El Gobierno nos está disciplinando a que diariamente nos tomemos una dosis de simplismo, tozudez y autoritarismo para enfrentar la pandemia. Desde el 17 de mayo que nos desayunamos el Decreto Ejecutivo 18, que prolongaba la cuarentena domiciliar por 30 días más, los días transcurridos nos han mostrado una incontenible cascada de maniobras políticas del Ejecutivo. Estas muestran que ahora el problema no es la pandemia, sino la disputa del poder político y que aquella es solo una excusa. El acelerado ritmo en que las maniobras se suceden es sorprendente y pone al país en el limbo de su existencia económica, a la institucionalidad democrática en alto cuestionamiento y a la mayoría de la población en el limbo de la subsistencia y de la existencia de su vida.
El Decreto Ejecutivo número 26 en la rama de Salud, que mantiene la cuarentena hasta el 6 de junio y la última propuesta de nueva Ley de Emergencia presentada ante la Asamblea Legislativa, son el resultado de un intenso pulso político que no tiene como centro la solución del problema de la cuarentena y la reactivación económica. Los cambios de contenidos de esos cuerpos normativos reflejan vaivenes de razonamientos que solo evidencian obstinación, simplismo y autoritarismo.
El Ejecutivo argumenta que la nueva propuesta incorpora como eje central los contenidos de la Ley Especial Transitoria para la Atención Integral de la Salud y la Reanudación de Labores en el marco de la pandemia por covid-19, aprobada por la Asamblea Legislativa el 18 de mayo. Su empecinamiento en tomarse el máximo de tiempo permisible para vetar dicha ley solamente tiene explicación en las artimañas políticas que posteriormente mostró: los intentos de generar división en el seno de los que considera sus enemigos. El desconocimiento de Javier Simán como presidente de la ANEP y sus reuniones con grandes empresarios; la promoción de protestas y exigencias de enfermeras y médicos en apoyo al Ejecutivo y en contra del Colegio Médico; la negociación con los alcaldes de mayor peso dentro de Arena; la movilización de sindicalistas y de grupos de choque favorables al Gobierno, son evidencia de ello y de que el eje y el foco de su estrategia ha cambiado.
La confrontación ha llegado a tal nivel que hasta anunció su propósito de demandar a los otros órganos del Estado salvadoreño ante organismos internacionales.
La experiencia por la que han transitado otros países les permite ahora explicar cómo es posible tratar la enfermedad. Ese aprendizaje ha permitido que varios países cambien su estrategia de afrontamiento de la pandemia. La han variado de la lógica simple de solo evitar el contagio a la lógica de tratamiento de los contagiados (sintomáticos y asintomáticos). Esto también les ha permitido modificar la estrategia de evitar el contagio mediante la cuarentena de los no enfermos, a diversas modalidades de cuarentena de los enfermos, basados en su tratamiento o, lo que según entiendo son, diferentes niveles de atención sanitaria. Estas nuevas estrategias disminuyen, a su vez, la presión -hasta el colapso- sobre sus sistemas de salud. Pese a la letalidad causada por el virus, países como Italia, España, Japón, Noruega, Suecia, entre otros, están desarrollando tratamiento ambulatorio controlado en su estrategia de manejo de la pandemia. Estos países están aprendiendo a coexistir con la covid-19 para encontrar las maneras de derrotarlo. Están aprendiendo a superar el pánico impuesto por el desconocimiento inicial.
En El Salvador, en cambio, la estrategia del Gobierno ha estado montada en el pánico a un “enemigo diminuto e invisible”, del cual no se conoce su naturaleza, sino solo algunos síntomas comunes y su efecto pandémico a escala mundial. Ni los científicos, menos aún los no científicos, tienen a estas alturas un conocimiento certero de la naturaleza del virus, ni de todos los efectos que produce mientras actúa en el organismo humano. A mediados de marzo, el Gobierno estableció medidas de salud pública que terminaron en estrategias de contención innecesariamente extremas, fundamentadas en desconocimiento, pánico y una idea de autocapacidad. Tal es el caso de las cuarentenas de 30 días para los sospechosos de estar contagiados del virus, que para castigo de rebeldía de muchos, se acerca los 60 días. Es a partir de esto, y su sostén en las leyes emitidas por la Asamblea Legislativa y en Decretos Ejecutivos, que se ha impuesto la lógica de poner en cuarentena indefinida –o en confinamiento– a los no enfermos, fundamentándola en el principio ético de “salvar vidas”. Pero este principio es una abstracción y ha resultado en falsedad total al disfrazase con el dilema entre salvar vidas de la enfermedad y conservar esas vidas, garantizando su subsistencia alimentaria y económica.
El pulso político del Ejecutivo ha demostrado ahora que su interés no estaba en salvar vidas, sino en mantener un control político y territorial de la población, llevando al límite la resistencia de las capacidades de subsistencia de los sectores socioeconómicamente más vulnerables y, así, movilizar sus propias fuerzas políticas y surgir como salvadores entregando paquetes alimenticios y otro tipo de dádivas. Un juego político con olor y sabor a elecciones.
Ya no es posible sostener tercamente la lógica simple de que salvar vidas es sinónimo de estar encerrados. El presidente y su gabinete lo están aceptando a regañadientes con las negociaciones con los grandes empresarios, y con sus últimas propuestas de reactivación económica y de nueva Ley de Emergencia. Sin embargo, no les interesa sacar de la ignorancia a nadie. Por el contrario, en sus mensajes a la nación y en conferencias de prensa, se empecinan en mantener vivo el pánico, el odio, el miedo y la violencia como mecanismo disciplinario político.
El Gobierno prefiere desdeñar el avance científico logrado por otros países y hacer uso antojadizo de datos estadísticos, sin considerar las particularidades de cada país, como los datos presentados sobre las pruebas en Costa Rica, o sin analizar con seriedad las medidas de afrontamiento de Suecia que fueron elogiadas por la OMS como un modelo de afrontamiento de covid-19. A ello suma el uso, útil para sus propósitos, de la simpleza de razonamiento de que quien no esté de acuerdo con él está en contra de la vida del pueblo. En ello fundamenta su populismo y autoritarismo. Esa ignorancia ha llevado ya, con fuerza inusitada, a los grupos sociales más vulnerables al dilema entre “morir por la covid-19 o morir de hambre”. Y ese dilema no es falso. Por esa vía se ha generado la represión social y económica sobre estos grupos y se están creando las condiciones para estallidos sociales. Lo diabólico de esto es que, pese a la tozudez, populismo y autoritarismo del presidente que nos está conduciendo a ese dilema, pretende que aceptemos la falsa ilusión de que todo va bien y, por tanto, que le debemos agradecimiento.
La realidad, aunque no “piensa”, es más testaruda y está generando la reacción organizada de varios actores sociales que comienzan a mostrar sus iniciativas de reactivación como fuerzas económicas y sociales. Ejemplo de ello son los trabajadores por cuenta propia que están dejando sus banderas blancas en señal de hambre. Otros, incluso están preparando sus propuestas de reactivación económica, como lo declaró Pedro Julio Hernández, Coordinador Nacional de Vendedores del sector informal, en un programa de debate televisivo, sobre una mesa de reactivación económica que impulsarían a partir del martes 26 de mayo, en coordinación con el alcalde de San Salvador.
El presidente puede estar a las puertas de perder el control absoluto del manejo de la emergencia ante la pandemia y, subjetivamente, lo demuestra en sus conferencias de prensa. Ello no significa necesariamente que sus fuerzas políticas se han debilitado. Bukele mantiene “una cuerda locura” y sus capacidades de maniobra política no están agotadas. Todavía tenemos camino largo que transitar y todo aún no está dicho. Hay mucho por ver todavía.