John Lennon, refiriéndose a The Beatles, sostuvo: “Ahora mismo somos más populares que Jesús”. La incendiaria frase, acuñada por él en una crítica al cristianismo, causó honda indignación y furia entre muchos creyentes. La ira se almacenó y agitó de manera peculiar al fundamentalista Mark David Chapman, quien, años después, esperó a Lennon en la entrada del edificio de apartamentos en el que residía y le disparó cinco veces. Nadie quiere morir asesinado por decir esto, pero tal parece que puede afirmarse: en El Salvador de hoy, Nayib Bukele es más popular que Jesús. Las encuestas lo demuestran.
El Instituto Universitario de Opinión Pública (Iudop), de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (Uca), ha sondeado por años la confianza que generan diferentes instituciones nacionales y actores sociales entre la ciudadanía. Desde 2004 hasta 2019, el binomio de las Iglesias católica y evangélicas, en términos generales, ocupó los primeros lugares en ese tema. Las personas expresaban “mucha confianza” hacia ellas en este período, muy por encima de las otras instancias. En su mejor momento, tomadas como conjunto, las Iglesias alcanzaron un 47.3 % de confianza ciudadana (en 2009); mientras que, en su peor marca, bajaron a un 29.3 % (en 2015). Sin embargo, jamás perdieron los primeros sitios del ranking del Iudop. Esta consistencia en los datos solo se rompió en 2010, cuando la Fuerza Armada (FAES) obtuvo 43.5 % y apenas superó a las Iglesias por menos de un punto porcentual (quizás se haya debido a la difícil coyuntura de inseguridad de entonces y al notorio rol que el FMLN le dio a la FAES cuando asumió la Presidencia de la República). En el resto de mediciones, invariablemente, alguna de las Iglesias estuvo siempre en el primer puesto (a veces la católica, a veces las evangélicas).
La cosa cambió en 2019. Ese año, la figura del presidente de la República sobrepasó a todas las demás instituciones. Con 49.4 % de confianza ciudadana, Nayib Bukele se puso a la cabeza de la lista, como nunca antes, a una holgada distancia de 16.2 % con respecto de las Iglesias evangélicas (33.2 %), las cuales ocuparon el segundo puesto. Asimismo, como un dato sin precedentes, el Gobierno central, acostumbrado a ubicarse de la mitad de la tabla hacia abajo, consiguió el tercer lugar, arriba de la FAES y la Iglesia católica.
Para corroborar el giro, los resultados de 2020 confirman al presidente Bukele en el primer sitio en cuanto a la confianza de la población (66.7 %), seguido de la FAES (50.6 %), el Gobierno central (48.3 %) y la PNC (41.7 %). Por su parte, los niveles de confianza en las Iglesias evangélicas (33.1 %) y la Iglesia católica (32.2 %) han sido relegados a los puestos cinco y seis del ranking, respectivamente. La popular imagen de Nayib Bukele no solo ha desplazado a las Iglesias en materia de confianza ciudadana, sino que está irradiando sobre la estructura del Ejecutivo. Es tal vez un modo de gritar, al estilo del juego de escondelero: “Uno, dos y tres para mí y todos mis amigos”.
Por si fuese poco, según los mismos datos del Iudop, en este último año, con ligeros intercambios de posición entre los primeros lugares, pero sin salir de ellos, las cuatro instancias gubernamentales logran las más altas calificaciones que la ciudadanía otorga al trabajo realizado. Y, además, aparecen como las instituciones que, en opinión de la población, más cumplen las leyes y la Constitución. Por tanto, su aceptación social es innegable.
Es probable que la sociedad salvadoreña, transportada a tiempos bíblicos, hubiese sentido más confianza en el césar y el Imperio romano que en Jesús y sus discípulos. Está claro que las Iglesias no son, literalmente, la encarnación de Jesús; por ende, con una mirada sociológica, cabe preguntarse: ¿las Iglesias ya no son dignas depositarias y defensoras de los principios y valores cristianos? ¿Cómo llegaron a ser menos confiables que el presidente y su equipo, contrario a lo que anteriormente fue? ¿Dónde está afincada la fe de la gente y por qué? Y, en general, ¿qué significa esto para un país creyente y de religiosidad de masas?
Por lo pronto, lo cierto es que, parafraseando a John Lennon, pareciera que Bukele, en la actualidad, es más popular que Jesús, o que al menos goza de mayor popularidad y credibilidad que sus representantes oficiales en la Tierra. No es cuestión de impresiones o gustos, sino de hallazgos de estudios serios. De hecho, desde que la UCA hace estos sondeos, las Iglesias nunca han alcanzado el grado de confianza que los salvadoreños tienen ahora en la persona de Nayib Bukele y en algunas entidades de su entorno cercano. Nunca.
Las interpretaciones y explicaciones de la evidencia empírica pueden partir de distintos marcos teóricos y contar con diversos énfasis. La clave pudiese encontrarse en el comportamiento del presidente Bukele y su aparato de comunicación, o en las acciones u omisiones de las Iglesias, o en la mera percepción y subjetividad social, o en una combinación de todo ello. En cualquier caso, las cifras sugieren que las Iglesias ya no poseen el predominio de la esperanza colectiva, puesto que ha surgido un nuevo actor, con más prestigio y reconocimiento.
En palabras clásicas de Marx: “La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo”. Sobre esta base, desde una perspectiva psicosocial y al margen de lecturas teológicas, la religión quizás representa un refugio emocional ante un contexto avasallador y fatalista, un reducto cognitivo que permite dotar de sentido a un mundo que carece de él, un bálsamo de humanidad frente a una realidad dolorosa e inhumana (que podría adormecer y alienar), un espacio de renovación vital. Si el proyecto político de Nayib Bukele ha sustituido a las Iglesias en el desempeño de esa función, si ellas no consuelan, abrigan y alimentan como lo hace el Gobierno, si la fe en una vida mejor descansa en la visión del presidente y no en el aliento de sacerdotes o pastores, las oportunidades que se abren son imponderables, así como las eventuales amenazas. Se puede despertar y movilizar la voluntad humana en pos de nobles objetivos comunes, pero también se la puede manipular y apagar con mezquinos propósitos sectarios y hasta personales.
De cara a los múltiples riesgos de este escenario, la herramienta de prevención por excelencia, la vacuna más efectiva, es conocida desde hace siglos: el desarrollo de la conciencia y el pensamiento crítico. Cuestionarlo todo, hacer preguntas, observar y buscar pruebas, no dar nada por sentado, no admitir respuestas simplistas, verificar y transparentar, etcétera. En fin, dudar con método, como lo haría Descartes. Preferir y cultivar la ciencia y la razón, no tanto la fe, cuando menos en lo tocante a asuntos políticos. Así de sencillo, y así de complejo. Reflexionar sistemáticamente no es tarea fácil y requiere disciplina, pero encaja con una cita del maestro Jesús de Nazaret: “La verdad los hará libres”. Y, por supuesto: “El que tenga oídos para oír, que oiga”.