En julio de este año deberíamos haber celebrado el festival literario Centroamérica Cuenta en Guatemala, pero la pandemia paralizó nuestros planes, como tantas otras cosas en el mundo. De modo que decidimos tomar provecho del tiempo muerto de los encierros, y de la imposibilidad de verse cara a cara, creando un foro de conversaciones constante, al menos tres sesiones a la semana, que hemos llamado Autores en cuarentena.
Empezamos en marzo y a estas alturas hemos tenido ya 35 encuentros con más de 60 participantes de unos 20 países, entre escritores, periodistas, académicos, editores, libreros y traductores, que han visto más de 700 mil personas; y el programa previsto para el resto del año es intenso. Una experiencia muy rica que nos señala que la naturaleza de los festivales literarios ha sufrido un cambio sustancial, y que, en adelante, tendremos formatos de participación en vivo, en línea y una combinación de ambos.
La semana pasada tuvimos una variante bastante inusual en estos diálogos, cuando compareció el presidente de Costa Rica, Carlos Alvarado Quesada, para conversar conmigo sobre literatura y política, y sobre su propia obra literaria, con la mediación del periodista Arturo Wallace de la BBC de Londres.
Se trata de un presidente que cuando ganó las elecciones en 2018 no fue sólo el más joven en la historia del país en alcanzar el cargo, con 38 años, sino que, además, tenía ya una carrera literaria en marcha, con tres novelas y un libro de cuentos publicados. Y cuando deje la presidencia al final del período de cuatro años para el cual fue electo, seguirá siendo un escritor joven, o un político joven, según su escogencia. Pero, en cualquier caso, podrá seguir creando.
Una de las cosas claves que dijo durante la conversación, de la que estuvieron pendientes 6 mil personas, es que para él la literatura y la política son formas de crear, aunque prefiere mantenerlos aparte como oficios: “ambas, la literatura y la política, son ejercicios creativos, transformadores, pero en frascos separados. A mí no me gusta necesariamente traslaparlos”.
La política como acción creativa, tal como él la explica, puede darse en un país como Costa Rica, donde la participación democrática se halla establecida de manera permanente, arraigada en las instituciones y en el espíritu de los ciudadanos. De manera que gobernar, según recuerda el presidente Alvarado, se convierte en un ejercicio constante de diálogo y transacción, de persuasión y búsqueda de consensos; es en eso que reside el carácter creativo de la política.
Del otro lado lo que queda es la imposición y el arbitrio, la falta de fiscalización de la acción pública y el ejercicio del poder desde la sombra, donde no se rinde cuentas y, por tanto, se engaña y se pasa sobre las leyes, o se compran las mayorías parlamentarias. No pocas veces se llega a confundir la artimaña del engaño y las formas de imponer la mano dura, con el talento político creativo. Pero es poca la inteligencia que se necesita para acumular poder en una sola mano, si faltan los escrúpulos, se reprime a los disidentes y se pone precio a las voluntades.
En la literatura se crean mentiras que deben ser creíbles. En la política se crean verdades que deben hacer creíble el oficio de gobernar. “Creo que la dimensión de la verdad y lo ficticio en la literatura tiene un componente y en la política la verdad tiene que ser la verdad”, ha dicho el presidente Alvarado. “Y creo que el espacio de ficción no debe existir ahí. Procuro por eso guardar mucho el ejercicio de la política en la política y de la literatura en la literatura”.
No es usual encontrarse a un presidente entregado a un diálogo literario, capaz de hablar de su formación como escritor, de sus lecturas de los primeros años en el oficio, y de sus escritores de cabecera, entre los que se cuentan Hemingway, Heinrich Böll, Günter Grass, Mario Vargas Llosa. En un tuit emitido al tiempo que se estaba dando el diálogo, el periodista salvadoreño Carlos Dada, fundador de El Faro, ha escrito con divertido asombro: “¿Un presidente centroamericano hablando cómodamente de literatura?: Sí, ahora mismo”.
Tampoco es usual que un presidente que viene de la literatura termine su período y entregue el mando a su sucesor. Escritores gobernantes ha habido pocos en América Latina, y se me viene el recuerdo de Rómulo Gallegos, presidente de Venezuela derrocado en 1948 por la casta militar, y el de Juan Bosch, presidente de la República Dominicana, derrocado en 1963, también por la casta militar. Ambos habían sido electos legítimamente y duraron los dos en el poder exactamente nueve meses.
La diferencia es que en Costa Rica no hay Ejército que le pueda dar un golpe de Estado a un presidente, porque las fuerzas armadas, para bien de los recursos dedicados a la educación y la salud, fueron abolidas en 1948 tras la revolución que encabezó José Figueres. Y para bien de la democracia.
Es una democracia, bajo la presidencia de este escritor que ahora ocupa todo su tiempo en los asuntos de gobierno, la que ha hecho frente con éxito relevante a la pandemia. Costa Rica y Uruguay, ambos países ejemplo de alternancia democrática, son los que mejor han enfrentado la emergencia sanitaria del virus.
Cuando le propuse hace algunas semanas al presidente Alvarado este diálogo, algunos de sus asesores le aconsejaron que no se vería bien que, en tiempo de crisis, él apareciera hablando de literatura. Pero pensó que valía la pena. “Pensé que en estos tiempos en el que estamos muy ocupados haciendo muchas cosas, la literatura y el arte son muy importantes…son momentos difíciles ciertamente, pero hay que defender esa comarca que es la literatura que lleva consuelo, bienestar, imaginación, vitalidad a tantas personas en un momento como la cuarentena”.
San Isidro de la Cruz Verde, junio 2020