'Puedo calcular el movimiento de las estrellas, pero no la locura de los hombres', comentó Sir Isaac Newton tras perder su fortuna en la burbuja especulativa de la Compañía de los Mares del Sur, un episodio de especulación financiera que arruinó a muchos inversionistas británicos en 1720. Fue precisamente ese evento el que dio origen al término de 'burbuja' especulativa. Trescientos años después de que Newton perdiera millones en la bolsa apostando por ganar una fortuna en América Latina, el espejismo pertinaz de las ganancias fáciles sigue desorientando a más de un incauto. El turno ahora es el de las criptomonedas o, más precisamente, de la criptoeuforia.
Hacer de El Salvador el primer país en el mundo en adoptar el bitcoin como moneda de curso legal genera un obvio impacto mediático, pero adolece de una difícil viabilidad. Si bien el presente de las finanzas está ya dominado por el uso del dinero digital, someter el sistema financiero a una apuesta por las criptomonedas representa un salto al vacío que bien pudiera terminar en catástrofe, como ha sido el caso de todas las crisis financieras del pasado.
Para entender mejor este fenómeno, conviene precisar algunos conceptos, principalmente la distinción entre dinero digital, dinero virtual y las criptomonedas (o criptoactivos).
El dinero digital es, en general, cualquier medio de intercambio monetario que se haga por medios electrónicos. Cuando se hace una transferencia de dinero desde una cuenta de un banco a otra, o cuando se paga con una tarjeta de débito o de crédito en un comercio, se está usando dinero digital. Es decir, cuando se realiza un pago o envío de dinero sin intercambiar físicamente monedas o billetes, se está usando dinero digital. La mayor parte del dinero que circula en el mundo es digital, ya que el efectivo solo representa aproximadamente el 8 % del dinero en circulación a nivel global.
Un concepto relacionado es el de dinero electrónico, el cual consiste en una representación digital del dinero real, o un sistema de débitos y créditos en línea, usados para intercambiar valores dentro de otro sistema, o dentro de sí mismo, como un sistema autosuficiente. Un ejemplo de ello es un monedero electrónico (billetera digital, billetera electrónica o e-Wallet), referido a un dispositivo electrónico, un servicio de banca móvil o una aplicación móvil que permite realizar transacciones electrónicas de bajo monto y alto volumen (por ejemplo, los servicios que prestan Tigo-Money, Mobile Money, etc.).
Por otra parte, el dinero o moneda virtual consiste en un tipo de dinero digital que no es emitido por bancos centrales o regulado por instituciones financieras convencionales, sino que es emitido y controlado por “desarrolladores” independientes, y aceptado y usado por los miembros de una comunidad virtual como un medio de pago para bienes o servicios. Por definición, las monedas virtuales son todas digitales, no existen físicamente, no hay papel moneda (o moneda metálica) de las mismas, sino que son 100 % digitales. Todas las monedas virtuales son digitales, pero no todas las digitales son virtuales. Una cuenta bancaria puede funcionar digitalmente, pero no es virtual.
Las criptomonedas, por su parte, constituyen un subgrupo del dinero virtual y digital. Son un tipo de moneda virtual que no tiene un emisor concreto y que están protegidas por criptografía mediante la llamada tecnología de cadenas de bloques (blockchain) o registros distribuidos. Todas las criptomonedas son moneda virtual y dinero digital, pero no viceversa. Cuando se habla de dinero digital se puede estar hablando de cualquier divisa del mundo (dólares, euros, etc.), y cuando se habla de moneda virtual puede que no se trate de una criptomoneda, sino de una moneda con un emisor concreto. Al contrario de otras monedas virtuales, las criptomonedas no tienen un control centralizado, sino que su emisión está distribuida y basada en un mecanismo de protección en el que aplica la técnica de la criptografía (que sirve para cifrar). De esta manera se evita la manipulación de terceros. A diferencia del valor de las monedas fiduciarias, que está anclado por la política monetaria y su condición de moneda de curso legal, el valor de las criptomonedas se apoya únicamente en la expectativa de que otros agentes también las valoren y utilicen. De ahí que registran una altísima volatilidad, dependiendo de cómo fluctúe el “sentimiento” del mercado.
En la actualidad, hay más de 1500 criptomonedas en el mundo. La primera, el bitcoin, fue creada en 2009 por un programador (o grupo de programadores) con el pseudónimo de Satoshi Nakamoto (no está claro si este enigmático personaje existe de verdad). Además del bitcoin, las más usadas son Ethereum y Ripple. Dado el éxito aparente que han alcanzado a la fecha, hay quienes opinan que las criptomonedas podrían llegar a sustituir al dinero fiduciario que emiten los bancos centrales y al dinero electrónico de las cuentas bancarias tradicionales, así como lo hicieron las transferencias electrónicas con el papel moneda (dinero fiduciario), y este con el oro y la plata.
El Gobierno se sube a la ola del bitcoin
La noche del 5 de junio 2021, durante una presentación pregrabada ante la Conferencia Bitcoin 2021, el presidente Bukele anunció que próximamente enviaría a la Asamblea Legislativa un proyecto de ley para declarar el bitcoin como una moneda de curso legal en El Salvador. Comprensiblemente, el anuncio causó gran revuelo a nivel doméstico y en los mercados internacionales.
De momento, no queda del todo claro el alcance de la iniciativa anunciada por el presidente. De hecho, si el anuncio se refiere a que el bitcoin podrá aceptarse legalmente para efectuar pagos entre agentes económicos, no habría una diferencia sustancial con respecto a la situación actual. Actualmente, nada impide que, en una transacción entre privados, se utilicen bitcoins como medio de pago.
Lo que sería más preocupante es si se pretendiera que, por ley, los contratos financieros estuvieran denominados en bitcoins o, más grave aún, que se obligara al Banco Central de Reserva a invertir un porcentaje de las Reserva Internacionales Netas (RIN) en bitcoins. Dependiendo del alcance de la iniciativa presidencial, su implementación podría requerir modificaciones a la Ley de Integración Monetaria (LIM), la Ley Orgánica del BCR y la normativa que regula la inversión de las RIN, entre otras. Dada la correlación actual en la Asamblea Legislativa, modificar todas las piezas de legislación que haga falta no sería ningún obstáculo; el problema serían las implicaciones reales en el funcionamiento del sistema financiero o los enormes riesgos que afrontaría la gestión de las RIN. Considerando la volatilidad extrema y el alto riesgo que han mostrado las criptomonedas, en particular el bitcoin, invertir un porcentaje de las RIN en bitcoins no sería muy diferente de apostar ese dinero en Las Vegas.
Cabe recordar que alrededor del 85% de las RIN están constituidas por las reservas de liquidez del sistema financiero, esto es, el dinero de los depositantes.El porcentaje restante consiste principalmente en los depósitos que el gobierno mantiene en el BCR. Ya el año pasado, entre marzo y abril, el comité de normas del BCR aprobó la reducción del porcentaje mínimo regulatorio de las reservas de liquidez, bajándolo a 9.9 % de los depósitos, a fin de que los bancos dispusieran de mayor liquidez para comprar más títulos de deuda de corto plazo del gobierno (LETES y CETES). Comprometer las RIN en la compra de bitcoins representaría una maniobra que socavaría aún más la estabilidad del sistema financiero.
A nivel internacional, existe desde hace varios años una creciente tendencia a abandonar el uso de efectivo a medida que se ha expandido la utilización de tarjetas de débito o de aplicaciones móviles que permiten realizar pagos en tiempo real entre agentes económicos. En Suecia, por ejemplo, sólo 13 % de los pagos en tiendas se realizan en efectivo. En varios países de Asia y África (China, India, Pakistán, Kenia, Tanzania, etc.) es ya habitual pagar por teléfono móvil en lugar de hacerlo con tarjetas o efectivo. Pero la utilización de criptomonedas va bastante más allá del uso actual de medios electrónicos de pago.
En teoría, las criptomonedas podrían ofrecer algunas ventajas potenciales. A diferencia de las transferencias bancarias, las transacciones en criptomonedas pueden compensarse y liquidarse rápidamente sin intermediarios. Además, la tecnología en la que se basan estas monedas (cadenas de bloques) posibilita que las transacciones se hagan de manera más rápida y segura, y podría también reducir el costo de las transferencias internacionales, incluidas las remesas, así como propiciar la inclusión financiera. Finalmente, los criptoactivos podrían ser especialmente atractivos para los micropagos en la nueva economía digital colaborativa y basada en los servicios.
En algunos de los tuits que han acompañado a su anuncio inicial, el presidente Bukele ha aludido a algunas de estas ventajas potenciales. El gran problema es que todas son, de momento, meramente teóricas. Las criptomonedas son demasiado volátiles y riesgosas como para que puedan cumplir las funciones básicas del dinero como reserva de valor, medio de intercambio y unidad de cuenta, tal como aprenden los estudiantes de economía desde los cursos introductorios de la profesión.
Prácticamente nadie a nivel internacional establece sus precios en bitcoins y apenas pocos negocios lo aceptan como medio de pago. Ni siquiera los eventos internacionales sobre Bitcoin lo aceptan como una forma válida de pago. El proyecto Bitcoin Beach que se desarrolla en El Zonte es una iniciativa interesante como proyecto piloto, pero no tiene de momento más alcance que el que tuvieron los UDIS (Unidad de Intercambio Solidario Suchitotense) que circularon en Suchitoto entre 2008 y 2011.
A pesar de los mecanismos de seguridad que brinda la tecnología de criptografía, las criptomonedas han sido objeto de notorios casos de fraude, violaciones de la seguridad y fallas operativas. Desde 2011, los piratas informáticos han robado en varios mercados casi 1 millón de bitcoins (que a los precios actuales tendrían un valor de casi 40 000 millones de dólares). Debido a su carácter anónimo, las criptomonedas son vulnerables de ser empleadas con fines de lavado de dinero, financiamiento del terrorismo y otras actividades ilícitas (narcotráfico, herramientas de piratería informática, etc.).
Además, el costo de producir criptomonedas es muy elevado, dada la enorme cantidad de energía necesaria para alimentar las computadoras que resuelven los acertijos criptográficos. Al ser la minería de criptomonedas muy intensiva en el uso de energía, resulta muy poco amigable con el medioambiente.
Más relevante aún, las criptomonedas no son una buena reserva de valor, dada su extrema volatilidad; ha habido momentos en que sus precios han fluctuado entre 20 % y 30 % en un solo día. En febrero recién pasado, el precio del bitcoin se disparó luego de que Tesla comprara bitcoins por 1500 millones de dólares y anunciara que los aceptaría como pago por la compra de sus vehículos. En abril, el bitcoin llegó a su máximo histórico cuando el precio se disparó a 64 870 dólares. Pero en un mes perdió la mitad de su valor, luego de que Elon Musk revirtiera la decisión de Tesla de aceptar bitcoins como medio de pago de sus autos, debido a la huella contaminante que tiene la minería de la criptomoneda; y de que el gobierno chino impusiera regulaciones más estrictas a las transacciones con criptomonedas, a pesar de que China representa más del 75 % del minado de bitcoins en el mundo.
Dada esta volatilidad, la mayoría de los expertos no considera las criptomonedas como monedas propiamente, sino más bien activos de alto riesgo. 'Es una moneda de mierda', ha dicho Nouriel Roubini, uno de los pocos economistas que anticipó la crisis financiera global de 2008, al referirse al bitcoin. Andrew Bailey, actual gobernador del Banco de Inglaterra, recomendó hace poco comprar bitcoins “si están preparados para perder todo su dinero”. Warren Buffett, una figura icónica entre los mayores inversionistas del planeta, ha calificado el auge de las criptomonedas como una las peores burbujas financieras de la historia. Premios Nobel tan prestigiosos como Robert Miller, Paul Krugman y Joseph Stiglitz, han advertido repetidamente sobre los graves riesgos de las criptomonedas.
Aparentemente, al presidente Bukele y su equipo económico no les merecen crédito alguno las opiniones de ningún Premio Nobel, gurú financiero o inversionista connotado. El presidente ha preferido solicitar la asesoría de un entusiasta criptoevangelista. Jack Mallers, el millennial fundador de la plataforma de pagos Strike de Lightning Network y de la startup bitcoiner ZAP, ha sido el elegido para diseñar la logística de la implementación financiera de la iniciativa anunciada, cualesquiera que sean sus alcances.
Esta no es la primera vez que el Ejecutivo recurre a la asesoría de personajes de dudosas credenciales para atender los temas financieros del país. El año pasado, cuando el Gobierno necesitaba diseñar una estrategia financiera para obtener los recursos para enfrentar la pandemia, el presidente optó por los servicios de Exor, una firma de oscuros antecedentes involucrada en los Panama Papers y otros escándalos de corrupción en varios países sudamericanos. Esto a pesar de que el personal técnico del BCR que administra las RIN es, sin lugar a dudas, el equipo donde se concentra la mayor capacidad técnica y expertiz en el país en temas de gestión de activos internacionales.
El presidente ha resaltado que el mercado global de los bitcoins tiene un valor de 680 billones de dólares, y que si se invirtiera el 1 % de ello en El Salvador, nuestro PIB aumentaría 25 %. Con la misma lógica podría argumentarse que el valor agregado del mercado de bonos a nivel global es de 119 trillones de dólares y que si se invirtiera en El Salvador la centésima parte del 1 % de ese monto, el PIB del país aumentaría 50 %. Los inversionistas en bitcoins son fundamentalmente inversionistas especulativos, cuyo comportamiento difiere sustancialmente del que caracteriza a los flujos de la inversión extranjera directa (IED).
Para atraer inversión al país no se requiere hacer apuestas financieras estrafalarias, sino mejorar el clima de negocios, esto es, fortalecer los servicios logísticos, mejorar la infraestructura, invertir en el acervo de capital humano, respetar la institucionalidad y el Estado de derecho, transparentar el uso de los recursos públicos mediante una efectiva rendición de cuentas, en fin, mejorar todas las variables que forman parte de los indicadores de competitividad que monitorean instancias como el Foro Económico Mundial o el Banco Mundial.
El bajo nivel de bancarización del país, la magnitud de su rezago digital, el pobre desarrollo de la cultura financiera de la mayor parte de la población, aunados a las deficiencias propias del bitcoin, no auguran un feliz desenlace para la iniciativa presidencial. ¿Quién le responderá a quienes, arrastrados por el entusiasmo del presidente, pierdan en un criptocoletazo los ahorros de su vida? ¿Quién respondería a los depositantes del sistema financiero si las reservas de liquidez se esfuman al colapsar el valor de las inversiones en bitcoins por un cambio del sentimiento de los mercados? ¿Quién podría explicarle al FMI y la banca multilateral si parte de los préstamos solicitados se perdieran por el dictamen de una rueda de casino? Seguramente no será Jack Mallers.