En estos días es frecuente ver en las redes sociales comentarios de troles del Gobierno, e inclusive de personas que honestamente apoyan el discurso oficial, que justifican la actitud hostil del presidente Nayib Bukele frente a Estados Unidos alegando que es para defender la soberanía del país. La reciente abstención del voto de El Salvador en la ONU para condenar la invasión rusa a Ucrania, más que un acto de rechazo al imperialismo estadounidense es una afirmación personal de rechazo a los valores que defiende el presidente Zelenski.
En el país hemos tenido numerosos ejemplos de rechazo a injerencias que socaban nuestra autodeterminación. En 1856, refiriéndose a la actitud intervencionista de Estados Unidos, un comentarista salvadoreño afirmaba la importancia del respeto a la soberanía y observaba que la gente de Latinoamérica “a nadie invade, a nadie perturba de la posesión de lo que es suyo, a nadie ultraja y deprime”. Este escrito apareció en el periódico oficial mientras el filibustero William Walker invadía Nicaragua. Escandalizados ante la invasión a un país soberano, nuestros compatriotas tomaron las armas. El prestigio de Gerardo Barrios y Ramón Belloso se debió en parte a su participación en los ejércitos de la coalición centroamericana que expulsó a Walker.
Las autoridades en Washington intentaban influir en la región usando diferentes estrategias. Una de ellas eran las conferencias panamericanas en las que invitaban a delegaciones de Latinoamérica a Estados Unidos para deslumbrar con sus industrias, puentes y ferrocarriles, y les instaban a firmar tratados comerciales favorables al país del norte. El delegado salvadoreño a la Primera Conferencia Panamericana de 1889, Jacinto Castellanos Rivas, no se dejó deslumbrar. Cuando lo entrevistó un periodista del Boletín Mercantil de Puerto Rico (entonces colonia española) dio una respuesta que indicaba claramente que el ponía por encima de todo los intereses de El Salvador: “Si me preguntáis por qué no usamos más artículos procedentes de los Estados-Unidos, responderé que podemos comprarlos más baratos en otros países. La demanda en mi patria consta principalmente de telas y maquinaria. Las primeras las importamos de Europa, porque nos las dan más baratas, y mucho me temo que también importemos la maquinaria de Europa. Los comerciantes norteamericanos no nos conceden crédito a largos plazos como los de Europa. Además, nos cobran un interés exorbitante (…) nos vemos en la precisión de pagar de 32 á 38 por ciento al comprar letras para hacer negocios con los Estados-Unidos”. Dentro de este cálculo frío de ventajas y desventajas comerciales, encontramos el espíritu de un funcionario cuya prioridad era resistir cantos de sirena y tener claridad sobre lo que afectaba el bienestar de la población salvadoreña.
A principios del siglo XX, en 1912, Estados Unidos invadió Nicaragua para imponer control en la zona cercana al Canal de Panamá. En El Salvador se sintió tal amenaza a la soberanía del país que las calles de San Salvador y muchas otras concentraciones urbanas fueron testigo de furiosas manifestaciones antiimperialistas. Manuel Enrique Araujo escuchó el clamor popular e hizo todo lo posible para que el presidente Howard Taft, de Estados Unidos, retirara las tropas, al grado que este último envió un mensaje confidencial a su contraparte salvadoreño con veladas amenazas. La indignación contra las acciones de Estados Unidos se manifestó de diversas maneras, incluyendo el cambio de la bandera. Es en esas circunstancias que el país abandonó un pabellón nacional (que se asemejaba al de Estados Unidos) y lo reemplazó con otro que recuperaba el diseño de la Federación. El Diario del Salvador lo explicó de la manera siguiente: “El Salvador adopta la bandera federal, la que simboliza la unión, la fraternidad, la soberanía, la independencia y la vida de Centroamérica, en estos momentos en que en Nicaragua esa misma bandera (…) se muestra ante el mundo desmayada sobre la asta, como si fuese una palmera herida por el rayo”.
Después de que Estados Unidos invadió el puerto de Veracruz en México, en 1914, se repitieron las grandes manifestaciones y el rechazo a la violación de la soberanía de un país hermano por un poder extranjero. El discurso del entonces presidente Carlos Meléndez ante la muchedumbre que llegó a Casa Presidencial con protestas antiestadounidenses nos da una idea del calor del momento. “Si las hostilidades se rompen entre México y los Estados Unidos”, dijo Meléndez, “nuestra actitud debe ser digna de nuestro origen heroico. Antes de que los hombres del norte entren a la ciudad de los palacios, las huestes norteamericanas pasarán no sólo sobre el último mexicano, sino también sobre el último salvadoreño”.
Una observación casual podría sugerir que los comentarios actuales en las redes sociales, que caracterizan los exabruptos del presidente Bukele contra el presidente Biden y otros funcionarios en Washington como una afirmación de la soberanía salvadoreña, se inspiran en esta tradición. Hay muchos problemas con esta observación. En primer lugar, supone algún conocimiento de historia de parte quienes toman decisiones en El Salvador actual. Si hay alguna coherencia en los pronunciamientos que salen de Casa Presidencial esta se encuentra en su total ignorancia de la historia del país. El régimen del partido de la golondrina se empeña en cometer los peores errores del pasado pretendiendo que son nuevas ideas.
Pero el contraste más grande entre los episodios descritos y las acciones del Gobierno, particularmente la falta de apoyo a Ucrania en las Naciones Unidas, se encuentra en la falta de claridad moral y sentido de intereses nacionales de nuestros actuales gobernantes.
En 1856, 1912 y 1914 la indignación de la población salvadoreña era reacción a actos de un gran poder que invadía a países más débiles para imponer su voluntad. Exactamente lo que está ocurriendo en Ucrania. En 1889, don Jacinto Castellanos evaluaba con sobriedad los costos y beneficios de acercarse más a Estados Unidos y optaba por la opción que indicaba la evidencia empírica.
En contraste, en 2022 tenemos a un Gobierno que no entiende la evidencia empírica ni los intereses del pueblo. Está a punto de declarar el impago de la deuda, da las espaldas a los bancos internacionales, pone en claro riesgo el CAFTA, un tratado vital para nuestro comercio internacional y, por razones que no ha querido o no ha sabido explicar, busca su tabla de salvación en las criptomonedas, un activo altamente volátil y notoriamente deficiente como depósito de valor, medio de cambio o unidad de cuenta. Si ha habido un cálculo de costo-beneficio detrás de estas decisiones no ha tenido que ver con los costos o los beneficios para nuestra población, si no para el bolsillo de un pequeño número de personas particulares.
El deterioro de la imagen internacional de El Salvador es considerable. A los europeos, asiáticos o africanos, que lo poco que saben de El Salvador es que dio la espalda a los ucranianos, no se les puede distraer con fotos de mascotas que reciben atención en Chivo Pets, con exabruptos circenses al estilo Walter Araujo, visitas de productores cinematográficos de tercera categoría o renders de un mundo de fantasía.
¿Cómo explicar la falta de apoyo del gobierno de Bukele a Ucrania?
Tal vez la mejor explicación la dio el heroico mandatario ucraniano Volodímir Zelenski en uno de sus discursos:
“Construiremos el país de otras oportunidades, aquel donde todos sean iguales ante la ley y donde todas las reglas sean honestas y transparentes, iguales para todos. Y para eso necesitamos gente en el poder que sirva al pueblo. Es por eso que realmente no quiero mis fotos en sus oficinas, porque el presidente no es un ícono, un ídolo o un retrato. Cuelguen las fotos de sus hijos y mírenlas cada vez que estén tomando una decisión”.
Zelenski habla de todas las cosas que ha rechazado Bukele: el imperio de la ley, reglas honestas y transparentes, un liderazgo que no es personalista. En su lugar, las autoridades salvadoreñas quieren acercarse a Putin, un gobernante que manipula el poder judicial y la legislatura de su país, que pisotea la soberanía de sus vecinos, tiene una personalidad autoritaria, un estilo de liderazgo personalista, persigue a sus enemigos, prefiere la propaganda a la información, rechaza la honestidad y la transparencia.
Nota: para este artículo he extraído textos de un libro que escribí con Víctor Hugo Acuña Ortega que acaba de salir publicado. El Salvador y Costa Rica en la construcción imperial de Estados Unidos (1850-1921), UCA Editores, 2022.