La del sábado 26 de junio pudo haber sido la gran noche de Lizandro Claros. Pudo haber sido la de su debut con la selección mayor de fútbol de El Salvador, contra Guatemala en Los Ángeles, y pudo también ser la fecha del reencuentro con su familia. Lizandro no ve a sus padres y a dos de sus hermanos desde 2017, cuando Estados Unidos lo deportó junto a su hermano Diego desde Maryland, donde había pasado la mitad de su vida y tenía una beca de estudios. Pero el 26 de junio no hubo para Lizandro partido ni reencuentro, porque el gobierno de los Estados Unidos le negó, le niega, la entrada.
“Hay muchas personas que se merecen otra oportunidad”, dice Lizandro a El Faro. Él piensa que es una de ellas. “Mi deportación no fue por ningún delito o por haber hecho algo malo en Estados Unidos. Fue con una excusa absurda”, dice.
Lizandro nació en Usulután en 1998 y es defensa central. El 18 de junio fue incluido en la lista de jugadores convocados por la Selecta para un partido amistoso, mientras se preparan para competir en la Copa Oro, el torneo regional de Centroamérica, Norteamérica y el Caribe, en julio. Pero ya no apareció en la lista final del 23 de junio. Un vocero de la Embajada de Estados Unidos en San Salvador dijo a El Faro que, bajo la ley federal, la información de visas del Departamento de Estado de los EE.UU. es confidencial y por lo tanto, no pueden comentar asuntos individuales de visas como en el caso de Lizandro Claros, pero personal de la Federación Salvadoreña de Fútbol le informó al jugador que no tenía el aval estadounidense para viajar.
Lizandro Claros ya estuvo convocado antes para el partido de la selección con Islas Vírgenes, el 5 de junio de este año. “Por el mismo caso de la visa no se pudo viajar”, dice. ”Desde entonces me di cuenta que eso iba a ser un problema y que ellos (la federación) estaban haciendo lo mejor posible para tratar de resolver eso”.
La Federación Salvadoreña de Fútbol no contestó a una solicitud de El Faro para explicar las gestiones que ha realizado en el caso de Lizandro Claros. “Si es en Estados Unidos, se sabe que no hay opción”, dice Lizandro, quien ya compitió como seleccionado sub 23 en México, en marzo de 2021. Lizandro jugó dos de los tres partidos de clasificación a los Juegos Olímpicos de Tokyo, aunque El Salvador no logró el boleto.
'El énfasis del sistema de Estados Unidos es prevenir la migración, detenerla, y hacer un embudo tan fino que solo las personas perfectas puedan pasar', dice Abel Nuñez, director ejecutivo de Carecen DC, una organización con sede en Washington que apoya a migrantes en su procesos para legalizar su situación en Estados Unidos.
Lizandro tenía 10 años cuando él y Diego llegaron a Estados Unidos en 2009, para reunirse con sus padres. Su hermano tenía 12. Para hacerlos llegar, sus familiares compraron pasaportes falsos. Desde entonces, las autoridades migratorias estadounidenses los tuvieron a ambos en la mira y les exigió reportarse periódicamente con agentes de ICE. En agosto de 2017, en una de sus visitas regulares, Lizandro informó a las autoridades que había ganado una beca deportiva para estudiar en la universidad. Ese fue el detonante de su deportación. Los agentes migratorios concluyeron que la beca indicaba su intención de permanecer indefinidamente en Estados Unidos. “Nunca pensé que por querer ir a la universidad me iban a deportar”, dice él. También devolvieron a El Salvador a su hermano Diego.
“La violación de la ley migratoria es un acto civil, no criminal, pero con los años se han endurecido las reglas”, explica Abel Nuñez. Sobre el caso de los hermanos Claros, Nuñez dice que una segunda entrada tras haber sido deportado se consideraría un acto criminal. “Si ellos entraron con pasaportes falsos, les pueden agregar otros cargos. Ese puede ser el problema de estos jóvenes, aunque ellos estaban sujetos a los adultos y no eran conscientes. El sistema es muy punitivo y se enfoca en castigar a la gente por el pecado de entrar a Estados Unidos sin permiso”, dice.
En la selecta actual Lizandro es una joven promesa, parte de un grupo de deportistas que refleja como ninguno antes la historia de la migración salvadoreña contemporánea. Más de dos millones de salvadoreños viven en Estados Unidos, fruto de un enorme flujo migratorio que se disparó en la década de los 80, por la guerra civil, y que con altibajos ha seguido imparable hasta la fecha, nutrido de personas que buscan escapar de la violencia y la falta de oportunidades económicas, pero cada vez más también reunirse con su familia allá.
Hugo Pérez, actual técnico de la selección, fue el último salvadoreño en jugar un Mundial de fútbol. Lo hizo en 1994, con la camiseta de Estados Unidos. Pérez nació en Morazán en 1963, y emigró a Estados Unidos en el 74. Se crío con su familia en Los Ángeles, desde que tenía 11 años. Ahora lidera un proyecto de selección lleno de jóvenes salvadoreños nacidos en Estados Unidos o en otras partes del mundo: los volantes Joshua Pérez (La Habra, California), Gerson Mayén (Los Ángeles), Danny Ríos (Texas) y Alex Roldán (Artesia, California); el defensor Eriq Zavaleta (Indiana); el arquero Tomás Romero (Nueva Jersey) o los delanteros Walmer Martínez (Santa Cruz, California) y Enrico Dueñas (Holanda), son algunos de ellos.
Lizandro cuenta que, de hecho, en el torneo de México un grupo de los seleccionados salvadoreños, él incluido, hablaban entre ellos en inglés. “Cuando llegó Enrico Dueñas a la sub 23 no hablaba ni una pizca de español”, explica. 'Más que todo ccon Joshua Pérez y Tomás Romero nos comunicábamos así, por mantener a Enrico ambientado con el grupo”.
El caso de los Claros fue ampliamente difundido en medios estadounidenses y salvadoreños en los primeros años de la administración Trump. Un vocero de ICE dijo al Washington Post que deportar a los Claros no habría sido una prioridad en la administración Obama. Pero lo fue para la Casa Blanca de Trump y desde entonces Lizandro ha gambeteado obstáculos. Ahora lleva semanas a las puertas de un avión y de la oportunidad de jugar la eliminatoria al Mundial de 2022 con su selección. Pero le falta una visa en el pasaporte.
Su camino no ha sido en línea recta. Cuando él y su hermano volvieron al país entrenó con el Águila, de la Primera División y con el Club Deportivo España, de Tercera. Después de que El Faro publicó su historia en agosto de 2017, una consejera de admisiones de la Universidad Keiser los contactó a través del periódico para ofrecerles una beca de estudios. Lizandro y Diego se fueron a Nicaragua, al campus latino de Keiser. Allí sigue estudiando hoy Lizandro Negocios Internacionales, aunque ahora lo hace en la modalidad virtual.
“Estuve como año y medio en Nicaragua, estudiando. Ahí el entrenador que tenía en la universidad, Roberto Fernández, agarró un equipo de Segunda División en Nicaragua (el San Marcos FC) y me preguntó si me interesaba jugar”, dice Lizandro. Estudió. Entrenó con el equipo de la universidad y con el San Marcos. Y eso le devolvió la ilusión por jugar a fútbol, que había quedado rota cuando concluyó que no podría vivir del fútbol en El Salvador.
“Cuando vine aquí y llegué a Reserva, pregunté cuánto les pagaban y me pareció muy impresionante lo bajo del sueldo que les daban”, dice Lizandro. “Después de estar en Segunda División, en San Marcos, me llamó la atención. Lo hice no tanto por el dinero, porque en Segunda no cobraba mucho, pero más que todo por tener la oportunidad de jugar y ver qué pasaba. Lo hice más como una prueba que por algo de lo que vivir económicamente”, dice.
A finales de julio de 2019 Lizandro regresó a El Salvador a probar suerte y se enroló en el Aspirante, de la Segunda División. Jugó un solo torneo. Un tío y un entrenador le dijeron que podían conseguirle cupo para probarse en otro equipo, Independiente, dirigido por Omar Sevilla, un carismático entrenador aficionado a regalar titulares a los periodistas.
“Al profe Sevilla le gustó como jugaba y me dejó en el equipo', dice Lizandro. 'Yo no veía como jugar ni un minuto en primera. El profe Sevilla había llevado a un central y estaba Carlos Carrillo (exseleccionado nacional). Al final, a Carrillo no lo inscribieron para el primer partido y el central que llevó el profe Sevilla llegó con suspensión de Segunda División. Entonces no tenía a nadie más que meter más que a mí”.
A 5,150 kilómetros de distancia, en Maryland, la familia Claros estaba emocionada. “Nunca pensamos que íbamos a ver a mi hermano jugando por la televisión”, dice Fátima, su hermana. “Estábamos súper emocionados, como no se imagina. El primer partido que tuvo Lizandro nos emocionamos tanto que hasta lo grabamos en vivo en Facebook”, dice.
La separación tuvo efectos duros en una familia que está atravesada por diferentes políticas migratorias. Fátima está enrolada en el programa DACA, de los conocidos como Dreamers, pero en los últimos cuatro años el programa fue cancelado y luego reinstaurado. El padre de los Claros está acogido al TPS, un programa que da permiso de estadía en Estados Unidos a 200,000 salvadoreños y que también fue cancelado y tiene un futuro incierto.
“Desde que a ellos los deportaron, prácticamente todos nos enfermamos', dice Fátima. 'Mi mamá agarró cáncer. Estuvo un año en quimioterapia, todavía está en tratamiento. A mi papá igual se le subió más el azúcar (en la sangre, o diabetes). Hasta a mí me agarró ansiedad y tuve que estar en tratamiento”, asegura.
En El Salvador, Lizandro resintió la muerte de su abuelo, Pedro Orellana, que tuvo complicacciones después de contagiarse de covid-19. “La pérdida de mi abuelo me afectó mucho a nivel futbolístico', dice Lizandro. 'Tuve un bajón que sentí que nunca iba a poder recuperarme”.
Pedro vivía en Jucuapa, Usulután. Es a su casa a la que Lizandro regresó cuando lo deportaron. “Él era una pieza importante en mi vida. Cuando entrenaba en Independiente no faltó a ningún entreno, iba a todos mis partidos. Siempre estaba ahí y no iba a ser lo mismo”, dice el jugador.
Pero sí se recuperó. Tras dejar Independiente jugó dos torneos con Firpo, el tradicional equipo de Usulután, y acaba de fichar por Águila. “Siempre dije, desde que me deportaron, que Dios sabe cómo lleva sus cosas. Ahora está saliendo el sol otra vez en mi vida”, dice Lizandro.
Abel Núñez dice que existen caminos legales para que se concedan permisos de estadía temporal a actores o atletas que quieren entrar a Estados Unidos. “Cuando Estados Unidos lo quiere hacer, lo hace', dice. 'Si hay suficiente presión, lo van a dejar entrar. Es solo una persona y hace ver lo humanos que son, el gran país. Pero para cumplir con esos valores lo que deben de cambiar son las políticas”, señala.
Lizandro, mientras tanto, sigue esperando que alguien considere que merece un sello de entrada al país en el que se crió y estudió. “Siento que algunas veces se deberían tomar excepciones, ver cómo se trata a las personas o cómo son las personas para tomar ese tipo de decisiones”, dice.