Cambio. Esa es la palabra de moda estos días luego de la victoria de Xiomara Castro en las elecciones generales de Honduras 2021. Esa es la palabra que, entre los gritos de felicidad de la muchedumbre en las calles, reemplaza a las más usadas en los últimos 12 años: corrupción, continuismo, golpista o narcoestado. Estos cuatro son algunos de los términos puestos en boga por el Partido Nacional, que durante todo ese tiempo se mantuvo en el poder a punta de golpe de Estado y represión.
Cambio es una de las cosas que el pueblo de Honduras espera del gobierno entrante. Todos lo tienen claro, sin importar su edad. Así me lo dijo mi sobrino de 12 años de edad. “Tía, ¿verdad que ahora hay una presidenta mujer?” Le pregunté qué significa eso para él y me contestó que para él significa que las cosas pueden cambiar. No que cambien para empeorar, sino para mejorar. Así como él, muchos estuvimos expuestos a los anuncios del Partido Nacional donde miramos a Xiomara con un cuchillo intentando matar a una embarazada. Una campaña calificada de odio en perjuicio de las mujeres.
Mi sobrino también me preguntó si la llegada de una presidenta significa que las cosas van a mejorar. Yo podría haberle dicho cualquiera de esas cosas que una adulta le dice normalmente a un niño. Pero su mamá y yo le hemos enseñado que no se quede con la duda cuando una le responde. Esa costumbre puede meterme a veces en problemas. Pero, en general, me gusta que me cause aprietos.
Traté de explicarle que no sabemos realmente cómo van a ser las cosas. Sí tenemos esperanzas en el cambio propuesto por Xiomara, le dije. Tenemos muchas esperanzas, pero a todo hay que darle su tiempo. No le quise decir, eso sí, que, conociendo los sucios trucos del bipartidismo en Honduras, todo es posible, incluso un autogolpe para imponer la militarización del país y retrasar o impedir la toma de posesión.
La esperanza de un cambio es lo que más anhela la juventud de Honduras. Esto también lo he podido comprobar en las entrevistas que hago a muchos jóvenes, tanto de las poblaciones LGBTIQ+ como mujeres. Tienen fe, dicen, tienen esperanza. “Puse la equis en ese voto porque tengo la fe de que las cosas cambien”, me dijo la adolescente trans Amelian (19), con quien he grabado cortos documentales para alentar y formar conciencia en los jóvenes sobre identidad de género, política y salud sexual.
Me gusta escuchar lo que dicen jóvenes como Amelian, porque al fin y al cabo son quienes tomarán las riendas del país después de nosotros, los mayores de 30, que éramos ya adultos cuando el golpe de Estado de 2009 derrocó a Manuel Zelaya, después del cual los sucesivos gobiernos del Partido Nacional cubrieron de sangre e ignominia el territorio nacional.
Xiomara Castro es adulta y tiene ideas de adulta, pero la juventud de Honduras confía, misteriosamente, en que sus decisiones serán acertadas. Castro, de 62 años, se alzará con el poder luego de años de dedicarse a apoyar la carrera política de su esposo, el expresidente Mel Zelaya.
El discurso de los mayores está en las antípodas de lo que dice la juventud. Los adultos estamos viciados y cansados por la dura experiencia de vivir en Honduras y, de remate, por el horror y la incertidumbre de pasar nada menos que 12 años bajo el yugo de gobiernos señalados por la corrupción y el crimen.
“La política siempre es sucia y ojalá el nuevo gobierno no me retrase el negocio”, le oí decir a un contratista en la mesa vecina de un comedor frente al Centro Cívico Gubernamental, el moderno complejo de edificios construido por el gobierno de Juan Orlando Hernández. Gente como mi vecino de mesa esperan el resultado de la “transición” del gobierno nacionalista al de Libre para continuar sus negocios, si es que esa transición se produce sin sobresaltos. Quedan menos de dos meses para la toma de posesión y no sabemos qué puede pasar. “La moneda está en el aire”, agregó el contratista.
El primer trabajo como figura pública de la nueva presidenta se remonta a los años entre 2006 y 2009, como primera dama hondureña. Después de que un destacamento militar dirigido por el jefe de las Fuerzas Armadas, Romeo Vásquez, secuestrara a Mel Zelaya y lo pusiera en un avión rumbo a Costa Rica, la pareja comenzó una ofensiva nacional e internacional contra el gobierno de facto de Roberto Micheletti, quien instaló un régimen formado por los partidos más poderosos del país, el Liberal y el Nacional. En las elecciones de 2013 y 2017, Xiomara fue una figura importante de la oposición que intentó evitar la llegada de JOH al poder y su reelección.
Doce años después se produce una especie de desquite y Castro vuelve a casa presidencial, esta vez como presidenta. La caída del nacionalismo, dicen algunos de los jóvenes a los que he entrevistado, se debe a la pujanza del partido Libre. Otros aseguran que la razón del gane de Castro es el hartazgo del pueblo hondureño, que ha soportado con paciencia de patriarca bíblico la creación de leyes contra los derechos más básicos.
Hace poco, por ejemplo, el Congreso dirigido por Mauricio Oliva, señalado en investigaciones periodísticas de haber hecho tratos y negocios con personas vinculadas a la corrupción y el crimen organizado, castigó con cárcel las protestas públicas. Otra de las razones para el voto masivo para Libre se debe, al parecer, a la vergüenza de que el hermano de JOH, Tony Hernández, haya sido condenado a cadena perpetua por narcotráfico en Estados Unidos.
Castro aún no llega a Casa Presidencial, pero las tareas pendientes se acumulan desde ahorita. Por ejemplo, la presidenta electa dijo en su plan de gobierno que consideraría legalizar el aborto en tres causales (cuando hay violencia sexual, cuando existe riesgo a la vida o la salud de la embarazada o cuando la malformación del feto hace inviable su vida fuera del útero). Esto, aunque sería un precedente importante para la salud de niñas y mujeres, puede chocar con lo que espera parte de la población que la eligió en las urnas. Además, Castro tiene pendiente hacer cumplir la sentencia que condenó al Estado de Honduras por el asesinato de la líder trans Vicky Hernández. Eso implica cumplir una serie de garantías y derechos de las poblaciones LGBTIQ+ del país.
Una de las promesas que más esperanza sembró en los electores fue la de traer de regreso a Honduras a los investigadores internacionales anticorrupción de la MACCIH que fueron expulsados a comienzos de 2020 por el Congreso Nacional de Juan Orlando Hernández.
Probablemente el reto más grande al que se enfrentará Castro durante su presidencia es la ola migratoria más grande de la historia reciente de Honduras. Más de 309 000 ciudadanos de Honduras han sido arrestados desde septiembre del 2020 hasta octubre del 2021 en su intento por migrar a Estados Unidos, según datos de Aduanas y Protección Fronteriza.
En Honduras, dijo alguien hace mucho tiempo, el corcho se hunde y el plomo flota. Es un país surrealista donde pasan cosas inesperadas y grotescas. Un lugar donde el bipartidismo le dio golpe a Mel por el solo hecho de mencionar la posibilidad de una reelección, pero unos años más tarde admitió la reelección fraudulenta de Juan Orlando Hernández.
Estamos a merced del juego corrupto de nuestras autoridades. En Honduras, donde todos somos como niños sujetos al capricho del ego inflado de nuestros gobernantes, esperamos que Xiomara, nos guíe por el buen camino y no deje que nos perdamos otra vez. Xiomara tendrá que responder si gobernará bajo el fantasma de Hugo Chávez o la sombra de su marido, Mel, pero más que todo, si de verdad cumplirá con sus promesas de campaña.
*Dunia Orellana es periodista, documentalista, emprendedora queer y afrodescendiente enfocada en la investigación periodística de manera interseccional en temas de salud pública, juventud, géneros, migración, diversidad sexual, cambio climático, derechos humanos y acceso a la justicia. Es cofundadora y directora de Reportar Sin Miedo.