Encerrado en un país árabe que cabría dos veces en El Salvador, celebrado en las semanas finales del año para escapar del verano desértico, con las economías mundiales en crisis, sin Italia y sin Maradona vivo.
Estadios nuevos climatizados, zonas habilitadas como corrales para fanáticos y precios no aptos para las masas. Aparentes actores fingiendo ser aficionados. El fútbol como un derivado premium del petróleo para decir adiós a la era de Cristiano Ronaldo y Lionel Messi, ungir a Vinicius Junior a los 22 años o dar el carné de leyenda a Kylian Mbappé con solo 23.
El show del fútbol comienza bailando sobre las fortunas del petróleo para entretenimiento de los consumidores en economías golpeadas y estresadas por la amenaza de una recesión mundial en el 2023. Las de América Latina más aún, con sombríos pronósticos en Argentina y Brasil mientras sus selecciones, como casi siempre, acaparan las apuestas futboleras para ganar el Mundial que los hinchas vivirán en primavera, como nunca antes, con la fe de llegar al partido final en las vísperas de la Navidad, una rareza.
En el hemisferio norte, esta vez sin verano, los pronósticos favorecen a Francia, que pretende repetir con la mayoría de seleccionados ya probados como campeones en Rusia 2018, reforzados por jóvenes y esta vez sí con el goleador Benzemá, nuevo Balón de Oro, para acompañar en el ataque el supersónico Mbappé, el mejor pagado del planeta. También es favorito Bélgica, invicto en su grupo eliminatorio en un momento de madurez del proyecto futbolístico gestado en los últimos 20 años; ya fue tercero en Moscú y Doha puede ser la graduación. Y no falta Inglaterra, que da pistas de protagonista desde su puesto quinto en el ranking FIFA que no tiene Alemania entre sus primeros 10, pero se sabe que en el fútbol los alemanes no necesitan ilusionarse. Además, la guerra en Ucrania les ha condicionado el humor.
Son más o menos los favoritos frecuentes, sin que su fútbol lo determinen las circunstancias de la Copa Mundial Qatar 2022 que FIFA anunció en 2010 como un capricho más para expandir la industria -digamos la pasión- allá donde exista quien la pague. “Nos vamos a territorios nuevos”, decía entonces Joseph Blatter, entonces todopoderoso presidente de la FIFA, antes de que lo enjuiciaran por corrupción. “Fue un error” dijo este noviembre, cuando faltaban menos de dos semanas para la inauguración.
El planeta del fútbol, con su fiesta y su negocio, intenta embutirse en el país más pequeño que haya alojado la mayor cita del fútbol, sin haber participado nunca en una. Se juega en ocho estadios fastuosos con solo 57 kilómetros entre los dos más distantes. Algún dichoso podría asistir a tres juegos en un solo día, gula impensable para los aficionados en Brasil 2014, en Rusia 2018 o en la futura copa programada para 2026 en la mitad norte de América.
Qatar 2022 es un capítulo aparte en el curso de los mundiales, una anomalía o una metida de patas de costo calculado. El campeón con Alemania en 2014 Phillip Lahm dijo que no aceptaría ir como invitado ni aficionado a un país donde tan poco valen los derechos humanos, que no entiende a FIFA, pero igual verá los juegos por televisión, como millones de futboleros cuya desaprobación no alcanza para dejar de disfrutar lo que ocurra en los campos verdes.
“Si ellos ponen el baile, ellos ponen la música y uno decide si baila o no; nadie nos obliga a verlo”, decía en San José un aficionado de nombre Luis Alberto, mientras hacía fila para entrar al partido amistoso de despedida de Costa Rica antes de viajar al Mundial, la única carta centroamericana. Intentó ahorrar dinero para viajar con su selección, pero no tuvo suficiente y además pensó que los espacios serían pocos para gozar la juerga como la vivió en Brasil y en Alemania en 2006.
“Esto en Qatar es otra cosa, pero igual uno ve los partidos desde aquí”, advertía. Los altos costos del viaje y los hoteles en Qatar han contenido a los aficionados que también sufren la inflación en sus países. “Ahora casi todo es virtual”, relativizaba otro fanático a su lado. Lo importante es que los futbolistas puedan jugar allá y los aficionados sabrán cómo celebrar o sufrir en cada país. Temían que la pandemia afectara el Mundial como trastornó los Juegos Olímpicos en Japón, pero la suerte quiso que los plazos calzaran sin problemas.
Será esta la primera Copa Mundial que vive la humanidad sobreviviente de la pandemia, después del golpe que mató a 6,5 millones de personas y que alteró todo, fútbol incluido. Parecen lejanos los entrenamientos remotos desde casa, los encuentros sin público y los goles sin abrazos, pero así se prepararon las eliminatorias que permitieron formar la parrilla de 32 selecciones con sitio en Qatar.
Ahora la urgencia, al menos para Occidente, proviene de la guerra Rusia-Ucrania que estará cumpliendo nueve meses exactos este 20 de noviembre cuando millones observen el juego inaugural quizás con más atención sobre la opulencia del estadio Al Bayt que sobre el enfrentamiento entre los conjuntos de Qatar y Ecuador, muy lejos de ser favoritos.