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Los desastres de Julia persisten en San Miguel

Víctor Peña

Viernes, 28 de octubre de 2022
Víctor Peña

El departamento de San Miguel fue el más afectado por la tormenta tropical Julia, que impactó con mayor fuerza desde la madrugada del lunes 10 de octubre de 2022 y perdió fuerza cuando ingresó a Guatemala. La tormenta provocó el desborde del río Grande, que inundó comunidades enteras a su paso, bloqueó la carretera del Litoral y destruyó pequeños negocios y mucha de la cosecha con la que sobreviven esas comunidades. Las víctimas de Julia en San Miguel comparan esta tragedia con lo ocurrido durante el huracán Mitch, que generó estragos en estas comunidades hace 22 años. El recuento nacional de daños por parte del Ministerio de Gobernación registró diez personas fallecidas; más de 160 vías bloqueadas; más de 130 ríos desbordados; 15 comunidades inundadas, tres aisladas y más de 2,000 personas albergadas. En el oriente de El Salvador, algunos aún se recuperan de lo que la tormenta arrasó. 'Aquí vamos a la ruina', dice Andrés Rivera, de 76 años, que perdió su casa y su milpa durante la tormenta. Julia pasó por El Salvador hace dos semanas, sin embargo, en las comunidades cercanas al río Grande de San Miguel el desastre está vigente, y la gente intenta levantar sus casas y los pocos cultivos que quedaron. Intentan volver a empezar.  

 

 

 

El caserío Santa Fidelia se inundó por el desborde del río Grande de San Miguel. Sus habitantes buscaron un refugio la madrugada del 10 de octubre, cuando el agua llegó hasta el techo de las viviendas. El agua también bloqueó el paso de la carretera del Litoral y el viento derribó un árbol que bloqueó el acceso hacia San Miguel. Diez días después, la comunidad sigue desalojando los escombros de sus pertenencias atrapadas entre el lodo.
El caserío Santa Fidelia se inundó por el desborde del río Grande de San Miguel. Sus habitantes buscaron un refugio la madrugada del 10 de octubre, cuando el agua llegó hasta el techo de las viviendas. El agua también bloqueó el paso de la carretera del Litoral y el viento derribó un árbol que bloqueó el acceso hacia San Miguel. Diez días después, la comunidad sigue desalojando los escombros de sus pertenencias atrapadas entre el lodo.

 

 

 

Claudia Amaya, de 21 años, camina junto a su hijo, Edwin Alejandro, de cinco, sobre la calle principal del caserío San Juan Bosco, del cantón La Puerta, en San Miguel. Claudia también tiene una hija de nueve meses. Salió con el agua hasta las rodillas para buscar comida para sus hijos. Perdió su cosecha de maíz, pipianes y frijoles y el agua dejó incomunicada su casa del resto de la comunidad. “Es normal que con cualquier tormenta la comunidad se inunda, pero la gente no sale de sus casas por miedo a que les roben sus cosas”, asegura Claudia.
Claudia Amaya, de 21 años, camina junto a su hijo, Edwin Alejandro, de cinco, sobre la calle principal del caserío San Juan Bosco, del cantón La Puerta, en San Miguel. Claudia también tiene una hija de nueve meses. Salió con el agua hasta las rodillas para buscar comida para sus hijos. Perdió su cosecha de maíz, pipianes y frijoles y el agua dejó incomunicada su casa del resto de la comunidad. “Es normal que con cualquier tormenta la comunidad se inunda, pero la gente no sale de sus casas por miedo a que les roben sus cosas”, asegura Claudia.

 

 

 

Alrededor de 75 familias fueron afectadas en el caserío Los Corrales, del cantón Tecomatal de San Miguel. La comunidad entera salió a la carretera que de San Miguel conduce al desvío El Delirio para pedir ayuda a los conductores, y también se refugiaron en la iglesia evangélica de la comunidad. “Algunos niños aquí nunca han visto a un payaso. Estamos pidiendo a la gente que pasa que traigan juguetes y a un payaso para que los niños olviden esta tontera que ha pasado aquí”, dice José Arévalo, presidente de la Adesco Los Corrales.
Alrededor de 75 familias fueron afectadas en el caserío Los Corrales, del cantón Tecomatal de San Miguel. La comunidad entera salió a la carretera que de San Miguel conduce al desvío El Delirio para pedir ayuda a los conductores, y también se refugiaron en la iglesia evangélica de la comunidad. “Algunos niños aquí nunca han visto a un payaso. Estamos pidiendo a la gente que pasa que traigan juguetes y a un payaso para que los niños olviden esta tontera que ha pasado aquí”, dice José Arévalo, presidente de la Adesco Los Corrales.

 

 

 

La casa de la Familia Rodríguez quedó hundida por completo muchos días después de la tormenta, en el caserío Santa Fidelia, del cantón La Canoa, a unos 20 metros de la carretera del Litoral. Esta familia junto a la familia Zamora se albergaron en una casa cercana de la comunidad, ubicada a 300 metros de la carretera. Colocaron hamacas y una plancha para pupusas. Más de 20 personas pasaron una semana mientras el agua desalojaba las viviendas. La familia ha vuelto a su casa para limpiar los estragos que dejó la tormenta Julia.
La casa de la Familia Rodríguez quedó hundida por completo muchos días después de la tormenta, en el caserío Santa Fidelia, del cantón La Canoa, a unos 20 metros de la carretera del Litoral. Esta familia junto a la familia Zamora se albergaron en una casa cercana de la comunidad, ubicada a 300 metros de la carretera. Colocaron hamacas y una plancha para pupusas. Más de 20 personas pasaron una semana mientras el agua desalojaba las viviendas. La familia ha vuelto a su casa para limpiar los estragos que dejó la tormenta Julia.

 

 

 

José Daniel Quintanilla, de 85 años, camina detrás de Moisés Mancía, de 21. Ambos vienen de recoger la poca milpa que recuperaron tras la inundación de la comunidad Santa Fidelia. “Yo salí de mi casa con el agua hasta el pecho, eran las 3:00 de la mañana y dejé todas mis cosas. Solo mis botas pude salvar. Esto solo en el huracán Mitch me había pasado”, dice José Daniel, que también perdió una manzana de maíz, valorada en $1,500.
José Daniel Quintanilla, de 85 años, camina detrás de Moisés Mancía, de 21. Ambos vienen de recoger la poca milpa que recuperaron tras la inundación de la comunidad Santa Fidelia. “Yo salí de mi casa con el agua hasta el pecho, eran las 3:00 de la mañana y dejé todas mis cosas. Solo mis botas pude salvar. Esto solo en el huracán Mitch me había pasado”, dice José Daniel, que también perdió una manzana de maíz, valorada en $1,500.

 

 

 

María Florinda García recupera algunas pertenencias que se quedaron atrapadas en una cerca de la vivienda, en la comunidad El Tiangue, de San Miguel. Esto era la habitación de su hija, que fue arrastrada por las aguas del río Grande, que se desbordó a las 1:00 de la mañana del lunes 10 de octubre, pero que también inundó las seis casas cercanas a la ribera a las 4:00 de la madrugada. En esta casa viven cinco hombres que trabajan como ayudantes de albañilería; tres mujeres y un niño de nueve meses. Todos ahora comparten un mismo cuarto mientras reconstruyen.
María Florinda García recupera algunas pertenencias que se quedaron atrapadas en una cerca de la vivienda, en la comunidad El Tiangue, de San Miguel. Esto era la habitación de su hija, que fue arrastrada por las aguas del río Grande, que se desbordó a las 1:00 de la mañana del lunes 10 de octubre, pero que también inundó las seis casas cercanas a la ribera a las 4:00 de la madrugada. En esta casa viven cinco hombres que trabajan como ayudantes de albañilería; tres mujeres y un niño de nueve meses. Todos ahora comparten un mismo cuarto mientras reconstruyen.

 

 

 

Más de 20 personas de la comunidad El Tiangue intentaron sacar un vehículo con el motor fundido que quedó atrapado en el agua. Amarraron lazos; unos jalaban y otros nadaban para empujarlo hasta la calle principal. Eran las 9:00 de la mañana del lunes 10 de octubre cuando el agua alcanzó más de tres metros de altura. “Aquí los niños jugaban como si fuera una playa. Hacían piruetas para caer al agua y bañarse. El agua arrastró las casas más cercanas al río. El Mitch hizo menos que esto”, dice Patricia Mata, habitante de la comunidad El Tiangue, de San Miguel, una de las más afectadas por la fuerza del río.
Más de 20 personas de la comunidad El Tiangue intentaron sacar un vehículo con el motor fundido que quedó atrapado en el agua. Amarraron lazos; unos jalaban y otros nadaban para empujarlo hasta la calle principal. Eran las 9:00 de la mañana del lunes 10 de octubre cuando el agua alcanzó más de tres metros de altura. “Aquí los niños jugaban como si fuera una playa. Hacían piruetas para caer al agua y bañarse. El agua arrastró las casas más cercanas al río. El Mitch hizo menos que esto”, dice Patricia Mata, habitante de la comunidad El Tiangue, de San Miguel, una de las más afectadas por la fuerza del río.

 

 

 

José Alberto Contreras, de 57 años, intenta subir hasta su vivienda que se inundó durante la tormenta. El río le arrastró sus muletas y ahora se apoya con un par que sus amigos de la comunidad armaron con pedazos de hierro y palos. Sus vecinos lo sacaron cargado entre el agua y los escombros la madrugada del lunes 10 de octubre.  Su casa está a solo 20 metros de la orilla del río. José quedó con discapacidad para caminar después de un accidente de vehículo a sus 18 años. Vive con su hijo de 12 años y sobrevive con la ayuda que recibe de su hermana.
José Alberto Contreras, de 57 años, intenta subir hasta su vivienda que se inundó durante la tormenta. El río le arrastró sus muletas y ahora se apoya con un par que sus amigos de la comunidad armaron con pedazos de hierro y palos. Sus vecinos lo sacaron cargado entre el agua y los escombros la madrugada del lunes 10 de octubre.  Su casa está a solo 20 metros de la orilla del río. José quedó con discapacidad para caminar después de un accidente de vehículo a sus 18 años. Vive con su hijo de 12 años y sobrevive con la ayuda que recibe de su hermana.

 

 

 

Nahil Guadalupe Hernández, de 53 años, lava los zapatos, sandalias, patines y algunas prendas que quedaron de su pequeño negocio, una venta de ropa americana de segunda mano. Perdió todo: Sillones, cama, cocina, refrigeradora y alrededor de $500 de inversión del negocio con el que sobreviven ella y sus dos hijos. Ella vive en la colonia Jardines del Río, en San Miguel. Aquí el agua avanzó casi 100 metros y cubrió con más de dos metros más de 40 casas de los primeros tres pasajes. Nahil tiene una fractura en su pie izquierdo que le dificulta la movilidad, pero regresa a la casa durante el día para limpiar y recuperar más cosas. Por las noches vuelve a casa de su hermana, donde se refugia desde el 10 de octubre. En 1998, el Huracán Mitch también inundó su casa y destruyó todas sus pertenencias.  
Nahil Guadalupe Hernández, de 53 años, lava los zapatos, sandalias, patines y algunas prendas que quedaron de su pequeño negocio, una venta de ropa americana de segunda mano. Perdió todo: Sillones, cama, cocina, refrigeradora y alrededor de $500 de inversión del negocio con el que sobreviven ella y sus dos hijos. Ella vive en la colonia Jardines del Río, en San Miguel. Aquí el agua avanzó casi 100 metros y cubrió con más de dos metros más de 40 casas de los primeros tres pasajes. Nahil tiene una fractura en su pie izquierdo que le dificulta la movilidad, pero regresa a la casa durante el día para limpiar y recuperar más cosas. Por las noches vuelve a casa de su hermana, donde se refugia desde el 10 de octubre. En 1998, el Huracán Mitch también inundó su casa y destruyó todas sus pertenencias.  

 

 

 

Andrés Rivera, de 76 años, es habitante del caserío Los Corrales, del cantón El Tecomatal, de San Miguel. Su casa se inundó, perdió su cosecha de maíz y salió a la carretera para pedir dinero a los automovilistas. “Aquí vamos a la ruina, la última inundación como esta fue hace más de 20 años con el Huracán Mitch”, recuerda. El río Grande rodea su comunidad y para él es normal tener inundaciones en su vivienda cada invierno.
Andrés Rivera, de 76 años, es habitante del caserío Los Corrales, del cantón El Tecomatal, de San Miguel. Su casa se inundó, perdió su cosecha de maíz y salió a la carretera para pedir dinero a los automovilistas. “Aquí vamos a la ruina, la última inundación como esta fue hace más de 20 años con el Huracán Mitch”, recuerda. El río Grande rodea su comunidad y para él es normal tener inundaciones en su vivienda cada invierno.

 

 

 

 

Benilda Álvarez Garay, de 48 años, vive de la venta ambulante de mascarillas, papel mata moscas, manteles y gabachas en los mercados de San Miguel. Benilda vive en la comunidad El Tiangue, en la ribera del río Grande, y una parte de su casa fue destruida durante la tormenta Julia. Su hija perdió su casa por completo. “Al oír cómo tronaba el río, yo pensé que un derrame me iba a dar de tanto llorar y de tanta preocupación. Ya son dos veces que esto me pasa. También me pasó con el Mitch”, dice Benilda mientras posa frente a las grietas y la marca del agua en lo que quedó de su vivienda.
Benilda Álvarez Garay, de 48 años, vive de la venta ambulante de mascarillas, papel mata moscas, manteles y gabachas en los mercados de San Miguel. Benilda vive en la comunidad El Tiangue, en la ribera del río Grande, y una parte de su casa fue destruida durante la tormenta Julia. Su hija perdió su casa por completo. “Al oír cómo tronaba el río, yo pensé que un derrame me iba a dar de tanto llorar y de tanta preocupación. Ya son dos veces que esto me pasa. También me pasó con el Mitch”, dice Benilda mientras posa frente a las grietas y la marca del agua en lo que quedó de su vivienda.

 

 

 

El cantón La Puerta, de San Miguel, se inundó en su totalidad. Se bloqueó el acceso de su calle principal y la mayoría de familias perdieron sus cultivos, que son fuente principal de subsistencia. Cada invierno, estas zonas reciben descargas de agua del río Grande y las inundaciones ocurren con frecuencia cada invierno. Sin embargo, los pobladores califican esta tragedia como de mayor impacto que la que ocurrió en octubre y noviembre de 1998 cuando el huracán Mitch también golpeó con fuerza en todas esas comunidades de San Miguel.
El cantón La Puerta, de San Miguel, se inundó en su totalidad. Se bloqueó el acceso de su calle principal y la mayoría de familias perdieron sus cultivos, que son fuente principal de subsistencia. Cada invierno, estas zonas reciben descargas de agua del río Grande y las inundaciones ocurren con frecuencia cada invierno. Sin embargo, los pobladores califican esta tragedia como de mayor impacto que la que ocurrió en octubre y noviembre de 1998 cuando el huracán Mitch también golpeó con fuerza en todas esas comunidades de San Miguel.

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