Columnas / Política

La trampa de Nayib Bukele

El cambio de timón prometido por los partidos tradicionales y las apuestas de los recién creados, más parecieran responder a la campaña electoral y al mismo Bukele, que a una visión de mundo nueva.

Viernes, 26 de febrero de 2021
Héctor Pacheco

En los últimos treinta años, El Salvador ha tenido seis presidentes civiles y seis visiones distintas de país. Ahora atestiguamos el comportamiento de un séptimo presidente civil y de una supuesta nueva visión de país, pero lo cierto es que las cosas han cambiado demasiado poco. El factor común de todas estas administraciones ha sido una clara obsesión por el poder y el control total.

Durante décadas, desde la Presidencia de la República, tanto Arena como el FMLN buscaron someter a la Asamblea Legislativa y la Corte Suprema de Justicia, los contrapoderes del Ejecutivo, y lo consiguieron en muchos tramos de sus respectivas gestiones. En el trayecto, otras instituciones como la Fiscalía o la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos fueron simples monedas de cambio para jugar a los pesos y contrapesos sin ninguna consecuencia sustancial.

No podemos olvidar que la Corte de Cuentas fue el feudo del PCN, PDC y de GANA, a cambio de una silenciosa complicidad con los gobiernos de turno. La Fiscalía ha estado históricamente desaparecida y quizá el único y verdadero contrapeso lo vimos con la conformación de la Sala de lo Constitucional 2009-2018, aunque remanentes de esa independencia y acción contralora los vemos en algunos fallos contundentes de la nueva Sala, como el Hábeas Corpus otorgado a una niña de ocho años que permitió la liberación de su madre de un centro de contención o las medidas cautelares que botaron la candidatura de Walter Araujo por violencia contra la mujer.

Visto todo ese pasado, las nuevas ideas de Nayib Bukele no están nada distantes de ese añejo deseo de controlarlo todo y hacer lo que se venga en gana. Este Gobierno ha demostrado que someterse a un ejercicio de contraloría no va con él. Un buen ejemplo de ello es la intromisión en los asuntos del Instituto de Acceso a la Información Pública, que se ha reiterado por otras administraciones y que la actual busca repetir con el bloqueo a las evaluaciones de las oficinas públicas a través de las decisiones de los nuevos comisionados simpatizantes de Bukele.

Tristemente, aunque con maquillajes de innovación, la historia salvadoreña parece repetirse. No es casualidad que se haya comenzado a dinamitar la poca institucionalidad que tenemos y a expulsar a los pocos burócratas con capacidades estatales que pudieron poner un alto. La estrategia ha sido la exageración de todo lo que pasa y se hace, así como una aversión a la planificación y a la propuesta.

En estos 20 meses de Gobierno, Bukele ha empleado más tiempo, recursos y discursos para acabar con sus adversarios y lograr apoderarse de la Asamblea Legislativa que, en mostrarnos su hoja de ruta, midiendo intencionalmente las consecuencias en la legitimidad y la representatividad de la política nacional. Moviéndose como un barco a la deriva que se desplaza con las olas de la popularidad, gracias a su maquinaria de propaganda en redes sociales y medios afines, el presidente y su Gobierno logran alejarse y acercarse a la ciudadanía a conveniencia, mentir y destruir, sin medir consecuencias.

Jugando a representar a todos los salvadoreños, cuando en realidad no se identifican ni abanderan los intereses de ningún sector social, más que los de su familia y amigos, Bukele ha logrado posicionarse como legitimador de su propio poder. Tal parece que esto le dará el triunfo este próximo 28 de febrero. Y en esta trampa han caído el resto de los partidos políticos. El cambio de timón prometido por los partidos tradicionales y las apuestas de los recién creados, más parecieran responder a la campaña electoral y al mismo Bukele, que a una corriente de pensamiento o visión de mundo nueva.

En su afán por mantenerse relevantes, muchos se conviertieron en partidos “atrapalotodo” (como se denomina en ciencias políticas), queriendo copiar el éxito de Nuevas Ideas para ganar votos, aun sacrificando su propia ideología. Pero el efecto ha sido el contrario y lo que más han causado es decepción. Buscar la representatividad política de determinados intereses en cualquier sociedad está bien y es legítimo, pero buscar el poder para consolidar el poder, es más de lo mismo. No hay que olvidar que el desengaño de los mejores, de los más preparados, de los que tienen las mejores intenciones, siempre es el que más duele.

Pero no todo está perdido. A veces volver a lo más básico y lo más simple es la mejor opción. La desigualdad, la pobreza, la inseguridad, la impunidad y la corrupción siguen siendo los problemas estructurales del país, por lo que apostarle a proyectos que ataquen esos problemas sigue siendo la respuesta. Vamos y Nuestro Tiempo, por sobre el resto, deben pensar en los próximos tres años. Hay que generar discursos alternativos, no copiar lo que ya se ha hecho, y eso pasa por acercarse a los sectores sociales, generar tejido, apoyos y vincularse a sectores sociales específicos, no tratar de abarcarlo todo. Porque si algo hemos aprendido de los partidos tradicionales y de Bukele es que el voto duro y el trabajo territorial se pierden al dar respuesta a las necesidades de la ciudadanía, entonces, cualquier opción que prometa hacerlo es esperanzadora. Se trata de recordar el para qué de la política, generar ese “voto de trinchera”, aquel que se gana escuchando y resolviendo lo problemas a la gente.

Durante décadas hemos tratado de cambiar un sistema injusto, cambiando personas y proyectos que han terminado desilusionándonos, porque terminan absorbidos o jugando al juego del sistema. Le pasó al FMLN y el más claro ejemplo de ello es el actual presidente. La política puede ser atractiva y debe ser útil, pero cuando es instrumentalizada para la simple obtención del poder, puede volverse en la pretensión burda y caprichosa, que defiende con exaltaciones y agresividad cualquier crítica contra los privilegios absurdos que acompañan al poder. Hemos pasado desde el horror de la lucha sangrienta entre soldados, oligarcas y guerrilleros, a una batalla más sutil (enmarcada en un respeto hipócrita), pero en el que el objetivo sigue siendo destruir al que piensa diferente, para imponer las visiones únicas.

Las diferencias y los conflictos siempre existirán, pero cómo se administran esas polémicas es lo que genera legitimidad social. No solo se trata de mediar y dialogar sobre puntos antagónicos de política pública, sino de buscar apuestas verdaderamente políticas, es decir, con una visión a largo plazo, que ofrezcan planes concretos para asegurar el bienestar de las personas más necesitadas.

Y en este punto, el de la ayuda a los más necesitados, el país se merece una verdadera innovación. El Estado asistencialista (uno más liberal que el otro; alguno con un enfoque más social) ha estado presente en todos los tramos. Quizá la mayor diferencia, ahora, es que se siguen regalando cosas, esperanzas efímeras, sin resolver verdaderamente nada, pero bajo propuestas tan vacías de contenido que ni la mejor propaganda disfraza la falta de un proyecto de nación.

El juego de la polarización para ganar votos y simpatías es tan viejo como el absolutismo salvadoreño. Decir que se es bukelista o antibukelista es caer en la trampa de Nuevas Ideas y en los simplismos a los que estamos acostumbrados, que no nos han llevado a ningún lugar. A lo mejor, pensar en sacrificar algunos votos para acercarse a la gente y escucharla para recordar el porqué de la política, podría ser de verdad algo diferente.

*Héctor Pacheco, salvadoreño especialista en políticas públicas comparadas y diálogo democrático. Es psicólogo social, economista y politólogo, con estudios en filosofía iberoamericana. Ha sido parte de los equipos de Gobernabilidad Democrática y Construcción de Paz en organismos internacionales como la OEA y el PNUD, en El Salvador y para América Latina y el Caribe.
*Héctor Pacheco, salvadoreño especialista en políticas públicas comparadas y diálogo democrático. Es psicólogo social, economista y politólogo, con estudios en filosofía iberoamericana. Ha sido parte de los equipos de Gobernabilidad Democrática y Construcción de Paz en organismos internacionales como la OEA y el PNUD, en El Salvador y para América Latina y el Caribe.

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