Recibí a mi primer paciente diagnosticado con COVID-19 hace más de un mes, el mundo en aquel entonces era muy diferente al que conocemos ahora. A pesar de haber ocurrido hace relativamente corto tiempo, pareciera que han transcurridos varios años.
Recuerdo que con un poco de temor, pero con mucho entusiasmo, nos preparamos con todo lo que teníamos a la mano, múltiples reuniones de preparación, ensayos en los cuales practicamos la colocación correcta del equipo de protección personal y las actualizaciones médicas. A pesar de ello, nada nos preparó realmente para lo que se venía.
Me gradué en marzo de 2013 como médico general en El Salvador y en 2014 me mudé a los Estados Unidos, donde continué mis estudios de medicina y trabajé en investigación científica en el área de enfermedades renales. En el año 2018 me mudé a Nueva York para iniciar mis estudios como residente de medicina interna. En mi carrera médica, hasta la fecha, nunca había visto algo así y ni los libros de medicina ni ningún curso de especialización nos prepara para esto. En las clases de Microbiología aprendimos mucho acerca de otras pandemias y patógenos altamente peligrosos, veíamos la situación del ébola en África o el desarrollo de la influenza H1N1; nunca pensé que viviría en carne propia los elementos de extrema seguridad biológica que vemos hoy.
Tampoco imaginé utilizar el equipo de protección personal (EPP) por más de doce horas para un turno de trabajo, la movilidad se reduce, el campo visual se limita, se respira con dificultad y luego de largo tiempo de uso puede llegar a lastimar el rostro. Para que la máscara N95 funcione adecuadamente, es necesario pasar un test de ajuste, de lo contrario existe el riesgo de que el sello de la máscara no sea hermético y no se ofrezca protección. Naturalmente, cuando hay momentos donde debemos actuar con rapidez, la temperatura dentro del EPP puede aumentar y volverse sofocante. Colocarse y removerse el EPP es tanto ciencia como arte, ya que al mínimo error uno puede romper el sello de seguridad y exponerse al virus.
Me voy a ahorrar los detalles puntuales de la pandemia, los cuales aparecen a diario en las noticias, y voy a relatar únicamente lo que desde mi experiencia ha significado una capacitación obligatoria en cuidados críticos.
El compromiso respiratorio del primer paciente que recibimos era evidente, no podía mantener un adecuado nivel de oxígeno a pesar de nuestros esfuerzos. Rápidamente decidimos que era hora de conectar el respirador (también conocido como ventilador mecánico). Mientras realizábamos estas maniobras, recibimos la noticia de que la emergencia de nuestro hospital estaba poblada de pacientes con Coronavirus y que debíamos repetir este procedimiento una y otra vez. Ojalá esto fuera tan sencillo como suena, pero no todo es tan inmediato como se quisiera. El personal de anestesia, quienes se encargan de realizar la intubación endotraqueal, pide ser notificado con antelación si es que más pacientes requerirán intubación. A partir de entonces la relación entre los anestesiólogos y médicos de cuidados intensivos se convirtió en una interacción muy cercana, ya que en la medida en que siguen llegando más pacientes nos damos cuenta que la falla pulmonar es cada vez más severa.
Pasó el día y a la mañana siguiente casi todas nuestras camas de cuidados intensivos están ocupadas. Rápidamente vuelvo a ver al paciente que entubamos el día anterior y ahora está conectado a más vías endovenosas, medicamentos para asistir su presión arterial, medicamentos para mantener el coma inducido y demás. Ahora el personal de enfermería se las ha ingeniado para colocar todas las bombas de infusión afuera del cuarto de aislamiento. Colocar todas las líneas endovenosas y conectarlas desde afuera es una maniobra bastante impresionante, ya que desde afuera de la habitación podemos modificar ciertos parámetros hemodinámicos y administrar medicamentos, lo que reduce la cantidad de veces que una persona debe entrar a la habitación y, por ende, podemos ahorrar equipo de protección personal. Lo anterior es también testimonio del alto valor que tienen la enfermería de cuidados críticos.
Mientras hago mis rondas me entero de que la hermana de mi paciente está desesperadamente buscando información. Por fortuna para todos, ella y yo nos entendemos en español, esto me permite recolectar más información clínica y aprendo, por ejemplo, que mi paciente es un hombre en sus 50, sin mayores problemas de salud, que se ejercita a diario y que nunca antes había visitado un centro de salud, dado que no padece ninguna dolencia. Le informo que a partir de ahora todas nuestras interacciones serán por teléfono, ya que la política del hospital prohíbe las visitas para reducir el riesgo de contagio. Puedo ver en sus ojos la tristeza, pero al mismo tiempo ella entiende lo peligroso de la situación en la que nos encontramos.
De vuelta en la UCI, la condición clínica del paciente parece haberse quedado en pausa, su condición no mejora, pero tampoco empeora; es una especie de calma en medio de la tormenta o un caos controlado, depende de cómo se vea. Para entonces toda la unidad ya está ocupada por pacientes ventilados. Fue entonces cuando la administración del hospital decidió cambiar completamente el modo de trabajo: cirugías electivas se cancelan, la consulta externa se cierra, y médicos de otras especialidades se unen a ayudar a todo el sistema hospitalario.
Al día siguiente recibí una llamada telefónica, esta vez más familiares del paciente se unen a la llamada con su hermana, algunos no viven acá. Puedo escuchar la desesperación, respondo a todas sus preguntas lo mejor que mi habilidad me lo permite; sin embargo, la respuesta es la misma: 'En estos momentos no puedo decir que su pronóstico sea favorable. Aún es temprano, sigamos esperando, hacemos todo lo que podemos'. Es cierto, hacemos absolutamente todo lo que mandan los libros de medicina, los artículos de cuidados críticos, pero esta es una enfermedad nueva con la que nunca nadie se han enfrentado hasta diciembre 2019, cuando fue diagnosticada por primera vez en Wuhan, China.
Al cabo de una semana en la UCI, se observan ya los primeros indicios de mejora clínica: menores requerimientos de oxígeno, disminución en las enzimas hepáticas, conteo de glóbulos blancos estables, decido llamar nuevamente a su hermana (me pone en altavoz), y le hago saber que por primera vez desde la admisión a cuidados intensivos podemos ver indicios de mejoría. En el fondo escucho aplausos, muestras de agradecimiento y esperanza.
Al día siguiente fui transferido a otra unidad que necesita más manos y ayuda, mi atención ahora se enfoca en los nuevos pacientes que voy recibiendo. Transcurren apenas un par de días, es difícil llevar la cuenta; y uno de mis colegas llama para informarme: 'el primer paciente fue extubado ahora y está fuera de cuidados críticos, su familia está muy agradecida, te mandan muchos saludos'. El hecho de extubar a uno de estos pacientes es un enorme alivio, quiere decir que está suficientemente estable para ser transferido a un piso de medicina general, donde la recuperación comienza. Será una larga recuperación, pero supuso una pequeña victoria entre el caos y la tristeza que se vive a diario.
Todas las vidas son importantes, todas las vidas las luchamos con todo lo que tenemos. Sin embargo, algunas vidas pueden salvarse y otras no; esta es la realidad. El apoyo de los diferentes sectores del hospital, desde enfermeras, farmacéuticos, personal de limpieza y más, ha sido y seguirá siendo fundamental para seguir a flote.
He querido compartir esta historia, una entre tantas, sencillamente porque son estas ganancias las que aún nos impulsa a seguir y las que me confirman la razón por la cual decidí perseguir esta profesión.
A mis colegas médicos les invito a unirse como gremio con un solo objetivo y espíritu, a dejar las diferencias entre especialidades y jerarquías, ahora todos somos iguales, ahora todos somos valiosos, ahora es cuando, este es el momento para el que fuimos seleccionados. Es importante no olvidarnos que, a pesar de los números y estadísticas, estamos tratando a seres humanos, es importante comunicarnos a diario con los familiares de los pacientes, ellos lo agradecen mucho -y además es lo correcto-. En los hospitales en donde he estado durante la emergencia, instituimos una ronda de llamadas diarias a familiares de pacientes para actualización del estado clínico, esto es vital para tratar con una enfermedad marcada por el aislamiento y el distanciamiento social. Sé que las condiciones en las que practico medicina son muy diferentes a la realidad salvadoreña; sin embargo, el deseo de cuidar y la vocación por ayudar debe ser la misma no importando las fronteras.