Hace casi 20 años, por invitación de Carlos Dada, inicié la escritura y publicación de una serie de breves ensayos de crítica literaria, El poema de la semana, que apareció en El Faro en dos temporadas. El concepto era muy simple: yo elegía un poema y lo comentaba a profundidad. No calculé, al asumir el reto, lo difícil que es mantener una sección de crítica semanal, sobre todo cuando se trata de poesía y no había obra contemporánea disponible en las librerías y bibliotecas de El Salvador. Así que recurrí a las antologías y libros que me traje de Nueva York y esto significó que tuve que traducir al español la mayor parte de la poesía que elegía comentar. Hasta donde sé, esta experiencia de traducción y publicación semanal de poesía no había ocurrido antes y no se ha vuelto a repetir en la región.
A fuerza de estas circunstancias, y de manera más bien accidental, El Faro se anticipó en publicar obra de poetas que ahora son muy conocidos en todo el mundo, pero que entonces o no habían sido traducidos jamás o su obra sólo circulaba en inglés o en español en revistas especializadas y de difícil acceso. El Faro se convirtió en el primer medio en publicar la poesía de juventud de Gabriel García Márquez, cuando por accidente cayó en mi mano un borrador de un ensayo que sólo se publicaría un año después. Fue el primer medio en español que también publicó traducciones al español de Muriel Rukeyser, Charles Simic, Mary Oliver y Louise Glück, que me vi obligado a realizar yo mismo porque no había otra manera de dónde sacar poesía internacional que de los poemarios y antologías que yo tenía.
En las últimas dos décadas descubrí que estos breves ensayos se convirtieron en fuente de inspiración para otros traductores e incluso para ensayos académicos, que mencionan la columna de poesía en El Faro como fuente primigenia de presentación de estos poetas en español. Admito que todo fue un accidente, y que me fue muy difícil mantener esa columna una semana tras otra durante casi dos años. Y, sin embargo, ahora podemos afirmar que hace dos décadas le presentamos a un público de habla española a la poeta norteamericana que este 8 de octubre se convirtió en la ganadora del Premio Nobel de Literatura, una década antes de que sus libros de poesía comenzaran a ser traducidos al español.
Enhorabuena, Louise.
***
Iris indómito
Al final de mi sufrimiento
hallé una puerta.
Escúchame: eso que tú llamas muerte
está en mi recuerdo.
Chasquidos en lo alto: ramas de pino
estremecidas. Luego, nada. Un sol mortecino
parpadeó sobre los áridos campos.
Es terrible subsistir como
conciencia pura,
en las entrañas sombrías de la tierra.
Luego, todo acabó. Eso que tanto temes, ser
un alma, e incapaz
de hablar tras el final inesperado, la dura tierra
apenas cediendo. Y eso que acaso fueron pájaros
lanzándose hacia los bajos arbustos.
Tú, que ya no recuerdas
el paso desde el otro mundo,
te digo que podría volver a hablar:
todo lo que regresa del olvido
regresa para encontrar su voz:
desde el centro de mi vida llegó
la fuente inmensa, sombras de profundo
azur en las azuladas aguas de un mar.
***
Cuando regresé de mi largo exilio a El Salvador en 2001 me traje conmigo una docena de libros de poesía contemporánea de los Estados Unidos. El más extraño de estos nos ofrece una experiencia sólo comparable a la de antiguos textos medievales, cuando la poesía era un oficio de alegorías y simbologías herméticas que nos ofrecía diálogos líricos entre lo terrenal y lo divino. Al mismo tiempo, en su extrañeza, esta es una obra con una voz lírica que sólo es posible en la poesía contemporánea: depurada, despojada de retórica y exacta en la representación de sus imágenes. La autora ha leído a los herméticos medievales y al William Blake de Las Bodas del Cielo y el Infierno, pero su libro sólo podría haber sido escrito después de La Tierra Baldía de T. S. Eliot. La sorpresa es que su voz sea tan íntima y que el universo de su jardín y sus flores nos hable de forma tan directa de la belleza, el dolor y los miedos que nos afectan hoy en día.
El libro se titula Iris indómito. Su autora es Louis Glück, quien ganó el premio Pulitzer en 1993 con esta obra cuando los otros finalistas fueron otros dos poetas excepcionales: John Ashbery y James Merrill. Glück nació en Nueva York en 1943. Su padre fue el inventor de la cuchilla X-Acto, tan ubicua entre artistas y diseñadores. En su adolescencia sufrió de anorexia nerviosa y, ya en su juventud, abandonó la universidad. Contrajo matrimonio en 1967, pero este terminó en divorcio un año después, cuando escribió y publicó su primer libro, Primogénito. Desde entonces ha escrito dieciséis libros de poesía, además de dos libros de ensayos, y se ha convertido en una de las poetas más leídas de los Estados Unidos. Algunos de sus poemas han alcanzado una condición icónica en la cultura y son incluidos en antologías con frecuencia, como The drowned children (Los niños ahogados), o el himno feminista Mock orange (El naranja burlón). Entre sus libros hay un largo poema escrito en 2004, October (octubre), que supone su respuesta al ataque terrorista que sufrió su ciudad natal, Nueva York, el 11 de septiembre de 2001.
Me concentro aquí en un breve poema del libro que la hizo merecedora del premio Pulitzer. El título en inglés, The Wild Iris, contiene dos traducciones posibles: iris salvaje o iris silvestre. La primera hace alusión a una mirada en estado puro, el iris de un ojo todavía salvaje, que se deja penetrar por la luz cuando aún comienza a descubrir el mundo. La segunda opción nombra a una planta, la iridácea, con una flor perfecta, es decir, hermafrodita, muy extendida y diversificada. Dado que optar por una u otra traducción significaría anular la ambigüedad natural que la autora le otorga al poema, al traducirlo he preferido un título que conserva la doble posibilidad del original: “Iris indómito”. Mantener esta ambigüedad es importante por dos razones: porque este es el poema que también da título al libro, una colección que explora aspectos de la conciencia humana usando un jardín como espacio alegórico; y porque bajo la ambigüedad del poema se oculta su mayor fuerza, un efecto lingüístico llamado polisemia.
La polisemia ocurre cuando una palabra o un signo poseen más de una acepción, como en el caso de la palabra “iris” del título, que así como podría referirse, según el contexto, al iris del ojo, en un mundo todavía “salvaje”, también podría aludir a un gladiolo azul, una flor “silvestre”. Esta es la clave para la lectura más iluminadora del poema, porque la autora mantiene esta polisemia a lo largo de todo el texto. En efecto, estamos ante un fenómeno de ambivalencia concreta: Iris indómito es, simultáneamente, un poema sobre una flor y también sobre una mirada que emerge de las sombras. Son dos poemas en uno, y cada cual guarda su propio poder metafórico.
El poema de la flor nos invita a una experiencia fantástica, pues es la flor la que pide que la escuchemos. La semilla siempre tuvo conciencia y conoció su muerte al ser enterrada. Si vemos a la flor mientras le habla a la jardinera, que es el contexto que nos ofrece el libro en su totalidad, los versos adquieren un sentido literal. Sólo la semilla podría sostener que es “conciencia pura, / en las entrañas sombrías de la tierra”, y que al crecer sintió “la dura tierra / apenas cediendo”. Su enterramiento, en este sentido literal, es la muerte de la semilla, de la flor todavía informe. Cuando al fin descubre su verdadero propósito, su “voz”, la semilla halla la “fuente inmensa” que le permite renacer en su propio ser. La posibilidad de convertirse en la flor que estaba destinada a ser, sólo podía encontrarla en esas sombras.
Hay un encanto de fábula en esta interpretación literal del poema, pero la voz austera de Glück mantiene una tensión sostenida de principio a fin entre el monólogo de la flor y su doble, esa mirada salvaje que nos da el testimonio de una vuelta al mundo desde las sombras. Así, Iris indómito nos habla también de un viaje desde las tinieblas, de un retorno desde una depresión profunda o desde un dolor sin límites, donde lo único que queda del ser es un leve rescoldo de la conciencia. Esa semilla de la conciencia reconoce y conserva en su memoria el fin de su sufrimiento. El ojo sólo capta un temblor de las ramas, el campo estéril y la tenue luz del día ensombrecido. Hasta que, en medio de la oscuridad, la conciencia, todavía latente, descubre su propósito y entiende la muerte no como un fin, sino como un “recuerdo”, como un estado superable. Ese “azur” antiguo en el azul del mar, es la conciencia arcaica, indómita, que toma forma y que, “como todo lo que regresa del olvido / regresa para encontrar su voz”.
Louise Glück nos ofrece algo que sólo la poesía puede hacer: dar forma concreta a la experiencia subjetiva. Ella lo hace con una técnica sutil que oculta, en realidad, una concepción compleja y una ejecución muy precisa. La alegoría, en su forma tradicional, puede ser reductiva y banal, como cuando una calavera aparece en un pintura para representar la muerte. En su libro, Iris indómito, Glück actualiza y refresca las riquezas verbales del poema al dar poder alegórico a sus escenarios imaginados, el jardín en este caso. Desde estos espacios alegóricos florecen imágenes ingeniosas y metáforas memorables. Como en el poema Iris indómito, el trayecto complejo de las emociones que asociamos a los abismos de la depresión encuentra su mejor definición en una imagen concreta: una flor, en un jardín, que nos invita a escucharla.
*Jorge Ávalos es poeta, narrador, dramaturgo salvadoreño y editor de Revista La Zebra.