Ya no hay términos medios. El diario más importante del mundo llama a las cosas por su nombre: racismo. Y lo hace desde la tapa. Aunque Donald Trump llegó a la presidencia en 2016 arropado por una campaña xenófoba, nunca se había atrevido a tanto. Luego de sus comentarios en Twitter después de que se anunciara a la senadora afrodescendiente Kamala Harris como la compañera de fórmula de Joe Biden, el New York Times consignó en su portada la reacción del presidente Donald Trump de la siguiente manera: “Trump se sumó al aluvión con un tuit racista…en el que afirmaba que Biden pondría a otro líder negro, el senador Cory Booker de Nueva Jersey, a cargo de las viviendas para personas de bajos ingresos en los suburbios”.
Para el diario, ese tuit continuó con la “táctica de Trump de jugar con los temores racistas blancos sobre los esfuerzos de integración”. El mismo día, el presidente denunció una “invasión” y propuso la exclusión de minorías pobres, es decir, personas de color que quieren vivir en los suburbios.
Nunca Trump se había atrevido a tanto. Nunca la prensa principal del país lo había definido como está haciéndolo ahora. Parece que Trump quiere que su país se parezca de nuevo a un pasado que líderes como Martin Luther King, o Nelson Mandela en Sudáfrica, lucharon para cambiar. La propuesta de campaña es un Estados Unidos de 'bantustanes'(o guetos) del apartheid.
Esta realidad y su presentación explícita en los medios hubieran sido impensables hace solo algunos años. Luego de la violencia siglos y décadas anteriores, al menos en las campañas presidenciales las grietas se disimulaban y se volvían, por eso mismo, menos grietas. Luego de una campaña muy dura, el ganador Barack Obama recibió a su contrincante el senador John McCain en el living de su casa.
La selección de Kamala Harris, la primera mujer afroamericana e hija de inmigrantes en ser candidata en una fórmula presidencial, hizo explícito lo que por mucho tiempo la prensa independiente trató con eufemismos: de un lado está el racismo de Trump y del otro el antirracismo de la mayoría. Es decir, Biden y Harris representan de nuevo a la mayoría electoral que perdió la elección presidencial anterior por los artilugios del arcaico colegio electoral.
Es necesario recordar que fue justamente el colegio electoral un factor central para la defensa del esclavismo y que este fue eliminado por la guerra civil que ganó el orden legal liderado por el presidente Abraham Lincoln en 1865. En este marco, Trump también se ha identificado recientemente con el bando perdedor por razones que obedecen a la misma estrategia racista que menciona el New York Times.
Este odio parapetado en la Casa Blanca no es nuevo. En la historia del país del norte se ha construido también desde la idea de hacer campaña con la xenofobia, la “ley y el orden”, los miedos y el nacionalismo. Por supuesto, que, en realidad, esta no es solamente una historia estadounidense.
En India, Narendra Modi; en Hungría, Viktor Orban, y en Brasil, Jair Mesías Bolsonaro, intentan reformular el populismo en clave fascista. Pero en Estados Unidos la campaña de Trump remite también a otras campañas locales cuya forma de hacer política fue abiertamente racista, en particular las candidaturas del gobernador de Alabama George Wallace, en los años 60 y principios de los 70.
Wallace, candidato de “la ley y el orden” atacó al gobierno en 1963 por considerar que quería convertir a los políticos en “amos del pueblo” y que era “lo opuesto de Cristo”. Insistía en la necesidad de mantener la “¡segregación ahora! Segregación mañana!” Wallace defendía el racismo “en nombre de la gente más importante que haya pisado esta tierra”, y por “la gente” entendía a norteamericanos blancos.
Como es fama, Wallace sostenía que, por su diversidad, la ciudad de Nueva York no era precisamente un ejemplo para el resto del país: “En Nueva York no puedes caminar de noche por el Central Park sin temer que te violen o asalten o disparen”. Fue precisamente esa idea de que el Central Park era el lugar donde se veía lo que andaba mal en el país, la que le dio notoriedad a un entonces joven populista en proceso de formación.
El contexto fue el caso de los “Central Park Five”, en 1989. Según explicó CNN, “el caso involucraba a cinco adolescentes de color erróneamente acusados y condenados por golpear y violar a una mujer en el Central Park. Trump compró avisos de página completa que publicó en varios periódicos de Nueva York y que decían: “Devuélvannos la pena de muerte. ¡Devuélvannos a nuestra Policía!” Los chicos erróneamente acusados fueron exonerados en 2002, cuando otro hombre confesó el crimen y la DNA respaldó su confesión.
En 1989, refiriéndose al caso, Trump decía que “Tal vez odio sea lo que necesitamos si queremos que se haga algo”. Esta combinación inicial de “ley y orden” y propaganda y mentiras racistas fue el primer intento de Trump de hacer política con el libreto de Wallace, pero también el de Josef Göebbels.
Más tarde se convertiría en el sello de fábrica de la exitosa carrera de Trump hacia la presidencia en 2016. Esta forma de mentir y fomentar la paranoia y el odio sigue marcando su intento desesperado de mantenerse en el poder. Si pierde la elección, también perderá su inmunidad legal. Infinidad de procesos legales lo seguirán y por esta razón espera que el racismo lo salve.
Es cierto que su lema MAGA (Hagamos grande a Estados Unidos otra vez) implicaba de forma implícita una propuesta de vuelta al país anterior al de los cambios en los derechos civiles de los años sesenta, pero su actual campaña electoral quiere convertir ese pasado racista en promesa de presente y futuro.
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