A pesar de las leyes y las declaratorias internacionales, las lenguas indígenas siguen muriendo alrededor del mundo. El uso del castellano como instrumento del imperio, como lengua verdugo responsable de extinguir a las lenguas nativas del nuevo mundo, no fue accidental, sino el producto de una política lingüística expansionista de los reyes de Castilla.
Aproximadamente, cada seis semanas muere una lengua, según los registros que lleva la Universidad de Hawái desde la década de 1950. Al ritmo actual, a finales de este siglo habrán desaparecido el 50 % de los idiomas que se hablan en el mundo; es decir, unos 3500 idiomas pasarán a la categoría de lenguas muertas o extintas. La mayoría de estas lenguas serán reemplazadas por lenguas mayoritarias, como el español, el inglés, el árabe, el chino, el francés, y otras de las erróneamente autodenominadas “lenguas modernas”.
El 28 de febrero de 2020, Naciones Unidas acordó declarar el decenio del 2022 al 2032 como el Decenio internacional de las lenguas indígenas. El objetivo principal de esta declaratoria es llamar la atención mundial a la crisis lingüística que sufre la humanidad y conminar urgentemente a los Estados al cumplimiento de las declaratorias y resoluciones internacionales y leyes nacionales vigentes para garantizar los derechos de los pueblos indígenas, especialmente el derecho al uso, estudio, conservación y difusión de su lengua materna. Ya en 1999, la UNESCO había declarado el 21 febrero como el Día internacional de la lengua materna y el año 2021 como el Año internacional de las lenguas indígenas, con el mismo objetivo. En El Salvador, la Asamblea Legislativa declaró en 2017 (decreto # 598, art. 1) que el 21 de febrero de cada año sería celebrado como el Día nacional de la lengua náhuat.
La motivación para estas declaratorias es el constante deterioro de la diversidad lingüístico-cultural universal causada por la muerte acelerada de cientos de idiomas alrededor del mundo y el poco o nulo interés que muestran gobiernos, empresa privada y sociedad civil para detener esta extinción masiva de lenguas, a pesar de la evidencia y los estudios científicos que demuestran que estamos llegando a un punto de no retorno en materia de diversidad lingüístico-cultural en el mundo.
En este artículo me referiré a las causas de esta crisis mundial, haciendo especial referencia al papel histórico que ha desempeñado la lengua española como instrumento expansionista y aculturador del imperio español alrededor del mundo. Las intenciones imperialistas de la corona española se pueden rastrear hasta 1492 cuando Antonio de Nebrija le presentó su Gramática Castellana a la reina Isabel de Castilla, quien le preguntó que para qué necesitaba una gramática si ella ya sabía el idioma. Entonces, el gramático le contestó con su famosa frase, «Su alteza, la lengua es el instrumento del imperio».
El expansionismo lingüístico no es algo nuevo. Los pueblos que son política, económica y militarmente poderosos siempre han buscado expandir su dominio. La completa asimilación de un pueblo conquistado se logra a través de la aculturación, cuando el pueblo conquistado niega su cultura original y adopta la del conquistador como propia. Este proceso incluye, también, la adopción de la lengua del conquistador como lengua materna y el rechazo de su lengua vernácula. Esta aculturación y asimilación lingüística sucede después de varias generaciones y alcanza su cenit cuando la identidad de un pueblo se ha perdido completamente. Durante la colonia, los españoles y los criollos impusieron costumbres, religión, creencias, festividades, sistema económico, sistema social, gobierno, y hasta la forma de vestirse, entre otros, a los pueblos conquistados. La intención era que dejaran de sentirse indios y pensaran y actuaran como castellanos, o, al menos, que vieran en los castellanos, la forma ideal de ser. Los nobles indígenas de Tlaxcala, por ejemplo, exigían que a sus hijos, que tenían derecho a aprender a leer y escribir, se les enseñara en latín y castellano, y no en náhuatl, ya que para ellos las lenguas indígenas representaban el subdesarrollo. Afortunadamente, solo era la élite noble tlaxcalteca. Los demás seguían hablando sus propias lenguas.
Tras el descubrimiento de América, los descubridores se dieron cuenta de que el Nuevo Mundo era una verdadera Torre de Babel, en donde comunidades separadas geográficamente solo por unos kilómetros hablaban idiomas distintos, ininteligibles. Esto volvía imposible la comunicación entre los españoles y los nativos. El mismo Colón, que al principio creyó que el taíno era la lengua común de todas las islas del Caribe, se dio cuenta rápidamente de que no era así, que cada isla hablaba uno o varios idiomas diferentes. Varios estudios indican que a la llegada de los españoles se hablaban en América un poco más de 1500 idiomas pertenecientes a más de 150 familias lingüísticas, entre los que sobresalían el náhuatl, el quechua, el maya y el guaraní con el mayor número de hablantes. En la actualidad, sobreviven únicamente unas 600 lenguas, lo que indica que alrededor de 1000 idiomas han muerto en los últimos 500 años y han sido reemplazados por las lenguas europeas, que han desempeñado el rol de lenguas verdugo, responsables del mayor lingüicidio en la historia de la humanidad.
En términos darwinistas, el desplazamiento de una lengua por otra es un proceso natural de supervivencia del más apto. Ha sucedido incontables veces a través de la historia de la humanidad. Las lenguas crecen, evolucionan, se multiplican y mueren. Las lenguas romances, por ejemplo, son producto de este fenómeno natural. Todas surgen del contacto lingüístico. De la imposición de una lengua de prestigio—el latín, en este caso—a las provincias conquistadas. La fórmula es sencilla. La lengua del conquistador entra en contacto con las lenguas originales de los territorios conquistados y, si el contacto es prolongado, estas evolucionan hasta convertirse en otras lenguas con características propias, pero con un sustrato lingüístico común, como lo hicieron el francés, el español, el portugués y el resto de las lenguas romances que tienen al latín como sustrato común, formando familias lingüísticas, lenguas emparentadas entre sí. El latín mismo deriva de otras lenguas (las lenguas itálicas) que a su vez derivan de otras, y así sucesivamente, hasta llegar a un protolenguaje, en este caso, el proto-indoeuropeo, que debió ser la lengua original de toda Europa hasta la India.
Sin embargo, todo este proceso natural de evolución lingüística tomó un giro dramático con el descubrimiento y posterior conquista y colonización de América. La evolución lingüística que venía sucediendo desde los inicios de la humanidad de una forma natural se detuvo drásticamente en América a partir de 1492 y, posteriormente, en todo el mundo. Las lenguas indígenas dejaron de evolucionar y fueron desplazadas en su uso de todos los ámbitos sociales y sustituidas por las lenguas europeas, especialmente el español, hasta extinguirse. Esto causó que el idioma español se convirtiera en la lengua materna de millones de americanos: criollos, indígenas, negros y mestizos. En el proceso de convertirse en la lengua dominante del nuevo mundo, el castellano exterminó a cientos de lenguas originarias. El castellano se convirtió en la lengua verdugo por excelencia.
La Corona estableció políticas lingüísticas con el afán de dominar a los indígenas en cuerpo y alma, ya que además de ser la lengua del imperio era también la lengua de la evangelización. La historia de la muerte de innumerables lenguas indígenas está ligada a la espada y a la cruz. Sin embargo, hay que señalar que, a pesar de todo, en pleno siglo XXI, aún existen pueblos y lenguas indígenas—incluyendo a nuestro patrimonio lingüístico nacional, el náhuat—, lo que demuestra la capacidad de resistencia de los pueblos originarios y su persistencia histórica.
Las políticas de la Corona eran expresadas a través de Cédulas Reales que ordenaban la forma de gobierno de los virreinatos. Una de las primeras cédulas que expresan claramente la política lingüística asimilatoria de la Corona es la Real Cédula de Carlos V de 1550, en la cual ordenaba que «todos los naturales de América debían aprender obligatoriamente el castellano». El fin de esta Real Cédula era la erradicación de las lenguas indígenas. Ya antes, el rey les había prohibido a los religiosos el uso del náhuatl como lengua de instrucción en los conventos. El Concilio de 1555 prohibía, por ejemplo, otorgar el sacramento de la ordenación a indios, negros y mestizos. Luego, en el Siglo XVII, en la Real Cédula de Felipe IV del 2 de marzo de 1634 se establecía que «A todos los indios sea enseñada la lengua Española, y en ella la doctrina Christiana, para que se hagan más capaces de los Misterios de nuestra Santa Fe Católica, aprovechen para su salvación y modo de vivir».
En 1768, el arzobispo de México, Antonio de Lorenzana Buitrón dictó las «Reglas para que los Indios mexicanos sean felices en lo espiritual y en lo temporal» en las que recomendaba la enseñanza del castellano en las colonias y el exterminio total de las lenguas indígenas. Un par de años después, en 1770, Carlos III promulga la cédula real en la que, siguiendo las recomendaciones de Lorenzana, presume de sus intenciones y de sus gloriosos antecesores de «dirigir Reales Cedulas a los Virreyes, y Prelados diocesanos, a fin de que se instruya a los indios en los Dogmas de nuestra Religión en Castellano, y se les enseñe a leer, y escribir en este Idioma, que se debe estender, y hacer único, y universal en los mismos Dominios, por ser el propio de los Monarcas, y conquistadores…» Además, remata diciendo que deben utilizarse todos los medios para que «de una vez se llegue a conseguir el que se extingan los diferentes idiomas, de que se usa en los mismos dominios, y solo se hable el Castellano como esta mandado por repetidas Leyes Reales Cedulas, y ordenes expedidas en el asunto».
Este endurecimiento de la política monolingüe y de sus intenciones de eliminar a las lenguas indígenas indica que, casi 300 años después la conquista, las lenguas originarias resistían al castellano y persistían en la historia. El idioma pipil de El Salvador, al borde de la extinción, junto a más de 600 otros idiomas indígenas de América que siguen vivos son una muestra de la resistencia de los pueblos indígenas a perder su identidad, a pesar de todo.
No a todos los criollos les parecía la política monolingüe de la Corona, especialmente a las órdenes religiosas que veían con buenos ojos la utilización de las lenguas indígenas para la evangelización y aumentar su influencia en las comunidades. La aplicación de los sacramentos era particularmente difícil, pero aun así bautizaban a diestra y siniestra a todos los indios, aunque estos no supieran qué les estaban haciendo o que les cambiaban los nombres indígenas por nombres cristianos. Recién comenzada la colonia, en el Siglo XVI, los frailes escribieron gramáticas de las lenguas indígenas para que otros pudieran utilizarlas en la evangelización. Trabajos como los de Fray Alonso de Molina, Arte de la lengua mexicana y castellana (1571) y otros religiosos fueron de mucha importancia en la conversión de los indígenas al catolicismo y sirven ahora como valiosos registros lingüísticos de la época. De hecho, el registro histórico más antiguo sobre el idioma pipil es el Arte de la lengua vulgar mexicana de Guatemala qual se habla en Escuintla y otros pueblos deste Reyno, un manuscrito anónimo del sigo XVII probablemente escrito por algún religioso de la época.
El sacramento de la confesión y las penitencias eran imposibles sin un mediano conocimiento del castellano o la lengua indígena. Fray Rodrigo de la Cruz, por ejemplo, le contesta en los siguientes términos al rey; «V.M. ha mandado questos indios deprendan la lengua de Castilla. Jamás la sabrán sino fuere cual o cual mal sabida…A mí paréceme que V.M. debe mandar que todos deprendan la lengua mexicana, porque ya no hay pueblo que no haya muchos indios que no la sepan y deprendan sin ningún trabajo, sino de uso y muy muchos se confiesan en ella».
El conocimiento de las lenguas nativas les daba a las órdenes religiosas un alto grado de influencia sobre las comunidades, lo que no era visto con buenos ojos por la administración pública. Los nobles, los políticos y los ricos encomenderos no conocían las lenguas indígenas, lo que los ponía en desventaja con los religiosos. La lengua se convirtió rápidamente en un asunto de poder político en el Nuevo Mundo. Ya Hernán Cortez al inicio de la conquista de México había aprovechado los conocimientos de náhuatl y maya de Malintzin o Malinche, y el conocimiento del maya de Yucatán que había adquirido el fraile náufrago Jerónimo de Aguilar. Con estos dos bilingües logró que de Aguilar tradujera del español al maya y que Malintzin tradujera del maya al náhuatl y viceversa, logrando por fin comunicarse con los indios continentales de la que sería la Nueva España. Se necesitaba del lenguaje para ejercer el poder.
Los misioneros se dieron cuenta en la praxis de lo difícil que era evangelizar sin conocer el idioma de los indígenas. Se dieron cuenta de que los niños indígenas aprendían castellano de una forma más rápida que los adultos. Estos los motivó a reclutar niños y jóvenes para que aprendieran español, fueran evangelizados y se convirtieran en los evangelizadores de sus propias comunidades. Fray Toribio Benavente, Motolinía, lo hace notar en sus escritos: «Si los niños no hubieran ayudado a la obra de la conversión…no se hubiera logrado adoctrinar a los indígenas». Y continúa Motolinía diciendo que «de esta manera fue lo que las niñas indias hicieron, las cuales, al menos las hijas de los señores, se recogieron en muchas provincias de esta Nueva España y se pusieron so a la disciplina y corrección de mujeres devotas españolas.»
Todas estas políticas lingüísticas españolas lograron que muchas lenguas amerindias se extinguieran, especialmente las habladas en comunidades pequeñas. La lengua española ha continuado hasta el presente con su papel de lengua verdugo. Las lenguas del poder político existente en América a la llegada de los españoles continuaron su existencia y fueron aprovechadas como lenguas francas en sus áreas de influencia, tal fue el caso del náhuatl, el quechua y el guaraní. El náhuat salvadoreño, conocido como pipil, sirvió como lengua de comunicación en la región por su parentesco con el náhuatl, notado rápidamente por los tlaxcaltecas que acompañaban a Pedro de Alvarado para la conquista, lo que sin duda le otorgó al pipil una pequeña ventaja con respecto a las otras lenguas habladas en el país. Las demás lenguas que se hablaban sucumbieron al español, incluyendo al lenca, lengua del poderoso Lempira.
Las políticas lingüísticas no cambiaron con los gobiernos criollos surgidos después de los movimientos independentistas. En El Salvador, después de la Independencia, los indígenas siguieron siendo siervos, su tierra fue expropiada, fueron excluidos de los beneficios sociales que el Estado estaba obligado a otorgarles, como educación y salud, impidiéndoles salir del círculo vicioso de la pobreza. Los levantamientos indígenas de Anastasio Aquino en 1833 y del occidente del país en 1932 muestran el nivel de inconformidad social, pobreza y explotación que los llevó a levantarse en armas en contra de los opresores, el Estado salvadoreño y los criollos terratenientes. Estas historias de represión y rebelión se han repetido por toda América Latina desde la conquista hasta la fecha.
El Estado nunca reconoció a los indígenas como grupos étnicos con derechos. El sistema educativo, en concordancia con la visión estatal, siempre ha promovido la idea de un país monolingüe y monocultural, negando la diversidad. En un hecho histórico, Naciones Unidas en el Informe del Comité para la Eliminación de la Discriminación Racial del año 2006, en el literal C de su informe sobre El Salvador, Motivos de preocupación y recomendaciones, numeral 84, dice textualmente: «El comité observa una vez más la discrepancia existente entre la evaluación del Estado Parte, según la cual la sociedad de El Salvador es étnicamente homogénea, y la información fidedigna que indica que en el país viven pueblos indígenas tales como los nahua-pipil, los lencas y los cacaoperas.»
La idea de una sociedad «étnicamente homogénea» fue siempre el deseo de los criollos. El problema, como aun lo ven muchos, de las lenguas y culturas autóctonas desparecería al homogeneizar la sociedad e impedir que los grupos étnicos y sociales en desventaja, minorizados, exigieran sus derechos. Lo alarmante del informe de la ONU es que fue publicado hace apenas dieciséis años, en pleno Siglo XXI. Esa era la posición oficial del Estado. A la fecha, la posición oficial del Estado en el discurso ha cambiado, pero las minorías étnicas siguen siendo invisibilizadas y sus aspiraciones, reclamos y derechos ignorados. Esperemos que en este Decenio internacional de las lenguas indígenas los Estados presten mayor atención a los derechos de los pueblos indígenas, especialmente el derecho a mantener su lengua materna y ser educados en ella.
*Jorge Lemus es profesor investigador de la Universidad Don Bosco y secretario de la Academia Salvadoreña de la Lengua, correspondiente a la RAE. Tiene un Doctorado en Lingüística por la Universidad de Arizona y fue nombrado Premio Nacional de Cultura en 2010.