Internacionales / Cultura
Qatar 2022 puso las fronteras nacionales en fuera de juego

Bengalíes locos por Argentina y fiesta intercontinental por el triunfo de Marruecos. La selección marroquí con mayoría de repatriados, la de Francia despreciada por una parte de los franceses y un australiano que hasta 2019 jamás había pisado Australia. El 16% de los mundialistas nacieron en un país distinto al que representaron.

JUAN MABROMATA

Fecha inválida
Álvaro Murillo

Milos Degenek nació en 1994 en territorio croata durante la guerra de los Balcanes. Antes de los dos años ya estaba instalado en Serbia con sus padres, más cerca de Alemania, donde empezaría su carrera futbolística, que de Australia, cuyos colores defendería en la Copa Mundial de Qatar 2022, donde enfrentó a Lionel Messi, el jugador que lo inspiró en la carrera.

“El país que me dio todo”, publicó Milos en sus redes sociales sobre Australia durante el mundial, después de uno de los juegos en que destacó Harry Souttar, escocés por donde se le mire, quien hasta el 2019 jamás había pisado el territorio australiano. Solo lo hizo cuando el seleccionador, Graham Arnold, logró convencer al defensor de cambiar su proceso con la bandera escocesa y jugar con el lejano país donde había nacido su madre. Fichado.

Y así fue como Milos, Harry y otros trotamundos del fútbol acabaron representando a Australia, que además compitió por la confederación de Asia.

No es el primero ni el mayor caso migratorio dentro del fútbol, pero Qatar 2022 da señales de una aún menor importancia de la geografía, la nacionalidad de los padres, las fronteras del país o el pasaporte que tengan los que más festejan un gol. Las corrientes nacionalistas aceleradas en muchos países parecen ir perdiendo el pulso ante el mundo globalizado con migraciones aumentadas o claros indicios de un achicamiento de las distancias entre las potencias del fútbol y las selecciones que quieren dejar de ser sólo espectadoras.

Es más, las corrientes nacionalistas impulsadas por los movimientos de la derecha radical parecen alimentarse de las fuerzas contrarias, como ocurre en Francia sin importar si su selección gana o pierde. Aún este jueves, después de conocerse que los bleus jugarán la final y podrían repetir el campeonato de Rusia 2018, la exdiputada Marion Maréchal, nieta del dirigente de la derecha radical Jean Marie Le Pen, renegaba del origen de los jugadores: “la cara de este equipo, como podemos ver, está formada por rostros de inmigración que sin duda están sobrerrepresentados en este equipo. Así que no estoy segura de que sea representativo del equilibrio entre los franceses de origen francés y los franceses de origen inmigrante”, dijo  en un canal de televisión. Horas después, el presidente Emanuel Macrón tomaría un avión a Qatar para apoyar a los seleccionados, en un gesto más de afirmación sobre la representatividad francesa, como lo hizo en 2018 cuando los recibió campeones.

Poco importa a la realidad francesa los lujos del club supuestamente local Paris Saint-Germain, sostenido con las fortunas petroleras qataríes para reclutar a las estrellas cuesten lo que cuesten y vengan de donde vengan. Cualquiera sea el resultado de la final del domingo,  el empresario Nasser Al-Khelaïfi brindará triunfante por Lionel Messi o por Kylian Mbappé, como hubiera brindado también si Neymar hubiera llevado a Brasil a la final o Achraf Hakimi con Marruecos, o Nuno Mendes con Portugal. 

Mientras en Francia una parte de la derecha extrema desdeña a su selección (y otra parte surfea entre el desprecio y el aprovechamiento populista), y en Alemania un grupo considerable creyó justo no mirar al televisor las imágenes procedentes de un país opresor como Qatar, otros naciones parecen haber sido la base de la simpatía en muchos otras geografías. El caso más claro es Marruecos, cuya selección dio la sorpresa al llegar hasta semifinales por encima de selecciones europeas, para festejo del continente africano, sí, pero sobre todo del mundo árabe que en este Mundial cobró especial relevancia por ser Qatar la sede. Por eso los jugadores marroquíes celebraron unos días con la bandera palestina y otro con la qatarí, por eso dedicaron los resultados a los árabes e incluso más allá, a los musulmanes allá donde haya. 

Marruecos, con 14 de sus seleccionados nacidos fuera de sus fronteras, refleja un efecto migratorio distinto al de Francia. Todos son hijos de marroquíes que habían emigrado a España, Holanda, Francia o Canadá, Bélgica o Italia, por allá, pero que han acudido al llamado de sus orígenes por identidad o por oportunidad para poder ir a un Mundial sabiendo que las opciones son mucho más limitadas en sus países de nacimiento, como el caso del escocés australiano Souttar.

Son 137 los futbolistas registrados en Qatar 2022 que nacieron en otros territorios diferentes a los que representaron, publicó el periodista Jaime Macías. Superan el 16%, sin considerar a hijos de inmigrantes, como es el caso de la mayoría francesa. Ahí se ven formaciones como la de Gales, con nueve ingleses, Costa Rica con su nicaragüenses Óscar Duarte o Marruecos, que entre sus 14 repatriados incluye a dos españoles que festejaron sin complejos cuando eliminaron a España en octavos de final, como lo hicieron otros marroquíes en zonas independentistas donde difícilmente alguien habría salido a batir la bandera española, como contó Edu Ponces en su crónica desde Cataluña.

Por eso tampoco era de extrañar la celebración en las calles de ciudades europeas, africanas y asiáticas por el triunfo de Marruecos después sobre Portugal, hasta llegar a semifinales. Fue más que la simpatía usual por una selección no tradicional que da la sorpresa en una Copa Mundial. Fue un festejo propio. “Ganamos” decía un joven qatarí a la televisión francesa antes de reconocer que no sabría ubicar a Marruecos en el mapamundi. Qatar fue la peor selección del Mundial, pero la mira no estaba puesta en la capacidad de sus futbolistas, sino en la capacidad organizativa del gobierno, en sus restricciones para los aficionados y en el maltrato a miles de inmigrantes que construyeron la infraestructura mundialista, la mayoría de ellos de países del sur de Asia, del subcontinente indio… ‘argentinos’ casi todos.

Muchos viajaron para trabajar y han visto el mundial aislados en el ‘Asian Town’ un barrio acondicionado para ellos alejado de los lujos de Doha, como contó BBC. Otros han viajado para vivir las emociones del Mundial y otros festejan en sus países orgullosos de la camisa albiceleste y de la magia de Messi. Daca, capital de Bangladesh, que ha sido territorio argentinista desde los tiempos de Maradona de los años 80, ha estallado en júbilo con la selección de Scaloni, como cuenta Alejandro Wall en Washington Post.

Quizás también haya trazas de identidad entre los barrios de la península del Indostán, sin selección propia en los Mundiales, y los sudamericanos donde aún los niños juegan en las calles y las canchas abiertas. Del otro lado están las academias europeas y los clubes adinerados que se llevan a los talentos para alimentar las ligas de élite, las escuelas rígidas representadas por ese Louis van Gaal con el que Messi se desquitó haciéndole el ‘topo gigio’ al eliminarlo en cuartos de final. “Era el el tercer mundo ganándole posición al primero por un ratico, y eso a uno siempre le alegra”, decía en San José Camilo Hernández, un comerciante colombiano que se vistió con la camisa de su selección para ver el partido Argentina-Países Bajos.

Camilo veía el partido narrado en inglés, porque en su celular no logró abrir una aplicación ‘pirata’ que transmite en español. Muchos aficionados en todos los países habrán visto así los juegos, conectados además como nunca a las redes sociales. No son solo los periodistas de su país los que le informan. Tal vez por eso Julián B., un niño de 11 años de Costa Rica, pedía el sábado a su madre que le comprara la “playera’ de Croacia, en jerga mexicana como la que utilizan en el programa deportivo que su papá mira todas las noches.  

Julián dice que es croata en el fútbol, porque es fanático del Real Madrid desde que Keylor Navas jugó allí y Luka Modric es uno de los suyos. Leyendo sobre él aprendió que su ídolo croata nació en tiempos de guerra, como el coterráneo Milos, que acabó jugando con Australia. Quiere verlo algún día y para eso el niño espera que Modric juegue también el mundial del 2026; su padre le ofreció llevarlo al mundial que, por primera vez en la historia se realizará con 48 equipos en tres países sede, Estados Unidos, México y Canadá. “Va a ser como tres mundiales en uno. Yo digo que le llamemos ‘Norte 2026, sin decir el nombre de los países’”, propone Julián.

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