Columnas / Desigualdad

El virus y los perdedores de siempre

A pesar de que el virus lo difundieron las clases medias globalizadas, serán los pobres los más afectados por la pandemia. Menos del 10 % del cuartil más pobre puede darse el lujo de trabajar desde su casa.

Miércoles, 1 de abril de 2020
Christian Ambrosius

Es malicioso este virus que va detrás de las vidas de nuestros ancianos y los más débiles. Se dispersó desde su aparición en un mercado de Wuhan en China a casi todos los rincones del mundo en cuestión de meses. No se ha parado ni en fronteras, ni ante las rejas y los muros que algunos habían logrado construir en sociedades donde la violencia, la pobreza y las crisis abundan. A pesar de todos los esfuerzos de evitar lo inevitable, también llegó a El Salvador.  

Hace unos días, la cantante Madonna mandó desde una bañera en su apartamento de lujo en Nueva York el mensaje que el virus nos iguala. Según ella, el virus pega a los países ricos igual que a los países pobres, a las celebridades igual que a los vendedores de mercado, a los ladrones igual que a sus víctimas. No nos distingue por nacionalidad, raza, clase o género. Se manifestó primero entre las clases medias y acomodadas globalizadas. Después de haber pasado por países ricos de Asia, como Japón y Corea del Sur, tiene ahora su epicentro en los países ricos europeos y en Estados Unidos, especialmente en Nueva York, la capital financiera y cultural del mundo occidental.  

Aun así, Madonna no podría estar más equivocada. A pesar de que el virus lo difundieron las clases medias globalizadas, serán los pobres los más afectados de esta pandemia. Cargan ellos el riesgo de salud más alto: carecen de acceso a servicios de salud de calidad, viven en condiciones de hacinamiento con altas probabilidades de contagio, y los trabajadores de baja remuneración salarial son, en general, también los más expuestos. Según datos de The New York Times, más del sesenta por ciento del cuartil más rico pueden trabajar desde sus casas, mientras que menos del 10 % del cuartil más pobre puede darse ese lujo. Sistemas precarios de jubilación, como los que existen en Latinoamérica, muchas veces obligan a los mayores a seguir trabajando, exponiéndolos a la enfermedad. Y muchos de los que no trabajan fuera de su casa trabajan en el cuidado de sus nietos, expuestos a potenciales portadores de la enfermedad. 

Si no bastaba con esto, los trabajadores precarios y los sectores populares también serán los más afectados de las medidas drásticas de contención. El Salvador no será la excepción. Aunque medidas de contención son necesarias para controlar la epidemia, el costo social y económico de estas políticas es enorme. Bajo condiciones de alta pobreza y precariedad laboral, poca gente tiene los colchones necesarios para enfrentar la pérdida de su ingreso durante mucho tiempo; algunos ni siquiera más de un día. Países como Alemania y EE.UU. han aprobado los paquetes económicos más generosos en su historia: más de 750 mil milliones de Euros en Alemania y unos 2 trillones de dólares en EEUU. El Salvador hizo lo propio y anunció lo que está dentro de sus capacidades: un subsidio de 300 dólares para hogares en situación de precariedad además de la posibilidad de posponer pagos hipotecarios y de servicios.

¿Qué vendrá después del régimen de excepción? 

Aunque los apoyos monetarios del gobierno serán un alivio importante en esta situación de crisis, es difícil imaginarse cómo los que viven en situaciones más precarias van a poder enfrentar una pérdida de sus ingresos más allá de los 15 o 30 días anunciados como parte del régimen de excepción. Al mismo tiempo, es poco probable que la epidemia se logre controlar tan pronto. Algunos algunos pronostican que el pico en México, igual que en otros países vecinos, apenas para agosto y la mayoría de los expertos no cuentan con que una vacuna esté lista antes de 18 meses. Es de temer que una prolongación de las políticas actuales dejará la economía salvadoreña en una profunda recesión, lo que afectará gravemente a la población vulnerable. No hay que olvidar que la pobreza también mata. 

La estrategia actual del gobierno de El Salvador parece ser la de diseminar el mayor grado de pánico entre la población, incluyendo la difusión de noticias falsas sobre tanques de guerra movilizados para hacer cumplir la cuarentena en EE.UU., la reproducción de noticias falsas sobre el abandono de mayores de 80 años en los hospitales de Italia y acusaciones a México de mandar aviones con personas infectadas a El Salvador. Esta política de pánico puede ser un instrumento eficaz para justificar la aplicación de medidas extraordinarias y la imposición de disciplina en la población. Lo que no da es una respuesta a cómo conciliar la contención del virus con los costos sociales y económicos de las medidas, ante todo entre la población más vulnerable. Las medidas inmediatas de contención -cierre de fronteras y toque de queda- podrán suprimir la epidemia, pero es dudable que ofrezcan una solución viable a mediano plazo. Artículos como este nos pintan lo que tal vez podrá ser un panorama más viable para controlar nuevos brotes después de las medidas de contención. Eso, sin embargo, requiere una política que considera cuidadosamente los costos y beneficios de cada medida. 

La precariedad de sistemas de salud y de protección social tiene efectos externos importantes, lo que lo convierte en un problema de toda la población. Debido a que no existe una obligación general de continuidad de pago en casos de enfermedad, mucha gente se verá obligada de seguir yendo al trabajo por simple necesidad económica. Lo mismo aplica para los trabajadores del sector informal. Eso también significa que seguirán siendo una fuente de contagio desde sus lugares de trabajo. Segundo, como resultados de una limitada posibilidad de obtener los diagnósticos requeridos, muchos casos quedarán sin descubrir. Eso dificultará su contención. Mientras que Corea del Sur aplicó ya más de 300 mil pruebas para identificar y aislar los casos sospechosos, El Salvador realizó 889 hasta el 26 de marzo. Finalmente, los estados de bienestar poseen instrumentos para suavizar el impacto económico de la crisis y para facilitar su posterior recuperación. Desafortunadamente, las posibilidades de El Salvador para estabilizar los ingresos de los más afectados y de implementar políticas anticíclicas son reducidas. Los países sin cobertura amplia de salud y con débiles estados de bienestar son más vulnerables frente a los costos sociales y económicos de esta pandemia. En una sociedad que tiene un delicado equilibrio social, el conflicto social que puede salir de esta crisis de salud debería generar tanta o más preocupación que el virus en sí. 

El año 2020 marcará un antes y un después. El virus no solamente nos demuestra la fragilidad de un mundo globalizado que ha permitido la difusión de la enfermedad a escala global en una velocidad sin precedentes. También revela la desigualdad que existe ante la pandemia entre diferentes países y entre diferentes partes de la población. Estas desigualdades multiplican el peligro del virus y aumentan los costos sociales y económicos de las políticas de contención. Vale la pena recordar que epidemias recurrentes desde la Edad Media hasta tiempos modernos también sirvieron para impulsar la inversión en sistemas de salud y mejoras de condiciones sanitarias. Ojalá al salir de esta crisis hayamos aprendido que la precariedad de los sistemas de salud y de bienestar son un peligro para todos.

Christian Ambrosius es doctor en Economía de la Universidad Libre de Berlín, docente en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la misma universidad y, actualmente, profesor visitante en la UNAM, en México. Trabaja temas de migración, finanzas y de desarrollo económico. Visita El Salvador con frecuencia.
Christian Ambrosius es doctor en Economía de la Universidad Libre de Berlín, docente en el Instituto de Estudios Latinoamericanos de la misma universidad y, actualmente, profesor visitante en la UNAM, en México. Trabaja temas de migración, finanzas y de desarrollo económico. Visita El Salvador con frecuencia.

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