Columnas / Política

Deseos de año nuevo

Víctor Peña
Víctor Peña

Martes, 3 de enero de 2023
El Faro

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Es una hermosa tradición iniciar cada año deseando a propios y extraños que la nueva vuelta a nuestra estrella venga acompañada de felicidad, salud, abundancia y paz. Vayan desde aquí esos deseos para ustedes, independientemente de nuestras diferencias religiosas, ideológicas o económicas. 

Pero avanzar en la consecución de esos deseos, si los queremos extender a nuestras comunidades, requiere del concurso de todos con acciones concretas, mucho más allá que la simple expresión de buena voluntad. 

Hemos insistido en los últimos años en la necesidad de que los ciudadanos se apoderen de sus espacios: que no se limiten a expresarse en redes sociales o acudir a las urnas cada dos o tres años para definir su participación en la vida pública. 

Los nuevos gobiernos centroamericanos han cerrado la rendición de cuentas y apretado el cuello de la democracia, para su beneficio propio, mediante el saqueo de los fondos públicos. Han tomado el poder judicial y avanzan ya, todos, en la limitación de nuestras garantías constitucionales, en la utilización de los mecanismos estatales para garantizarse impunidad, perseguir a sus críticos y persistir en el desmantelamiento de nuestras instituciones. 

Basta ver el caso nicaragüense para percibir los daños que un pequeño grupo en el poder puede hacer a todo un país. Daniel Ortega y Rosario Murillo han convertido a Nicaragua en un feudo, en el que todo funciona de acuerdo a la voluntad y para beneficio de sus gobernantes y no, como suponen las democracias, de sus gobernados. 

En cada elección, Daniel Ortega agita las viejas banderas de la izquierda y promete más igualdad, más solidaridad y más férrea defensa del pueblo contra sus enemigos. Por si acaso, en la última elección encarceló a todos los precandidatos de oposición. Su ejercicio en el poder es todo lo contrario al de sus proclamas. Su país sigue siendo uno de los más pobres del continente, con ciudadanos que gozan de menos derechos. La riqueza que aumenta en Nicaragua es la de la familia presidencial y la de empresarios cómplices de la dictadura, mientras las cárceles se llenan de presos políticos y todo el aparato judicial funciona no a partir de leyes sino de los caprichos de la familia Ortega. 

Nicaragua sigue siendo el extremo regional, pero sirve de norte a los gobiernos de El Salvador, Honduras y Guatemala que avanzan a pasos muy acelerados hacia esos estadios de bienestar de unos pocos. 

En El Salvador la economía pasa por un momento muy grave, debido principalmente al endeudamiento gubernamental, la pésima administración pública, el fallido proyecto Bitcoin que nos ha costado a los salvadoreños pérdidas multimillonarias; y la corrupción. Durante los casi cuatro años que Bukele y su clan familiar llevan en el poder, el saqueo del estado no tiene precedentes comparables ni siquiera en los anteriores gobiernos a los que el presidente dice combatir mediante el ejemplo de un ejercicio diferente del poder.  En materia de corrupción, este gobierno no es diferente a los anteriores, salvo en el hecho de que ha robado más, tiene menos contrapesos y ha eliminado ya los mecanismos del estado encargados de perseguir la corrupción. A pesar de las particularidades del fenómeno político que representa Nayib Bukele, y que le permite gozar de los más altos índices de popularidad en todo el continente, su deriva autoritaria, la corrupción en su administración y la destrucción del estado de derecho –necesaria para su permanencia inconstitucional en el poder– han aislado a El Salvador internacionalmente, no solo de los aliados tradicionales como Estados Unidos y Europa sino de la comunidad de países democráticos en América Latina. 

Un régimen opaco, corrupto y enemigo del estado de derecho afecta gravemente los derechos de los ciudadanos. El derecho a la justicia, el derecho a la rendición de cuentas, el derecho a la libertad de expresión y el derecho a vivir en un país regido por un cuerpo de leyes y no por los vaivenes de la voluntad de quien ostenta el poder.

En Honduras, la salida de Juan Orlando Hernández de la presidencia, un narcotraficante procesado en Estados Unidos, prometía por sí misma el inicio de un periodo esperanzador para el país vecino. Pero la familia Zelaya, con Xiomara en la presidencia y Mel en la retaguardia, ha decidido seguir calcados los pasos de Bukele, incluyendo la incorporación formal e informal de toda la familia presidencial y la aprobación de estados de excepción y cercos militares. 

En la vecina Guatemala, más que una persona o una familia son los viejos grupos económicos, la narcopolítica y los militares quienes han retomado el control de todo el aparato del estado tras los años de la CICIG. El poder judicial ha sido repuesto a disposición de estos grupos; y los ciudadanos organizados, aquellos que protagonizaron las protestas de calle que culminaron con la caída del presidente Otto Pérez Molina y que recibieron el nombre de la Primavera Chapina, han sido desestructurados y muchos de sus miembros han debido marchar al exilio. También allá los escándalos de corrupción, ahora impunes, solo confirman la conveniencia para los ladrones de la eliminación de controles al uso de los fondos públicos y el control del aparato judicial para evitar pagar las consecuencias.

No son buenos augurios para una región que ha sufrido tanto, durante tantas décadas, con las aspiraciones de sus habitantes de alcanzar mayores estados de bienestar. Pero es justamente en las manos de los ciudadanos en las que se encuentra hoy la única salida visible a esta grave situación. 

Necesitamos ciudadanos críticos, que exijan, que reclamen, que asuman que el Estado es de todos y no solo de los grupitos de poder y las mafias que controlan algunos países centroamericanos. Que se organicen para ello y que intervengan con mayor fuerza en el debate público. 

Ese es nuestro principal deseo para el año 2023: que la ciudadanía sea más fuerte, más crítica, más grande, más organizada, más visible. Sin ella, las democracias son inviables y el destino de los habitantes de un territorio termina siendo determinado únicamente por los sátrapas de turno. La historia centroamericana nos ha dado suficientes y dolorosas lecciones de que este es un escenario indeseable. Lo otro, lo deseable, es el poder ciudadano. El de ustedes.

Feliz año nuevo.

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