Estamos cerrando un Foro Centroamericano de Periodismo distinto. Bajo condiciones distintas, digamos, peores. La pandemia nos impidió juntarnos físicamente en la edición del 2020, y cuando finalmente pudimos encontrarnos de nuevo, vernos de cerca, hablar en los pasillos, brindar, las cosas habían cambiado a una velocidad pasmosa: Centroamérica no es la misma, o tal vez sí. Tal vez lo correcto sea decir que la región se precipitó en una espiral hacia su propio pasado, hacia su esencia, quizá; que las fuerzas que siempre estuvieron ahí, medrando tras las apariencias, pretendiendo ser otra cosa, incubándose, salieron de pronto de su escondite y de nuestras pesadillas que albergan tantos espantos.
La dictadura no es más una creatura del pasado, ni los exiliados ni los presos políticos, ni las torturas ni los militares intocables, ni la represión ni la persecución de las ideas, ni los asesinatos de disidentes. Son tan actuales como la pobreza, la desigualdad vulgar, el expolio, el saqueo.
Se ha dicho en este Foro, más de una vez, que pese a eso, el periodismo vive uno de sus mejores momentos: medios más consolidados y más conectados con el mundo, periodistas más experimentados, tenaces, valientes hasta la temeridad. Y me pregunto cómo es eso posible.
Nos hemos dicho en citas como esta, en talleres, en debates, en exposiciones de fotografía y cine, en conciertos, en obras de teatro, que si hacíamos nuestro trabajo bien, que si conseguíamos ser profundos para explicar nuestras sociedades, si verificábamos y doble verificábamos, si perseguíamos el rastro del dinero, si controlábamos el ejercicio del poder, si dudábamos siempre de la versión oficial, si le dábamos voz a los sin voz, si nos convertíamos en perros rabiosos en busca de la verdad, así no la alcanzáramos nunca… nuestros países, nuestras ciudadanías –los hombres y mujeres que la componen– serían más libres, más fuertes y estarían menos a merced de flautistas mercachifles vendedores de humos milagrosos. No ha sido así.
Es importante decirlo: no ha sido así.
He visto pasar año con año aquí a algunos de los mejores periodistas del mundo, sin duda a los mejores de la región, los he visto venir con las manos llenas de historias, de hallazgos, de batallas ganadas tan esforzadamente al silencio y a la oscuridad. Y me pregunto si el problema es que no lo hemos dado todo, si el problema tal vez es que no hemos verificado más, que no hemos controlado al poder más, que no hemos dudado más, que no le hemos dado más voz a los sin voz, si no hemos sido perros suficientemente rabiosos.
O tal vez, pienso, que el viaje que emprendimos cuando decidimos dedicarnos a nuestro oficio de periodistas, es uno sin un destino, que lo nuestro no es llegar, sino estar en la escalera. Que no cambiamos el mundo, y que aprenderlo es la única meta posible. Quizá lo que quede es aferrarse a las convicciones y asistir a los huracanes creyendo, esperando, que sea cierto que romper el silencio, que alumbrar las sombras, salva a alguien de algo.
Tal vez es como decía Martín Caparrós: lo importante es jugar el partido, saber que se está en la cancha buscando atinar una patada; o tal vez es como decía Alma Guillermoprieto: nos ha sido dada la posibilidad de ver el espectáculo de la realidad en primera fila.
Pero pienso también que ese tiquete es a veces muy caro y que el espectáculo es duro de ver: unos personajes oscuros han espantado la primavera de Guatemala y persiguen a quienes entregaron su vida a hacer justicia; Honduras está en manos de mafias peligrosas que desdibujan los límites entre Estado, empresarios y el crimen organizado; en Nicaragua el viejo caudillo tenebroso ha perdido ya todas las formas, las últimas y mínimas que le quedaban. Hace unos días, luego de renovarse por cuarta vez en el poder tras una farsa electoral, llamó “hijos de perra” a sus compatriotas que él ha sepultado en mazmorras infames. Y en El Salvador un solo hombre lo controla todo y persigue toda verdad que no sea aquella en la que él manda creer. Un hombre que exige fe ciega y que está dispuesto a todo por imponerse sobre todo y sobre todos.
El privilegio de la primera fila nos ha salido caro: varios colegas, especialmente los nicaragüenses que consiguieron escapar a tiempo, han perdido el derecho de tener un país al que volver; los otros están presos. En toda la región se nos persigue desde el poder, se nos difama, se nos ataca. Y aún creo, hay precios por pagar.
Pido disculpas por pintar un escenario tan oscuro, por clausurar una fiesta con estas palabras. Les tengo una sola buena noticia, si acaso lo es: todos los colegas centroamericanos que han pasado por esta edición del foro y por todas las anteriores conocen esta realidad y la conocían de manera profunda mucho antes de que yo empezara a hablar. Todos, todos sin excepción, siguen haciendo periodismo y todos, todos sin excepción creen que hacerlo tiene sentido. Y como si esa especie de trastorno que he elegido pronunciar como buena noticia no fuera suficiente, puedo anunciarles, sin lugar a dudas, que estaremos esperándolos en el Foro Centroamericano de Periodismo en 2022 en algún lugar de Centroamérica.
Este fue el discurso de cierre del Foro Centroamericano de Periodismo 2021, el cual se llevó a cabo del 4 al 11 de noviembre en Guatemala, Honduras y San Salvador.