A diferencia de las visiones y relaciones que se habían generado con la Tierra en la época colonial y más tarde en la moderna, los pueblos originarios tenían y mantienen una relación con la Tierra como de Madre e hijos, de ahí la visión de Madre Tierra o Pachamama. Este vínculo familiar y maternal con nuestro entorno da como resultado una relación en la que prima el deseo profundo de bienestar real de la y el otro. No solamente de deseo de producir y ganar a costa de la Madre, sino el deseo de su bienestar porque su vida y la vida en general son importantes.
Con la modernidad, el sentido de la vida y el vínculo con la “Madre” Tierra se ha transformado en mero utilitarismo. Ahora se usa a la “Madre” como recurso para generar ganancias y mejorar nuestro estatus de vida. No en base a necesidades, sino a ambiciones de crecimiento y expansión desmedidas.
A pesar de que se tiene evidencia de conflictos relacionados con el ambiente desde épocas tempranas de la historia de la humanidad, como guerras por territorios con riquezas naturales o por la producción de desechos en las ciudades emergentes, fue hasta finales de los 60 que tomó fuerza la preocupación por el medio ambiente. Esto debido a las fuertes evidencias que se observaban en la salud de la población y de los demás seres vivos. En aquellos años la pobreza era vista como la peor forma de contaminación y la preocupación sobre este tema tenía lugar en los países desarrollados.
Más de 50 años más tarde, esta sigue siendo la tendencia. Los países llamados “en desarrollo” no pueden darse el lujo de limitar su ritmo de crecimiento, ya que aún no se han cubierto las “necesidades básicas”. Sin embargo, los países desarrollados tampoco se comprometen seriamente a reducir sus impactos negativos en el ambiente, debido a que deben mantener su estatus basado en la expansión. Esta tendencia está ligada al sistema económico que predomina en la actualidad donde la generación de utilidades es lo primordial.
Durante las primeras conversaciones internacionales sobre cuestiones ambientales en la conferencia de Estocolmo sobre Medio Ambiente Humano en 1972, que después se denominó “Cumbre de la Tierra”, primó la concepción de los seres vivos como “recursos”, incluyendo a los humanos, como lo mencionó en su declaración el jefe de la delegación china. “De todos los recursos la gente es el más importante”. A partir de esta Cumbre, el interés de la comunidad internacional por la contaminación y sus efectos en la biósfera no dejó de crecer.
El 15 de diciembre del mismo año, la Asamblea General aprobó una resolución en la que se creó el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), el cual tenía la tarea de “establecer una agenda ambiental a nivel global para promover la implementación coherente de la dimensión ambiental del desarrollo sostenible en el sistema de las Naciones Unidas”.
Posteriormente se crearon otros organismos enmarcados en el mismo objetivo de coadyuvar en la construcción de un “desarrollo sostenible”. Debe recordarse que el concepto de “desarrollo” fue propuesto por el presidente Truman de Estados Unidos, en 1949, para referirse a la existencia de países pobres, a los que denominó “subdesarrollados”, los cuales tenían el único destino de volverse “desarrollados”. Es decir, de buscar alcanzar las condiciones de vida de países como el suyo.
El hecho de que se iniciaran las discusiones sobre el ambiente con el enfoque de un “Medio Humano” da cuenta de que la preocupación giró, desde su inicio, en torno al riesgo que corre el ser humano y no a las demás formas de vida. A 50 años de la Cumbre de la Tierra y de la implementación de sus instrumentos de gobernanza a nivel internacional, se observa un creciente calentamiento global que está ocasionando cambios climáticos devastadores en todas las regiones del mundo, un creciente consumismo y producción desmedida de desechos tóxicos, enfermedades y pandemias emergentes a raíz de una relación no saludable con la Tierra.
Esta forma de percibir y pensar a la Madre Tierra se ha convertido en parte nuestra como individuos modernos. Por ello, a pesar de los efectos negativos que observamos a diario en nuestros hábitos, no tomamos medidas drásticas para recuperar nuestro vínculo con la Madre Tierra.
El calentamiento global continúa incrementándose y con él aumentan los incendios forestales de gran magnitud y los glaciares se derriten cada vez más rápido, provocando infinidad de consecuencias en los seres humanos.
Por ello, este y todos los días deberían ser el día de la Madre Tierra para que, de forma constante, re-pensemos, re-construyamos y re-encontremos nuestro camino y el sentido de la vida con el objetivo de mantener la vida misma en todas sus formas. No debemos olvidar que somos parte de la Madre Tierra.
*Fany Quispe es ingeniera Ambiental por el Instituto Politécnico Nacional (México). Tiene una Maestría en Cambio Ambiental y Desarrollo Internacional por la Universidad de Sheffield (Inglaterra). Miembro de OWSD Bolivia y actual Fellow de IAI STeP.
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