En la cadena del domingo 17 de mayo, Nayib Bukele volvió a recordar ese día. Acto seguido, sentenció desafiante: “nadie se opondrá entre Dios y su pueblo”.
El 1 de junio de 2019 es ese día, esa fecha histórica en la que Nayib Armando Bukele Ortez fue juramentado como presidente de la República de El Salvador. Desde entonces, el mandatario —parece— asumió un proyecto ultraterreno, envistiéndose como el mesías-millennial de los salvadoreños no iniciados: los misterios y los designios de la providencia divina —actual y futura— para El Salvador, se hallan traducidos en su Twitter y su Facebook.
En nuestra política, lo divino y lo terrenal se solapan. El discurso mediático de Bukele explota sin medida los Dios quiera, Dios permita, Dios nos guarde, Dios nos guíe, Dios nos salve o Dios nos castigue. Bukele sabe, le habla a un país en el cual un 80% de la población es creyente. Los discursos de las cadenas nacionales y las publicaciones de sus redes, dejan entrever que su estrategia se ha basado en infundir el miedo para sustentar su régimen autocrático, el control militarizado de la crisis y evitar la rendición cuentas. Como ejemplo, basta recordar que en la última cadena nos invitó a “cerrar los ojos”, con el fin de que imaginásemos a nuestros seres más queridos “ahogándose fuera de un hospital”. Dios, como palabra potente, aparece para cerrar con broche de oro el ejercicio: “Dios nos está dando esta oportunidad de volver en el tiempo a esta cadena nacional, antes de que pase todo eso”.
En la Constitución de El Salvador de 1983 se establece: a) que la persona humana es el inicio y el fin de la actividad del Estado (art. 1), b) que no podrán establecerse restricciones basadas en diferencias de religión (art. 3) y c) el libre ejercicio de todas las religiones y que ningún acto religioso servirá para determinar el estado civil de las personas (art. 25). En la sentencia 3-2008 del 22 de mayo de 2013 —donde se registra la llamativa frase “laicidad por silencio”— la Sala de lo Constitucional detalla: “a pesar de la falta de una disposición constitucional que prescriba expresamente que el estado no tiene religión oficial […], se advierte la consagración del principio de laicismo o de laicidad, entendido como principio de no confesionalidad del Estado. …Es un deber de las instituciones del Estado mostrarse neutrales frente a credos o ideologías”.
Hace un año, el académico Héctor Samour advertía sobre las consecuencias del debilitamiento de las instituciones religiosas como factor de cohesión social. Este fenómeno genera una profunda insatisfacción y, a la vez, alienta la búsqueda por otras alternativas o experiencias de lo religioso. Según el investigador dominicano Marcos Villamán (2002), esta “vuelta a lo sagrado” se relaciona con la aparente incapacidad del razonamiento científico-técnico de responder a las cuestiones existenciales más apremiantes del “sentido de la vida” y a las fallidas promesas de salvación intrahistórica trazadas por la modernidad. Las poblaciones necesitadas, las que ansían experimentar la religiosidad, pueden ser presas fáciles de movimientos y líderes pseudoreligiosos que exploten el espectáculo, el culto a la personalidad, los mitos mesiánicos-políticos y la violencia del fanatismo.
El presidente Bukele, con su discurso pseudoreligioso, socava el principio de laicidad del Estado salvadoreño y, al explotar el temor y la sed de religiosidad de las mayorías —usando con descaro el chantaje emocional—, intimida y violenta con el fin de operar sin ser controlado.
El proceder del presidente también socava la práctica de la ética civil. Entendida como un modo específico de vivir y formular la moral en el marco de una sociedad secular y pluralista. Marciano Vidal (1984), profesor emérito de Teología Moral, señala que la ética civil no puede existir si no se concretan tres rasgos: 1) la no confesionalidad de la vida social, 2) el pluralismo de proyectos humanos y 3) la posibilidad teórica y práctica de la ética no religiosa.
Como salvadoreños debemos de vigilar las acciones del presidente. Él no es un mesías, no es un dios, no es un rey, no es un iluminado y no está a cargo de un proyecto ultraterreno: gobierna teniendo los pies en la tierra, sometido a las leyes humanas, igual que todos nosotros. El presidente Bukele está obligado a rendirnos cuentas —¡es absurdo que esa petición le indigne!— y, en representación del organismo que dirige, debe informar respetando la laicidad del Estado para garantizar el cuido de la ética civil.