El Salvador / Coronavirus

Diario de cuarentena 8: “No tengo razón médica para detenerlos”

La promesa que esperaban los que guardan cuarentena en el hotel La Palma llegó: se van a sus casas. Con ella llegó también otra satisfacción: no tienen coronavirus. Sin embargo, la promesa se ha convertido en hartazgo. Hace tres días que hicieron maletas y, sin darles razones detalladas, todavía no los sacan. El médico a cargo asegura que ya no hay razones de salud para su encierro y el militar a cargo hizo un pase de lista para evitar fugas. 


Lunes, 13 de abril de 2020
María Luz Nóchez

Por tercer día consecutivo, los albergados en el hotel La Palma, en Chalatenango, nos quedamos con las maletas arregladas y alineadas en el pasillo en espera del transporte que nos llevaría hasta nuestras casas.

Los primeros pacientes fueron dados de alta el pasado viernes 10 de abril por la tarde, tras 26 días de confinamiento. Ese mismo día, durante la evaluación vespertina, los médicos daban por hecho que nosotros partiríamos el día siguiente. Llegado el sábado, nos dijeron que no pasaba del domingo; y ayer, que hoy. Hoy, a las 3 de la tarde, la espera se volvió amarga otra vez.

Mañana, martes 14 de abril, cumplimos 30 días de confinamiento, pero no las 108 personas que ingresamos el 16 de marzo, sino solo un poco más de 50, a quienes se nos tomó la prueba de último. Bajo ese argumento, el médico que se acercó a darnos explicaciones hoy -que él mismo describió como vagas- dijo que no podía hacer más presión por sacarnos cuando hay personas en albergues que tiene más de 30 días y que tampoco han podido regresar a sus casas. Hay denuncias en las redes sociales de gente que asegura estar en el hotel Plaza, en Sonsonate, y que tras cumplir sus 30 días les han dicho sin darles razón que pasarán 15 más encerrados. Me da horror solo pensarlo. Hoy vi a gente llorar en el hotel La Palma. A nosotros nos han prometido que esos 15 días extras los pasaremos en casa, y a esa promesa nos aferramos para no derrumbarnos del todo.  

El médico reconoció que nuestra presencia en este albergue es ya innecesaria: “No tengo una razón médica para detenerlos”. Dado que -aunque no tenemos el resultado en físico de nuestra prueba- todos dimos negativo en la prueba de COVID-19, según nos aseguró el médico encargado del albergue. Las pruebas se terminaron de realizar en este centro el pasado jueves 9 de abril. Que nos pidieran empacar fue la confirmación más ansiada de que ni yo ni mis compañeras del cuarto 13, Aura y María Magdalena, ni el señor del otro lado del pasillo ni ninguno de los confinados en este sitio tiene el virus. Ya hace días que somos gente sin coronavirus encerrados en un hotel por orden gubernamental.

-Entonces, ¿por qué no nos podemos ir? -preguntamos.

-El Ministerio de Salud no nos aprobó el alta -respondió el médico.

Desde hace tres días, después de almuerzo, la rutina ha sido sacar las maletas al pasillo a la espera de que nos llamen para abordar los autobuses que nos llevarán a casa. La respuesta sigue siendo la misma:
Desde hace tres días, después de almuerzo, la rutina ha sido sacar las maletas al pasillo a la espera de que nos llamen para abordar los autobuses que nos llevarán a casa. La respuesta sigue siendo la misma: 'de mañana no pasa'. Mañana nunca llega. Foto de El Faro: María Luz Nóchez 

Cuando el médico se acercó ayer por la tarde nos explicó que el motivo por el que no nos podíamos ir era que no habían enviado el transporte, y que trasladarnos no es cosa sencilla porque hay que seguir todo un protocolo de esterilización de los autobuses y escolta policial. Propusimos que si no había suficientes unidades, nosotros podíamos pagar el transporte o, en todo caso, pedir a nuestros familiares que vinieran por nosotros, tal como se hizo en otro de los albergues ubicados en Chalatenango. Dijo que iba a trasladar nuestras inquietudes y propuestas.

Las respuestas que hemos recibido en los últimos tres días se resumen en un papa caliente que se pasan entre todos. La de hoy ha sido, quizá, la más honesta que hemos recibido en 29 días. No solo porque nuestra salida de aquí depende de la buena voluntad del ministro de Salud, que es quien autoriza, sino porque el hartazgo empieza a ser más evidente en los mismos médicos. Si nosotros nos vamos, ellos también, así sea por un par de días, porque después regresarán a acondicionar el albergue para 108 pacientes más.

Los médicos se han rebuscado para poder sacarnos de acá. Claro, además de los problemas de salud que seguir aquí puede significar, no quieren lidiar con un grupo cuya desesperación por salir empieza a caldear los ánimos. Según explicó hoy el médico, desde ayer en la noche empezaron a gestionar posibles medios de transporte que no fueran necesariamente los autobuses que envía el Gobierno: pick ups, camiones, microbuses particulares, inclusos sus mismos vehículos. Pero ninguno, explicó, contó con la venia de las autoridades de Salud. O lo mandan ellos o no hay forma de que salgamos de aquí. Todo lo demás, aseguraron, está listo. Lo único que necesitamos es el sí del ministro.

No dudamos que la limitación de unidades de transporte que tiene por ahora a su disposición el Gobierno sea limitada, pero según contó un empresario de buses de occidente a uno de mis vecinos, ni siquiera han llamado para pedir ayuda. Si la capacidad está superada, dado que nos han provisto de alimentación y techo durante casi un mes -a nosotros y otras cuatro mil personas más-, y eso ha supuesto un gasto fuerte para el Ejecutivo, lo que pedimos es que nos dejen pagar a nosotros nuestro transporte de regreso a casa, siguiendo el protocolo de seguridad que está establecido. 

Nadie acá pretende, una vez salgamos, romper el decreto de cuarentena domiciliar a nivel nacional. Lo que queremos es regresar a nuestras casas. Más allá de la comodidad que eso significa, hay quienes lo necesitan porque la medicina que toman se les está agotando; porque son cabeza de hogar y no estar en casa les impide algo tan básico como usar su dinero para pagar por el tratamiento médico del hijo que está enfermo; y sobre todo, por el desgaste que supone para nuestra salud emocional creernos de regreso en nuestras casas para que, a medida que avanza el día, nos digan que no era ocurrirá.

El médico encargado del centro de cuarentena en el hotel La Palma explica que la razón por la que el traslado no fue posible este domingo 12, pese a la promesa de que así sucedería, es porque no se envió el transporte. Foto de El Faro: María Luz Nóchez 
El médico encargado del centro de cuarentena en el hotel La Palma explica que la razón por la que el traslado no fue posible este domingo 12, pese a la promesa de que así sucedería, es porque no se envió el transporte. Foto de El Faro: María Luz Nóchez 

En todo caso, estamos seguros de que no representamos un riesgo para el país, para nuestros vecinos ni para nuestras familias, tal como el mismo ministro Alabi lo tuiteó cuando despacharon al primer grupo el viernes.

Ante la falta de certezas, algunos incluso dijeron al médico que, una vez cumplidos los 30 días, no podrían detenernos y que, de un modo u otro nos íbamos a ir. Por la noche, mientras servían la cena, el subteniente a cargo nos llamó a todos al final del pasillo para hacer un conteo. “Se nos reportó un intento de fuga”, explicó. Subió las gradas y contó al grupo del módulo de arriba. Regresó y nos contó de nuevo. Luego confirmó que estábamos completos. “Si alguien sale sin nuestra autorización, le empezamos a contar 30 días otra vez”, dijo un agente policial. “Ustedes ya están a solo unas horas, no se arriesguen”, agregó. Así estamos desde el sábado. Nos reímos por lo vacía que suena la promesa a estas alturas y regresamos a lo que nos ocupaba.

Hemos ensayado, con la de hoy, cuatro últimas cenas. Desde que el primer grupo se fue, los que quedamos en este pasillo no hemos vuelto más cercanos, con el mismo afán de darnos ánimo en esta agridulce espera. La promesa de que “mañana se van” ya no representa ningún consuelo, aunque sea lo que más deseamos. Estamos hartos, desesperados, impacientes. Nos sentimos impotentes. Hoy por hoy, nuestra única alegría ha sido la comida. Como premio de consolación, logramos que nos dejaran pedir comida a domicilio de un negocio local, para variar los frijoles, los huevos y el plátano que desde ya, con solo olerlo cuando llegan el desayuno y la cena, nos genera náuseas y agruras.

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