Las normas de la sexualidad y el cuerpo en la sociedad salvadoreña se fundamentan en una moralidad social donde predomina lo religioso-conservador. En medio de todo ello, las personas trans (transexual, transgénero y travesti) desafían a la sociedad y sus normativas sobre la regulación del cuerpo y la sexualidad. Afrontando a una sociedad que no garantiza seguridad, ni dignidad ni bienestar a todos, las personas trans demandan acciones de reconocimiento específicas a sus identidades y políticas públicas que aseguren su acceso a educación, salud, trabajo, vivienda, justicia, etc.
Entre las principales demandas que el Estado de El Salvador se ha negado a satisfacer para el pleno goce de los derechos de estas personas están el reconocimiento a su identidad autoasumida y los procesos de modificación corporal. La actual Asamblea Legislativa contralada por el Ejecutivo eliminó la discusión de las propuestas de Ley de Identidad de Género y No Discriminación. Para este texto hicimos un rastreo arqueológico –al estilo de Foucault– en la historia salvadoreña sobre los procesos de modificación corporal de personas que disentían de las normas binarias del cuerpo y el género. Con ello evidenciamos que históricamente la modificación corporal de personas trans está interceptada por diversos procesos de violencia, que incluyen la ausencia de reconocimiento de sus identidades autoasumidas.
Modificación de género
Antes de hablar sobre modificación corporal trans, hablaremos sobre nuestros hallazgos sobre la modificación de género entre 1930 y 1960. Esta la comprendemos como el proceso individual de adquirir características socialmente designadas con el género con el cual se auto identificaban algunas personas que ahora serían llamadas trans. Esta modificación de género se realizaba por medio de la adopción de un nombre acorde con su identidad de género, la utilización de vestimenta y la realización de actividades sociolaborales con el género deseado. Los mejores ejemplos son los casos de Rosaura Pereira y Juliana Martínez.
El caso de Rosaura Pereira es el primer dato de fuentes primarias encontrado hasta la fecha sobre modificación de género, denominado como “simulación de sexo”, en el Diario Nuevo, en la ciudad de Usulután (septiembre de 1937). La modificación de género de mayor relevancia fue la utilización de senos de trapo, uso de nombre, ropa y realización de actividades asociadas a las mujeres como ser cocinera y realizar oficios domésticos en varias casas de San Miguel y Usulután. Posterior a este hecho surgió un nuevo caso en 1940 sobre un “hombre-mujer”, el de Juliana Martínez. Respecto a las modificaciones de género, lo que sobresalía era su “abundante cabellera”, la utilización de ropas y accesorios femeninos: “hermosas peinetas y blusa femenina de color amarillo”. Sin embargo, lo que más aproxima a Juliana con la identidad de género “mujer”, con la cual se autoidentificaba, era la realización de “oficios domésticos”. El periodista que reportó su historia estaba tan sorprendido que no podía acreditar que alguien a quien se le designó el sexo masculino al nacer no realizara actividades socialmente adscritas para ese sexo.
En 1954 encontramos un caso por extremo interesante. En la revista de la Sociedad de Estudiantes de Medicina de la Universidad de El Salvador fue publicado por María del Carmen Bellagarrigue el cuento/testimonio La Cruz, que narraba la modificación corporal de María Cruz Hernández Moya. Esta narrativa nos ayuda a la comprensión de subjetividades generales sobre la modificación corporal trans al interior del país. En este texto se discuten categorías antagónicas: salud/enfermedad, normal/anormal, femenino/masculino y vida/muerte. La salud se relacionaba, en este caso, con ser “normal”, es decir tener un cuerpo femenino y como resultado se daría continuidad al ciclo de la vida. No obstante, sucede todo lo contrario. Hubo una modificación corporal no deseada relacionada a una enfermedad, lo cual fue considerado como una anormalidad: el cuerpo biológico femenino adquirió características secundarias masculinas, como el vello facial, la modificación de la voz y la pérdida de la “figura femenina”. La narración concluía con la muerte de Cruz. La muerte, en este caso, era el resultado inmediato para quienes traspasaran las fronteras biológicas por medio de modificaciones corporales, ya que, de continuar viviendo, su simple existencia se convertía en una afrenta ante todo el sistema binario que se asume como “único”.
Considerando lo anterior, no es para nada extraño que la utilización de hormonas como terapia correctiva se haya utilizado al interior del país. Tener atracción por una persona del mismo sexo se relacionaba con tener una “enfermedad. Es por ello que se debían de procurar “formas médicas” para obtener una cura. El relato de Rita confirma esa situación. Rita fue procesada en 1970 por el asesinato de un hombre. Su defensor, tomando como modelo el caso de Mercedes Gámez en Justicia, Señor gobernador de Hugo Lindo, presentó el testimonio de Rita ante el jurado para exponer que ella no era culpable de ese asesinato, sino que la sociedad era la responsable. Esto se fundamentó en el hecho de que Rita, después de haber sido obligada durante su adolescencia a asistir a terapias correctivas, fue expulsada de su casa. Fue así como llegó a La Avenida, zona de trabajo sexual, y comenzó a ganarse a sí su supervivencia. Fue en este contexto que tuvo un altercado con un hombre y, en medio de una disputa, resultó con heridas que le condujeron a la muerte. Rita fue condenada.
Transexual: ¿construyendo una identidad, creando un cuerpo?
En 1976 fue inaugurada Oráculos Discoteque, que imprimía un boletín informativo llamado Nuevo Mundo. Para efectos de nuestra investigación, este sirve como un instrumento pedagógico en materia de orientación sexual, salud, moda, identidad y expresión de género. En el tema de modificación corporal, contraponían al “transexual” (cuerpo) con el “travesti” (género). El boletín definía a una persona transexual como aquella que poseía los órganos de una mujer biológica. Como es sabido, este tipo de operaciones en ese momento no se realizaban. Incluso hoy en día, a lo sumo se realiza una vaginoplastía y la colocación de implantes de senos. Sin embargo, colocar un útero se asumía como una posibilidad por parte de los responsables de Oráculos. Por otra parte, travesti se asociaba con aquellas personas que realizaban espectáculos o se dedicaban al entretenimiento, lo cual no implicaría una modificación corporal permanente, sino una acción momentánea para imitar a una mujer, sobre todo a cantantes populares de esa época, como Rocío Jurado, Yuri, Lucía Galán (Pimpinela), María Conchita, Yolanda del Río, las Pointer Sisters, entre otras.
Es muy difícil encontrar un rastro de las primeras prácticas de modificación corporal en el país. Se aduce que la utilización de anticonceptivos inyectables y digeribles fueron las primeras formas de modificación corporal que personas trans realizaron en el país. En el contexto del trabajo sexual, los atributos femeninos destacados eran una forma de aumentar las posibilidades de clientes.
Por ejemplo, tenemos el caso de Jacky, una mujer trans entrevistada para un reportaje en el año de 1994. Jacky, al interior del circuito del trabajo sexual, se somete a las demandas de los clientes. En su entrevista habla sobre mostrar la “mercancía”, pero destaca la frase en donde asegura que “los hombres se enamoran de sus glúteos y busto”. Observamos, pues, que el atributo físico femenino se vuelve un requisito importante para atraer clientes. Por otra parte, las palabras de Jacky nos muestran la autodenominación como mujer transexual y su definición como “una mujer dentro del cuerpo de un hombre”. La transexualidad en este caso no se percibe por los procesos de modificación corporal, sino por la identidad de género con la cual se autoidentificaba.
A finales de la década de 1990, Francisco Campos publicó un fotorreportaje desde una mirada amplia en donde presentó la vida de travestis y transexuales que ejercían el trabajo sexual y su proceso de transformación. Destacó el uso de maquillaje para ocultar características masculinas en el rostro y la utilización de falda y blusas que combinaran con el maquillaje, para crear un atractivo para sus clientes.
Este trabajo evidencia que para esos años los procesos de modificación corporal tenían una conexión directa para adecuarse al circuito de trabajo sexual, ya que era necesario hacerlo para “tener atractivo” con los clientes. No obstante, en la década del 2000 los procesos de modificación corporal comenzaron a desligarse poco a poco del imperativo estético femenino para el ejercicio del trabajo sexual de calle y se iniciaron procesos de modificación corporal como una forma de adecuar el cuerpo a la identidad de género autoasumida por cada persona trans.
Entre camagüe y elote: políticas públicas para procesos de modificación corporal
En el año 2009 se presentó un primer estudio universitario sobre prácticas de modificación corporal y sus manifestaciones en la salud de mujeres trans de la zona metropolitana de San Salvador. Los resultados de investigación giraron en torno a que la hormonización fue el principal método de feminización (51 % inyectable y 28 % combinado oral) y que su dosificación las ponía en riesgo de salud; además, que la infiltración de aceite era una práctica artesanal de feminización a la que recurrieron un 33 % de las 80 mujeres trans que participaron en las entrevistas. Respecto a las políticas públicas para este sector de población, el estudio mostró que no existía ningún tipo de atención médica, debido a que generalmente se rechaza a las personas trans, tanto en el sistema de salud público como en el privado.
La automedicación es comúnmente adoptada por las personas trans en el proceso de modificación corporal. Esto se debe a la ausencia de políticas públicas efectivas que puedan acompañar este proceso. Por eso la expresión salvadoreña “entre camagüe y elote” define perfectamente a este conjunto de políticas públicas. La políticas que existen en El Salvador son más evocativas que afirmativas y, por tanto, ayudan a mantene vigentes los procesos de discriminación, y por consecuencia de violencia, contra personas trans que desean someterse voluntariamente a procesos de modificación corporal al interior del sistema público de salud.
La violencia del Estado contra personas trans inicia con la inaccesibilidad a los procesos de modificación corporal que demandan. Al no disponer de este servicio en el sistema público de salud, las personas trans realizan procesos de automedicación de hormonas y procesos artesanales peligrosos de infiltración de diversos tipos de aceites y silicón para obtener rápidamente las formas corporales deseadas. Ambos procesos presentan riesgos para la salud. La inyección artesanal de aceite y silicón es un procedimiento en extremo peligroso, que conlleva el riesgo de infección por VIH al reutilizar las mismas agujas en diferentes personas. Además, el aceite o silicón pueden afectar órganos internos, lo cual conlleva un riesgo de muerte o de padecer diferentes tipos de discapacidades o problemas médicos por el resto de la vida.
El Estado no siempre ha sido del todo indiferente ante esta situación. En la década de 2009-2019, la presidencia creó diferentes acuerdos, decretos y lineamientos para que las personas trans pudieran acceder al sistema de salud sin discriminación. No obstante, esto redundó en buenas intenciones, pero poca efectividad. Esto se debió a que una de las principales demandas de las organizaciones trans era que el Estado asumiera los procesos de modificación corporal e incluso abriese la posibilidad de reasignación de sexo en el sistema de salud, lo cual no fue retomado. La aprobación de una Ley de Identidad de Género se mantiene como una deuda social de la izquierda para las personas trans.
ASTRANS: sustituyendo las responsabilidades del Estado
El movimiento de disidencia sexual y de género al interior de El Salvador ha sido un fenómeno de posguerra. Personas trans iniciaron procesos organizativos en 1996. Al mismo tiempo que se organizaron en agrupaciones, surgieron las identidades políticas como travesti, transgénero y transexuales como entes políticos que piden la reivindicación de derechos y deberes al Estado. En la década del 2000, con el fortalecimiento y la diversificación de organizaciones trans, las modificación corporal de los cuerpos trans se transformó en una agenda política de reivindicación para el Estado que no fue escuchada.
La Asociación Salvadoreña de Transgéneros y Transexuales (ASTRANS) se convirtió en la primera organización en brindar asesorías para llevar a cabo la terapia de reemplazo hormonal vía supervisión clínica. Esta es la única organización que atiende este aspecto imprescindible para la población trans. ASTRANS, que luego se transformó en Diké+, organizó un espacio clínico para la salud de la población transexual en el país, brindando asesorías médicas que orientaban a las personas para optar por un procedimiento hormonal adecuado a sus necesidades. Sin embargo, su ejecución y acceso no ha resultado sencilla para las personas trans. Aunque esta institución proporciona consultas y en algunas ocasiones medicamento sin costo, las personas trans deben comprar el resto de los medicamentos que necesitan para iniciar y/o mantener el proceso de modificación corporal.
Relegar al ámbito privado los procesos de modificación corporal trans seguros es una muestra más de la violencia de Estado que se ejecuta en el país contra esta población. Consideramos que esta omisión se fundamenta en la creencia de que la modificación corporal trans es una “enfermedad”. Es por ello que el sistema de salud no desea promover las modificaciones corporales trans, ya que a nivel simbólico estaría promoviendo una “enfermedad”, lo cual estaría fuera de su concepción normativa de promoción de la salud. Esta visión patológica de la modificación corporal trans debe de ser superada. Las personas trans deben de tener acceso a una atención integral de salud, lo cual incluye el acceso gratuito y de calidad de modificaciones corporales. Nadie debe de oponerse a la propia realización personal, inclusive el propio Estado.
Esta entrega de El Faro Académico está basada en el capítulo por Amaral Arévalo, Juan Aguilar e Isaac Salman, “De la 'simulación de sexo' a la 'modificación corporal': transexualidad, salud y violencia en El Salvador en Cúnico, S.; Costa, A. &Strey, M. (comp.): Gênero e violência: repercussões nos processos psicossociais e de saúde (Porto Alegre: EDIPUCRS, 2019) pp. 375-418.
*Amaral Arévalo es salvadoreño y tiene un postdoctorado en Salud Colectiva del Instituto de Medicina Social de la Universidade do Estado do Rio de Janeiro. Además, es doctor y máster Internacional en Estudios de Paz, Conflictos y Desarrollo por la Universitat Jaume I, Especialista en Género y Sexualidad por la Universidade do Estado de Rio de Janeiro y Licenciado en Ciencias de la Educación por la Universidad de El Salvador. Sus líneas principales de investigación son cultura para la paz, violencias y estudios LGBTI+ en el istmo centroamericano.
Juan Aguilar es egresado de la licenciatura en Antropología Sociocultural de la Universidad de El Salvador. Sus líneas de investigación son los procesos hormonales en personas trans, turismo y mercantilización de los espacios y masculinidades trans.
Isaac Salman es egresado de la Licenciatura en Antropología Sociocultural de la Universidad de El Salvador. Su línea de investigación es la memoria histórica de grupos étnicos árabes-palestinos en Atiquizaya, Ahuachapán, El Salvador.