La segunda vuelta de las presidenciales colombianas culminó con un resultado histórico: Gustavo Petro, economista, exguerrillero del M-19 y exalcalde de Bogotá, ha sido electo como el primer presidente izquierdista de su país. Su compañera de fórmula, activista ambientalista Francia Márquez, también rompe una barrera al convertirse en la primera vicepresidenta negra electa en la historia colombiana.
Su triunfo abre un camino nuevo para Colombia, que les eligió con el hartazgo ante los partidos tradicionales que está transformando el mapa político de toda América Latina. Despierta muchas dudas cómo será su gobierno, habida cuenta de que Petro camina cerca de algunos populismos de izquierda de la región. Pero antes de hablar de sus desafíos, hay que referirse también al candidato perdedor.
Rodolfo Hernández, un populista de derechas investigado por corrupción, un empresario de la construcción que se ha declarado admirador de Adolf Hitler y no tiene empacho en insultar a todo aquel que no concuerde con sus palabras, ganó más del 47 % de los votos en la elección del domingo. Muchos de esos votos, seguramente, provienen de sectores tradicionales de derecha, uribistas o de centro derecha que han enconado una animadversión por Petro durante décadas y que votaron más en contra suya que a favor de Hernández. Pero muchos otros provienen del hartazgo del votante que vio en Hernández a un outsider capaz de castigar a un sistema político visto como corrupto e incapaz de solucionar la pobreza y la desigualdad grandes en Colombia. Las protestas del año pasado ya advertían de ese hartazgo popular.
Tanto Petro como Hernández prometían un cambio telúrico, aunque con programas diametralmente opuestos. No es casual que ellos dos hayan disputado la segunda vuelta.
El triunfo de Petro ya representa un primer alivio: ha ganado el más sensato de los dos candidatos. Pero llegará a la presidencia de un país partido por la mitad, lastimado, con enormes problemas y que le mira con muchas dudas.
Petro deberá dejar claro pronto su talante democrático y su relación con el régimen venezolano; su compromiso con la consolidación institucional y con el acuerdo de paz; y su capacidad de interactuar con aquellos sectores que le han generado, y a los que él genera, sospechas. Su larga experiencia como legislador le será, sin duda, útil para el diálogo.
Ya llamó a un acuerdo nacional y ha dicho estar dispuesto a encontrarse con todas las fuerzas colombianas. De su capacidad de convocar a este acuerdo y de obtener resultados dependerá también el éxito de su gobierno y el futuro de la izquierda en Colombia. Porque en un país con tantas heridas y tan dividido, difícilmente podrá encontrar gobernabilidad de otra manera. Sobre todo porque enfrenta desde ahora a sectores radicales de la derecha colombiana que intentarán boicotear su gobierno. Solo abriéndose les podrá aislar. De no hacerlo, es él quien terminará aislado.
Con los vientos de cambio que recorren América Latina, el triunfo de Petro, tanto como la derrota de Hernández, tienen ya un impacto importante en la región. El cariz de ese impacto se irá moldeando también con su ejercicio de poder. Por el bien de todos, deseamos encontrar en el suyo un gobierno democrático, humanista, incluyente, comprometido con la paz y efectivo en el combate a la pobreza y la desigualdad. Eso es lo que prometió.