De 1966 a 1972, cuando el conflicto social en El Salvador estaba en rápido desarrollo, la tribuna más influyente de escritores y artistas de vanguardia era una revista llamada La Pájara Pinta. Impresa en la UES, esta publicación expresaba y fomentaba, como ninguna otra, los reclamos de la intelectualidad salvadoreña hacia los cambios radicales del orden conservador del país.
En diciembre de 1968, al final de un año de huelgas e intensas presiones populares en El Salvador, y de sublevación cultural y política en todo el mundo, la revista publicó un editorial que marcó hito en la radicalización de los intelectuales salvadoreños. Oficialmente era un texto en apoyo a la huelga de los profesores de ese año. Pero en verdad era un mensaje de advertencia a toda la sociedad de que los poetas, ensayistas y pintores que antes amenizaban sus salones y suplementos literarios ya no soportaban la represión militar y la hipocresía social, y se declaraban revolucionarios. No necesariamente con las armas en las manos aún, pero revolucionarios, en fin.
Paradójicamente, La Pájara Pinta no comenzó como una revista política ni mucho menos revolucionaria. Fue fundada por el ensayista Italo López Vallecillos y el novelista Manlio Argueta, con el fin de enriquecer el nivel cultural del país y difundir textos de figuras literarias mundiales que eran poco conocidas en El Salvador, como Samuel Becket, Allen Ginsberg y Julio Cortázar. El nombre, que venía de un cántico infantil, además de transmitir el rechazo a la pomposidad hacía honor al hecho de que la revista estaba impresa a colores. También sugería vuelo, un toque intencional, ya que se enviaba al exterior como vehículo de difusión de escritores salvadoreños. El primer número, publicado en enero de 1966, incluía una traducción del “Manifiesto Poético” de Dylan Thomas, un cuento de Mario Vargas Llosa y unos poemas del salvadoreño José Roberto Cea.
Cea, nacido en 1939, había sido una figura tardía para el grupo de poetas y ensayistas conocidos como la Generación Comprometida. Su presencia indicaba otro de los propósitos de la revista: publicar nuevamente a un grupo de escritores que había surgido durante el breve florecimiento cultural en San Salvador a finales de los años 50. En el clima más represivo de los 60, casi todos estos escritores habían sufrido el encarcelamiento o exilio, o ambos. Los suplementos literarios de los periódicos ya casi no los publicaban.
Ninguno de los miembros de esta generación sufrió esa combinación de boicot y asedio policial después de 1960 como Roque Dalton, poeta detenido por la Policía, al menos cuatro veces entre 1959 y 1964, y cuya voz poética pasó a ser la más constante y característica de La Pájara Pinta. Desde su exilio en Checoslovaquia, Dalton mandó una serie de siete poemas que fueron publicados en La Pájara Pinta en diciembre de 1966 y que resultó ser el comienzo de un flujo constante de ensayos, cartas y poemas. Entre ellos su famoso Buscándome líos, que apareció en el número correspondiente a febrero de 1969, mes en que el libro del cual formó parte, Taberna, ganó el premio Casa de las Américas en Cuba.
Así, se convirtió en el órgano, casi el único, a través del cual Dalton se comunicaba con los lectores salvadoreños durante sus años de más fértil producción. En una carta, López Vallecillos incluso invitó a Dalton a que se encargara de la edición de uno de los números de la revista desde su exilio praguense.
La Pájara Pinta tuvo además un papel importante en el desarrollo de una conciencia sobre los acontecimientos de 1932. En la revista se publicaron algunos de los primeros ensayos, cuentos y poemas que rompieron con el silencio que aún reinaba sobre la brutal represión que había librado la dictadura de Martínez al levantamiento campesino. En 1967 se publicó un trecho de la novela Cenizas de Izalco, de Claribel Alegría y Darwin Flakoll, en forma simultánea con la emisión de la novela en España, y un cuento de Ricardo Castro Rivas que relataba una historia muy parecida a la Miguel Mármol, años[MN1] antes de la publicación de su testimonio por Roque Dalton. Esto es muestra, quizá, de cómo la historia de resistencia de Mármol fue parte de la tradición oral mucho antes de pasar a la imprenta.
El tiraje nunca superó los mil ejemplares. Se distribuyó en forma gratuita en los quioscos de revistas y librerías de San Salvador. A muchos lectores les atrajo, seguramente, la imagen a la moda de los años sesenta –con colores sicodélicos y diseños que recordaban los álbumes de los Beatles– que le dio el pintor Carlos Cañas, principal ilustrador de la revista.
A lo largo de sus siete años de existencia, pasó de ser una apacible revista literaria a una publicación que desafiaba de manera frontal el orden conservador que reinaba en El Salvador. Los editores y colaboradores incluyeron a jóvenes de izquierda que pronto integrarían las filas de los grupos guerrilleros, como Salvador Silis, José María Cuéllar y Eduardo Sancho. Este último fue uno de los fundadores del Ejército Revolucionario del Pueblo y, posteriormente, firmante de los Acuerdos de Paz de 1992.
El lenguaje que se desarrolló en la revista fue otro de sus sellos característicos: combinaba un anhelo de modernizar la poesía con un deseo ferviente de destronar el aplastante poder de la derecha. Los dos procesos iban de la mano. La poesía ya no era el pasatiempo de damas de sociedad y jóvenes apolíticos. La poesía era subversión.
“Poesía en estos tiempos es para que te rompan el cráneo. Hoy quieres pan, luego vas a pedir poesía. Poesía es subversión, es un árbol con sus raíces desintegrando la piedra”, escribió Sancho a finales de 1969, pocas semanas antes de integrarse a una célula clandestina. En los últimos números, Sancho trajo a un grupo de jóvenes poetas-activistas de San Vicente, integrantes de la Brigada la Masacuata, quienes publicaron páginas enteras de poesía que expresaba el despertar revolucionario y la impaciencia ardiente de muchos jóvenes salvadoreños. Estudiantes en París, Chicago y México hablaban de revolución, pero en El Salvador se trataba de una revolución de verdad. Con tono casi mesiánico, los poetas de La Pájara Pinta anunciaban que venía algo nuevo. “Sostengo que a partir de este momento se empieza a gestar la nueva Poesía Revolucionaria en El Salvador. Se acabaron las improvisaciones. Los falsos quedarán mentalmente encallejonados”, escribió Silis en 1972. “Que nadie diga que no esté percatado del nuevo rumbo que va tomando”.
La evolución de revista a tribuna de oposición se anunció en diciembre de 1968 con el editorial ya mencionado en apoyo al magisterio en huelga. Pese a que no lleva firma, emplea términos daltonianos para expresar desconformidad y la convicción de que el artista tiene que primero ser “auténtico” para ser después un revolucionario auténtico. Resalta una clara división entre escritores “reaccionarios” y “progresistas”, pero también critica al “mecanismo seudo revolucionario”, en referencia a los izquierdistas más sectarios. Dice:
El intelectual salvadoreño está consciente de la injusta estructura social del país. Sabe que el único camino para solucionar los problemas del pueblo es la revolución popular y antiimperialista. Como ente político, inmerso en la sociedad de la cual forma parte, está sujeto a influencias de toda naturaleza. El mismo no es sino producto del medio que trata de ahogarlo, de destruirlo; acaso porque el escritor es lengua viva de esa sociedad, y su palabra es fuego, y por qué no decirlo de una vez: su condición de hombre-artista, hombre-escritor conlleva la de ser la mala conciencia de su tiempo.
Con su obra, testimonio y denuncia, el escritor, el artista auténtico coopera con la revolución. Es ahí donde se muestra reaccionario o progresista. Ello, desde luego, si responde a una conducta honesta, a una visión del hombre y del mundo, más allá del mecanismo seudo revolucionario.
La Pájara Pinta –pionera, irreverente, por momentos brillante, e increíblemente longeva para una revista literaria– murió en la invasión del Ejército a la ciudad universitaria de 1972. Manlio Argueta, su principal editor, evitó por minutos ser detenido en el operativo y pasó tres meses en la clandestinidad antes de lograr huir a Costa Rica, donde ya vivía López Vallecillos como fundador de la editorial Educa desde 1970. Con la muerte de La Pájara Pinta y el asesinato de Roque Dalton casi tres años después, se puede decir que terminó la fase poética de la revolución salvadoreña y se inició la etapa militar, que duró hasta la conclusión de la guerra en 1992.
*Roger Atwood posee una Maestría en Historia de la Universidad de Georgetown (EE.UU.). Su tesis Our Word is Fire: Writers and Revolution at La Pájara Pinta, El Salvador, 1966-1975 se resume aquí. Su libro más reciente es Coming of Age in a Hardscrabble World (University of Georgia Press), como coeditor. Es además crítico literario del Times Literary Supplement de Londres y autor de la introducción a la primera antología de Roque Dalton a publicarse en el Reino Unido, Looking for Trouble: Selected Poems of Roque Dalton (2016). Su reportaje en honor a la recientemente fallecida poetisa Irma Lanzas, de la misma generación que los poetas de La Pájara Pinta, aparece en La Zebra.