La pandemia del coronavirus ha sido el potenciador de un escenario devastador, ayudado por una deficiente y poco inteligente manera de manejar la epidemia en nuestro país. Es cierto, de acuerdo con los datos publicados por el Gobierno, hoy en día el país presenta, después de Nicaragua, el menor número de casos en Centroamérica. Sin embargo, tanto a Nicaragua como a El Salvador se le disputa la veracidad en su reporte de datos epidémicos. Una de las razones es el informe de las alcaldías, según el cual El Salvador tendría que estar reportando más de seis veces el número de muertos y más de tres veces el número de casos a nivel nacional. De acuerdo con datos publicados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), el funcionamiento del sistema de salud en El Salvador cuenta con algunas debilidades, y en su ranking se encuentra solo superior al sistema de salud de Honduras en Centroamérica.
El sistema de salud del país está caracterizado por un financiamiento estatal por abajo del mínimo de 6 % del producto interno bruto (PIB), según lo establecido por la OMS. Quiere decir que existe una cobertura real de los servicios de menos de los dos tercios de la población, lo cual representa un déficit del 43 % en agentes de salud que prestan los servicios de atención primaria. A esto se suma una distribución geográfica, demográfica e institucional no equitativa de los recursos existentes, y un déficit de camas hospitalarias del 74 %. Adicionalmente, el sistema de monitoreo y vigilancia de enfermedades se encuentra fragmentado en programas en donde la calidad de los sistemas de vigilancia varía, como en el caso del programa de VIH, hasta programas con serias limitaciones en su ejecución.
Por ello, esta discrepancia de datos específica para la epidemia del coronavirus podría ser causa de un subregistro del sistema de vigilancia, y no del todo intencional. Los esfuerzos originales del Minsal en aumentar la capacidad de absorción del sistema para casos graves de covid-19, por medio de la construcción y habilitación del Hospital El Salvador, fueron pasos acertados pero muy focalizados, sin incluir herramientas extremadamente importantes para la prevención de la transmisión. Aún en intervenciones como los centros de contención, debido a su pobre ejecución, estos se convirtieron en la práctica en centros de transmisión de la enfermedad. El hecho es que a pesar de noticias infundadas que indican lo contrario, nuestra respuesta nacional a la pandemia ha sido bastante deficiente. La medicina ha sido peor que la enfermedad.
Según un estudio presentado por Fusades, los niveles de pobreza han aumentado en 10 puntos porcentuales si comparamos el año 2019 con el 2020 (31 % vs. 41 %). Quiere decir que, para finales de este año, 4 de cada 10 personas estarán en pobreza. El confinamiento, principal arma de defensa utilizado por el Gobierno para combatir la epidemia, ha hecho que más de medio millón de ciudadanos salvadoreños carezcan de los medios básicos de subsistencia. Las medidas impuestas de confinamiento revirtieron 20 años de continuo descenso de los niveles de pobreza en nuestro país. No es de extrañarse, 87 días de encierro de nuestra población tenían que marcar factura a nuestra economía, y esto aunado a los 67 días de ausencia de transporte público, se traducen en más de 5 meses de cierre económico.
El golpe brutal y con mayor fuerza recayó sobre las familias con menor poder adquisitivo. Pequeños negocios quebrados y cerrados, familias sin ingresos, desempleo galopante con más de 50 mil empleos formales y 150 mil empleos informales perdidos. Un número mayor a 200 mil familias haciéndose más pobres y más de 55 mil jóvenes sin oportunidades de encontrar empleo. Nuestras exportaciones hundiéndose en picada un 21 %, cuando nuestros hermanos centroamericanos, que también están pasando por la misma crisis sanitaria, sus exportaciones fueron substancialmente menos afectadas, con disminuciones en Costa Rica de 1.3 %, Guatemala y Honduras 0.3 %, y, en el caso de Nicaragua, incluso aumentaron en un 8.6 %. La única diferencia con estos países vecinos fue que nosotros permanecimos encerrados más de 5 meses. El Salvador trató de focalizar su estrategia de contención, por ser lo más fácil y simple, en el confinamiento total de su población. El problema, es importante recordar, no tiene que ver con la cuarentena por sí misma, sino que no hubo un plan estratégico integral que incluyera otras herramientas de prevención. Las medidas fueron totalmente centralizadas, verticales y excluyentes de sectores profesionales y académicos, y de la ciudadanía en general. Todo esto pese a que expertos internacionales y estudios científicos presentaron evidencia de lo insostenible de la intervención y del impacto social y económico negativo.
Este confinamiento brutal y restrictivo no se dio en ningún otro país de Centroamérica, consecuentemente, sus economías, capeando el temporal, se vieron mucho menos afectadas que la nuestra.
Un liderazgo inteligente y capaz técnicamente, así como políticamente unificador, pudo haber prevenido este golpe tan profundo en nuestras esfera social, económica y sanitaria. Tenemos un liderazgo que, además de ser incapaz en el área de salud, nos oculta información valiosa para defendernos, y encima de todo nos incita a dividirnos. Estamos en momentos en los que nuestra sociedad necesita estar unida y coordinada para enfrentar efectivamente esta crisis, que hoy en día ya no solo es sanitaria, sino social, política y económica.
Churchill decía que para mejorar hay que cambiar, y esta intolerable situación necesita un cambio drástico. Ojalá no sigamos hundiéndonos ni terminemos repitiendo las palabras del poeta Vicente Rosales y Rosales: “Para otros dieron lana las vicuñas. En este invierno, macho de la muerte, ¡cuántos nos hemos de comer las uñas!”