Ayer, lunes 30 de marzo, cumplimos 15 días en cuarentena. En la víspera, y ante la incertidumbre de si somos portadores asintomáticos del virus, nos organizamos con los vecinos de mi pasillo en el hotel La Palma, y corrimos la voz a los del pasillo de enfrente, para redactar una carta en la que solicitamos que se nos haga una prueba. Sabemos que no es posible hacerla a todos de un solo, pero como hemos sabido que hubo personas a quienes se les ha hecho la prueba dos veces, en el mismo tiempo que tenemos de estar en cuarentena, es posible que nos hagan, al menos una, a nosotros.
Por la mañana, la carta cruzó de mi pasillo al otro para recoger firmas. Era un día normal. Algunos vecinos habían salido a sentarse en las sillas donde nos sirven la comida a diario, para platicar sobre lo que ocurrió por la mañana afuera de los Cenade.
-No han leído bien. Ahí mismo en la página dice que tienen que llenar un formulario y hasta entonces ir al Cenade - dijo uno.
Algunos de los familiares de mis vecinos han sido beneficiados con el bono de $300.
El coro de los demás iba en sintonía con ese comentario. Desde mi escritorio improvisado en el cuarto 13, lamenté que se les criticara, sabiendo que mucha de esa gente no tiene ni teléfono inteligente ni internet, y que algunos seguramente no saben ni leer ni escribir.
En eso transcurría la mañana cuando un soldado y un médico nos convocaron a todos a una reunión en el pasillo. El asunto: la carta en ciernes. La junta pretendía que nos abstuviéramos de firmarla, porque al pasar el lapicero entre uno y otro estábamos generando un foco de contagio. Llevo dos semanas encerrada con dos mujeres más sin saber si alguna de las tres tiene, aun sin síntomas, el virus que paralizó al mundo. Se nos ha dado instrucción de cómo lavar correctamente nuestras manos y se nos ha ordenado no quitarnos la mascarilla más que para comer, tomar agua y lavarnos los dientes. A pesar del limitado espacio que compartimos, debemos mantener la mayor distancia posible entre nosotras; un abrazo o una palmadita en la espalda para consolarnos en momentos en los que nos sentimos tristes o enojadas está fuera de cuestión, así sea el primer impulso, así las considere mis amigas. Jabón, alcohol gel y toallitas húmedas es el ver, usar, repetir de estos días. Y aun así nos dicen que, por un lapicero, no reclamemos nuestro derecho de expresarnos.
El médico que se dirigió hacia nosotros se identificó como el encargado del albergue, es decir, quien supervisa a los médicos y enfermeros que a diario nos toman la temperatura y la presión.
-Si tienen inquietudes, la mejor forma de resolverlas es dirigiéndolas hacia mí directamente, no es necesario hacer una carta - aseguró-. Les pido que mantengan la calma.
Eran las 11:30 de la mañana; y, aunque no conocía el contenido de la carta, creyó conveniente venir a prevenirnos de firmarla. La acción estuvo motivada por el soldado a su izquierda, quien se enteró de que estábamos organizándonos para firmar la petición y prefirió ponerlo sobre aviso -según él mismo confesó-. Como si de algo malo se tratara.
Le agradecimos por venir hacia nosotros y, aprovechando su ofrecimiento a responder nuestras preguntas, hicimos algunas; siendo la principal si nos iban a hacer la prueba a todos.
-No hay suficientes pruebas y se están administrando entre todos los albergues. Y no se pueden procesar todas al mismo tiempo.
-¿Cuáles son los criterios para elegir a quiénes se les hace la prueba? Preguntamos antes a los médicos y dijeron que se trata de un sistema que los elegía al azar -dije.
-Yo selecciono a quiénes se les hace la prueba. Y lo hago según el país de procedencia. Por ejemplo, si alguien viene de un país donde se han reportado muchos casos, esa persona será prioridad. Además, hay algunos que han pasado por tres países antes de venir acá. Por eso también fueron elegidos -contestó el médico.
-¿No debería ser la tercera edad la prioridad?
-¿Y por qué debería serlo?
-Hasta donde tengo entendido, son parte de la población con más riesgo, pero dígame usted…
-¿Y quién dice que no se ha hecho a personas de la tercera edad? - respondió, intentando enmendar su respuesta anterior.
Dado que el lapicero viajando de mano en mano era el problema, alguien le señaló que el tensiómetro con el que miden la presión todos los días igual se lo enrollan al brazo a diario, al menos a aquellos que son hipertensos, sin desinfectarlo.
-El virus se transmite a través de las mucosas, no por el contacto con la piel.
-¿Y entonces, cuál es el problema con el lapicero?
-Porque puede que después de tocarlo se toquen la cara, agarren la comida y, si no siguen las indicaciones, ahí podrían estarse contagiando.
Fue evidente que el problema no era el lapicero, sino que existiera una carta. También fue evidente que aunque él es el encargado de este albergue, tampoco puede responder nuestras inquietudes. Nos repitió que la prueba se está haciendo a quienes presentan síntomas, así el mismo ministro de Salud haya dicho hace una semana que hay quienes dieron positivo en la prueba y no tenían síntomas. El médico también repitió que, aunque no nos hagan la prueba, si superamos los 30 días de cuarentena sin ningún síntoma, podemos tener certeza de que, aun si nos contagiamos estando fuera del país -o dentro del albergue-, nuestro sistema inmunológico se encargó de desecharlo.
-¿Y qué pasa si alguien desarrolla el virus en el día 19 y nos vamos de aquí a nuestras casas a pasar el período de incubación junto a nuestras familias?- preguntó alguien más.
El médico respondió que se nos harán pruebas en los días siguientes, pero cuando le pregunté si él nos podía dar su palabra de que al finalizar los 30 días a todos nos habrán hecho la prueba, dijo: “Recuerden que mi palabra vale según las instrucciones que me vayan dando de arriba. Decisiones como esa ya no dependen de mí”.
En total, nos dijo, se han realizado 19 pruebas en este albergue donde estamos 108 personas. De esas, una se le hizo a una de las colaboradoras del hotel, porque presentó síntomas.
La plática diaria de corredor, no obstante, da cuenta de al menos una más a otro miembro del staff. Vivimos de rumores y de redes sociales, porque no tenemos respuestas claras. Da la impresión de que, como no tenemos síntomas, no vale la pena hacernos la prueba a todos. Así hayamos circulado en ciudades en donde el virus había ganado territorio antes que acá. Basta con aislarnos el tiempo que se ha estimado necesario.
La prueba es para nosotros una garantía de buena salud, pero para algunos incluso una garantía de que en sus trabajos no los van a excluir después de haber estado en un centro de cuarentena. Para otros, la certeza de no infectar a sus seres queridos; para otros, que no se les discrimine en el lugar donde viven. “¿Qué va a pasar si los vecinos me ven llegar con todas las maletas y llaman a Migración para que llegue a traerme?”, preguntó alguien más.
A mí, acostumbrada a vivir con el estornudo constante producto de mi rinitis alérgica, me preocupa regresar a mi casa, que ha estado guardando polvo desde que se decretó cuarentena nacional el pasado 21 de marzo y mi hermana regresó a su casa. Me preocupa pensar que, una vez adentro, voy a empezar a estornudar y que eso genere sospechas en mis vecinos de que yo he llevado el virus a ese lugar. Nosotros, quienes guardamos cuarentena, sabemos que no saldremos al mundo posvirus. Saldremos a un mundo donde todo apunta a que la pandemia será más mortal que ahora. La discriminación es real desde ya, aunque ninguno de los encuarentenados haya regresado a sus casas. Basta con que se sepa que la mayoría de casos positivos han salido de los albergues, así ninguno haya salido -por ahora- del hotel La Palma.
Antes de retirarse, pedimos al encargado del albergue que una vez recolectadas las firmas recibiera la carta e hiciera lo posible por que se tome en cuenta nuestra solicitud. Después de todo, él es nuestro vocero. Dijo que su poder de injerencia es limitado. Somos conscientes del sacrificio que representa para los médicos estar de lleno, durante un mes, vigilando nuestra salud. No pretendemos echarles la culpa, solo pedimos que respondan nuestras preguntas para así aplacar nuestra incertidumbre.
***
Quedan solo 15 días más de encierro. Y aunque nos emociona estar cada vez más cerca del regreso a nuestras casas, las rutinas han ido cambiando. Todo transcurre más lento. El fin de semana, por ejemplo, no hubo música de viernes a domingo. Se canta y se baila menos. A lo mejor el tedio ha empezado a hacer mella. Aquí en la habitación, por ejemplo, nos despertamos para el control de la mañana y, una vez completado, nos encerramos para seguir durmiendo hasta que llegue el desayuno. Después de comer, la opción es seguir durmiendo para recuperar algo del sueño que no pudimos conciliar por la noche. “Si duermo hasta el mediodía, la cuarentena durará solo 15 días”, leí en Twitter al principio del confinamiento. Cuando vi ese tuit, lo compartí con Aura y María Magdalena; nos hizo mucha gracia. Ahora parece que lo hemos hecho parte, a medias, de nuestra rutina.
Hay resignación. La información, no importa cuántas veces ni a quién preguntemos, no llega. O al menos no en forma de respuestas que alivien nuestras inquietudes, sino que, por el contrario, las alimentan. Y eso se nota hasta en la oración. Las plegarias que a diario se hacen en este cuarto desde hace algunos días son una amalgama que fluye entre un ansioso “Señor, sácanos de aquí” por la mañana y un conforme “Señor, danos paciencia” por la noche, como quien admite que estuvo mal desesperarse y preguntar.
Las oraciones siguen, porque calman las ansias. Aun así, seguimos esperando que todos firmen la carta.