Columnas / Política

Si la política no frena el cambio climático, los próximos años vamos a arder

Los efectos que el incremento de 1.2 Cº ha causado en 2022 son evidentes: un tercio de Pakistán está bajo el agua, los casquetes polares se derriten y Groenlandia va perdiendo el permafrost.
MOHAMMED ABED
MOHAMMED ABED

Miércoles, 9 de noviembre de 2022
Leonardo Stanley

Un reciente informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) destaca que los gases de efecto invernadero (GEI) han alcanzado niveles récords: un 50 % más durante el período 1990-2021. Además de mostrar los niveles extremos de dióxido de carbono que alberga la atmósfera, el informe pone de relieve el peligroso incremento que evidencian las emisiones de metano: aunque permanece menos en la atmósfera, su efecto sobre el cambio climático resulta mucho más pronunciado. Más preocupante es la tendencia que proyecta: los años que vienen vamos a arder.

Según el último informe de la Agencia Internacional de Energía (AIE), la invasión de Rusia a Ucrania acarreó una carrera por nuevos proyectos petroleros. El aumento en el precio de los combustibles fósiles brinda a las petroleras ganancias extraordinarias, a un grado tal que António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, no para de denunciar, al tiempo que clama por impuestos extraordinarios.

El mayor costo energético, sin embargo, podría acelerar la transición energética, como plantea el director ejecutivo de la AIE, Fatih Birol. Tal aseveración se fundamenta con hechos, como los cambios aparejados a partir de la irrupción de nuevos paquetes verdes, por ejemplo, la ley de reducción de la inflación, que introdujo el gobierno de Joe Biden, en EE. UU., la batería de medidas que ha creado la Unión Europea (UE) o los nuevos paquetes de Japón, Corea del Sur, China e India. En definitiva, aun cuando algunos celebren una mayor producción y otros salen a buscar gas a cualquier rincón del planeta, tanto productores como compradores saben que el pico de fósiles está a la vuelta de la esquina.

Dejando de lado las promesas, lo cierto es que, de continuar el nivel actual de producción y consumo, las proyecciones seguirán siendo catastróficas, tal como surge del último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP, por sus siglas en inglés): La brecha de emisiones de las Naciones Unidas: la ventana que se cierra, UNEP, 2022. Considerando los compromisos asumidos por los países en París en 2015, (las denominadas contribuciones nacionales determinadas —CND—), vamos hacia un índice de emisiones que produce un aumento de 2.5 Cº en la temperatura promedio del planeta.

Los efectos que el incremento de 1.2 Cº ha causado en 2022 son evidentes: un tercio del territorio de Pakistán está bajo el agua, los casquetes polares se derriten y Groenlandia va perdiendo el permafrost, tal como se conoce a la capa de suelo permanentemente congelado. Todo ello implica un alza en el nivel de los océanos, lo cual repercute en las ciudades costeras de todo el mundo. La industria aseguradora lo sabe. Por ello, ha dejado de asegurar numerosos hogares en las zonas costeras de EE. UU.

Tal como surge de los últimos informes del panel internacional de expertos en cambio climático (IPCC, 2022), el principal obstáculo es político. Lo que se necesita son nuevas regulaciones e impuestos, tanto como el rediseño del sistema financiero. Y ello no solo es responsabilidad de los países desarrollados: en la región, la industria petrolera recibe cuantiosos fondos, al tiempo que se beneficia de grandes subsidios. La transición no puede dejarse en manos del mercado, son los gobiernos locales los que deben fijar las metas y canalizar los fondos.

Estos reportes repercutirán, sin duda, en Sharm el Sheij, Egipto, donde tendrá lugar la 27.va Conferencia de las Partes (COP). Varias delegaciones de la región van a destacar el papel que Latinoamérica puede desempeñar en el mercado energético como proveedor de gas natural. El entusiasmo no solo refleja precios, sino también la declaración de la UE respecto a considerar al gas como sustentable. La urgencia no solo tapa lo importante, sino que también justifica incoherencias.

Las señales equivocadas lamentablemente pueden terminar llevando a decisiones erróneas. Una serie de informes del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) plantea los altos riesgos financieros que acarrea embarcarse en estos proyectos: activos varados. Un informe reciente de la UNEP, ¿Es el gas natural una buena inversión para América Latina y el Caribe?, destaca lo errado que resultaría avanzar en esta dirección.

Teniendo en cuenta tanto lo económico como lo social, el informe resalta que los beneficios resultan sensiblemente menores a los que generaría avanzar con la transición. La apuesta por renovables podría crear tres millones de empleos, además de implicar adelantos tecnológicos hacia cadenas de valor más dinámicas. Pensando en las necesidades energéticas que enfrenta la región, invertit en renovables conllevaría ahorros millonarios; ello, fruto de la continua caída de los precios de los equipos.

Pero en las decisiones públicas prima el corto plazo, no existen grietas al aplaudir el extractivismo. Ciertamente los precios envían señales favorables, pero las decisiones de inversión se rigen por la rentabilidad. Son los Gobiernos los que deberían, con sus políticas, señalar los peligros que conlleva invertir en nuevos pozos y avanzar con el fracking. Sin embargo, salvo excepciones, nadie en la región propone el debate.

Todo lo anterior nos plantea la necesidad de transformar nuestro esquema de producción, nuestro sistema de transporte, la vida misma. Los reportes mencionados son una muestra de la seriedad del problema. Si queremos que la temperatura no aumente por encima de los 1.5 Cº de aquí al 2030, las emisiones de GEI deberían caer en un 45 %. Tenemos los medios; las alternativas resultan factibles en lo técnico y en lo económico. No obstante, la avaricia puede más que la simpatía, una lectura parcializada de la obra de Adam Smith.

Si no actuamos, no solo estamos condenando a las generaciones futuras, sino que forzaremos a millones de personas a lanzarse a la búsqueda desesperada de nuevas fronteras, y sentenciaremos a miles de personas a exponerse a eventos cada día más extremos. Y si se desatienden los peligros que implica avanzar sobre los límites de la Tierra, la economía pierde sentido. Al presentar el último informe, la directora ejecutiva de la UNEP, Inger Andersen, afirmó que la ventana se nos cierra, que no hay espacio para cambios incrementales, pues el tiempo se ha acabado. El momento actual nos exige repensar nuestro modo de vida, replantear nuestra visión de desarrollo. 


*Leonardo E. Stanley es investigador asociado del Centro de Estudios de Estado y Sociedad-Cedes (Buenos Aires). Autor de “Latin America Global Insertion, Energy Transition, and Sustainable Development';, Cambridge University Press, 2020.

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