Columnas / Cultura

Los creyentes de YouTube pierden la fe en el periodismo

Muchas personas hoy creen más en canales de YouTube que en periodistas. Esto supone un reto para los medios tradicionales que, sin perder la rigurosidad, deben reconectar con las audiencias.

Lunes, 3 de abril de 2023
Willian Carballo

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“Yo le creo más a los youtubers que a los periodistas”. La frase me la arrojó hace un año, al rostro y sin guantes, un salvadoreño residente en California, de nombre bíblico, al que voy a llamar Jesús, para no crucificar su identidad real en esta columna. Jesús −sesentón retirado, oriundo del sur de San Salvador− conducía su Ford Escape gris sobre la Interestatal 405 de Los Ángeles, hablando de política conmigo, mientras su celular conectado al carro reproducía una canción de Christian Nodal, cuyo nombre no recuerdo, que iba de desamores y botellas. “Es que hablan con la verdad”, me justificó, al tiempo que subía el volumen a la música.

La plática había empezado un par de kilómetros atrás, cuando cometí el error –¿o el acierto?− de preguntarle cómo mira a El Salvador a la distancia. “Este Gobierno sí está haciendo bastante”, me contestó. Yo, intuyendo cierto color cian del partido oficial debajo de los lentes oscuros que usaba mientras manejaba, me dejé llevar por mi curiosidad académica-periodística y empecé a preguntarle más y más, sin opinar, conteniéndome; aunque la boca se me llenara de contraargumentos en forma de saliva que pusieran, al menos, en duda sus verdades.

Me contó con orgullo, por ejemplo, del Plan Control Territorial, del Bitcoin y de Surf City. También se quejó de los diputados opositores; del expresidente Mauricio Funes, “corrupto y mujeriego”; y de la firma de la paz, en 1992, a la que tilda de una farsa entre dos partidos (Arena y FMLN) que fingieron ser rivales y siempre fueron pareja. Justo el discurso oficial. Me hablaba con las palabras bañadas de tal certeza que tuve que preguntar: ¿y cómo te enterás de todo eso? Me contestó que viendo redes sociales. Me enlistó, para ser exactos, tres canales de YouTube que sigue religiosamente y cuyos nombres, contrario a la canción de Nodal, sí recuerdo; pero que no voy a mencionar para no atraer a ningún troll center a esta miel. Fue justo después cuando lanzó la frase que abre esta columna.

Datos cuantitativos que den cuenta del nivel de confianza en la palabra de los youtubers sobre la de los periodistas −soy sincero− no tengo. Sin embargo, las pláticas con otros Jesuses que manejan por freeways de California o con exvecinas y primos que hoy comparten memes en Facebook desde algún celular en Maryland o Nueva York me lo confirman cualitativamente: existe una tendencia a informarse con personajes que transmiten desde YouTube y luego rebotan los mensajes en Facebook, Instagram, Twitter y TikTok. Se trata de una red de canales que emiten información no siempre contrastada y contextualizada que, aun así, está creando fiera competencia a los medios periodísticos tradicionales. Espacios que están construyendo una narrativa que es palabra de Dios ante los oídos y ojos de mujeres y hombres como Jesús, que viven fuera; pero también para muchos otros salvadoreños que siguen anclados en esta tierra donde el futbolista Mágico González, monseñor Romero y Roque Dalton son apóstoles.

Son tantos canales que producen material en masa. Según Disruptiva, la revista de la Universidad Francisco Gavidia, entre el 28 de febrero y 1 de marzo de 2023 se publicaron en YouTube –solo en 24 horas– 276 videos alusivos al gobierno salvadoreño, de los cuales los diez más vistos sumaron 603 mil reproducciones. La mayoría describía un país seguro, halagaba al primer mandatario y atacaba a la oposición. Es decir, a imagen y semejanza de las palabras de Jesús.

¿Por qué algunas personas −como me aseguró el compatriota esa mañana en aquella carretera angelina oyendo a Nodal− valoran estos canales por encima de medios de comunicación que sí ejercen periodismo? Tengo tres hipótesis.

La primera: tienen éxito porque embarran de emociones a las audiencias. Estos creadores de contenido cuentan historias, componen canciones, difunden memes, crean telenovelas. Y no perfuman las palabras, solo las avientan a la cara, hediondas y sudadas, francas, como son las conversaciones callejeras que a muchos les gustan. Suelen, además, platicar −gritar y putear son mejores verbos− calientes puntos de vista sobre temas que el periodismo recita fríamente. También le cuentan a su audiencia lo que quieren oír: que Miss Universo taconeará por nuestras calles, que los turistas extranjeros hacen fila para tomarse fotos frente a la roca de playa El Tunco y que el “Buki” cree que tenemos la venia bendita para ser un gran país. Por último, construyen enemigos a los que odiar. Benditos contra malditos. Ungidos contra ladrones. Y cuando los tienen, los aplastan, los bullean. Sobre todo, si son “los mismos de siempre” que −según su discurso− obligaron a miles a dejar la patria (como a Jesús), robaron plata y pactaron con maras. “Malditos, mil veces malditos”.

La segunda hipótesis es que los públicos tendemos a consumir medios que refuercen nuestro pensar. Si eras neoliberal y ya tenías algún tipo de consciencia política en los noventa, seguro leías los periódicos impresos más grandes con el puño derecho contraminando el corazón. Si buscabas oposición izquierdista al poder en los tempranos años dos mil, mirabas al Mauricio Funes periodista y pelinegro antes de que se despertara una mañana en su cama presidencial convertido en personaje de Kafka. Siguiendo esa lógica, ahora, sin saber si poner la mejilla izquierda o la derecha, muchos consumen esos canales porque son espejos del discurso de esos políticos a los que hoy tanto respaldan (recordemos que el presidente Bukele, según la UCA, tiene el 89.9 % de aprobación, a tres años de mandato). Además, tienen un mismo estilo, cargan contra los mismos políticos y desacreditan con la misma labia. La recompensa es darles “me gusta” y suscribirse.

La tercera hipótesis es que la popularidad de estos sitios virtuales bebe leche directo del bote de la falta de alfabetización mediática e informacional que nuestra educación acumula en el refrigerador. Ser alfabetizado significa acá “saber leer los medios” y ser críticos ante sus contenidos. Sin competencias para determinar qué es noticia, qué es propaganda o qué es información, somos como seres abducidos que despiertan de golpe, descalzos, en el pavimento de Manhattan. Las luces nos ciegan. Los rascacielos nos marean. El ruido nos ensordece. El resultado es terminar por creer que el que grita más es quien dice la verdad y que quien escribe largas sábanas de texto solo nos quiere envolver de mentiras. Y ahí, claro, los de YouTube, con su lenguaje florido, punzante y emotivo, llevan ventaja; por encima de timoratos, anticuados y serios medios con miedo a innovar.

Esas tres causas serían, en parte, las culpables de la creciente hemorragia de público que está dejando anémicos a muchos medios periodísticos tradicionales y se está llevando a las audiencias hacia esos otros canales, traficantes de información. ¿Qué hacer al respecto? Veo dos caminos.

Primero, a los medios periodísticos les urge rejuvenecerse. No mal entiendan: no estoy proponiendo que los periódicos con prestigio se bajereen, que se pongan en ese papel de bicho bulleador de algunos canales o páginas de redes sociales. Eso sería ir contra la ética periodística. A lo que me refiero es a que, sin perder la rigurosidad, sean capaces de envolver su información verificada y bien contextualizada en formatos más atractivos que empaticen con ese público que ya no espera el noticiero estelar de las ocho ni lee el periódico entre sorbos de café. Cuenten historias. Innoven formatos. Aterricen esos fríos datos y conviértanlos en emociones que conecten con sus audiencias.

Segundo, las universidades y oenegés, ante el desinterés estatal en el tema, deben formar audiencias más críticas. Urgen ciudadanos capaces de diferenciar la propaganda del periodismo bien hecho, que sepan distinguir entre seres encantadores y un diablo que solo nos viene a tentar con la roja manzana de la desinformación. Y eso se logra con acciones permanentes de alfabetización mediática e informacional.

Quizás Jesús, a sus sesenta y tantos años, acomodado a creer en un mesías que transforma agua en vino, sea más difícil de convertir. Sin embargo, a las aulas llegan cada día nuevas generaciones a las que aún podemos convencer de que un periodista sí puede ser youtuber, pero no todos los youtubers son periodistas. Y por más arjonesca que me quedara la frase, debemos insistir en ello. Insistir e insistir. Hacerlo hasta que la mayoría sea capaz de reconocer la desinformación y negarla tres veces antes de que cante el gallo o antes de que alguien le dé volumen a Christian Nodal. Insistir, como decía otra canción del mismo artista que sonó después en el carro y sí recuerdo: “Sin marcha atrás, porque sería fatal”. Amén.


*Willian Carballo (@WillianConN) es investigador, catedrático, periodista y ensayista salvadoreño. Doctorando en Sociedad de la Información y el Conocimiento y máster en Comunicación. Actualmente es coordinador de Investigación de la Escuela Mónica Herrera y docente de la Maestría en Gestión Estratégica de la Comunicación de la UCA.

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