Columnas / Desigualdad

Criptocolonialismo: réquiem de una promesa en coma

El proyecto cripto de Bukele ha entrado en coma, un estado del cual no podrá salir solo con el incremento –que por ahora es modesto– en el precio del Bitcoin.
El Faro
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Lunes, 18 de julio de 2022
Ricardo Valencia

Surf City, Bitcoin City y Bitcoin Beach son tres caras de la misma moneda: un proyecto político que pretende instalar en las mentes de los salvadoreños –especialmente de sus empresarios– que la tierra prometida del presidente Nayib Bukele es una en la que turistas blancos de Estados Unidos y Europa desplacen a los locales. A cambio, estos anarcocapitalistas legitiman la autocracia del presidente como un mal necesario para lograr la llamada revolución financiera. Sin embargo, el proyecto cripto de Bukele ha entrado en coma, un estado del cual no podrá salir solo con el incremento –que por ahora es modesto– en el precio del Bitcoin. La compra de las monedas es solo una parte minoritaria de los al menos $425 millones gastados en la adopción de la criptomoneda. 

En ese mismo ideal, la élite cripto se convierte en una clase política que tiene más recursos que los mismos alcaldes. A esta nueva fase de la depredación de la costa salvadoreña podríamos llamarla cripto colonialismo. Este experimento es igual o peor a los tiempos en los que la United Fruit Company –que cita con desdén Bukele– influía en la economía y en la política de la región.

El primer paso del criptocolonialismo fue borrar los nombres originales y poner nuevos en inglés. Así, El Tunco se convirtió en Surf City, el Zonte en Bitcoin Beach y Conchagua será Bitcoin City. La lógica es avanzar en la construcción de áreas cerradas donde la élite cripto se aproveche de los recursos locales para tener una vida “sin preocupaciones”, que margina a la población local como prestadores de servicios y lo vende como desarrollo. Bukele ha prometido Bitcoin City para los entusiastas cripto en donde no pagarán impuestos, pero que funcionaría gracias a los recursos naturales de un volcán cercano.

A un año de la legalización de la criptomoneda, las esperanzas de Bukele de aumentar en un 25 % el Producto Interno Bruto, la construcción de una planta de energía geotérmica para el minado del Bitcoin y regalar la ciudadanía salvadoreña para grandes inversionistas han sido sustituidas por acciones más modestas por parte de la élite cripto. La embajadora de El Salvador en Estados Unidos Milena Mayorga y los criptofanáticos estadounidenses Max Keiser y su esposa Stacy Herbert han viajado al interior de El Salvador regalando dinero a pequeños empresarios y a las familias de policía asesinados, al mismo tiempo que promocionan la construcción de una planta de energía solar. En El Zonte, los creadores del concepto Bitcoin Beach trabajan en una moneda estable, pero su jugada maestra parece ser su asociación con las grandes compañías de remesas y recoger las migajas que estas dejan. Durante la crisis de las criptomonedas, El Salvador ha pasado de ser el sitio de la revolución cripto al escenario donde los influencers hacen caridad.

Bukele prometió que hordas de turistas llegarían al país después de la legalización del Bitcoin para usar la moneda en sustitución del dólar. Sin embargo, hasta el primer semestre de 2022, el turismo no había logrado ni siquiera igualar el flujo de turistas que llegaron al país en 2019. De los que han llegado, solo una minoría usa la criptomoneda en sustitución del dólar. En todo caso, el histórico del gasto diario de los extranjeros que vienen a El Salvador demuestra que no es el país en donde más gastan su dinero. Según datos recogidos entre 2010 y 2020, los turistas que llegan a El Salvador no gastan tanto en el país como en sus vecinos de Centroamérica. Los visitantes que viajan a El Salvador gastan 10 veces menos al día ($137) que los que viajan a Costa Rica ($1497) y nueves veces menos de lo que gastan tradicionalmente en Guatemala ($1221).

Los que sí se abalanzan para tocar una parte de ese sueño cosmopolita del criptocolonialismo son los citadinos o los que se fueron a Estados Unidos huyendo de la pobreza. Pero para los empresarios de la zona, los visitantes salvadoreños no son suficiente. Los locales se emborrachan en la vía pública, atraen a los vendedores de comida, quienes no siguen regulaciones sanitarias, y producen ruido y basura que molesta a los huéspedes de honor europeos y estadounidenses. Estos huéspedes de honor, más que dinero traen prestigio.

Para los pobres está El Majahual. Esa playa gigantesca a 10 minutos de El Tunco y 15 minutos de El Zonte en donde los obreros toman aguardiente en las calles y las mujeres mayores se bañan en fustanes con huacales. Surf City y El Zonte son para la clase media, esa clase que quiere mezclarse con los extranjeros y sentir, tal vez por una sola noche, que vive en un país donde puede caminar por las noches sin miedo. Los sectores medios de El Salvador tienen poca movilidad social y viven al borde de la pobreza.

El criptocolonialismo es extractivista: no busca transformar las zonas que conquista. Por décadas, para acceder a agua potable, en las zonas costeras de El Salvador han tenido que perforar profundos pozos y construir letrinas aboneras. En El Salvador, el 68 % del agua está contaminada y el 80 % del país sufre escasez del vital líquido. Hasta hace tres años, el Tunco no tenía una planta de tratamiento de aguas negras, hasta que el gobierno de Estados Unidos donó parte del dinero para construirla.

Esa obra ha hecho que mucho de los negocios en El Tunco tengan acceso por primera vez en la historia al alcantarillado público y, al mismo tiempo, evite que centenares de turistas –en su mayoría blancos– se enfermen con el agua del grifo. El paraíso de los influencers del Bitcoin son pueblos con carencia de agua potable, que se inundan constantemente cuando se crecen los ríos que los rodean y, en los cuales, el acceso al tratamiento de aguas residuales es limitado.

El sueño de convertir El Tunco, el Zonte y Conchagua en Surf City, Bitcoin Beach y Bitcoin City, respectivamente, necesita, además, de la mano dura para mantener a los pobres a raya de los nuevos colonizadores. Los pobres –como el minutero que cobraba su producto con Bitcoin–siguen siendo capturados durante el estado de excepción. El criptocolonialismo usa a los locales como manos de obra barata, mientras sus élites son inmunes a la represión policial. Mientras la élite cripto le habla al oído al presidente y tiene cenas de gala con él, los pobres usan las redes sociales para vociferar el dolor que el estado de excepción les infringe. 

A los influencers no les interesa solucionar la escasez de agua de las zonas, ni el tratamiento de aguas negras y mucho menos los riesgos ambientales que traerá el cambio climático. Los sueños de la revolución Bitcoin fueron inflados con dinero público. Ahora, ante la posibilidad de que El Salvador caiga en un impago, no sería raro que la pequeña elite colonizadora cripto se largue del país. Aún en las cálidas costas salvadoreña, los influencers sufren el frío del invierno cripto que ha derrumbado los precios de las criptomonedas. Si se van, no se irán sin tomarse fotografías con los niños morenos de El Salvador. Han descubierto que, si bien El Salvador no los hará más ricos, los puede hacer famosos.


*Ricardo Valencia es profesor asistente de Comunicaciones en Fullerton, la universidad estatal de California.
Twitter: @ricardovalp.

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