Columnas / Cultura

Enviar una bandera al espacio

Tenemos una pobre capacidad técnica, somos incapaces de fabricar tecnología de avanzada, la investigación está anquilosada y nuestro pequeño gremio de especialistas en ciencia no es escuchado.

Lunes, 7 de diciembre de 2020
Jorge Colorado

Bandera ubicada en el redondel Masferrer en San Salvador. El alcalde capitalino ha dicho que esta obra, con un costo de $300 mil, inspirará a los salvadoreños
Bandera ubicada en el redondel Masferrer en San Salvador. El alcalde capitalino ha dicho que esta obra, con un costo de $300 mil, inspirará a los salvadoreños 'a seguir trabajando'. Foto tomada de la página de Facebook de la alcaldía de San Salvador.

Lo razonable es que cuando hay recursos limitados y grandes necesidades, los países opten por resolver aquello que es más apremiante. Se podría pensar que todo el mundo está de acuerdo en que si hay un terremoto y la mitad de la población termina en la calle porque se cayeron las viviendas, debería destinarse fondos públicos para la reconstrucción de la infraestructura y nunca, por ejemplo, en comprar una flotilla de aviones de combate para la Fuerza Aérea.

Cuando hay un fondo para un proyecto, solo es posible hacer una cosa, no se puede construir un hospital y una carretera a la vez en el mismo sitio con los mismos recursos. Habrá que decidirse por uno o por otro. También podría decidirse otra cosa: un estadio, un parque, un teatro, una escuela o no construir nada, porque algunos un tanto libertarios podrían considerar que las escuelas y los hospitales son cosas que tiene que resolver el mercado y no el Estado.

Definir qué es lo que vamos a hacer -o bien no hacer nada- con los fondos públicos es lo que se conoce como política, pero es la ideología la que le da un sentido a la decisión, es decir, aquellas ideas socialmente compartidas por un grupo, un partido o un movimiento político. Por eso me parece absurdo decir que un partido político carece de ideología.

Hay cuestiones que necesitan una respuesta urgente, de hecho, casi todas las sociedades tienen urgencias. En nuestro caso a veces parece que corremos tratando de apagar incendios creados por nuestros problemas históricos, aquellos a los que no se les ve solución posible, que son nudos ciegos y que para resolverlos serían necesarios muchos años y muchos recursos.

Uno de esos grandes problemas, que a mi juicio es uno de los fundamentales, es el pobre desarrollo científico del país. La incapacidad que tiene El Salvador para obtener y utilizar el conocimiento que provee la ciencia en busca de resolver nuestros problemas es uno de los grandes lastres que sobrellevamos. Cuando de resolver problemas se trata, o dependemos de otros o improvisamos, aunque hay que decir que muchas veces en el país se opta por no hacer nada y esperar que los problemas se resuelvan por sí mismos, como si tal cosa fuera posible.

El desarrollo científico en El Salvador está en uno de los últimos puestos de una de las regiones más atrasadas del mundo. Tenemos una pobre capacidad técnica, somos incapaces de fabricar tecnología de avanzada, la investigación está anquilosada y nuestro pequeño gremio de especialistas en ciencia no es escuchado cuando tiene algo que proponer. Eso en el mejor de los casos, puesto que en los últimos tiempos hemos sido testigos de cómo los políticos y sus hordas de troles los atacan llamándolos locos o farsantes.  

Lo razonable sería esperar que apuntáramos hacia el desarrollo científico, que la sociedad y sus tomadores de decisiones financiaran, impulsaran, apoyaran y tomaran en cuenta al gremio de investigadores cuando tienen una respuesta que solucione un problema.

Pero hasta ahora parece que El Salvador prefiere apuntar hacia otro lado, gastando recursos que podrían construir laboratorios, financiar investigaciones o educar a nuestros científicos en cuestiones que no son ni urgentes ni necesarias. Por ejemplo, la bandera que la alcaldía de San Salvador ha colocado en el redondel Masferrer y que se ha promocionado como la bandera más grande de Centroamérica, la cual según documentación ha costado casi $300 000.

En un año que ha sido devastador para la economía salvadoreña, sin duda estos fondos pudieron haber tenido un destino más favorable y urgente. Aprovecharé este espacio para hablar sobre un uso hacia algo que si bien no es apremiante, sin duda sería mucho más valioso como inversión.

En este momento solo hay dos países centroamericanos que han logrado diseñar, construir, colocar y hacer funcionar un satélite en el espacio, esos dos países son Costa Rica y Guatemala. El Quetzal-1 es un proyecto de la Universidad del Valle de Guatemala, la cual, al no poder afrontar el costo de construcción, y tampoco lograr apoyo de su Gobierno, pidió ayuda internacional que llegó por medio de la agencia espacial japonesa JAXA, la Oficina de las Naciones Unidas para Asuntos del Espacio, la Universidad de Colorado, la Universidad de Chile, el TEC de Costa Rica y la Universidad de Würzburn.

El satélite viajó a la Estación Espacial Internacional en marzo de 2020. Llegó hasta ahí a bordo en la misión CRS-20 de la empresa Space X y fue puesto en órbita terrestre en abril de 2020. La principal misión del satélite es probar un sensor multiespectral para estudiar la calidad de los cuerpos de agua de la Tierra, especialmente en los lagos guatemaltecos.

Se invirtieron unos $260 000 en la construcción del Quetzal-1 (un par de miles de dólares más barato que nuestra bandera gigante), un satélite cubo, relativamente pequeño, que no pasa de los 10 centímetros por lado. Pero más allá del sensor multiespectral lo importante es que diseñarlo, construirlo, controlarlo desde tierra y comenzar a realizar investigación científica les ha dado a los guatemaltecos una experiencia aeroespacial que no se puede adquirir cuando solo se depende del conocimiento de otros países.

Que un país centroamericano construya un satélite es en sí mismo un hito tecnológico, no por el hecho de tener en el espacio un aparato producido por nuestras manos, sino porque es un instrumento de investigación. Construirlo y comprenderlo en todas sus dimensiones y potencialidades es un recurso que abona en el conocimiento de nuestros científicos e ingenieros.

Es obvio que el dinero público se puede utilizar para otros proyectos importantes. Es posible que un artista considere que los $300 000 gastados en la bandera tendrían un mejor destino si se utiliza para programas culturales. También es posible que algunos ciudadanos más sensibles consideren que sería mejor que ese dinero se invirtiera en mejorar las condiciones de alguna comunidad marginal. Sin duda que en todos los casos anteriores el dinero tendría un mejor destino que abonaría al desarrollo del país en lugar de ser simplemente un caro ornamento urbano.

Por lo visto hasta ahora, las decisiones sobre cómo se gastan recursos que ya son limitados no preocupan a nuestros políticos, quienes parecen cada vez más desconectados de la realidad. En los últimos tiempos se han vuelto aficionados a la grandilocuencia, exagerando sus obras al absurdo, no importa si estas las han abandonado a medio construir o son simplemente insignificantes.

Es así, pues, como pretenden resolver los grandes problemas nacionales a través de decisiones irracionales, ya que para ellos parece no haber ningún inconveniente en gastarse miles de dólares en una enorme bandera que resulta en una especie de fetiche patriotero, o bien en una gigantesca alfombra roja por donde pasear sus egos; ambas, sin duda, las más grandes de Centroamérica.

Mientras tanto, nuestros vecinos viajan a las estrellas.

Jorge Coloroado es antropólogo y divulgador científico salvadoreño.Posee una maestría en Metodología de la Investigación de la ciencia, y ha sido docente universitario e investigador. 
Jorge Coloroado es antropólogo y divulgador científico salvadoreño.Posee una maestría en Metodología de la Investigación de la ciencia, y ha sido docente universitario e investigador. 

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