Muchos historiadores han registrado los intentos de la humanidad por alcanzar la inmortalidad en los últimos siglos. Uno de los esfuerzos más recientes proviene del famoso gerontólogo Aubrey De Grey, quien desde 2005 ha propuesto e intentado desarrollar una estrategia de recuperación de tejido humano para prolongar el envejecimiento de manera indefinida. Aunque la inmortalidad parece lejos de alcanzarse en el corto plazo bajo las circunstancias actuales, el mundo ha aumentado los niveles de esperanza de vida con el arribo de todos los nacidos durante las últimas décadas, y así continuará haciéndolo hacia final de siglo. Todo esto ha sucedido, en parte, gracias al desarrollo tecnológico y a los avances en vacunación de los últimos años. Y durante este tiempo la humanidad también ha batallado contra enfermedades consideradas mortales en su momento.
Gran parte del mundo se ha detenido a causa de un nuevo virus y con ello se han pausado, momentáneamente, conversaciones pertenecientes a la agenda de la humanidad. Ningún país estaba preparado para afrontar la necesidad de paralizar la economía, declarar el encierro repentino y aislado como medida de prevención y, más recientemente, reactivar la economía sin descuidar la protección de la salud. El Salvador no fue la excepción. Y ante la necesidad de asumir que la vida económica y social continúan a pesar del virus, el país posee la oportunidad de impactar positivamente en sus generaciones presente y futura.
El país que encontró el virus era uno ya lleno de privaciones socioeconómicas para las familias salvadoreñas. En El Salvador, más de 544 000 hogares -donde residen más de 2.1 millones de personas- son pobres multidimensionales; más de 1.3 millones de hogares registra al menos una persona sin acceso a seguridad social y en 61 de cada 100 hogares habita al menos una persona en situación de subempleo e inestabilidad laboral, según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples 2019. La crisis por covid-19 no solamente visualizó aceleradamente estas carencias, sino que probablemente exacerbó las privaciones para aquellos salvadoreños que no pudieron continuar sus trabajos desde casa. Dentro de estas, la necesidad de garantizar el acceso al agua a todos los hogares ha tomado una especial relevancia. Resulta complicado lavarse las manos como medida de prevención de contagio si no se cuenta con un acceso regular al agua.
Los procesos de transformación humana y laboral que impactarán en nuestro futuro tampoco se han paralizado. La automatización, por ejemplo, lejos de estancarse, parece haberse acelerado mediante el desarrollo de procesos digitales y sistematizados que garantizan la implementación de protocolos sanitarios, además de cambios en los patrones de consumo. En abril de 2020, el McKinsey Global Institute calculó que cerca de 57 millones de empleos eran vulnerables al reactivarse la economía en Estados Unidos y 59 millones de trabajos adicionales lo eran en la Unión Europea, Suiza y el Reino Unido. Estos son trabajadores que podrían no encontrar sus plazas una vez la actividad económica se reanude. Para el caso de El Salvador, incluso antes de la covid-19, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) proyectaba que el 79 % de trabajadores salvadoreños poseía empleos en sectores de baja productividad y que el 67 % de ocupaciones en el país se encontraba en riesgo de ser automatizadas.
Transitar hacia un nuevo estado de normalidad pospandemia requiere implementar una agenda humana desde el presente y el futuro. En el presente resulta indiscutible utilizar la mejor cantidad de recursos para combatir la pandemia, pero también para asegurar la satisfacción de las necesidades básicas de las familias salvadoreñas, sin descuidar el estado de la salud mental dentro de los hogares. Por otro lado, el país no puede ignorar los efectos que nuestras decisiones económicas y sociales presentes marcarán en el futuro de las próximas generaciones, entre estos una recuperación lenta de los ingresos perdidos durante la crisis.
El Salvador pospandemia dependerá de las decisiones que tomemos en los próximos meses. Esto significa, en primer lugar, considerar los impactos futuros de la respuesta actual a la pandemia y, posteriormente, de la apertura económica. Desde un punto de vista proactivo, el país tiene la oportunidad de tomar decisiones que no solamente nos permitan adaptarnos al virus, sino también invertir en el recurso más importante que tiene este país ante la automatización: su gente. Bajo la perspectiva de un futuro cada vez más automatizado y precavido ante un nuevo virus, vale la pena cuestionarse dónde y en qué trabajará la futura fuerza laboral de este país: las niñas y niños de El Salvador. En este contexto, resulta irrenunciable continuar invirtiendo en el desarrollo de capacidades que garanticen, en el futuro, un empleo decente y competitivo que brinde prosperidad a las familias salvadoreñas.
La manera más rentable para lograr esto es a través de una agenda humana que priorice, como mínimo, la implementación de una política social con niveles de inversión efectivos en las distintas etapas de la vida. Y dentro de esta política, El Salvador debe impulsar intervenciones relacionadas al desarrollo infantil temprano, que no solamente permiten transformar de mejor manera los trayectos de vida, sino que proveen las mejores herramientas humanas para adaptarse a la época de la automatización. Uno de los ejemplos más claros es el caso de los países nórdicos, quienes no solamente invierten cerca del 1 % de su PIB en los primeros 3 años de vida, sino que también otorgan mejores licencias de maternidad y paternidad e implementan programas garantizan estimulación temprana para un desarrollo cerebral efectivo. En comparación, El Salvador invierte el 0.03% de su PIB.
Las medidas de cuarentena domiciliar han requerido que los padres y cuidadores asuman nuevos roles dentro de sus hogares, tanto para garantizar la salud de sus hijos, como para ser partícipes de los procesos de educación a distancia. Esto abre la oportunidad de reconocer formalmente el trabajo de cuido dentro de los hogares y ofrecer herramientas y programas para que la generación actual de niños reciba un servicio de calidad dentro de sus hogares, con programas y prácticas adecuadas. Ante la interrogante sobre cuánto durará un nuevo estado de normalidad, valdría más la pena preguntarse y decidir cómo obtendremos el mejor provecho de este. Hoy más que nunca, es primordial que la agenda humana de El Salvador pospandemia no deje a ninguna generación atrás.