Columnas / Desigualdad

Hogares saturados, mujeres sobrecargadas

A medida que se reanuden las actividades económicas y que se eliminen las flexibilidades del teletrabajo, no todas las mujeres trabajadoras conseguirán “resolver” el cuidado de sus hijos y tendrán que llenar la carencia de sistemas integrales de cuidados.

Viernes, 28 de agosto de 2020
Magaly Romero Brunet

Los impactos del shock por covid-19 son evidentes en diversas esferas económicas, sociales y políticas, donde se ha visto comprometido el desarrollo de muchas regiones y personas. En su informe Enfrentar los efectos cada vez mayores del COVID-19 para una reactivación con igualdad: nuevas proyecciones, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) alerta sobre las consecuencias derivadas de la pandemia en términos de crecimiento económico, desocupación, pobreza y desigualdad.

De manera particular, dicho informe señala que la crisis tiene un impacto desproporcionado sobre las mujeres, debido a la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, al aumento de la pobreza y precariedad laboral, al limitado acceso a los servicios públicos y al insuficiente financiamiento para las políticas de igualdad de género en la región.

Para enfrentar la pandemia de covid-19, la mayoría de países de la región adoptó distintas medidas de confinamiento. Con el cierre de centros educativos, áreas de recreación y un gran número de lugares de trabajo, los hogares pasaron a ser el centro de muchas actividades productivas, al mismo tiempo que continuaron siendo el núcleo de las actividades reproductivas. Es decir, la frontera entre el trabajo en la ocupación y el trabajo no remunerado se volvió borrosa y los hogares se convirtieron en espacios saturados.

Desde antes de la crisis las mujeres salvadoreñas enfrentaban la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, pues dedicaban en promedio 19 horas semanales más que los hombres al conjunto de dichas actividades. Según la Encuesta Nacional de Uso del Tiempo 2017, el promedio de horas semanales que las mujeres destinan a las actividades de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado es de 35:56 horas, mientras que para los hombres es 16:41 horas.

La crisis ha significado un incremento en los hogares del tiempo dedicado a la limpieza, desinfección, mantenimiento y reparación de la vivienda, a la compra de alimentos y medicinas, al racionamiento, preparación y servicio de alimentos y bebidas, a la limpieza y mantenimiento de ropa y calzado, a los pagos y trámites, y al cuidado de personas enfermas o con dependencia de todas las edades. Siendo estas actividades principalmente asumidas por las mujeres.

Es importante señalar que la carga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado se ve significativamente afectada por el nivel de ingresos de los hogares, ya que las personas que viven en pobreza extrema y en pobreza relativa dedican en promedio más tiempo a dichas actividades. Tal como lo alertó la Cepal en otro informe, las desigualdades de género se acrecientan en los hogares de menores ingresos, en los que la demanda de cuidados es mayor, dado que cuentan con un mayor número de personas con dependencia de todas las edades. Además, la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado se ve acentuada por otras desigualdades, ya que la presión de estas actividades es mayor en los hogares en los que hay privaciones como falta de acceso a servicios de salud, agua potable y saneamiento, así como en aquellos hogares en condiciones de hacinamiento y en donde techo, piso y paredes están construidas con materiales inadecuados.

La carga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado aumentó también debido a la suspensión de todas las actividades educativas presenciales decretada desde el 11 de marzo de 2020, ya que muchas mujeres y hombres están dando asistencia y continuidad al proceso de aprendizaje de niñas, niños y adolescentes desde sus hogares. Esta carga, no obstante, pesa principalmente sobre las mujeres, a quienes socialmente se les ha asignado como las encargadas de dichas actividades. Es importante señalar que en muchos casos las mujeres han asumido estas responsabilidades aunque carecen de tiempo, preparación, herramientas pedagógicas y, a veces, paciencia. Este será el panorama al menos hasta el fin de octubre, según el anuncio del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología y del Ministerio de Salud respecto a que la suspensión de las actividades educativas presenciales se mantendrá hasta el 31 de octubre de 2020.

Así como la suspensión y la ralentización de las actividades económicas significaron grandes cambios en los hogares, los planes de retorno a la “normalidad” y la reapertura económica implicarán lo mismo.

Los planes de reanudación económica ignoran la realidad de muchas madres y padres de familia que precisan retomar sus actividades laborales de manera presencial y que ahora no cuentan con un centro educativo donde dejar a sus hijas e hijos una parte del día. Esta medida afectará principalmente a mujeres que son jefas de hogares monoparentales, quienes tendrán que ingeniárselas para “resolver” el cuidado de sus hijas e hijos para volver a sus actividades laborales presenciales.

En medio de la incertidumbre sobre el retorno a la normalidad, “resolver” es otra actividad que se sumará a las horas que las mujeres dedican diariamente al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado. En aquellos hogares donde los ingresos no se hayan visto afectados por la crisis, es probable que se recurra a contratar a una empleada doméstica. Sin embargo, en la gran mayoría de casos son otras mujeres quienes asumirán dichas actividades de manera no remunerada: abuelas, tías, hermanas mayores, primas, madrinas, amigas y vecinas.

A medida que se reanuden las actividades económicas y que se eliminen las flexibilidades del teletrabajo, no todas las mujeres trabajadoras conseguirán “resolver” el cuidado de sus hijas e hijos y muchas no tendrán otra opción que llenar la carencia de sistemas integrales de cuidados en el país. Es decir, la actual crisis está haciendo que muchas mujeres tengan que elegir entre el trabajo y el hogar. La debilidad de los sistemas de cuidados sumada a las incertidumbres sobre la reanudación económica ha configurado un escenario particular que están enfrentando muchas mujeres a nivel mundial: el miedo al desempleo.

En Estados Unidos, Nicole Mason, presidenta y directora ejecutiva del Institute for Women’s Policy Research (IWPR) y el New York Times han utilizado el término shecession, el cual nace de la combinación de los vocablos en inglés she (ella) y recession (recesión). Este término se ha empleado para hacer referencia al efecto desproporcionado que la crisis por covid-19 está teniendo en los niveles de empleo de las mujeres en Estados Unidos, contrario a la recesión de 2008, cuando fueron los hombres los más afectados por el desempleo.

Según datos del U.S. Bureau of Labor Statistics, en 2019 la tasa de desempleo para las mujeres y los hombres de 20 años en adelante era del 3.3 %, mientras que en julio 2020 subió a 10.5 % para las mujeres y en 9.4 % para los hombres. Estos datos evidencian, además, que la crisis tiene un efecto desproporcionado sobre las mujeres hispanas o latinas y sobre los hombres negros o afroamericanos, cuyas tasas de desempleo en julio 2020 fueron de 14 % y 15.2 %, respectivamente, en comparación con las cifras de julio 2019, las cuales se registraron en 4.1 % y 5.6 %, respetivamente.

En El Salvador aún se desconoce la magnitud de los efectos del shock por covid-19 sobre el mercado laboral, pero vale la pena tener como referente algunas cifras que se recogieron el año previo a la pandemia.

Según la Encuesta de Hogares de Propósitos Múltiples 2019, si bien la tasa de desempleo es mayor para los hombres (7.0 %) que para las mujeres (5.4 %), las mujeres constituyen el 76.53 % de la Población Económicamente Inactiva (PEI), es decir, aquellas personas que tienen la edad para trabajar, pero que no lo hacen de manera remunerada ni buscan un empleo. Para la gran mayoría de las mujeres es así (68 de cada 100) porque tienen que dedicarse a los quehaceres domésticos del hogar.

Aunque la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado parezca un “problema de las mujeres”, la falta de medidas planificadas, articuladas e integrales con enfoque de género para enfrentar la crisis y la carencia de sistemas integrales de cuidados en el país tendrá consecuencias económicas devastadoras para toda la sociedad. Si no se aborda la crisis de los cuidados, muchas mujeres saldrán del mercado laboral y se volverán económicamente dependientes o caerán en pobreza, lo cual significaría un grave retroceso en el desarrollo humano.

La crisis desatada por la pandemia de covid-19 ha demostrado que, aunque las empresas ralenticen o suspendan actividades y los gobiernos funcionen de manera irregular y estén concentrados en enfrentar la pandemia, los hogares no pueden parar, ya que las actividades de trabajo doméstico y de cuidados no remunerado son esenciales para el funcionamiento de la sociedad.

Con esta crisis se ha hecho evidente lo que la economista Amaia Pérez Orozco denominó “la cara B del sistema”, refriéndose a los cuidados, que, en sus palabras, se trata de “una cantidad y una variedad ingente de trabajos que desbordan, con mucho, la atención a la dependencia y a la infancia y que son todas aquellas cosas imprescindibles para que la vida funcione en el día a día. Son, por decirlo de alguna manera, el proceso de reconstrucción cotidiana, siempre inacabado, del bienestar físico y emocional de las personas”.

No se descarta que en estos meses de confinamiento haya hombres que aumentaron su participación en el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, lo cual constituiría un pequeño avance para redistribuir dichas actividades dentro de los hogares. Sin embargo son necesarios cambios sostenidos y profundos para reconocer, reducir y redistribuir el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado entre el Estado, las empresas, las comunidades y los hogares.

Hace falta un cambio estructural y la crisis por covid-19 podría marcar un punto de inflexión y reafirmar la centralidad de los cuidados para la sostenibilidad de la vida, ya que ha evidenciado que la actual organización de las sociedades no garantiza el bienestar de todas las personas, pues se basa en múltiples desigualdades. Es necesario avanzar hacia sistemas integrales de cuidados con fundamento en los derechos humanos, la igualdad de género y la sostenibilidad del desarrollo.

Magaly Romero Brunet es egresada de la Licenciatura en Economía de la Universidad  Centroamericana “José Simeón Cañas”. Ha colaborado en diversas investigaciones sobre temas  de desarrollo humano. Actualmente trabaja en proyectos regionales de investigación sobre  mujeres, economía, territorios y en el análisis de políticas públicas con enfoque de género.
Magaly Romero Brunet es egresada de la Licenciatura en Economía de la Universidad  Centroamericana “José Simeón Cañas”. Ha colaborado en diversas investigaciones sobre temas  de desarrollo humano. Actualmente trabaja en proyectos regionales de investigación sobre  mujeres, economía, territorios y en el análisis de políticas públicas con enfoque de género.

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