El Pajuilar es un caserío que sobrevive sin agua potable en el cantón San Felipe, en la parte oriental de El Salvador, departamento Usulután. Es domingo 13 de noviembre, y algunos de sus habitantes han salido de su comunidad para hacer sus compras, para ir a la misa o el culto, o para jugar al fútbol en espacios como este. Es una cancha que hoy está en el olvido, como esta comunidad remota a la que se accede a través de calles empedradas y lodosas, en un camino de 14 kilómetros desde el casco urbano de Berlín. Aquí viven 73 familias, casi 300 pobladores sin acceso al agua apta para consumo humano. En época de invierno se abastecen con la lluvia que canalizan en tuberías instaladas en los techos de las casas y que almacenan en recipientes plásticos para aprovecharla en la cocina, en sus lavaderos e incluso beberla si antes la purifican en baldes plásticos durante unas horas bajo el sol. La junta directiva de este caserío también ha construido tres estanques para abastecer a las familias durante dos meses cuando llegue la época seca, con agua de lluvia y la que traen por tubería desde una quebrada a dos kilómetros de distancia “Aquí es común que los niños padezcan de diarrea por el consumo de agua”, dice Douglas Sánchez, el líder comunal que regula la distribución del agua para su caserío.