Columnas / Política

Ser oposición no basta

La mala noticia es que como país hemos renunciado a lo mínimo que podemos exigir, hemos cambiado la ética por la cosmética. La buena es que el maquillaje, con el tiempo, se desvanece.

Lunes, 30 de agosto de 2021
Héctor Pacheco

En cuestiones políticas parece que los salvadoreños solo hemos aprendido a señalar lo que no queremos. A lo largo de las últimas tres décadas hemos vivido tantos desengaños nacionales, tantas promesas rotas y tantas falsas ilusiones que estamos cansados. Cuando el político de turno no nos cumple optamos por abstenernos o, al menos oponernos, a lo que no nos gusta. Aún creemos que es posible salir adelante, pero hemos asimilado –amargamente– que el caminar solos y a ciegas es la opción menos arriesgada (aunque esto signifique darnos contra una pared), porque todo lo demás nos ha jodido. Pero la oposición, a secas, no resuelve nada.

Todos sabemos que este país se ha diseñado para grandes ganadores y muchísimos perdedores. Ha sido así desde siempre: desde las haciendas cafetaleras hasta los ganadores detrás de las sofisticadas criptomonedas. Estos pequeños grupos que buscan enriquecerse y ganar dinero al tomarse la política y el poder gubernamental han sido tan comunes y diversos como el curtido de las pupusas.

Tal vez esto explica por qué estamos como estamos. El comportamiento humano se basa en la reciprocidad. Estamos dispuestos a dar esfuerzo y sacrificio con tal de recibir al menos un poco de bienestar: una buena educación para nuestros hijos, una atención de salud respetuosa, que al menos no nos roben. Y esa es la raíz de cualquier sociedad madura. 

Pero, ¿qué pasa cuando, como en nuestro caso, no recibimos nada a cambio? Nuestra respuesta ante aquellos que no dieron nada a cambio fue no ceder más. La poca credibilidad y la erosión del FMLN, Arena, GANA, PDC y PCN fue causada por el irrespeto a los salvadoreños, por no cumplir con su parte del trato. Pero como sociedad también cometimos un error: no nos preparamos para lo que viene después del “no más”.

La esperanzadora llegada de Nayib Bukele al campo político en 2012 generó dudas y muchas preguntas sobre el futuro del país. Desde el comienzo sabíamos poco sobre su visión de mundo, sobre el realismo de sus propuestas o de cómo entender la política salvadoreña a partir de su llegada. Digo esperanzadora porque Bukele se presentó como la apuesta de un futuro ideal, cargado de crítica hacia su propio partido (el FMLN), un futuro donde la corrupción no sería tolerada y en el que las reglas democráticas y la transparencia imperarían sobre todo lo demás. La esperada oposición al status quo había llegado, o eso creímos.

El Bukele actual, no obstante, dista mucho de ese político audaz que gustó mucho a tantos. La tolerancia y la búsqueda de acuerdos con el que piensa diferente, claramente, no son el fuerte del presidente y sus seguidores. Centralizar las decisiones y saltarse cualquier ley o norma se ha vuelto costumbre. Su versión de ser oposición terminó siendo algo muy similar a aquello que desprecia. A la pérdida de popularidad se responde con agresividad y mentiras. Podría decirse que, para el actual Gobierno, la democracia, la empatía y la solidaridad no son una prioridad. Es decir, a medida que ha pasado el tiempo, vamos encontrando cada vez más respuestas sobre qué nos ofrece Nayib Bukele.

Gracias a nuestro pasado político hemos llegado a la conclusión de lo que no queremos: sabemos que la desigualdad, la corrupción y la violencia no nos han permitido mejorar. Las promesas de que la democracia solventaría esas demandas no fue cumplida. Por el contrario, ahora se ocupa una falsa idea de democracia para decir que “el pueblo votó por eso”. Entonces, si no estamos de acuerdo con la democracia ¿qué estamos dispuestos a sacrificar? Por ahí va la apuesta de Bukele: adjudicándose el papel de salvador del país, ha optado por ganar votos y mantener su popularidad a cambio de unos macarrones, mientras deja de lado las causas históricas de los problemas que nadie ha querido enfrentar y asumir. Después de todo, en tiempos como los que corren, la democracia se ha convertido en un lujo para todo aquel que no tiene asegurado su día a día. 

Esto me lleva a pensar que lo mínimo o lo más importante para mejorar como país debería ser la decencia y la coherencia. Se han seguido prometiendo maravillas sin preguntarnos qué necesitamos en realidad. La clase política –incluso la más cool– nos sigue viendo como ingenuos que no entienden que han jugado y continúan jugando con las necesidades más sentidas de los salvadoreños. Si no, ¿qué otra explicación puede haber para ocultar la corrupción o para ocultar las cifras de desaparecidos, pero venderse como el mejor gobierno del mundo? Ni siquiera se nos consultó sobre algo tan delicado como la implementación del bitcóin como moneda. Nos fue impuesta de madrugada, como es costumbre, para imponer los intereses de grupos que se verán beneficiados por sobre el bienestar de la mayoría.

A la fecha, yo sí puedo concluir que Nayib Bukele es otro presidente salvadoreño que visualiza al país como su finca y defiende sus intereses y los de sus allegados a toda costa y sin consultar a nadie. La mala noticia es que como país hemos renunciado a lo mínimo que podemos exigir, hemos cambiado la ética por la cosmética. La buena noticia es que el maquillaje, con el tiempo, se desvanece.

Lo que no podemos hacer es esperar que las cosas simplemente cambien, porque ese camino solo nos conduce a las trampas autoritarias del pasado, tan empapadas de exclusión y desigualdad como hasta ahora. Lo que sí podemos hacer es generar argumentos, debatir desde diferentes posturas, actuar a favor de soluciones reales desde abajo, desde lo más básico, simplemente escuchando y comprendiendo al que piensa diferente y de esta manera ir en contra de todo dogmatismo y fundamentalismo. Ante la falta de razón, se actúa emocionalmente, se manipula y se miente, eso es lo más corrosivo para una sociedad.

El sociólogo y filósofo peruano Aníbal Quijano usa una frase para definir esta manera irreverente de pensar y le llama: “vivir adentro y en contra”. Al estar en condiciones de constante resistencia y cuestionamiento sobre los problemas reales que tocan a la gente en el día a día, uno se vuelve crítico y, por tanto, una amenaza para la desigualdad y las injusticias impuestas por el grupo dominante.

Es incómodo y hasta arriesgado, pero solo así es posible generar alternativas. No se trata de ser opositores, sino de ser críticos y éticos ante el sentir más profundo de la gente que una, dos y tres veces ha puesto su fe en los cambios prometidos. Tampoco se trata de sentar una sola postura, se trata de que la diversidad y el respeto mutuo se conviertan en herramientas de resistencia.

Vivir en sociedades pluralistas no es fácil. Ir más allá de los buenos y los malos requiere madurez; reconocer el valor del pensamiento en las otras personas es el inicio de la justicia social. No se trata de buscar excusas y chivos expiatorios –como lo hace el presidente Bukele–, sino atacar las causas de los problemas. Me atrevo a pensar que ese podría ser el acto más valiente: respetarnos entre todos, a pesar de nuestras diferencias, y oponernos a la intolerancia que se impulsa desde los megáfonos del aparato público.

Si ustedes, al igual que yo, no están de acuerdo con usar el bitcóin, con que el agua tenga un carácter mercantil, le intranquiliza el número de desaparecidos diarios o simplemente piensa que las cosas se pueden hacer de manera decente, estamos viviendo adentro y en contra. Entonces, la pregunta es: ¿qué vamos a hacer?

*Héctor Pacheco, salvadoreño especialista en políticas públicas comparadas y diálogo democrático. Es psicólogo social, economista y politólogo, con estudios en filosofía iberoamericana. Ha sido parte de los equipos de Gobernabilidad Democrática y Construcción de Paz en organismos internacionales como la OEA y el PNUD, en El Salvador y para América Latina y el Caribe.
*Héctor Pacheco, salvadoreño especialista en políticas públicas comparadas y diálogo democrático. Es psicólogo social, economista y politólogo, con estudios en filosofía iberoamericana. Ha sido parte de los equipos de Gobernabilidad Democrática y Construcción de Paz en organismos internacionales como la OEA y el PNUD, en El Salvador y para América Latina y el Caribe.

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