Columnas / Cultura
Otro Mundial de hombres
Ha existido un fenómeno inexplicable, que opera en la estructura más profunda del sistema capitalista: hay hombres con poder que hacen lo que les da la gana y otros sin poder que los veneran. Los primeros son terribles. Los segundos, nefastos.

Fecha inválida
Adriana Sánchez

Originalmente, este texto se iba a llamar “El mundial que no debió ser”. Pero ese fue el del 78, y ya han pasado muchos años. Escribir sobre fútbol frente a Qatar 2022 ha sido misión imposible: la que leés es la versión número trescientos de algo que tal vez en otro momento habría salido resbalado de los dedos. Escribo, pues, con tristeza y encono y una especie de bloqueo que se acerca mucho a la negación. El deporte más hermoso del planeta es mi deporte favorito. Le he dedicado cientos de páginas. Me ha regalado las más bellas figuras literarias. Hay una “otra cosa” que el fútbol también es, en la que se centran las historias más increíbles y entretenidas jamás escritas: Fontanarrosa, Juan Pablo Meneses, Edmundo Paz Soldán, Juan Villoro. Y me gusta percibirme como una mujer que escribe sobre fútbol, en una disciplina en la que cada vez somos más las que disfrutamos, escribimos y jugamos.

He leído horas de artículos, he revisado decenas de alineaciones. Revistas y periódicos locales de diversas partes del mundo, comentarios, podcast, hilos de twitter. Gente que se queja, gente que se queja de la gente que se queja. Quienes defienden el fútbol por encima de todo. Quienes aman el fútbol a pesar de los dolores, la corrupción, los escándalos. Quienes odian el fútbol desde un odio de clase profundo y poco disimulado. Opiniones tenemos todos los seres humanos. Papá decía que las opiniones son como los fondillos: todo el mundo tiene uno y cree que no huele tan mal como el de los demás.

Y bueno, acá les vengo a dejar la mía. Y lo que yo opino es que en el fútbol, como en todas las expresiones de la cultura, hay un común denominador que lo echa todo a perder. Que nos quita la alegría del disfrute pleno. Que nos amarga la vida. Ese común denominador son los hombres. Nunca me voy a cansar de esta broma, que le hago de manera recurrente a todos mis amigos: por culpa de los hombres no podemos tener nada bonito. Los que no me conocen brincan en la silla. Me dicen feminazi, asumen que no tengo marido ni novio ni nadie que quite la amargazón con un polvo. Que me gustan las mujeres. Que soy extremista y no sé de lo que hablo. Otros que me conocen un poquito pero no lo suficiente, me dicen que “NO TODOS LOS HOMBRES”. Los que me conocen saben de qué hablo.

Sin excepción, a lo largo de toda la historia moderna, ha existido un fenómeno inexplicable, que opera en la estructura más profunda del sistema capitalista: hay hombres con poder que hacen lo que les da la gana, y otros hombres sin poder que los veneran. Los primeros son terribles. Los segundos, nefastos. Venerar el poder impide la ruptura de los pactos que permiten que no haya rendición de cuentas, que habilitan abusos, violencias sistémicas, exclusiones, continuidades tóxicas, autoritarismos, corrupción, e inequidad. Los hombres que veneran el poder son el arma secreta del capitalismo: no hay Primavera Árabe, no hay Me Too, no hay Justicia Social que resista el embate de sus estrategias discursivas de dominación. De ese pozo sin fondo salen los Lajes, los Trumps, los Blatters. Yo venía acá a hablar de fútbol y me fui por las ramas. Pero no puedo evitarlo. Ya probablemente entendiste que cuando hablo de hombres no hablo de cualquier hombre: hablo de Zinedine Zidane aceptando $1 millón de dólares para apoyar la candidatura de Qatar ante la FIFA hace más de 10 años, y declarando a la prensa que estaba bien recibir esa dádiva porque “el dinero va para mi fundación”. ¿Ves? El problema de fondo con todos los mundiales que no debieron ser es uno muy incómodo, del que no nos gusta hablar porque nos han enseñado que hablar de plata es de mala educación: el capitalismo lo secuestra todo. Nos ha quitado una y otra vez todas las cosas lindas y nos las va a seguir quitando.

Mientras vos te cuestionas si deberías ver los partidos, o Mengano le cuestiona a Zutano que escriba sobre no ver los partidos desde un teléfono inteligente (¿sabías que, según datos del 2018, se calculaba que solo en las minas de coltán de la República Democrática del Congo trabajaban miles de niños en condiciones precarias, expuestos al polvo tóxico que surge de la trituración del metal y que causa enfermedades pulmonares mortales?). El problema inmenso es que cuando la cantidad de injusticias se comienza a escapar de nuestra imaginación, puede resultar agotador elegir una entre cien mil y abanderarse de su causa.

El tema de la corrupción que nos trajo hasta acá, a punto de iniciar una Copa del Mundo en un país que irrespeta los derechos humanos, en el que las mujeres violadas son condenadas como culpables de la violación y en el que las personas sexualmente diversas pueden ser torturadas o asesinadas por las autoridades, es que ya estamos tan habituados a ella, que nada nos sorprende. Cuando el FBI hizo las detenciones masivas producto de su investigación del 2015, Joseph Blatter gritaba furioso que “la FIFA no es una institución corrupta”. Para esos hombres con poder, las dádivas, los pagos, los sobornos, están bien. Ellos creen firmemente en la teoría del desborde, y si uno de esos millones de dólares sirve para comprarle tacos a un chiquito pobre de un barrio sin nombre en un pueblo perdido de un país africano, ese único dólar es capaz de lavar todos los pecados cometidos en nombre del poder. En casos como este, las discusiones morales no sirven. Sirve, tal vez, referirse a la ética. Repetí conmigo: dejemos de venerar a los hombres con poder. Vamos de nuevo: paremos de venerar a los hombres con poder. Mientras menos veneremos ese poder, menos capital político tendrá. Y menos errores como “darle el mundial a Qatar” serán cometidos.


* Adriana Sánchez es escritora y cocinera costarricense

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