Ningún otro escritor salvadoreño como Salarrué ha sido objeto de tantos artículos, monografías y tesis. En los últimos años, varios especialistas en cultura e historia centroamericana han producido una oleada de robustas investigaciones que han ayudado a mejorar la comprensión de los contextos en los que se produjo su obra, particularmente sobre el período que comprende los 13 años de la dictadura del general Maximiliano Hernández Martínez (1931-1944).
Para Salarrué, al igual que para una parte importante de la población en aquellos años, Martínez era visto como la persona que el país necesitaba en medio de la crisis económica y la conflictividad política que hundían al país. A pesar de que muchos se han empeñado en presentar a Salarrué como un opositor al martinato, esta representación carece de sustento. Una parte de las investigaciones de Rafael Lara-Martínez sobre el escritor salvadoreño está dirigida, precisamente, a demoler esa imagen tergiversada. Desafortunadamente, esto ha dado como resultado su representación como una pieza del engranaje de la dictadura.
La participación del autor de Cuentos de barro en diversas iniciativas artísticas, literarias y editoriales durante el martinato le ha dado municiones a Lara-Martínez para asegurar que el artista compartió con el dictador “un mismo espíritu intelectual” que terminó expresándose en “la política de cultura” oficialista. En su libro Aliados con Martínez (2015), Otto Mejía Burgos asegura que Salarrué y Martínez fueron amigos y que el artista estuvo “al servicio” de los gobiernos militares. La pregunta que anima este artículo es: ¿podemos considerar como definitivos esos juicios sobre Salarrué?
Para responder esta pregunta he seleccionado tres cartas privadas de Salarrué. Escritas entre 1939 y 1941, estas misivas arrojan una nueva luz sobre el tipo de relaciones que tuvo con el dictador y su aparato administrativo a cargo de las actividades culturales, y ayudan a completar el cuadro de circunstancias en las que el artista vivió “la política de cultura” de Martínez.
Es necesario decir que Salarrué y Martínez pertenecieron a la pequeña “ciudad letrada” salvadoreña de las primeras décadas del siglo XX, en un período de efervescencia de ideas. La teosofía, que brindaba un discurso alternativo al catolicismo y al comunismo, ganó muchos adeptos entre intelectuales y artistas en toda Centroamérica. Como lo ha documentado Mejía Burgos, las influencias del teósofo de Sri Lanka Curuppumullagē Jinarājadāsa y del escritor mexicano José Vasconcelos están presentes en la doctrina social de Alberto Masferrer, en la estética de Salarrué y en la filosofía oficial del gobierno de Martínez. El general, antes de ser presidente de facto del país, presidió la sociedad teosófica Alétheia. En lo que toca a Salarrué, su relación con la teosofía fue como outsider, pues nunca perteneció a ninguna logia o sociedad.
La primera carta de Salarrué que traigo a cuenta estuvo dirigida a Martínez. Destacan en la misiva, primero, su reparo en el uso del anticomunismo para justificar injusticias, en este caso contra un joven estudiante. Luego, en el tercer párrafo, se revela que en aquellos años algunas personas pensaban que él tenía alguna ascendencia sobre el militar, algo que el mismo Salarrué se encarga de poner en duda. Finalmente, en el cierre, el uso de la expresión “su amigo” indicaría algún nivel de confianza entre ellos. Sin embargo, como se verá en la segunda carta, llamar “amigo” a alguien no necesariamente significa amistad en el sentido más hondo de la expresión.
San Salvador, 5 de mayo de 1939
Sr. Presidente de la Rep.
Gral. Max. H. Martínez.
CASA PRESIDENCIAL. CIUDAD
Estimado Gral.:
Yo también, de todo corazón, voy a rogarle dar libertad al Br. Miguel Ángel Flores a quien se ha dado por cárcel la ciudad de Usulután. Algún motivo habrá, pero ¿es tan grave? El muchacho quiere seguir sus estudios, está para casarse y NO ES COMUNISTA. Supongo que alguna acusación de esa índole pesa sobre él. Esta ya no es una sino la acusación por excelencia (…)
A aquellos que creemos en su bondad de Gobernante y de hombre, nos repugna sobre manera ver aparecer aquí y allá de cuando en cuando la cabeza deforme de una injusticia. Yo sé que es imposible que se muestre alguna vez, pero mientras menos, mejor.
Se cree que mi súplica ante Ud. vale algo y esta es la razón por la cual yo me atrevo a presentarla, por si es verdad.
Esperando su amable respuesta me suscribo como siempre su amigo,
Salarrué
(Col. América #54)
Las otras dos cartas están directamente relacionadas con la participación de Salarrué en uno de los proyectos de la “política de cultura” del gobierno de Martínez. Salarrué dirigió la revista Amatl desde su fundación, a mediados de 1939, pero su nombramiento formal y el pago por su trabajo solo se hicieron efectivos hasta un año después, en mayo de 1940. Ese año, el ministerio de Instrucción Pública decidió pausar la publicación y le asignó a Salarrué responsabilidades como colaborador del Teatro Infantil.
En la primera de las dos cartas, el artista interpone su renuncia en los siguientes términos:
San Salvador, enero 14 de 1941
Sr. Prof. Dn.
José A. ORANTES
Estimado amigo:
Le ruego tomar en consideración las ideas con que me veo obligado a distraerle de sus muchas ocupaciones. Me doy cuenta de lo molesto que soy, pero estoy convencido de que un hombre joven como Ud. sabe dar a cada cual el poco de comprensión que merece. Mi situación en calidad de empleado de ese Ministerio es en el momento sumamente incómoda. El nombramiento que últimamente tuvo Ud. a bien conferirme y yo aceptar ha sido y es para mí un paso de transición, en espera de que sea posible continuar la publicación de “AMATL”. La dirección de dicho órgano es mi justo lugar en sus dependencias. (…)
Me veo en el penoso caso (para mí) de renunciar al puesto que allí tengo so pena de aparecer como un parásito (…) Yo le ruego a Ud. que ordene me sea pagado el mes de enero y que de allí en adelante me considere fuera del Ministerio hasta que sea posible volver a la Dirección de “Amatl”. (…)
Es para mí más arriesgado de lo que cualquiera podría pensar la idea de abandonar el lugar con que Ud. me favorecía, no se si pueda vivir pero prefiero arriesgarme en libertad a ser una garrapata del presupuesto. (…)
Le ruego contestarme por intermedio de Dn. José Alvarado que trabaja en esas oficina y es mi vecino.
Con el mayor aprecio le saluda
Salarrué.
Salarrué no recibió ningún trato especial: su renuncia fue aceptada. Atormentado por sus dificultades económicas, que en algún momento lo hicieron pensar en el suicidio, le escribe una carta a Julio E. Ávila, un escritor ─este sí, amigo suyo y allegado al presidente─ para que interceda a su favor. La carta recoge su frustración por la indiferencia del presidente y revela que la revista “Amatl” no fue parte de un proyecto político premeditado y estructurado, sino una idea suya, que obtuvo el momentáneo respaldo de Martínez, pero que terminó naufragando en manos de la burocracia cultural.
San Salvador, febrero 1 de 1941
Sr. Dr. Dn.
Julio E. Ávila.
Pte.
Querido Julio
¿Quién sino tú podrá comprender aún aquello que no se sepa explicar? ¿Quién sino tú entenderá pocas palabras dichas desde una conciencia raza limpia como la palma de una mano abierta. Preciso (de una o dos o varias almas comprensivas), refuerzos en esta hora crítica. La hora económica de mi vida, le podemos llamar. No estoy creyéndome derrotado. ¡Qué va! Es parte de mi lucha y de mi valor individual, el arma de una amistad es arma lícita y un pequeño apoyo salva. Yo estoy entero y puedo y debo hacer mucho, veo dónde pero topo con la incomprensión y apatía de aquellos que podrían ayudarme a ayudar. El general [Martínez] ha tenido buena voluntad pero no suficiente interés en lo que yo estaba haciendo. Él me dijo un día: “Piense en lo que Ud. podría hacer y yo lo apoyaré”. Y yo encontré mi puesto en la Dirección de una pequeña revista [“Amatl”] destinada a tocar el corazón reseco de los maestros que padecemos. Se estableció y se me asignó un sueldo de ¢200.- lo que no duró sino dos o tres meses. La revista se suspendió de cuenta del amigo Orantes que dicho sea de paso ni se ha dado cuenta remotamente de la intención de “Amatl”. No tiene ni tiempo de enterarse de lo que dice (Palabras de su propia confesión). El Gral. si lo sabe si no lo sabe… Me rebajaron a cien colones el sueldo cuando la revista volvió a editarse. Hice unos cuantos números, y luego vuelta a suspenderse, esta vez para siempre. Cierto que me nombraron con un cargo absurdo “Colaborador del teatro infantil” Yo agradezco porque la intención era darme siempre una pequeña ayuda, pero no me explico ese pensar siempre en el sentido favoritista, cuando uno podría servir y de verdad, ganándose además la vida con justicia. Julio, yo tengo que hacer vivir una casa con 7 personas (…)
Si yo tuviera como sostenerme unos meses todo iría bien. Para ello me veré obligado a hipotecar mi derecho sobre la casa [de su madre] (…) cosa que agravaría mi situación del futuro. Ya la casa donde vivo está hipotecada y no sé cómo pagaré los intereses”. (…)
Yo creo que Tú podrías hacerle ver al Gral. la urgente necesidad y el derecho que me asiste a ser ayudado. En C.A. más que en ninguna otra parte del mundo el artista y el escritor sólo puede vivir y hacer con el apoyo del Estado. Cuando el Estado ha contribuido a fomentar la educación unilateral vocacional mayor razón para prestar apoyo. Es obvio que la artista vive acá en un toma y daca especialísimo en que uno es apoyado por un lado para producir por otro muy distinto. Si Martínez me va a ayudar definitivamente que lo haga de modo permanente y sin juegos de subalternos que le angustian a uno en la vida y el trabajo y echan a perder lo que uno está haciendo con amor y no por sacar la tripa del mal año. (…)
Te digo que es tal mi situación actual que a pesar del optimismo del sentido teosófico y de todo eso hay instantes, solo instantes, en que comprendo a los suicidas. Es muchas veces que queriendo uno luchar, teniendo el coraje, sólo oye y no ve el enemigo. No sabe por dónde comenzar a pelear y con cuáles recursos. A mi pónme cuarenta competidores en arte y me verás pelear y acaso triunfar en las labores más arduas, pero en casos como este mío de hoy uno no ve qué es lo que va a ponerse hacer. Si uno tuviera siquiera el arma empuñada… Pero no es así, es como estar atado de manos y pies. (…)
En fin, tú verás qué haces para darme una manita.
La Dirección de Amatl fue uno de los empleos de Salarrué durante el gobierno de Martínez, y, como consta en otras cartas, hasta ahora desconocidas por el público, no fue el único proyecto donde faltó el respaldo que esperaba de las autoridades, incluyendo al presidente. Por donde se las mire, no se encuentra evidencia que refuerce la afirmación de que, como lo ha dicho Lara-Martínez, encabezaba “la política de cultura” del dictador. Salarrué no fue un actor neutral dedicado al arte por el arte. Tampoco fue un artista que se enfrentó al dictador. Pero recibir una paga por su trabajo tampoco lo convierte en una persona al servicio del dictador.
*Miguel Huezo Mixco es escritor salvadoreño. Las cartas reproducidas forman parte del Archivo Salarrué, resguardado por el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI). Se han respetado la ortografía y los énfasis de los originales. Este artículo es un extracto de un ensayo más extenso que será publicado próximamente en Istmo. Revista virtual de estudios literarios y culturales centroamericanos, No. 39.