El 30 de enero de 2018 la vida nos cambió para siempre. La policía capturó a nuestro papá, Bernardo Caal Xol, acusado de detenciones ilegales y robo agravado contra empleados de una contratista de la empresa hidroeléctrica Oxec S.A. Aunque él nunca detuvo ni robó nada, ellos decidieron detenerlo y robarle su libertad y arrebatarnos nuestro derecho a crecer junto a él.
El 9 de noviembre de 2019, más de nueve meses después de su captura, fue condenado a siete años y cuatro meses de prisión tras un juicio injusto marcado por una serie de irregularidades y negligencias en el proceso penal y con la ausencia de elementos objetivos para sustentar la acusación. El único motivo de su encarcelamiento es haber defendido los derechos del pueblo Q’eqchi’ ante un proyecto hidroeléctrico, tal como señaló Amnistía Internacional al nombrarle “preso de conciencia” el año pasado y lanzar una campaña pidiendo su liberación inmediata.
En 2015 nos enteramos de que la empresa Oxec había entrado en nuestro territorio maya Q’eqchi’ con engaños y mentiras para secuestrar y desviar nuestros sagrados ríos Ox-eek’ y Cahabón, además de talar ilegalmente 15 hectáreas de bosque nativo y usurpar tierras comunales. El Estado de Guatemala les dio licencia para operar sin consultar a nuestro pueblo, como es nuestro derecho.
Estos ríos y cerros no solo tienen una gran importancia espiritual en nuestra cultura maya, sino que también son una fuente esencial de sustancia. Ahí llegaban nuestras comunidades a pescar y a recoger cangrejos, jutes y todas las plantas que se encuentran dentro o alrededor del río y que han servido por siempre para alimentar nuestras familias. Quitarnos el acceso a los ríos es condenarnos a la desnutrición. Es un asunto de vida o muerte.
Las autoridades guatemaltecas deberían de proteger el medioambiente, nuestro territorio, y nuestros derechos como pueblos originarios, para salvaguardar a la población y el futuro del país. El Estado, en cambio, irrespeta nuestros derechos y encarcela injustamente a quienes los defienden.
Como niñas, exigimos la libertad de nuestro amado padre y reclamamos la libertad de nuestros ríos. La criminalización que ejerce el Estado hacia las personas defensoras de derechos humanos nos afecta enormemente a la niñez. Nosotras vivimos con el miedo de crecer, porque queremos que nuestro padre sea parte de cada momento en nuestra vida.
Éramos muy pequeñas cuando lo capturaron (11 años y 9 años, respectivamente) y no fue fácil comprender que en Guatemala existen tantas injusticias hacia la niñez y hacia quienes defienden derechos colectivos. No fue fácil entender que en Guatemala se persigue, se difama, se estigmatiza, se amenaza, se criminaliza o se asesina a quienes deciden acompañar las luchas colectivas de sus pueblos.
Desde el día en que nuestro papá fue detenido hemos tenido que arriesgar nuestra seguridad e integridad física viajando muchas horas hasta la ciudad de Cobán para visitar en prisión a nuestro padre y convivir con él unas seis horas. Todo ha sido muy desgastante y ha significado un cambio drástico en la dinámica familiar. Ha afectado nuestra salud física y mental, no solo para nosotras, sino, sobre todo, para nuestra mamá. En ella ha recaído la sostenibilidad de toda la familia y ha tenido que asumir la responsabilidad de velar por las necesidades inmediatas de papá, como la compra de medicina, insumos de higiene y limpieza, más los gastos que genera cada visita a la prisión.
A principios de 2020, esa convivencia familiar simulada desapareció. El Sistema Penitenciario ya no nos permitió el ingreso a la prisión por las restricciones de la pandemia. Ha sido la etapa más difícil que hemos vivido. Desde que tenemos memoria, sin importar el cansancio u ocupaciones que tenía diariamente, él siempre se aseguró de que cada uno de nuestros días compartidos fueran muy felices. Por eso nosotras le hemos llamado desde siempre “el papá perfecto”.
En nuestras memorias y corazones todos los días tenemos presente su amor, su ternura, sus consejos, su fuerza, su lucha, su valentía, su cariño, su felicidad, su paz, su dinamismo y su alegría. Cientos de recuerdos, como el delicioso y nutritivo desayuno que siempre nos cocinaba, los caldos, el b’aacha. Siempre admiramos su paciencia y su increíble talento para la cocina.
¡Cuánto disfrutamos cada día que nos llevó a nuestro centro educativo! ¡Cuánto aprendimos cada noche cuando nos contaba cuentos, sus historias de cuando era niño, o la historia de nuestro pueblo maya Q’eqchi’! ¡Cuánto disfrutamos cuando nos enseñaba a jugar futbol, y a usar la computadora! ¡Cuánto nos divertíamos cuando nos cargaba a las dos juntas! Y qué felicidad cuando nos daba muchos abrazos, cuando nos enseñaba a nadar, a manejar bicicleta. Nos enseñó con ternura y amor a leer, a debatir y a hablar en público; y también nos enseñó a manifestarnos en contra de la corrupción y la impunidad que existe en Guatemala. En cada momento nos enseñó que no debemos permitir las injusticias, el machismo o las desigualdades.
No se nos olvida tampoco el momento en que pedimos un perro e inmediatamente él preguntó a sus amigos y amigas en Facebook si conocían de alguna organización que tuviera perros en adopción y nos dio una cátedra acerca de la necesidad de la adopción, porque los animales no se compran ni se venden.
Nunca lo vimos enojado. A su lado siempre fuimos muy felices. Siempre lo hemos considerado como un ejemplo a seguir, un protector, un maestro y amigo incondicional, un guía, un consejero y un héroe. Aun desde la cárcel, con cada carta que escribe nuestro padre, nos sigue educando, nos sigue enseñando la fuerza de la dignidad y la valentía para enfrentar el racismo y la criminalización del Estado de Guatemala.
Por eso escribimos esta carta nosotras, porque el mundo debe saber que Bernardo Caal Xol tiene un corazón donde cabe todo un pueblo, un pueblo que no se rinde ante las atrocidades e injusticias que vive diariamente.
Estamos muy orgullosas de ser sus hijas y tener su amor incondicional. Agradecemos a la vida por elegirlo nuestro papá. Hoy a la distancia, y con todo nuestro amor, seguimos diciendo que Bernardo Caal Xol es nuestro papá perfecto.
*Ni’kte ‘Ixch’umil Saqijix Caal Matzir, de 14 años, y Chahim Yaretzi Ketzalí Caal Matzir, de 12 años, son hijas de Bernardo Caal Xol, líder indígena del pueblo maya q’eqchi' y defensor de derechos humanos guatemalteco. Desde 2015, su padre ha defendido los derechos de las comunidades de Santa María Cahabón, quienes han sido afectadas por la construcción de la planta hidroeléctrica Oxec sobre los ríos Ox-eek’ y Cahabón en el departamento norteño de Alta Verapaz.