, por algún punto ciego con el uso de “la tecnología” de sus celulares.
***
En Metapán, desde antes de que se confirmara el primer paciente por coronavirus en El Salvador, ya se había organizado una mesa intersectorial con diferentes autoridades del municipio. Esta mesa articuló medidas de prevención, sobre todo después de que uno de sus hoteles se convirtiera en un centro de cuarentena de los viajeros que llegaron hace una semana, cuando el país se cerró al mundo. Pero las autoridades no esperaban encontrarse en el epicentro de la emergencia sanitaria. “Dentro de esta mesa está el director del Hospital, al igual que la (representante) de la Unidad de Salud, quien está a cargo del albergue del Hotel San José”, explicó el alcalde pecenista Rigoberto Pinto en la noche del miércoles 18.
Pinto,la máxima autoridad en el municipio, realizó una transmisión en Facebook en la que se quejó de la falta de información del Gobierno tras la conferencia del presidente. “De ninguna manera hemos podido tener la información necesaria para decirles de quién se trata, cómo está ese proceso y quiénes son los familiares para poder darlos a conocer a ustedes”, le dijo al pueblo que veía su video en vivo a través de sus celulares y computadoras. “No nos han querido dar información porque manifiestan que los médicos no tienen la autorización para darnos a conocer”, dijo el edil.
En su molestia, el alcalde incluso llegó a sugerirle a su pueblo que tenía dudas sobre la certeza del primer caso de contagio. Según Pinto, los miembros de la mesa intersectorial, entre quienes se incluye al director del hospital, le negaron la existencia de un paciente contagiado. “Ellos nos niegan que eso es real...que haya un paciente (de coronavirus) en el hospital”, dijo el alcalde.
Para la noche del viernes 20, la alcaldía ya le había bajado el tono a sus sospechas.
“No tenemos información y confiamos en que las autoridades han monitoreado eso y no se va a salir de control. Sí es una gran incertidumbre porque no se sabe con quién estuvo esa persona, eso genera inseguridad en la población”, dijo Judith Zepeda, la encargada del área de comunicaciones de la alcaldía municipal.
***
Desde que el Gobierno declaró a El Salvador en cuarentena, con los cierres de fronteras incluídos y el bloqueo a los vuelos de pasajeros, el país ha detenido su marcha. Como en el resto del planeta, ahora se buscan medidas que busquen aminorar la crisis económica que dejará el paso de la pandemia. Al filo del cordón sanitario de Metapán hay escenas de este estancamiento económico, que afecta a grandes empresas pero también a los más pobres. En la nueva frontera, sin embargo, también hay otras que hablan de que la vida sigue. Se resiste a dejarse vencer por el virus.
José Adilio es un campesino del cantón Matalapa y el jueves quería acercarse al lugar donde tiene a su ganado. El problema es que los animales están en una zona más cercana al centro de Metapán. “Estamos jodidos. Yo tengo ganado y no me dejaron pasar para irles a dar agua. Les supliqué a los soldados y no me quisieron dar la pasada”, dijo el hombre. Hasta la noche del viernes 20 su ganado seguía sediento.
Al igual que el campesino, había otros trabajadores igual de desconcertados, sin saber cómo laborar cuando las reglas del lugar que conocen tan bien cambiaron de un día para otro. A las dos de la tarde del jueves 19, en la calle que conduce hacia Metapán había 20 trailers de proveedores de “las cementeras de Holcim” de Metapán, una ciudad en el que el principal motor económico es la extracción de materia prima para la elaboración del cemento. Algunos transportaban combustible y otros se dirigían a traer producto. Ninguno había podido entrar por el bloqueo. Los únicos camiones que sí lograban atravesar el cordón sanitario cada cierto tiempo eran los que se dirigían hacia Guatemala, pues las exportaciones e importaciones no habían parado a pesar de la emergencia. Para que esta carga pudiera pasar la frontera, una patrulla policial se encargaba de encabezar el convoy y asegurarse de que nadie se detuviera en el camino.
Otro caso: desde las cuatro de la mañana del jueves 19, Jorge Ramírez estuvo varado frente al cordón policial que intentaba separar a Metapán del resto del país. Estacionó el trailer rojo de la empresa y, conforme el día avanzó, se resguardó bajo la sombra de un laurel de la India. Venía a cargar cemento a Metapán pero ya no pudo entrar. “Ahorita no se sabe nada de las circunstancias que hay en el pueblo. Aquí estamos a la deriva. Ya le hablé a mi jefe principal y dijo que esperemos”. Ramírez ya llevaba ocho horas esperando.
Quien tampoco sabía qué hacer frente a la sorpresiva frontera era Mario Ramos de 52 años. Él es albañil, “maestro obra”, y estaba trabajando un muro perimetral en el Centro Escolar Caserío La Conchagua cuando se dio cuenta de las noticias. La escuela está fuera del cordón sanitario, cerca del desvío que ahora sirve de retén militar.
Mario es un hombre sencillo con maneras formales. En la mano llevaba un fólder plastificado con los planos de la obra que estaba haciendo y una agenda en la que anota los avances de la obra por día y sus compromisos de trabajo. Sobre la espalda cargaba una mochila en la que dijo que lleva una hamaca, pan y azúcar. En realidad, él no dijo que llevaba su hamaca, sino que su cama. Así le llama porque acostumbra a dormir en los lugares donde realiza su trabajo. En la tarde del jueves, dijo que la gente tenía miedo y habían cerrado los negocios cercanos al centro escolar. “Ni tiendas abiertas hay ahí abajo y ya no tengo qué comer” contó. Por eso prefirió regresarse hacia Santa Ana, la ciudad vecina. El problema era que para eso necesitaba un bus, el que viene de Metapán, pero ya ningún bus sale del pueblo.
Entre broma y reflexión, Mario dijo que si él fuera una muchacha joven, conseguiría rápido un aventón y se quejaba de no serlo y no tener opción de transporte. En esas cavilaciones estaba cuando una escena captó su atención: justo al lado del cordón sanitario, había un comedor en el que la vida seguía con normalidad. Ahí, unas mujeres amasaban el maíz y preparaban alimentos. Sin mascarillas, sin miedos.
“Para empezar, ellas ni tienen mascarillas...a veces la autoridad tiene las cosas enfrente y no las ven”, dijo Mario mientras observaba el contraste: en la calle había conos anaranjados, policías y soldados con guantes en las manos, tapabocas en la cara y armas en el torso. Exactamente al lado, un grupo de mujeres echaban tortillas y preparaban comida que luego se exhibía para provocar el apetito de los que estaban en esa frontera que antes no existía. Pronto, el comedor se fue llenando de policías y soldados que necesitaban comer tras varias horas de vigilancia bajo el sol abrasador, que cala más en parajes despejados como aquella carretera de concreto. Algunos se quitaron las mascarillas y empezaron a tomar la comida con las manos. Todavía les faltaba más de un día para resguardar a El Salvador de Metapán.
Pasadas las diez de la noche del viernes 20, cuando ya se habían completado los dos días del cordón sanitario, ninguno de sus residentes sabía si podía salir. Ni siquiera el alcalde. “Aún no tenemos información clara por parte del gobierno central sobre qué pasará con el cordón sanitario, si se mantendrá o no”, escribió Rigoberto Pinto en su cuenta de Facebook. “Solo eran 48 horas. Necesitamos llegar a nuestras casas con nuestra familia”, respondió, desesperada, Karla de Cuéllar quien quedó atrapada en el municipio. En su hogar, en el caserío Desagüe - fuera del cordón sanitario- la espera su bebé de un mes de nacido.