El presidente Nayib Bukele no tiene a otra persona que culpar más que a sí mismo por el riesgo de impago de la deuda externa. Ha sido él quien ha puesto al país al borde de una debacle financiera, a pesar de que El Salvador no tiene los peores indicadores económicos de Centroamérica. Su popularidad lo protege poco ante un mercado internacional que cree que el país tiene un 87 % de probabilidades de entrar en impago en los próximos cinco años.
El Salvador parece tener liquidez para pagar al menos parte de la deuda, su inflación parece manejable y cuenta con un flujo constante de dinero desde Estados Unidos gracias a las remesas. Entonces, si los indicadores “fundamentales” no muestran nada extraordinario, ¿por qué las distintas agencias de riesgo apuntan a que el país se acerca a un impago? Según ha explicado el ministro de Hacienda Alejandro Zelaya, el problema es la forma en que se calcula el riesgo, por ejemplo: el índice de bonos de mercados emergentes (EMBI) de JP Morgan. Zelaya asegura que esos instrumentos de medición no sirven o “miden mal al país” y para consolarse compara a El Salvador con Costa Rica que, con una deuda pública mayor, tiene un riesgo crediticio más bajo que nosotros. Según sus palabras, Zelaya se muestra perplejo de que El Salvador, con una ideología promercado, “seguridad jurídica” y un récord crediticio “intachable” sea percibido como un gigantesco fracaso.
Lo que no quiere entender o tiene miedo de entender Zelaya es que el riesgo más grande de su gobierno está en Casa Presidencial y tiene una cuenta de Twitter de más de 3 millones de seguidores. Las agencias de crédito reflejan lo que muchos economistas en organismos multilaterales musitan off the record: el problema de El Salvador es, como yo lo catalogo, de moral de pago. Las agencias de riesgo creen que El Salvador tendrá problema para pagar la deuda de $800 millones para 2023 y, si la paga, tendrá problemas para pagar empleados y acreedores internos.
Peor aún, dentro del mundillo de las finanzas internacionales, lo que se da por hecho es que si Bukele se reelige podría decidir unilateralmente no pagar su deuda internacional o reestructurarla. Tras ser reelecto inconstitucionalmente, Bukele no tendría ningún problema para culpar a los organismos multilaterales, Estados Unidos y a “los mismos de siempre” de su crisis económica.
Bukele es un caso de estudio de cómo destruir una imagen pública. El teórico Michael Kunczik asegura que la moneda de cambio en las relaciones internacionales es la confianza. La confianza internacional, explica, no es solamente dictada por la cantidad de riqueza que un país tiene, sino por la imagen que tienen de un país en las audiencias internacionales y, en especial, en las élites extranjeras. En el tema de las relaciones públicas internacionales, la confianza económica sobre un país es mediada por la percepción de agencias de riesgos internacionales como S&P, Moody’s y Fitch. Calificadoras que por ahora mantienen al país con un altísimo nivel de riesgo.
Al ser un país con pocos recursos, la imagen de El Salvador depende de la confianza, que en esta versión del capitalismo es la moneda de cambio en el comercio internacional. Esta confianza no se basa únicamente en la lectura de datos “duros”, sino en la interpretación que las élites económicas y políticas hacen sobre El Salvador. Los expertos en finanzas pueden no ser expertos en la cultura salvadoreña, pero leen Bloomberg y The Wall Street Journal. A través de estos medios y de conversaciones con actores locales, los analistas financieros perciben las acciones de Bukele como las típicas de un líder tercermundista embelesado con su figura y que no tiene plan para prevenir que un país pobre llegue al impago. En esa lógica, en lugar de negociar con organismos internacionales nuevas ventajas crediticias, como lo hubieran preferido las agencias de riesgo, el presidente decidió buscar el milagro de la reproducción del Bitcoin.
Hay quienes comparan a El Salvador de Bukele con la Venezuela de Hugo Chávez, pero contrario a Chávez, Bukele no está sentado sobre las reservas de petróleos más grandes del mundo. Y, contrario a las autocracias del Medio Oriente, las acciones autoritarias de Bukele no son entendidas por las agencias de riesgo como componentes de una política que le garantiza el crecimiento económico al mundo. Los gestos y actos del presidente son percibidos como delirios. La diferencia entre delirios y medidas eficientes son miles de millones de dólares.
En un contexto en el que los precios de Bitcoin y otras criptomonedas colapsan, el mandatario salvadoreño hace lo contrario de lo que necesita. El lunes 9 de mayo, compró más Bitcoin con dinero público y anunció que ya ha recibido la maqueta de su proyecto estrella Bitcoin City. El teatro del Bitcoin ya tiene costos directos en su habilidad de pagar la deuda. Según Bloomberg, las pérdidas de la compra de Bitcoin le han costado a El Salvador el equivalente a pago de intereses a los tenedores de bonos. Bukele parece cada vez más alejado de la realidad e imbuido en un mundo de teorías de conspiración.
Desde febrero de 2022, Exor, la compañía que maneja los bonos internacionales de El Salvador, inició una campaña de relaciones públicas en Estados Unidos para aminorar los temores de los inversionistas ante un posible impago. Envían cartas a inversionistas y prometen reuniones con el mismo Zelaya y la ministra de Economía María Luisa Hayem. Esta campaña parece producir frutos contrarios a los esperados: los precios de los bonos van en picada y la narrativa internacional es que El Salvador está al borde de una crisis económica. Los delirios de grandeza de Bukele están a punto de meter al país a una espiral de derrotas. Los mercados esperan lo peor de un presidente que confunde confianza con fe religiosa en su persona.