Nayib Bukele y su equipo se inventaron durante la cuarentena un nuevo género de entretenimiento multimedia, principalmente televisivo, que, además de alcanzar altos picos de rating (hasta 75 de cada 100 hogares encuestados viéndolo en tv abierta), ha dejado a muchos salvadoreños coqueteando más con la categoría de espectadores que con la de ciudadanos: la cadena presidencial.
El tipo de comunicación no es nuevo. Mensajes de mandatarios tele o radio transmitidos los ha habido desde el siglo pasado. Algunos, como Mauricio Funes, incluso tuvieron programas donde jugaban a ponerle él mismo cascabel al gato que, luego, en un bullying cruel del destino, terminaron por ponerle a él. “Cascabel al gato” era como el expresidente llamaba a evidenciar corruptos.
Sin embargo, Nayib ha llevado este recurso comunicacional a una nueva frontera. Tomó un formato serio y encorbatado y lo vistió de espectáculo, lo maquilló. Ahora sus cadenas presidenciales incluyen expectación, altos ratings, utilería, vestuario, escenografía, protagonistas, antagonistas y discusiones de sobremesa en casa, oficina o redes sociales. Nada que envidiarle a la liberación de la nueva temporada de La casa de las flores.
Vía tuit –de qué otra forma si no– el funcionario suele anunciar la transmisión con pocas horas de anticipación. Desde ese momento, la población se reparte entre quienes lo maldicen porque no podrán ver Los Simpson en Fox, quienes se perfuman emocionados para una cita de amor y quienes, simplemente, se masajean los dedos pensando en los 280 caracteres que escribirán más noche. Pasa como a inicios del milenio, cuando, con poca cobertura de cable y sin Netflix, Canal 6 anunciaba Titanic. La diferencia ahora es el tipo de barco que vemos hundirse frente a nosotros.
Llegado el momento –quince minutos después de lo anunciado– la audiencia es de película. ¿Recuerdan la primera cadena aquel fatídico 11 de marzo cuando, pasadas las 4 de la tarde, Nayib anunció el cierre de fronteras y escuelas? Esa franja horaria totalizó 75.5 puntos de rating hogar*. ¿Qué significa esa cifra? Que, si sumamos los hogares encuestados que sintonizaron la cadena en Canal 4, más los del 6, más los del 33, y así los de todas las señales abiertas, en 75 de cada 100 casas consultadas estaban viendo al presidente. Tal porcentaje, así compilado, es una barbaridad. Supera, por ejemplo, al programa más visto de 2019, un partido El Salvador-Jamaica del 23 de marzo, por Canal 4 (43.2); o incluso a la masivamente vista gala final de Bailando por un sueño, en junio de 2008 (58 puntos de rating). Es decir, aún sin incluir la audiencia radial y digital, la primera cadena de Nayib por covid-19 tuvo más alcance que la conductora Luciana Sandoval autorizando “¡Música, maestro!”.
¿Cuál es el secreto del éxito? Primero, claro, el impacto en nuestras vidas de lo anunciado: no todos los años una pandemia nos roba el mes de abril, y el de mayo y el de junio. Sin embargo, si solo bastara con el tema, las decisiones importantes que el expresidente Sánchez Cerén comunicaba en cadena no hubieran sido esa Diazepam que acostumbraban ser. La clave, entonces, pasa por otro filtro: la espectacularización del formato.
Las cadenas de Bukele se han convertido en una producción televisiva mixta. Una rara mezcla entre talk show y una serie tragicómica. El primero porque, casi siempre, es un monólogo. Y el segundo, porque construye una trama en medio de situaciones serias, trascendentales, que, a la larga, desembocan en memes, risas, miedos y angustias.
La narrativa inicia con un planteamiento, a menudo aterrador. Luego desarrolla el nudo del conflicto en el que el protagonista –el presidente– lucha por el amor del pueblo ante los antagonistas (diputados, ANEP, oenegés de derechos humanos). Finalmente, llega el desenlace, resuelto con la moraleja “saldremos adelante con la guía de Dios y yo como instrumento”. A ese relato siempre le agrega personajes secundarios, como los ministros, y frases recurrentes del tipo “no me han dado ni un solo centavo partido por la mitad”. Diálogos clichés que recuerdan a El Chavo: todos sabemos de memoria qué dirá doña Florinda después de cachetear a don Ramón, pero aun así lo esperamos.
Luego, el mensaje presidencial lo revisten con trajes e iluminación. Su aparición ante cámaras es la de un ser supremo que entra y se acomoda ante una mesa enorme llena de súbditos. Un monarca que no lleva corona, sino gorra; de estilo fresco, pero con ropa fina, de esas con jinete y caballo bordado en el pecho. En el set, además, siempre hay laptops, tabletas y celulares. Nada al azar, todo con alevosía.
Cuando la cadena acaba, se activan los despueses. Apagada la tele o cerrada la aplicación del celular, la estela del mensaje perdura en casa y, sobre todo, en redes sociales. Twitter se alborota. Los memes se disparan. Es igual que cuando, tras el capítulo final de una serie, sentimos la necesidad de comentarlo con alguien. ¿Merecía Sheldon ese final en The Big Bang Theory? ¿De verdad murió Walter White en Breaking Bad? ¿En serio se acabó la cuarentena?
De esta forma, el Gobierno consigue su objetivo preelectoral: nos mantiene pegados a las pantallas para oír cómo, durante hora y media –al menos–, el líder guiado por Dios nos salva de monstruos legislativos y virus mundiales. Mientras, muchos de nosotros, caemos hipnotizados por la pirotécnica. Nos concentramos en discutir si era un holograma desde Miami o no, si regañó al bicho de las gráficas o si la estatua celeste de pechos grande merece vivir. Y aunque el humor es medicinal –creo en él como resistencia al poder– nos fijamos tanto en la bisutería que no todos miramos la esencia: la información que obvió, los planes que no dio, los datos que torció.
Sí, Nayib se inventó un nuevo género televisivo y hasta multimedia. Pero, al mismo tiempo, muchos de nosotros, cegados por los reflectores, la trama y los gags, nos olvidamos de ser también ciudadanos y terminamos convertidos en simples espectadores de un programa que antes era una fría cadena y hoy un candente espectáculo. Y esas quizás sean buenas noticias para los ratings, para el marketing electoral, para él; pero muy malas para la democracia.
Que Dios bendiga al pueblo salvadoreño.
*Datos de Rivera Media proporcionados por fuentes televisivas. Aunque hay recelo en algunas empresas y productores sobre la metodología de esta compañía, son los estudios más usados en la industria.