Columnas / Desigualdad

El virus se encuentra con el racismo

En todo el país, ciudadanos que llevaban tres meses en cuarentena salieron a las calles para protestar por el asesinato de hombres y mujeres negros. Al hacerlo, se toparon con una muestra de fuerza sin precedentes.

Viernes, 19 de junio de 2020
Victoria Sanford

Más de cien días después de que se registrara el primer caso de covid-19 en Nueva York, la ciudad intenta poco a poco reabrir a la nueva normalidad en medio de una creciente protesta, encendida desde que el oficial de la policía de Minneapolis, Derek Chauvin, asesinó a George Floyd al presionar con fuerza su rodilla contra su cuello por cerca de nueve minutos, generando protestas mundiales en favor de la justicia racial.

Más de 22 000 neoyorquinos han fallecido por el nuevo coronavirus, muchos de los cuales tenían vínculos familiares o personales con mis estudiantes del Bronx, quienes viven en el sitio de mayor concentración de pobreza urbana en los Estados Unidos y que son, en su mayoría, “trabajadores esenciales”, lo que significa que siguen trabajando a pesar de recibir una compensación inadecuada bajo condiciones peligrosas.

La pandemia de covid-19 ha dejado al descubierto la desigualdad estructural de ingreso, educación, seguridad laboral, vivienda y acceso a servicios de salud. Durante los primeros días de confinamiento, con la intención de controlar el virus, personas con recursos acumularon alimentos y medicinas, provocando escasez de equipo de protección personal, tanto para los trabajadores de la salud como para los ciudadanos.

Los trabajadores de la salud de Nueva York se vieron forzados a recurrir al uso de bolsas de basura porque no tenían acceso al equipo de protección. Mientras tanto, los casos de covid-19 se incrementaron dramáticamente, los hospitales se saturaron y hasta 800 personas murieron en un solo día. Incluso ahora, a medida que empieza la reapertura, continúan las muertes; el martes 16 de junio, se reportaron 17 muertes en New York. Pero a nivel nacional, en la última semana el número de muertes ha ascendido a 119 000 muertos y 2.21 millones de casos. La pandemia no ha terminado y el virus ahora también se esparce en las áreas rurales.

Para apoyar a nuestros trabajadores de la salud y a todos los trabajadores esenciales, los habitantes de Nueva York iniciaron el 27 de marzo un ritual a las 7:00 p. m. para aplaudir y golpear ollas en solidaridad. El 3 de junio, siete minutos después del ritual de las 7, los celulares alertaron a los neoyorquinos de un toque de queda obligatorio a partir de las 8:00 p.m.

Supremacistas blancos viajaron desde Virginia, Minnesota, Wisconsin, Texas y Georgia para provocar la violencia, romper los escaparates, saquear y destruir mi bella ciudad. Entre las primeras 786 personas arrestadas en Nueva York por saqueos y violencia, 1 de cada 7 provenían de un lugar fuera del área. Estos saqueos y violencia en conjunción con las amenazas del presidente Trump de enviar tropas del Ejército provocó el establecimiento de un toque de queda en la ciudad por primera vez desde la década de 1940 (una realizada in 1943 cuando policías blancos mataron a tiros a un soldado negro generando molestia civil en Harlem).

Sin dejarse intimidar por el toque de queda, los vehículos blindados o la violencia policiaca, los manifestantes pacíficos aumentaron cada día, de la misma forma en que lo hizo la brutalidad policíaca. Manifestantes y reporteros fueron rociados con sustancias químicas, recibieron descargas de pistolas eléctricas, fueron aporreados con garrotes, les dispararon balas de goma y granadas aturdidoras, sin consideración de su edad o género.

La covid-19 también golpea más a la población de color. Por esto, los trabajadores de la salud se unieron a las protestas en la ciudad de Nueva York y del todo el país. La revista Scientific American informó que la tasa de mortalidad para afroamericanos es 2.4 veces la tasa para norteamericanos blancos. En una expresión de racismo alucinante, un senador blanco de Louisiana sugirió que la tasa de mortalidad se debía a diferencias genéticas propias de la gente negra. De lo que sí es consecuencia esa alta tasa de contagio entre afroamericanos es de la desigualdad histórica y de la injusticia estructural: la falta de acceso a servicios de salud y a comida nutritiva, el hambre, los niveles por debajo de la norma de viviendas atestadas en áreas altamente contaminadas; el estrés diario producto de la discriminación… por nombrar algunas causas.

La mediana de riqueza acumulada de una familia blanca es de $149 703­ -más de once veces la mediana de los $13 024 de ingresos de las familias negras-. Se necesitaría que 11.5 familias de color juntaran sus ingresos netos para completar la mediana de la riqueza de una familia blanca. Las desigualdades en bienes son generacionales, porque la riqueza pasa de una generación a la otra mediante la herencia y la riqueza familiar de los blancos otorga a sus hijos una ventaja desde que nacen.

De la misma manera en que aprendimos el nuevo vocabulario del equipo de protección personal, del distanciamiento social y de la carga viral de la pandemia, también nos tocó aprender el nuevo vocabulario de la brutalidad policiaca.

En la primera noche del toque de queda, en el Bronx, la policía usó una táctica conocida como kettling, en la que policías armados se aproximan en todas direcciones para encerrar a los manifestantes, dejándolos sin salida a medida que se hallan a merced de los garrotes. En Washington, helicópteros de la Guardia Nacional volaron a baja altitud, un maniobra conocida como “presencia persistente” lanzándose hacia abajo con ráfagas de aire y sus aspas quebrando las ramas de los árboles y violentamente dispersando a manifestantes pacíficos.

Los manifestantes pacíficos organizaban visores en bicicletas que seguían el rastro de los movimientos de la Policía de NY identificando calles seguras por las cuales huir. Las redes sociales se saturaron con imágenes de la brutalidad policiaca en contra de manifestantes pacíficos y casi de inmediato se convirtieron en el tema de conversación de personas de todas las edades que estaban en cuarentena en sus casas. El intento de Trump por invadir su propio país ha sido visto en vivo en las redes sociales y ha captado la atención de todos nuestros hijos.

La pandemia vació las calles de Nueva York, convirtiendo cada calle en una plaza abierta para las manifestaciones. En todo el país, ciudadanos que llevaban tres meses en cuarentena en sus hogares salieron a las calles para protestar por el asesinato de hombres y mujeres negros. Al hacerlo, se toparon con una muestra de fuerza sin precedentes.

En Estados Unidos no existe un registro nacional de brutalidad o violencia policiaca. El criminólogo Phil Stinson ha registrado unos 10 000 casos de individuos asesinados por la policía en todo el país durante la última década; apenas se han registrado cinco sentencias de culpabilidad contra la Policía en este mismo período. Su conclusión es que la Policía no persigue los crímenes cometidos por la Policía. Esto no es “inmunidad de persecución”, sino impunidad: la violación de la ley por aquellos cuya responsabilidad es velar por ella.

En todo 2019, solo hubo 27 días en los que la Policía no mató a algún civil. En promedio, la Policía mata a uno de cada mil hombres negros. La muerte a manos de las autoridades policiales está entre las principales causas de muerte de hombres jóvenes negros, según un estudio realizado por Cornell William Brooks, expresidente de la Asociación Nacional para el Progreso de las Poblaciones de Color (NAACP).

En última instancia, la consigna Black Lives Matter no es sobre la política, sino sobre la moralidad y sus símbolos. Se han llevado a cabo manifestaciones en 50 estados y en 18 países. Se retiraron estatuas de un soldado confederado, un marinero y un general en Alabama y Virginia. En Tennessee se demolió la estatua de un senador racista y en Filadelfia los manifestantes hicieron lo mismo con la estatua de un alcalde racista. En la Ciudad de Fredericksburg, Virginia, se demolió un bloque utilizado para remate de esclavos de una esquina del centro de la ciudad. Como lo dijo el reverendo Al Sharpton en su panegírico del sr. Floyd, los nietos de dueños de esclavos tiraron y arrojaron una estatua del sigo XVII de un comerciante de esclavos al Puerto de Bristol, en Inglaterra.

La alcaldesa de Washington DC mandó a pintar la consigna en letras amarillas gigantes en una calle con dirección a la Casa Blanca y cambió de nombre la plaza en la que Trump ordenó instalarse a las tropas para enfrentar a los ciudadanos que se manifestaban pacíficamente. Ahora se llama Plaza Black Lives Matter. Ahora se denominan a los presupuestos de la Ciudad “documentos éticos” debido a que los alcaldes y concejos de la ciudad votan para retirar fondos de o restructurar los departamentos de Policía en favor de dar recursos a sus comunidades y escuelas.

La desigualdad solo terminará con una distribución más equitativa de riqueza y poder.

En Nueva York, cien mil niños carecen de hogar y 1 de cada 4 vive al borde de la hambruna. En las escuelas públicas, donde se contabilizan 1.1 millones de niños solo hay 565 consejeros estudiantiles para atenderlos, versus los 5 000 policías que vigilan a los estudiantes. La reestructuración sacará a la Policía de las escuelas, dotará de fondos a los programas comunitarios y permitirá que todos nuestros niños tengan acceso a asesorías.

La pandemia y las manifestaciones han evidenciado todavía más las divisiones en Estados Unidos y la injusticia racial que subyace la desigualdad en todas las esferas de la vida. Trump y su Procurador General, William Barr, siguen declarando la autoridad unilateral del poder presidencial para ordenar que las tropas ocupen su propio país. En cualquier otra parte del mundo, esto sería un intento de golpe de Estado.

Uno de los pilares de la democracia es el control que ejercen los civiles sobre el Ejército, basado en la división estructural entre los gobiernos civiles y el Ejército, con el fin de evitar dictaduras militares. Pero ¿cómo entender a los oficiales electos y sus subordinados que desean establecer un régimen autoritario respaldado por el ejército?

Barr intentó crear milicias propias en Washington DC, presuntamente con agentes de inmigración, del sistema penitenciario y de los servicios forestales. Ninguna portaba una insignia o dato alguno que lo identificara. Es más, estos hombres no identificados, fuertemente armados, se rehusaron a responder a los reporteros cuando les pidieron que se identificaran o que al menos dijeran a qué departamento pertenecían, mientras se tomaban monumentos nacionales y diversas áreas alrededor de la Casa Blanca. Fue algo muy similar a los autogolpes de estado del presidente Alberto Fujimori en Perú, en 1992, y del presidente Jorge Serrano en Guatemala, en 1993. Ambos usaron la fuerza militar para desarticular el mandato constitucional y concentrar el poder en sus manos.

El pasado 5 de junio, 89 exfuncionarios del Departamento de la Defensa de los Estados Unidos publicaron una carta denunciando el abuso del poder del presidente Trump y afirmaron inequívocamente que: “El Ejército jamás debe ser usado para violar los derechos constitucionales”. Dos días antes, el exSecretario de la Defensa, Jim Mattis, enfrentó al presidente en una declaración pública denunciando los llamados de Trump al Ejército para “dominar” las ciudades estadounidenses a las que él consideraba “espacios de batalla”. Además, elogió “la exigencia sana y unificadora” de los manifestantes que solicitaban “Justicia igual ante la ley”.

Después del ataque ordenado por Trump contra manifestantes pacíficos frente a la Casa Blanca, para luego tomarse una foto sosteniendo una Biblia, el jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas, el general Mark Milley, escribió a mano un memorándum a las tropas estadounidenses recordándoles que su “juramento es defender la Constitución y al pueblo norteamericano”. El miércoles 3 de junio, el Secretario del Departamento de Defensa, Mark Esper, anunció su oposición al deseo de Trump de mandar a las tropas estadounidenses contra los manifestantes. Tanto Milley como Esper acompañaron a Trump para la toma de la foto frente a la iglesia, pero todo indica que no quieren estar del lado equivocado de la historia.

Uniéndose a esta oposición a la intervención militar contra ciudadanos estadounidenses, el ahora retirado general de cuatro estrellas y anterior Secretario de Estado, el republicano Colin Powell, dijo a CNN: “El país sabe quién es Trump, no vamos a aguantarlo más tiempo” y afirmaba su voto para Joe Biden en noviembre.

Más de 650 diplomáticos y oficiales del Ejército han firmado una carta condenando el deseo de Trump de poner al Ejército en contra de sus propios ciudadanos. Cada uno de estos oficiales hizo un juramento para apoyar y defender la Constitución de Estados Unidos en el momento en que se unieron a los servicios militares y diplomáticos estadounidenses. No hicieron un juramento para defender los caprichos de un presidente asustado y autoritario que admira a dictadores desde Duterte en las Filipinas o Bolsonaro en Brasil hasta Putin en Rusia. Si este fuera cualquier otro país en el mundo, diríamos que estos diplomáticos y oficiales militares evitaron un golpe de Estado.

Este es nuestro país, nuestro mundo. Les estamos dando a nuestros hijos un mundo de enfrentamientos y desigualdad. Le mandé a mi familia la declaración de lealtad a la Constitución del secretario Mattis. Uno de ellos respondió pidiéndome que dejara de enviar mensajes con “asuntos políticos”: “Te quiero, pero… me estoy tomando un descanso de las noticias y las redes sociales”. Muchos de mis amigos han tenido experiencias similares con parientes blancos que intentan aislarse de la realidad. Esta forma de silenciar es producto de la política de Trump que divide en lugar de unir a los ciudadanos, incluyendo a miembros de una familia que se aman. 

Al igual que Martin Luther King Jr, yo también creo que: “La verdad desarmada y el amor incondicional serán los que tengan la última palabra en la realidad. Nuestras vidas inician el día en el que dejemos de permanecer en silencio sobre las cosas relevantes”. El silencio blanco también es violencia.

Aquellos que se “están tomando un descanso” de las redes sociales y las noticias, porque no les gusta lo que muestra sobre el hombre que pusieron en la Casa Blanca, pueden alejarse. Su privilegio les otorga esta opción. Yo también quisiera tomar un descanso de todo, pero no veo otra opción fuera de este privilegio. No puedo respirar.

Tengo la esperanza de que en 2021 tendremos un nuevo gobierno que nos permita a todos respirar. Como lo dijo con elocuencia Martin Luther King Jr.: “Al final, recordaremos no las palabras de nuestros enemigos, sino el silencio de nuestros amigos”.

Victoria Sanford is professor of Anthropology and director of the Center for Human Rights and Peace Studies at Lehman College, City University of New York. She is the author of seven books including Buried Secrets: Truth and Human Rights in Guatemala (Palgrave Macmillan) and Violencia y Genocidio en Guatemala (FyG Editores).
Victoria Sanford is professor of Anthropology and director of the Center for Human Rights and Peace Studies at Lehman College, City University of New York. She is the author of seven books including Buried Secrets: Truth and Human Rights in Guatemala (Palgrave Macmillan) and Violencia y Genocidio en Guatemala (FyG Editores).

*Traducción por Nela Navarro y MónicaVilla.

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