Cuando hay cine, hay mucho más que imágenes, hay memoria. Porque no hay lenguaje sin memoria, y no hay historias sin lenguaje.
“Antes la lluvia” es la película salvadoreña que mejor ha conseguido tocar la memoria, el lenguaje y el cine en nuestra historia reciente. Un hito emocionante, incluso para quienes ya no creemos en las rígidas nacionalidades del cine y que desconfiamos de cualquier argumento nacionalista.
Cine de autora, sin huellas visibles de soberbia creativa, que se fundamenta en una historia huidiza como las historias íntimas pero universales, en un guion creado y recreado como herramienta al servicio de la historia que se revela, sin pretensiones literarias ni artilugios narrativos de sofisticación estorbosa.
Brenda Vanegas, guionista, directora, productora, montajista y viceversa, lidera este proyecto al que se sumaron talentos y pacientes voluntades, que por siete años cargaron la incertidumbre. 12 minutos de créditos finales y agradecimientos lo evidencian.
Pero no dejemos que las anécdotas y los esfuerzos se interpongan en lo nuestro con la película en pantalla.
Podría decir que “Antes de la lluvia” es una película sobre la migración. También podría decir que es una película sobre el Alzheimer. O bien, decir que es una película sobre la memoria en varias acepciones, o sobre los encuentros intergeneracionales. Pero voy a decir que es una película sobre la vida de mujeres que aman, migran, envejecen, olvidan, añoran, recuerdan, se abrazan, sobreviven y vuelan. La película de Vanegas logra enredar episodios vitales de distintas mujeres con la lógica de la vida, como se enreda una pasionaria en un limonero.
No podemos ignorar que la versión final que ha llegado a pantalla es resultado de seis años de post-producción, que implica no sólo los aspectos técnicos-estéticos- audiovisuales, sino también afinar, definir o redefinir la historia que se va a contar y encontrar la mejor manera de contarla. El montaje, la edición de una historia, siempre es difícil en cualquier lenguaje, y especialmente en el cinematográfico, porque se trata de crear comunión entre todo lo que suena (voces, diálogos, ruidos, música, ambiente) y todo lo que se ve. Más allá de una habilidad técnica, se trata de un conglomerado de capacidades intelectuales que confluyen en el dominio de la gramática, con su morfología y sintaxis. Si estuviéramos hablando de un texto, diríamos que la edición de texto consiste en asegurarse que las palabras (en el cine serán las escenas) están colocadas en el orden necesario para formar oraciones (en el cine serán las secuencias), con el fin de que comuniquen el mensaje y la idea que la autora le propone al espectador. Así, el orden de las secuencias consigue que en la mente del espectador se desarrolle la historia (con capítulo y partes) en una interacción entre la película en pantalla y la experiencia vital del espectador que activa sus recursos para completar, sentir, intuir y desarrollar conocimiento a partir de los hechos cinematográficos que presencia.
Me extiendo en esta explicación porque la cualidad más importante de esta producción es la manera en que está contada la historia y el paciente trabajo que implica encontrar esa manera que también es encontrar esa historia, y quiero dejar lo más claro posible que esto no se logra por casualidad, sino con mucho compromiso, paciencia y humildad de parte de los creadores. El ego siempre es tara en el peso del arte.
Dicho esto, paso a decir que la calidad del trabajo de cinematografía (imagen, movimiento, color, composición) ofrece un soporte visual estéticamente solvente y muy efectivo narrativamente. La composición de los encuadres (donde está cada cosa en cada momento en pantalla) está siempre al servicio de la narrativa, la complicidad entre los primeros planos y la actuación de las actrices crea potentes mensajes y emociones sin necesidad de diálogo, y eso es esencialmente el cine. A pesar de ciertos desenfoques y deslices de cámara, el artefacto cinematográfico cumple para el bien de la experiencia desde la butaca.
En esta lógica, también destaco que el espacio que soporta a la película está muy bien medido en la pantalla, no es El Salvador (pero buena parte se rodó en el centro capitalino) y aunque no nos ofrece las tópicas imágenes de las ciudades españolas más fotografiadas, el equipo escogió locaciones para crear un espacio socio-emocional, acaso ficticio, que cosecha la empatía y enfoca la mirada sobre el gran tema de película y no sobre sus soportes. También me emociona mucho esta hipótesis de hacer cine “nacional” radicalmente desde el espacio-diáspora, un no-lugar en discusión, que es donde viven millones de personas sus identidades nacionales. Abre muchas posibilidades para narrativas más ambiciosas en cuanto a su universalidad, diversidad y multidimensionalidad de la vida y de las realidades que acumulamos en estos tiempos.
Hasta aquí he valorado y puesto argumentos sobre la ingeniería (entendida como inteligencia de la estructura material) que sustentan esta película, ahora quiero avanzar sobre la arquitectura (entendida como la inteligencia de la estructura simbólica), y de todos los aspectos posibles me voy a referir al cuerpo actoral, que se sostienen en un tándem de actrices que dan soporte material a lo simbólico.
Será una obviedad decir que las actrices en tanto personas están llamadas a dar verosimilitud y, por tanto, crear la empatía necesaria para que una ficción sea artísticamente eficiente y efectiva para cumplir el cometido del cine, del arte, para ser expansivo.
Voy a hablar de Isabel Dada (1941-2017). Y antes voy a confesar la devoción que siempre tuve por ella como actriz y como persona, y al escribir eso me estoy cuidando de que este texto no sea otro panegírico resultado más del golpe emocional de volver a verla en escena que de la valoración crítica que siempre se ha merecido su trabajo. Volar fue la última película en la que Dada actuó y que se ha estrenado como Antes la lluvia. Ella murió aproximadamente un año después de que la película se terminara de rodar. Lo menciono porque ayudará a comprender la importancia de la historia que vive en una película, pues a pesar de los cambios que se suceden en el proceso de la post-producción, los personajes principales asumen la esencia y la convierten en su actuación. Durante los seis años siguientes ya no hubo la posibilidad de grabar más escenas con la actriz, y no sé a ciencia cierta si en algún momento fue deseable, y tampoco sé si se grabaron más escenas ni cuántas posteriormente para lograr la versión que vemos hoy en el cine. Esto implica un desafío más, pero no menor, para todo el proceso del que hablamos al inicio, y haber superado el reto confirma el buen oficio.
Isabel Dada solo hizo dos películas en su prolija y prolífica carrera como actriz, la primera fue Los peces fuera del agua, de José David Calderón, estrenada en 1969, considerada como el clásico mayúsculo del cine hecho en El Salvador y por salvadoreños. Traigo a cuento esto, porque Olivia, el personaje de Dada en aquella película, tienen varios hilos comunicantes con Esther, el personaje de Antes la lluvia, su segunda y última película. Quizás sea una casualidad, pero lo que me hace pensar que quizás, quizás, quizás no, es el guiño del pez en una “pecera” que la coprotagonista lleva a casa de Esther y que ella mira con una sonrisa que se me antoja cómplice. En esta película hay más peces que siempre enfatizan la idea de encierro y la monotonía, tanto en la intimidad como en una cafetería, por ejemplo. Más allá de esta hermosa alegoría a la historia del cine salvadoreño y a la inmensa trayectoria de Isabel Dada, el pez como símbolo se abandona rápidamente y deja de aportar más que lo mencionado, que no es poco ni malo, y se lo justifico, innecesariamente, por hacer patente el homenaje.
A Olivia y a Esther también las conecta el olvido, por causas absolutamente diferentes, pero con la angustia y la añoranza como ingredientes compartidos. Voy a decir que el olvido, el delirio y la demencia son un registro que Dada dominó desde sus inicios, y lo lució en diferentes puestas en escena durante su carrera, y maduró en él. La actuación que Dada nos ofrece en Antes la lluvia es resultante de esa carrera y esa maduración como actriz y como mujer que siempre vivió la vida intensamente. Esther es una mujer más o menos en la edad que Dada tenía, 75 años, pero a diferencia de la actriz, Esther padece Alzheimer, esa tenebrosa enfermedad de la que no hay testimonios terminales en primera persona, solo externos y comportamentales. Y desde esa perspectiva es que nos interpela, tanto a los que conocemos de cerca la enfermedad, a los que algo saben, y también a los que no sabían nada. Ese es el hito de esta actuación, a mi juicio, completamente dominada, contenida y potente. Dada exhibe una técnica física impecable y demuestra nuevamente, 53 años después, que nació para el cine y que las cámaras nacieron para ella. Sin lugar a dudas, Isabel Dada es la gloria nacional del cine salvadoreño, como le gustaba decir a Héctor Ismael Sermeño, quien tampoco alcanzó a verla en esta segunda película y que lo hubiera hecho muy feliz.
Qué miedo ser Patricia Rodríguez, la actriz que completa el tándem fundamental. Qué alegría que fue Patricia Rodríguez la que completó la fórmula que nos permitió presenciar esta historia. La primera vez que escribí sobre Patricia Rodríguez, hace unos 12 o 15 años, dije que tenía una energía desbocada que necesitaba cauce (palabras más, palabras menos). Ahora digo que toda esa energía se manifiesta en una actriz contenida, potente y, sobre todo, justa con sus personajes. Es una actriz que ha refinado su técnica para las cámaras, ante las que ha pasado ya en numerosas ocasiones, y demuestra hoy bastante control sobre los abundantes manierismos y las inflexiones que afectan a la mayoría de actores y actrices locales, un paso definitivo para confirmar su prometedor desempeño cinematográfico. Todo esto se aprecia en la interpretación de María, una mujer salvadoreña y migrante que trabaja y, a veces vive, en España.
El detonante narrativo de la película es el encuentro de Esther y María, un encuentro de generaciones, de clases, de culturas. El desarrollo de esta relación se encarrila en una tensión variable, con ásperos momentos y también con roces de plenitud. La vida representada en dos mujeres muy distintas en una disputa emotiva con la memoria. Esther y María están mediadas por Soledad, la hija de Esther, interpretada por la española Inma López, cuyo personaje encarna su propio nombre, dedicada exclusivamente a proveer los cuidados que su madre necesita. Soledad es hija, (buena) patrona y amiga, mujer también, porque esta es una película sobre la vida de mujeres y sus circunstancias tan distintas que las hacen una.
Otras mujeres en la trama representan la red de apoyo, el espejo trágico y, a veces, la esperanza. Ahí figuran la actriz salvadoreña Dinora Alfaro, también dramaturga y directora; y la española Pamela Palencia, que tiene en El Salvador una carrera con el Teatro del Azoro. Los personajes masculinos son los antagónicos, el inmisericorde jefe caracterizado por Luis Felpeto, y un Julián personificado por su ausencia. También hacen pequeños papeles, casi cameos de lujo, Alicia Chong, Egly Larreynaga y André Guttfreund.
Lo dicho aquí no es todo lo que se puede decir, porque la calidad de una película se fundamenta en mucho trabajo de muchas personas profesionales que, dados los resultados, fue hecho con altos estándares.
La película ha entrado a dos salas en San Salvador y en horarios no tan estelares, pero dependerá del público el trato que reciba después de su estreno.
Es una experiencia dura, realista y dolorosa, resulta tierna y, sin llegar a ser optimista, sortea exitosamente el melodrama. Pero, eso sí, activa la esperanza de la memoria. Yo solo puedo recomendar que vaya a verla, y le aseguro que va a volar, pero antes la lluvia.