Un equipo de diez personas ha adaptado sus vidas al protocolo para enterrar a víctimas directas y sospechosas de covid-19. Una rutina que repiten incansablemente las veces que sea necesario durante el día. En la imagen, el viernes 12 de junio, enterraron un cuerpo que fue trasladado desde el hospital Militar, en San Salvador. Fue su último protocolo del día, a las 5:00 p.m.
En el cementerio hay dos áreas restringidas: un canopi y una galera, forrados manualmente con plástico. Aquí, los enterradores se colocan y se quitan los trajes de protección. Ese ejercicio puede repetirse hasta cuatro veces por día.
Bajo una galera comienza el protocolo. América Carpio, empleada de la gerencia del cementerio, da las instrucciones para la colocación del equipo a los trabajadores. La tarde del viernes 12 de junio, tras terminar su jornada, Aquilino (izquierda) se vistió para ir a su casa. Cuando se despidió, sus compañeros le jugaron una broma: le gritaron que su traje estaba listo para atender otro protocolo. Aquilino, crédulo por un momento, estaba ya listo para volver a ataviarse con el traje especial. Esa tarde, Aquilino había enterrado a una víctima de covid-19 que fue trasladada del hospital Militar.
El primer entierro con protocolo covid-19 en este cementerio se realizó el 30 de abril. “Ese día, todos los vecinos salieron a grabar. Se asustaron cuando nos vieron con los trajes. Ahora ya nadie se asombra”, dice un trabajador. En la imagen, uno de esos vecinos conversaba frente al portón principal del cementerio, mientras esperaban la llegada de otro cadáver que era trasladado desde el hospital de San Bartolo, en el municipio de Ilopango, el 11 de junio.
Saraí viaja todos los días desde el municipio de Nejapa. Junto a otra compañera, apoya en el registro de imágenes para el archivo del cementerio. Para cada protocolo, utiliza un traje celeste nivel 2, con el que se aproxima a unos diez metros de la fosa. Saraí también se encarga de la limpieza y el lavado de trajes. Los coloca en un barril con detergente y lejía durante 24 horas. Cada indumentaria la utilizan hasta tres veces.
En este grupo hay quienes tienen hasta 20 años de ser empleados municipales en espacios públicos. No imaginaron que las condiciones de trabajo iban a cambiar de forma tan drástica. La emergencia los obligó a capacitarse y a recibir orientación médica para seguir los procesos, y así cumplir el protocolo de forma correcta, para evitar los contagios. “Hay una persona que funge como monitor y tiene un papel en la mano donde está escrito el protocolo para quitarse el equipo de protocolo. Quizá ya lo hicimos 40 veces, pero si lo vamos a hacer 100 veces más, 100 veces más vamos a hacer el protocolo”, asegura Marco Servellón, jefe del equipo.
Para usar estos guantes de nitrilo (hule), los enterradores deben ponerse antes dos guantes de látex. Estos son siempre reutilizables después de reposar en detergente y lejía, tras finalizar cada jornada.
Los recesos se vuelven tensos y pesados durante el día. Los trabajadores del cementerio deben triangular llamadas con hospitales y familiares de las víctimas. Por la saturación de casos, el proceso en las morgues se demora. Esto conlleva hasta dos o tres horas de espera dentro del calor sofocante bajo los trajes.
En una tabla instalada en un cuarto improvisado, cada empleado tiene marcadas sus iniciales. Es una medida para no confundir sus equipos y para mantener un mejor control sanitario cada vez que ingresan a esta área, donde deben despojarse de sus trajes para iniciar con el proceso de desinfección tras cada entierro.
Después de tener contacto con el ataúd, cada uno debe desinfectarse a escasos metros de la fosa común. Son rociados con una mezcla de lejía y amonio. Este último es un químico que ha sido utilizado por años en la industria agrícola, y que la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos incluyó en la lista de desinfectantes más efectivos contra el covid-19.
Un espejo es herramienta esencial dentro del cuarto improvisado. Deben observar fijamente el reflejo para detectar y bajar el zíper. Esto evita agachar la cabeza y que la parte externa del traje haga contacto con el rostro.
Zapateras, guantes de látex y mascarillas van directo a la basura después de cada protocolo de entierro. Esta bolsa de desperdicios está en un área aislada para acumular todo lo que no se puede reutilizar.
En un rincón del cementerio y después de despojarse del equipo de protección, los enterradores tienen la obligación de bañarse. Algunos recuerdan haber hecho este paso hasta cuatro veces en un mismo día. “En mi casa también tengo que practicar el proceso de limpieza. Por el bien de mi familia, cada vez que llego, me baño afuera. Después de eso ya puedo entrar tranquilo”, dice Éver, uno de los más veteranos en el cementerio.
“Nuestro protocolo ha terminado. De nuestra parte, le damos las condolencias y, cuando esto acabe, ustedes podrán venir a visitar a su familia”, dijo Marco Servellón a una mujer que despedía a su familiar, sumergida en llanto y sola, el jueves 11 de junio.