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Entierros con protocolo covid-19 en tres municipios duplican la cifra oficial de muertes

Desde el inicio de la pandemia, Soyapango ha realizado 48 entierros con protocolo de covid-19; Santa Tecla, 17; y el alcalde de San Salvador informó de 104, para un total de 169 hasta el 12 de junio, en solo tres de los 262 municipios. Hasta el 12 de junio, el gobierno reportaba una cifra nacional de 68 fallecidos. El ministro de Salud explicó que hay un subregistro porque no alcanzan a realizar pruebas a todos los pacientes, y que se realizan sepelios con protocolo por la “alta sospecha”.


Sábado, 13 de junio de 2020
Nelson Rauda

La cantidad de entierros realizados bajo protocolo covid-19 en los municipios de Santa Tecla, Soyapango y San Salvador suma 169 hasta el 12 de junio, 100 más que la cifra total de fallecidos que reporta el Gobierno a la misma fecha en todo el país. El ministro de Salud, Francisco Alabí, explicó este 11 de junio que existe un subregistro debido a que el Gobierno salvadoreño no tiene la capacidad de hacer pruebas a todos los pacientes. O sea, hay gente que presentaba síntomas de la enfermedad y murió en los hospitales o en sus casas antes de que les practicaran la prueba. Por eso los entierran como si fueran casos positivos, aunque nunca llegará a saberse con certeza y las cifras oficiales nunca los contarán.

El gerente de cementerios de Soyapango, Marco Servellón, dijo que han realizado 48 entierros bajo protocolo covid-19 en el cementerio municipal Jardín, entre el 30 de abril y el 12 de junio. El gerente de cementerios de Santa Tecla, Nelson Salazar, dijo que han realizado 17 entierros con esta modalidad durante la emergencia. Y en San Salvador, el alcalde Ernesto Muyshondt, informó que hasta el 2 de junio se habían realizado “104 inhumaciones por covid-19 comprobado o presunto, en el cementerio municipal La Bermeja en San Salvador”. La Alcaldía capitalina no respondió una solicitud de El Faro para actualizar la cifra.

El Faro pudo presenciar algunos de esos entierros en el cementerio de Soyapango y hablar con autoridades de dos de esos cementerios. Adicional a ello, la tarde del 13 de junio, El Faro hizo llamadas al azar a tres alcaldes: Jocoaitique, en Morazán; Izalco, en Sonsonate; y Santa Ana, cabecera del mismo departamento. Fray Arriaza, edil de Jocoaitique, dijo que en su municipio no había realizado ningún entierro por covid-19. Alfonso Guevara, de Izalco, informó que había realizado 13 entierros con esta modalidad en un terreno que su administración pretende convertir en un nuevo cementerio. Y Milena Calderón, de Santa Ana, dijo que ha realizado 48 entierros con protocolo covid-19 en el cementerio Santa Isabel: 28 en marzo, cinco en abril, nueve en mayo y seis en lo que va de junio. “En la misma tendencia que a usted le han dicho, igual sospechamos nosotros. Sabemos que la gente dice que murió tal persona en tal lugar. Y a nosotros nos llega como sospechoso para enterrar”, dijo Calderón.

Según los “Lineamientos técnicos para el manejo y disposición final de cadáveres de casos COVID-19”, un documento emitido el 8 de junio, personal de saneamiento ambiental del Minsal debe acompañar hasta los cementerios los cuerpos de toda persona cuya muerte haya sido causada (confirmada o presuntamente) por covid-19.  El Ministerio de Salud (Minsal) no respondió una solicitud de este periódico sobre la cantidad total de fallecidos que se han enterrado con ese protocolo en el país desde que comenzó la emergencia. En los cementerios del país siguen ocurriendo entierros no relacionados con el virus, y para ellos no se aplica el protocolo que se ocupa en los casos relacionados con la pandemia que registran las alcaldías.

El jueves 11 de junio, empleados municipales de Soyapango entierran con protocolo de covid-19 a una persona que falleció en el hospital Saldaña. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
El jueves 11 de junio, empleados municipales de Soyapango entierran con protocolo de covid-19 a una persona que falleció en el hospital Saldaña. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

 

“Existe la posibilidad que un resultado no esté (cuando un paciente fallece) y no se pueda definir como si esta causa de muerte haya sido por covid. Sin embargo, como es una alta sospecha, se maneja bajo protocolo covid”, dijo Alabí en una entrevista en radio 102.9. 

Los datos que El Faro recabó de tres de las 262 alcaldías del país permiten dimensionar ese subregistro, que es una tendencia mundial.  Un análisis estadístico reveló que Italia, con más de 34,000 fallecidos por la pandemia, podría tener una cifra hasta 1.5 veces más alta que los registros oficiales en las áreas de mayor impacto, según National Geographic. El ministro de Salud salvadoreño ejemplificó que en Estados Unidos, un acercamiento a la cantidad real de pacientes fallecidos a causa del virus solo se podrá realizar a largo plazo. 

“La única manera en que se puede realizar esto, porque no existe la cantidad de pruebas para poder confirmar si estas muertes fueron o no por covid, es hacer comparativos en el promedio de muertes que existieron a causa no violenta y a causa respiratoria, y compararlos con las que vayan a suceder este año”, dijo Alabí. “Es la única manera de tener un dato bastante acertado de las vidas que se han perdido a raíz de covid”, añadió.

La caótica espera en un cementerio de covid

América Carpio daba vueltas por el parqueo del cementerio Jardín, en Soyapango, mientras hablaba por teléfono. A las nueve de la mañana del 11 de junio solo estaba medio ataviada con el equipo que usa para atender a las familias de dolientes que llegan aquí: botas de hule y una mascarilla en el rostro. América, de 28 años, es empleada de la gerencia de cementerios. En su ir y venir, intentaba averiguar la cantidad de servicios que atenderían ese día y la hora a la que los esperan.

Del otro lado del teléfono, su interlocutora era la encargada de saneamiento ambiental del ministerio de Salud para Soyapango. Como los lineamientos técnicos lo indican, los empleados de saneamiento retiran los cuerpos de los hospitales y los acompañan hasta los cementerios, junto con la Policía Nacional Civil.

“El cadáver no se le entrega a la familia, sino al ministerio de Salud”, explicó Marco Servellón, de 28 años, y gerente de cementerios desde 2018. “Nosotros hacemos una coordinación triangular, donde nos coordinamos con el Minsal y con la familia o con la funeraria para poder coordinar la hora de retirada del cadáver del hospital, en caso de muerte hospitalaria, y la hora a la que van a venir ellos al cementerio”, agregó. En la práctica, esa logística la coordina América, su mano derecha. El cementerio Jardín es el único cementerio municipal de Soyapango que realiza protocolos de covid.

“Ahorita acaba de venir esta familia, tienen un familiar que tiene tres días de haber fallecido. Está en el hospital de San Bartolo, pero ellos son de Soyapango”, dijo América.  “Mire, yo le llamo a ella (la encargada de saneamiento) y le digo 'tengo este caso y el otro' y le mando todos los que me vienen a mí”, dijo.  “A veces no saben. Le llamo en la mañana y me dice 'no, no tengo nada', pero la gente está viniendo”, dijo.

Para los empleados del cementerio Jardín es imposible hacer una programación ordenada de su día. “Es un caos total”, dijo América. Este 11 de junio esperaban dos pacientes. El proveniente de San Bartolo y otro del hospital Saldaña. “Sí tenemos (servicios), pero dependemos de ellos. En la mañana no tienen transporte”, dijo.

Mientras América seguía con su ansioso ir y venir en el parqueo, un empleado operaba una retroexcavadora al fondo, sobre el terreno engramado del cementerio. Esta mañana abrieron dos fosas. Cada fosa tiene una profundidad de unos cuatro metros y medio. “Igualito como nosotros excavamos”, bromea uno de los empleados. Calculan que les tomaría cinco días de esfuerzo lo que la máquina hace en 20 minutos. El ambiente es más relajado que sombrío y esta mañana se quejaban del operario de la máquina. “El otro (operario) las deja bien cuadraditas, este solo ha hecho zanjas, pero no puede hacer tumbas”, dice uno. Más tarde, otro empleado bajó a la tumba con una escalera y usó un azadón para emparejar el agujero. “Te vas, amor, te vas”, cantó, mientras usaba la herramienta, y sus compañeros reían. 

Alberto Alas, trabajador municipal del cementerio Jardín de Soyapango, retoca una de las fosas realizadas con máquina excavadora para sepultar víctimas con protocolo de covid-19. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
Alberto Alas, trabajador municipal del cementerio Jardín de Soyapango, retoca una de las fosas realizadas con máquina excavadora para sepultar víctimas con protocolo de covid-19. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

El cementerio Jardín fue inaugurado en noviembre de 2017 y está prácticamente nuevo. Tiene capacidad para 7,000 enterramientos. En circunstancias normales, el servicio de jardinería toma ocho días de trabajo al mes, aunque ahora ese mantenimiento se ha postergado.  El gerente asegura que solo hay unos 110 espacios utilizados: además de los casi 50 por protocolo covid, el resto por otras causas. 

Ubicado al final de la urbanización Sierra Morena, a cuatro kilómetros del centro de Soyapango, es fácil entender porqué se designó este espacio para realizar los entierros ocasionados por la pandemia. “Es el cementerio que estaba más aislado de la población. En el cementerio número dos, a 2.30 metros de las tumbas habían casas. No era posible querer o pretender llevar un protocolo seguro para los empleados si estábamos exponiendo a los vecinos”, dijo Marco Servellón.

La noche del 10 de junio llovió y hay que hacer zigzag para llegar, porque la calle de acceso está llena de rocas y leños.  Un árbol amenazante se cierne sobre la calle desde el terreno de la fábrica Bocadeli, y hay muros prefabricados derruidos debido a las lluvias que afectaron el país en la primera semana de junio.

Tardaron dos días en llenar una de las fosas excavadas el 11 de junio, con cuatro sepelios bajo protocolo covid: sepultaron a un paciente del hospital de San Bartolo y a otro del Saldaña; el 12 de junio, sepultaron a una persona proveniente del hospital San Rafael y a otro del hospital Militar.

De los protocolos realizados, 20 tenían una prueba de covid positiva, según Servellón. Los otros 28 eran personas consideradas sospechosas. Los lineamientos del Minsal prohíben las autopsias en casos de fallecimiento presunto o confirmado por covid-19, excepto si hay una orden judicial. En su lugar, el Minsal ordena una “autopsia verbal” para los fallecimientos por covid-19 fuera de los hospitales, en la que se determine si “el fallecido presentó signos compatibles con enfermedad respiratoria”. 

Empleados municipales toman medidas sobre el pasto. Calculan un rectángulo de dos  metros y medio de largo por un metro de ancho y cuatro metros y medio de profundidad. Ese espacio tiene capacidad para cuatro ataúdes, en este camposanto dedicado a víctimas de covid-19. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
Empleados municipales toman medidas sobre el pasto. Calculan un rectángulo de dos  metros y medio de largo por un metro de ancho y cuatro metros y medio de profundidad. Ese espacio tiene capacidad para cuatro ataúdes, en este camposanto dedicado a víctimas de covid-19. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

Servellón dijo que en la práctica ya han atendido casos de fallecimientos domiciliares.  “Hemos tenido casos de personas que fallecen en casa y a estas personas no llega el Ministerio de Salud sino el 132 (un servicio de Fosalud), y el 132 llega a hacer una autopsia verbal . Ellos interrogan a las últimas personas que estuvieron con el fallecido para poder identificar los síntomas que esta persona tenía”, dijo Servellón. “No necesariamente porque viene con protocolo es un caso confirmado”, señaló.

En el caso de los fallecidos en hospitales, son los antecedentes médicos los que determinan la calidad de sospechoso y la causa de muerte. “Nosotros nos guiamos en el documento del hospital, porque le ponen ‘sospecha’ o ‘neumonía por covid’”, dijo América Carpio.

Nelson Salazar, gerente de cementerios de Santa Tecla, dijo lo mismo: solo proceden a enterrar con protocolo previa certificación del Minsal. “El hospital le entrega una boleta de defunción a los familiares. En la boleta de defunción dice ‘muerte por covid’. Tiene sus causas y diagnóstico. Ese documento lo envían ellos. Si no es eso, no podemos enterrar”, dijo Salazar.

Así es un protocolo covid

La sirena abierta usualmente avisa cuando una funeraria se acerca al cementerio Jardín. Sirve de alarma, ante la imposibilidad de tener y cumplir una programación. “Todo es ‘ya vamos para ahí’, todo es de presto”, dice Servellón.

Cuando América tiene la certeza de que un féretro está siendo transportado, actúa como una utilera que prepara al equipo antes de un partido. En un cuarto que sirve como vestuario, pone los implementos. En cada silla o banco plástico, coloca dos pares de guantes de látex blancos y, encima, un par de guantes de nitrilo azules, y una zapateras quirúrgicas, unas bolsas color celeste para proteger los pies. También entrega mascarillas nuevas y caretas plásticas. En el suelo, al pie de las sillas, están unos pares de botas de hule. Desenrolla los trajes de protección personal, conocidos como trajes de buzo, y los entrega. Y los empleados, la mayoría menores de 30 años, empiezan a vestirse esos trajes que parecen de película de ficción, y que son insoportables bajo el sol de la tarde, a la intemperie. 

El pickup de la funeraria llega frente al portón del cementerio. Uno de los empleados sale con una bomba fumigadora que contiene lejía diluida con agua. Rocía el vehículo y las llantas, y también a los empleados de la funeraria, a los policías y a los dos familiares a quienes se les permite la entrada. La caravana también va acompañada por un pickup del ministerio de Salud, rotulado con “Plan Nacional de Salud”, el nombre del plan de este gobierno.

El pickup fúnebre se coloca de retroceso al fondo del parqueo, donde empieza el terreno engramado. El ataúd sellado y plastificado es rociado con la bomba de lejía, antes de que cuatro personas lo transportaran sobre angarillas de madera. Luego, le amarraron lazos en ambos extremos, antes de comenzar su descenso en la fosa excavada esa misma mañana. Cuando llega al fondo, un empleado usa una escalera para bajar a acomodar el ataúd. Luego saca los lazos de debajo del ataúd y empiezan a palear tierra encima.

Empleados municipales de Soyapango acomodan un féretro en una fosa, durante un entierro realizado con el protocolo para víctimas de covid-19, en la tarde del 11 de junio. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
Empleados municipales de Soyapango acomodan un féretro en una fosa, durante un entierro realizado con el protocolo para víctimas de covid-19, en la tarde del 11 de junio. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

Los rituales fúnebres y actos religiosos están prohibidos bajo el protocolo covid. Entonces no hay oración alguna o ceremonia. No hay ni siquiera demasiado tiempo para llorar. Más que un funeral, parece un trámite. Desde que el carro fue desinfectado en el portón hasta la primera paleada de tierra pasaron nueve minutos y 17 segundos.

A unos diez metros, dos mujeres siguieron el procedimiento. Una de ellas, la mayor, solo observó. La otra sollozaba tras una mascarilla negra y grababa con su celular.  

Vienen a la memoria las palabras del presidente Nayib Bukele, hace casi tres meses, el 21 de marzo, cuando no había ningún caso y se informaba el inicio de la cuarentena domiciliar obligatoria: “Probablemente tendremos que ver fallecer a nuestros seres queridos, con suerte, a través de la pantalla de un celular, y quizás tendrán que enterrarlos en una fosa'. 

Empleados del cementerio desinfectan la ofrenda floral que llevó una pareja que asistió al entierro de una persona fallecida en el hospital Militar de San Salvador. Los dolientes no pueden ni siquiera colocar las flores en la tumba, sino que esa labor la hacen los empleados. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
Empleados del cementerio desinfectan la ofrenda floral que llevó una pareja que asistió al entierro de una persona fallecida en el hospital Militar de San Salvador. Los dolientes no pueden ni siquiera colocar las flores en la tumba, sino que esa labor la hacen los empleados. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

Cuando el presidente hizo aquella advertencia, en la gerencia de cementerios de Soyapango ya tenían un mes preparándose. Según Servellón, fue en una reunión con la mesa de salud del municipio.

 “Yo era parte de esa comisión y planteé la necesidad de capacitar al personal. Se escuchaban rumores de cómo nos íbamos a desabastecer de equipo y que en un momento nos iba a tocar utilizar bolsas para ponernos en el cuerpo y de esa manera enterrar —recuerda Servellón— Yo interrumpí y les digo: Todos ustedes son médicos, han estudiado para estar acá, exponer sus vidas y salvar las de los demás. Yo no. Tengo empleados municipales que por casualidad están enterrando gente. Cuando yo les llegue a decir no hay traje, te voy a poner una bolsa, se me ocurren diez formas diferentes en las cuales me van a mandar por allá”, dijo.

Entonces empezó un proceso de capacitaciones con una persona de la unidad de Salud de Unicentro y luego con médicos del hospital Amatepec. “Hay personas que, cuando ven el protocolo, quieren salir corriendo”, dijo Servellón. Compraron trajes solo para practicar. 

La forma de enterrar los cuerpos es solo la última de las medidas de prevención. Los fallecidos por covid-19 son preparados con algodón impregnado en hipoclorito de sodio en la nariz, oídos y boca. Luego, los cuerpos se protegen con dos bolsas plásticas, que también se rocían con hipoclorito de sodio. Después se introducen a un ataúd sellado que se desinfecta varias veces.

Servellón es estudiante de ciencias jurídicas y dijo que la medicina habría sido su última opción. 'Yo antes de hacer algo, más que el tema de salud, lo que estoy viendo es el tema legal. A mí lo que me preocupa no es que nos vamos a morir de covid, sino que nos vamos a morir presos si hacemos algo malo”, dijo.  

El gerente insiste en que “la parte más delicada no es ponérselo, ni enterrar, sino quitarse el equipo de protección personal”.

El viernes 12 de junio, los empleados del cementerio Jardín de Soyapango, recibieron a una víctima de covid-19, que fue trasladada desde el hospital Militar. Foto de El Faro: Víctor Peña. 
El viernes 12 de junio, los empleados del cementerio Jardín de Soyapango, recibieron a una víctima de covid-19, que fue trasladada desde el hospital Militar. Foto de El Faro: Víctor Peña. 

Para hacerlo, nuevamente América toma el rol de mando. En un área abierta del cementerio, han instalado un canopi plástico, señalizado como “zona restringida por riesgo biológico”. El grupo de enterradores se divide de tres en tres para empezar. A distancia, América les repite el protocolo que han hecho una y otra vez. 

El encargado de la bomba fumigadora rocía a todos sus guantes de nitrilo. “Sáquese el primer par de guantes -instruye América-. Vamos a retirar la careta con una mano de atrás hacia adelante”. Las caretas son rociadas otra vez y las cuelgan en unos ganchos para que se sequen. Después se paran frente a un espejo en el canopi, para bajarse el zipper del traje. “Vamos a quitar el traje con dos dedos, y el gorro hacia atrás”, sigue América. Después se quitan la mascarilla, hacia adelante. Luego el segundo par de guantes y, por último, las botas de hule y las zapateras. Todo el equipo es desechado en bolsas rojas, excepto los trajes y los guantes, que se introducen en un barril para pasar por un proceso de 24 horas de desinfección. Son reusados hasta tres veces. Entre cada paso, hay que lavarse las manos, nueve veces en total.

“Puede que el equipo no esté contaminado, pero tenemos que aprender a quitarnos el equipo como si estuviera full contaminado”, explicó Servellón.

Esa es la rutina. Tras completar el protocolo, los empleados pasan a bañarse en un área con un barril de agua y las caras rojas, marcadas tras horas de estar en un traje de buzo. Cuando un grupo sale del canopi, entra el siguiente. América comienza de nuevo. “Sáquese el primer par de guantes…”

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