Política económica ante la crisis
El Fondo Monetario Internacional (FMI) ha creado un observatorio en línea, que resume las respuestas de política económica tomadas por los gobiernos de 193 economías afectadas directa o indirectamente por la pandemia de COVID-19.
Un repaso rápido de la lista demuestra algo que debiera ser evidente: los países más ricos, como los Estados Unidos o los miembros de la Unión Europea, tienen recursos para responder con todos los instrumentos fiscales, monetarios y macro-financieros, mientras que países más pobres, como los centroamericanos, hacen lo que pueden con los escasos recursos que están a disposición. Y una vez más, como durante la crisis financiera del Atlántico Norte de 2007-8, el acceso a liquidez se ha vuelto crucial. Es decir, que los gobiernos tengan a su disposición activos financieros fácilmente convertibles a dinero en efectivo para financiar sus medidas de emergencia.
En este sentido, es interesante comparar los apartados sobre las medidas monetarias y macro-financieras tomadas. Tanto en Estados Unidos, como en América Central, los países con moneda propia, sin excepción, han reducido sus tasas de interés de política monetaria. Este no fue el caso en la Unión Europea, quizá porque la tasa de su facilidad de depósito ya no puede reducirse más, estando en - 0,5 % (es decir, 0,5 % negativo).
Mientras tanto, países como El Salvador y Panamá, quienes han adoptado el dólar estadounidense como moneda oficial, se han conformado con reducir requerimientos de reserva y relajar condiciones de crédito. Además, tanto Estados Unidos como la Unión Europea, han destinado más recursos a la política que popularmente se conoce como «expansión cuantitativa», para aumentar la oferta de dinero, haciendo compras de activos en los mercados financieros. Por ejemplo, El Banco Central Europeo ha destinado 120 mil millones de euros a su programa de compra de activos (APP, por sus siglas en inglés) y 750 mil millones de euros a un Programa de Compras de Emergencia por la Pandemia (PEPP, por sus siglas en inglés). La Reserva Federal de Estados Unidos, por su parte, ha expresado su compromiso de «ajustar sus compras» de títulos del tesoro y títulos de agencias federales garantizados por hipotecas que sean necesarias, para garantizar el buen funcionamiento de las instituciones y los mercados.
Como Ben S. Bernanke, Timothy F. Geithner y Henry M. Paulson Jr. han expresado en su libro Luchando contra el incendio (Firefighting 2019), el experimento de «expansión cuantitativa» de la oferta de dinero ayudó a bajar las tasas de interés en el largo plazo y contribuyó a la recuperación económica, después de la crisis financiera de 2007-8. No es por ello extraño que haya incluso economistas que argumenten que los bancos centrales deberían incrementar la oferta monetaria, simplemente creando y distribuyendo dinero, sin comprar activos o prestar dinero. Esto implicaría efectivamente regalar el dinero, como si se tirara a la gente desde un helicóptero. De acuerdo con estos economistas, la «expansión cuantitativa» ya funciona de esta manera en algunos países.
El lujo de la política monetaria en tiempos de crisis
Pero mirando la historia financiera reciente, parece ser que este tipo de políticas monetarias expansivas en tiempos de crisis representan un lujo, el cual solo es posible en los países privilegiados del sistema financiero mundial. Sencillamente, porque este sistema (o este «no-sistema financiero», prestando la expresión usada por el economista colombiano José Antonio Ocampo Gaviria), impone una serie de limitantes de política monetaria a los países que se consideran más riesgosos.
En teoría, las economías con moneda propia y regímenes cambiarios que permiten variación del tipo de cambio, pueden permitirse el lujo de una política monetaria expansiva, ya sea de manera convencional, reduciendo la tasa de interés de política, o de manera menos convencional, a través de la la compra de activos en los mercados. Sin embargo, tal política monetaria expansiva puede terminar en una depreciación/devaluación de la moneda, al incrementarse la oferta relativa de la moneda local y la demanda de divisas. Esta situación puede desembocar en un círculo vicioso de riesgo cambiario, y en el peor de los casos, una estampida de capitales que salen del país, al regarse el pánico por la posibilidad de que se pierdan los valores de los activos en moneda local. Esta posibilidad teórica, es de hecho ya una realidad, debido al riesgo que los inversionistas perciben por la situación creada por el virus SARS-CoV-2 en las «economías emergentes». De esta forma, la política monetaria expansiva se vuelve una espada de doble filo para ciertos países, especialmente si hay otros factores que incrementan la percepción de riesgo, como una caída en los precios de sus exportaciones o niveles de deuda altos.
Economías como la de El Salvador, quienes han adoptado una moneda extranjera como oficial, o quienes tienen un tipo de cambio fijo con una moneda extranjera, tienen las manos atadas desde el principio en una situación como ésta. Es una situación similar a la que había dentro de los Acuerdos de Bretton Woods. Para dichas economías, no es posible definir los tipos de interés con su propia política. Tampoco es posible esperar a que el banco central que emite la moneda extranjera en cuestión simplemente compre activos del país para darle liquidez al sistema. De manera que solo es posible adquirir más liquidez prestándola afuera, lo cual aumenta los niveles de deuda y gasto público para pagar esta deuda. Alternativamente, estas economías deben simplemente aceptar los reducidos niveles de liquidez, y las consecuencias que esto implica. Esto puede significar mayores niveles de miseria y de emigración para escapar de esta miseria. De hecho, es este tipo de emigración la que ha brindado una importante fuente de liquidez al sistema financiero salvadoreño, cuando los emigrantes que escapan de la miseria han enviado dinero a sus familias.
Como resulta claro, ninguna de estas alternativas son prometedoras para países pequeños, de escasos recursos, que pueden ser percibidos como riesgosos en los mercados financieros internacionales. Para quienes tienen moneda propia con tipo de cambio flexible, la política monetaria expansiva puede significar un espiral de riesgo cambiario, fuga de capitales, depreciación cambiaria y problemas para pagar la deuda externa. Para quienes no tienen moneda propia, o han atado su moneda a otra, la falta de liquidez solo se resuelve con mayor miseria y mayor endeudamiento.
Los derechos especiales de giro al rescate
Sin embargo, hay voces que abogan por alternativas ambiciosas, pero que ya han sido usadas anteriormente en momentos de crisis. Entre otros economistas, José Antonio Ocampo, lleva un tiempo argumentando a favor de usar activamente los derechos especiales de giro (DEG) del FMI, para afectar la oferta monetaria mundial. Recientemente, repitió este llamado, para hacer frente a la crisis actual. Estos activos de reserva internacional fueron creados en 1969, con el propósito de diversificar las alternativas al dólar, como divisa de reserva internacional. Los DEG funcionan como unidad de cuenta del FMI, y de otras instituciones financieras internacionales. El valor de los DEG (alrededor de 1,37 USD al 14.4.2020) se establece en base a una canasta de monedas, con promedios ponderados por la importancia de estas monedas en el comercio y transacciones financieras internacionales. Cada país miembro del FMI ha recibido asignaciones de DEG, en base a su contribución al fondo e importancia económica. Por dicha asignación, se paga un interés (0,08 % al 14.4.2020). Pero siempre y cuando el país miembro en cuestión mantenga la misma cantidad de depósito de DEG en el FMI, también recibirá un interés equivalente (0,08 % al 14.4.2020). Por ello, los costos financieros se eliminan, siempre y cuando asignación y depósito estén en balance.
Los DEG no son una moneda, pero representan reclamaciones de moneda, que los países miembro pueden intercambiar por moneda. Si un país intercambia DEG por moneda, y reduce sus depósitos de DEG en el FMI, esto conlleva al pago de interés por la diferencia entre la asignación y sus depósitos. Pero además de este pago por señoreaje, no hay otros costos financieros, ni se debe pagar los fondos asignados de regreso al FMI. De manera que a través de emisiones de DEG, asignando estos a los países miembro, el FMI puede contribuir a incrementar la liquidez mundial.
Ha habido tan solo tres rondas de asignaciones de DEG, desde su concepción en 1969. Una en 1971-72, tras el colapso de los Acuerdos de Bretton Woods, de 9,3 mil millones. Otra, por 12,1 mil millones en 1979-81, durante la crisis del petróleo. Finalmente, se hizo una asignación adicional en 2009 por 161,2 mil millones en agosto y una nueva por 21,5 mil millones en septiembre, durante la crisis financiera. Una vez más, se discute una nueva emisión, la cual debe ser aprobada por al menos 85 % de los países, siempre y cuando la emisión no sea vetada.
Hay quienes se oponen a tal emisión, especialmente en los países más ricos. Argumentan que una emisión de este tipo, la cual se asigna de acuerdo al tamaño de la participación en el FMI, ayudaría de manera desproporcionada a los países más ricos, quienes no necesitan esta emisión, y quienes no intercambiarán sus DEG por divisas. Sin embargo, tal actitud olvida que para los países que no tienen otra alternativa viable, los pocos DEG que puedan intercambiarse por moneda pueden hacer una gran diferencia. La emisión debe ser grande, sin precedentes, y debe hacerse cuanto antes.