En cuarentena, en casa, sin posibilidad de visitar los ríos y quebradas a los que acostumbro ir regularmente trabajando en el Proyecto de Recuperación de Ríos en Entornos Urbanos, sueño con mundos diferentes, mundos en los que la naturaleza, poco a poco, reclama espacios que durante años le hemos estado arrancando. Observo a los pájaros volar de otra forma y cantar de mil maneras que antes no escuchaba, como jugando; me acaricia el viento cada tarde, observo a las hojas de los árboles acariciándose entre ellas, escucho la lluvia caer. Observo cielos despejados y nubes limpias, respiro otro aire.
Me alegra que desde los círculos académicos y de organismos internacionales dedicados a temas medioambientales, el discurso ha pasado de considerar a la naturaleza como “proveedora de servicios ecosistémicos”, adjudicándole preponderancia a su valor monetario, a una visión sistémica en la que la naturaleza contribuye al bienestar material y no-material humano.
La crisis sanitaria ha afectado distintos aspectos de la vida a nivel mundial, sobre todo lo relacionado con la economía. Pero si al menos ha habido algún beneficio, ese ha sido para el medioambiente. El encierro que a los humanos nos agobia podría haberse traducido en menos contaminación atmosférica, aguas más limpias y cielos más claros.
Es en medio de este sopor de tardes de verano y de noches de invierno recién llegado, inusualmente tranquilas, que he dibujado mis sueños. Sueños de una naturaleza que, ante la ausencia de humanos, comienza a recuperar espacios en las ciudades. Sueños de mundos híbridos, quizá extremos, pero probablemente más cerca de lo que nos imaginamos. Sueños que me animan a pensar que tal vez, luego de este tiempo inusual, seamos capaces de cohabitar armoniosamente con todos los seres de este planeta.
Quiero creer que al salir nuevamente de nuestras casas lo haremos con la convicción de que la vida pública debe transformarse, que debemos ver al espacio público, a las calles, las aceras, las plazas, como espacios de reconstrucción del tejido social fragmentado, nunca más alejado de la naturaleza. No deseo que continuemos siendo esa especie egoísta y ciega que hasta ahora hemos sido. Egoísmo y ceguera que nos ha conducido a creer, con más fuerza en los últimos cuarenta años, que no existen límites a nuestro crecimiento, aunque la evidencia muestra lo contrario como nos lo advirtieran el Club de Roma y MIT en su estudio titulado, justamente así, Los Límites del Crecimiento.
Por el momento, ante la pandemia, nos protegemos de nosotros mismos. La naturaleza, sin embargo, sigue su curso, incluso más libre sin nosotros. La vida siempre prevalece y seguirá manifestándose de formas infinitas. Que este tiempo de tribulaciones nos enseñe a convivir armoniosamente con este planeta y a hacer reflexiones profundas sobre nuevos mundos posibles: más solidarios, menos egoístas; más equilibrados, menos autocráticos; más sostenibles, menos consumistas.