En un mundo donde las redes sociales tienen la culpa de todo, el acelerado desmoronamiento de la imagen en Estados Unidos del presidente Nayib Bukele tiene poca relación con la habilidad del mandatario de controlar las nuevas tecnologías y las relaciones públicas. La debilidad de Bukele es que no entiende a la vieja fuerza que influye en la cobertura mediática -que no son los medios tradicionales ni las redes sociales- y que puede ahogar a cualquier gobierno extranjero. Esa fuerza es el consenso de las élites políticas estadounidenses. Estas élites están conformadas por funcionarios del Ejecutivo, asesores de congresistas y los mismos legisladores.
Existe evidencia de múltiples estudios de comunicación y relaciones públicas que indica que la ofensiva de relaciones públicas emprendida por Bukele para cambiar su deteriorada imagen en Washington D.C. tiene pocas posibilidades de victoria. Por lo contrario, la relación de El Salvador con Estados Unidos, de seguir como hasta ahora, sería la más precaria desde los Acuerdos de paz. El gobierno salvadoreño tiene pocos amigos en Estados Unidos, pero muchísimos críticos de todos colores y sabores.
A principios de los ochenta, W. Lance Bennett, académico de la Universidad de Washington, aseguró que el contenido de la cobertura periodística de políticas públicas en Estados Unidos se ciñe al debate que existe de ciertos temas en sus élites políticas. A esto se le llama la hipótesis de indexación. Según esta teoría, los políticos estadounidenses establecen un consenso sobre temas “permitidos” y los medios se ciñen en general a ellos, sobre todo en relación a temas internacionales.
De acuerdo a lo establecido por Bennett, el consenso en Washington sobre El Salvador se empezó a gestar tras la toma militar de la Asamblea Legislativa en febrero de 2020. Antes de eso, las élites políticas estadounidenses habían mostrado una actitud optimista sobre Bukele. La toma de la Asamblea aceleró un proceso en el que las élites políticas empezaron a percibir a Bukele como alguien con rasgos autoritarios. Para mayo de 2020, el periódico estadounidense The Washington Post ya le había dedicado a Bukele dos de sus editoriales y un grupo de legisladores republicanos y demócratas impulsaban un proyecto de ley bipartidista en el congreso en el que se señalaban a El Salvador como unos de los países que explotaban la crisis de la pandemia “para consolidar su poder y pasarse sobre los cuerpos legislativos y silenciar la crítica”. Ese mismo mes, un alto funcionario de Estados advirtió al Gobierno de Bukele de que Estados Unidos congelaría su cooperación monetaria si el presidente seguía desafiando a la Corte Suprema de Justicia y la Asamblea Legislativa.
El consenso de las élites políticas estadounidenses tomó un giro relevante cuando, en septiembre 2020, uno de los bastiones del anticomunismo cubano en Florida, el representante republicano Mario Díaz-Balart, firmó, junto a otros legisladores, una carta en la que muestra su preocupación por el abandono del estado de derecho y las normas democráticas en el país. Llegado este punto, la preocupación por Bukele ya no era un tema de medios “liberales” y políticos demócratas, sino de un calado profundo que había llevado a tradicionales enemigos de la Cuba de Castro y de la Venezuela de Maduro a criticar al mandatario salvadoreño. Al mismo tiempo, el jefe del comité de relaciones exteriores de la Casa de Representantes, el demócrata Eliot Engel, junto a un grupo de congresistas, se mostraron “preocupados por la aumentada hostilidad de su gobierno contra los medios de comunicación independientes e investigativos en El Salvador en otra carta. Esta última fue también firmada por el senador Patrick Leahy, subjefe del comité de apropiaciones, quien define el presupuesto del gobierno federal. La respuesta del Gobierno salvadoreño fue desdeñar ambas cartas con el argumento de que el número de firmantes no era representativo.
Estas manifestaciones solo podrían agraviarse con la llegada del demócrata Joe Biden a la Casa Blanca. El profesor Robert Entman asegura que los enfoques sobre asuntos internacionales en los medios son establecidos, en primer lugar, por el presidente de Estados Unidos y, en segundo lugar, por el Congreso. A esto le llama Entman la red de activación de cascada. Si hasta ahora, el consenso político sobre Bukele lo han liderado los demócratas en ambas cámaras del congreso estadounidense y los medios de comunicación tradicionales, la llegada de Biden puede asfixiarlo más. A diferencia de Trump, con quien Bukele alardeaba de tener una buena relación, el presidente electo Joe Biden hizo su primer acercamiento con Centroamérica al llamar al presidente de Costa Rica y no al salvadoreño el 30 de noviembre. Días después, el 3 de diciembre, el líder de la minoría demócrata en el comité de relaciones exteriores del Senado, Bob Menéndez, envió una carta al secretario de Estado Mike Pompeo, en la que muestra su preocupación sobre los intentos de Bukele de “intimidar a los medios de comunicación”.
¿Cómo podría ayudarle a Bukele su ofensiva de relaciones públicas? Según una investigación de Kiosius y Wu sobre la incidencia del consejo de relaciones públicas en la imagen de países extranjeros en los medios estadounidenses, la contratación de lobistas y relacionistas públicos pueden ayudarle a disminuir la intensidad de las noticias negativas en la prensa, pero no necesariamente incrementar las positivas. Y es que, como Bennett y Entman señalan, las redes de funcionarios legislativos y del Ejecutivo en Washington establecen la trama de las relaciones exteriores y quiénes son amigos o enemigos.
Al tener pocos amigos en Washington, la crisis de imagen de Bukele era predecible con solo leer la historia reciente de cómo las élites políticas de Estados Unidos configuran lo que cubre la prensa. Pero la estrategia salvadoreña prefiere el fetiche de contar likes y retweets sobre una profunda lectura histórica. Las élites políticas ya han sepultado vivos a muchos presidentes extranjeros. Al mandatario salvadoreño solo le queda un mea culpa. Por más millones que pague en un facelift de su imagen, serios problemas políticos en Washington no se resuelven con campañas de redes sociales que al final de cuentas solo son efectivas en El Salvador.