Entre nuestros altruistas deseos y los discursos de políticos y líderes mundiales, creímos que la pandemia, más allá de sus temibles consecuencias en la salud, la economía y los derechos humanos, lograría sacudir nuestras conciencias, enderezándolas hacia un “mundo mejor”. Una renovada utopía que nos conduciría a una revalorización de la humanidad. A una “nueva normalidad”, más solidaria y equitativa. Sin embargo, ese escenario renovado, huidizo y aún inalcanzable para la mayoría, nos está mostrando con la utilización de las vacunas, como se exacerban las crispaciones ideológicas y las tensiones políticas entre los Estados, así como los afanes desmesurados de lucro de empresas farmacéuticas.
Aunque Cepal haya advertido que la pandemia provocará la reducción de medio año en la esperanza de vida de los latinoamericanos, nadie se atreve a señalar que detrás del acaparamiento de vacunas está en curso un verdadero “genocidio blando”, que no se distingue por ideologías y del que todo el mundo se hace el disimulado, como en el cuento de H.C. Anderson El traje nuevo del emperador, donde solo una mente inocente pudo decir lo que todos veían y no se atrevían a decir: que “el emperador estaba desnudo”.
En una clara ilustración del acaparamiento, Estados Unidos dispondrá de hasta 2100 millones de dosis, con las que podría vacunar más de tres veces a su población. En una cruel paradoja, el New York Times informa que tienen más de 30 millones de vacunas de AstraZeneca almacenadas, sin utilizarlas ni poder exportarlas, al tiempo que podrían aplicarse en más de 70 países, donde están autorizadas. La Comisión Europea, por su parte, tiene reservadas cerca de 2000 millones de dosis de vacunas y 2600 millones de euros para adquirirlas. Sus dificultades para lograr su inmunización este mismo año, depende más de acelerar su ritmo de vacunación.
Al final lo que vemos es que, mientras diez países han aplicado el 75 % de todas las vacunas a nivel mundial, 130 países no han recibido una sola dosis. Estados Unidos, Canadá y Reino Unido han ordenado dosis suficientes para vacunar hasta más de una vez, a toda su población. América Latina y África, en cambio, lo han hecho con menos del 3 % de su población. Según la base de datos Our world in date de la Universidad de Oxford, al 31 de marzo del 2020, se han aplicado vacunas por cada 100 habitantes: 116 en Israel, 52 en el Reino Unido, 45 en EE.UU. Países como Guatemala y Honduras lo han hecho en menos de medio habitante por cada uno de sus 100 habitantes y en Nicaragua no se sabe, al no haber información al respecto, en las bases de datos internacionales.
Y es así como va abriéndose la profunda grieta de desigualdad, una especie de apartheid de las vacunas entre los países vacunados y los no vacunados. Los primeros, restablecerán más pronto sus economías; los segundos irán quedando aislados del resto del mundo para contener el riesgo del aparecimiento de nuevas variantes resistentes y más transmisibles del virus, que “amenacen” la inmunidad de los primeros.
La diplomacia de las vacunas: inoculación geopolítica
El acaparamiento y el control sobre los mercados de las vacunas ha derivado en su utilización con fines geopolíticos, una suerte de “diplomacia de las vacunas” mediante la cual se intercambian favores políticos, restricciones migratorias o ventajas comerciales, aprovechándose de las asimetrías de poder entre los países. Los ejemplos abundan.
El 18 de marzo del 2021, EE. UU. anunció un “préstamo” de 2.7 millones de vacunas a México, y este, ese mismo día, cerró sus fronteras con Guatemala y Belice a la migración centroamericana: “dando y dando”, en una transacción cuya moneda de cambio son los migrantes. La Unión Europea responsabiliza de las dificultades en su vacunación a la empresa británica AstraZeneca y amenaza con prohibir sus exportaciones de vacunas al Reino Unido, que ya ha vacunado al 40 % de sus ciudadanos. Brasil solicita la intermediación de la empresa Huawei para la obtención de vacunas chinas, a cambio de incluirla en la licitación de su red G-5, de la cual estaba excluida.
China se ha comprometido a reservar un fondo para vacunas de $2000 millones para África y ha ofrecido préstamos hasta por $1000 millones en América Latina, donde se está posicionando en las estrategias de vacunación de Argentina, Brasil, Chile, Perú, México y El Salvador.
Así mismo, más de 50 países, entre los cuales están Argentina, Bolivia, México y Venezuela, le han pedido a Rusia un total de 1200 millones de dosis de la vacuna Sputnik, contribuyendo así a aumentar su influencia en el mundo.
Previéndose que los países ricos partirían primero a acaparar las vacunas, a costa de dejar desabastecidos a los más pobres, la OMS y la Alianza para las vacunas (GAVI) impulsan una alianza global (Covax) para abastecer de vacunas a los países pobres. Su objetivo, que cada vez se hace más inalcanzable, es distribuir 2000 millones de vacunas para inmunizar al 20 % de la población de 200 países en lo que resta del año. Ya se da por descontado que ese plazo se extenderá al 2022.
En una muestra de hipocresía universal, los países del G-20, prometieron “luchar, sin escatimar esfuerzos, por un acceso asequible y equitativo universal a las vacunas contra el covid-19”. Sin embargo, la realidad, va a contrapelo de esos discursos y Covax navega muy lentamente entre promesas y haciendo agua, porque al mismo tiempo que los países ricos le han prometido financiarle $6000, han comprado las vacunas y no las comparten.
El tiempo avanza y nuevas cepas del coronavirus con resistencias a las vacunas actuales aparecen haciendo cada vez más evidente que nadie está a salvo hasta que todos estén a salvo. Entre más tarde se vacunen los países pobres, más expuestos estarán los demás.
Ya muy alarmados, los países ricos reunidos en la cumbre del G-7, el 19 de marzo, reiteraron el desafío de hacer llegar más vacunas a los países pobres. El presidente francés propuso entregarles, con urgencia, el 5 % de las vacunas ya en poder de la UE y de los EE. UU. El Reino Unido, a su vez, se comprometió a donar sus dosis “sobrantes”.
Uno de los mayores dilemas de nuestra época será la gestión de las vacunas, ya sea como una mercancía o como un derecho humano. De hecho, ya estamos viviendo la opción del mercado, en los que la salud global es rehén del afán desmedido de lucro de pocas empresas farmacéuticas.
Actualmente, frente al desafío de la pandemia, la humanidad ya cuenta con suficientes vacunas para inmunizarse, capacidades de fabricarlas masivamente, dinero para adquirirlas y sistemas de salud para aplicarlas. Teóricamente eso significa que se cuenta con lo indispensable para frenar el rastro de muerte, el descalabro económico y la pauperización ocasionada por la covid-19. Sin embargo, todo ello se enfrenta, en la práctica, a un desafío que supera al de la pandemia, el de la desigualdad. Nada revela tanto sobre nuestras sociedades como la inequitativa distribución que se hace de la vacunación en el mundo: su acaparamiento y utilización geopolítica.
Estamos ante la crónica de un fracaso anunciado. Lo único que puede cambiar esta historia es que la vacunas contra el covid-19 sean un bien público internacional, accesible en forma equitativa a todos los países del mundo. Ya está dejando de ser un tema moral, para ser de sobrevivencia de la humanidad.