Columnas / Política

La “plaza” en Guatemala por fin encontró eco en las urnas

Que las demandas de la “plaza” se tradujeran a una opción electoral no fue sencillo, pero era la vía natural para canalizar la activación social hacia transformaciones duraderas.
El Faro
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Martes, 22 de agosto de 2023
Álvaro Montenegro

Con la elección de Bernardo Arévalo este 20 de agosto, el relato anticorrupción llega a su mejor momento en Guatemala. Después de ocho años de salir a las plazas sin parar para exigir renuncias, contener amnistías y promover reformas, la fuerza democratizadora por fin encontró eco en las urnas para llevar a la presidencia, que tradicionalmente había estado controlada por actores apadrinados por las élites económicas y criminales, a un candidato que está lejos de las redes de corrupción, participó de estas mismas protestas y, por primera vez, está preparado para el reto que supone la presidencia: tiene una formación humanista, experiencia y credibilidad.  

Que las demandas de la “plaza” se tradujeran a una opción electoral no fue sencillo, pero era la vía natural para canalizar la activación social hacia transformaciones duraderas. En 2015, el año que marcó el inicio de las protestas y participación ciudadana, como resultado de las protestas que sacaron al entonces presidente Otto Pérez Molina del poder por los casos de corrupción expuestos por la CICIG, la población buscó opciones nuevas que le permitieran romper con la política reconocida como tradicional, pero lo único que encontró fue a Jimmy Morales, quien acaparó votos por no tener un pasado político y cuya repetición del eslogan “ni corrupto ni ladrón” le ayudó a capitalizar el descontento social. Su lastre fueron los militares vinculados al crimen organizado; su mentor, Edgar Ovalle, ahora es un prófugo de la justicia por cometer crímenes de guerra y era secretario general del partido que llevó a Morales al poder.

Cuatro años más tarde, el descontento seguía vivo en la plaza, en un contexto de mayor criminalización estaba la pugna por expulsar a la CICIG, y parecía encontrar su camino en la candidatura de Thelma Aldana, la fiscal general que lideró el enjuiciamiento de decenas de casos de corrupción. La alianza de poderes fácticos que logró empezar a desbaratar el sistema de justicia logró bloquear, sin embargo, su candidatura, con la cual el Movimiento Semilla se estrenó como partido político. Esto, sumado a una serie de apoyos que se volcaron en favor de Alejandro Giammattei, lograron que el actual presidente se colara frente al antivoto de la candidata Sandra Torres, quien recién perdió su tercera campaña presidencial.

Ahora en 2023, en el marco de una elección atropellada en donde los candidatos aliados del statu quo creyeron ser los favoritos para ganar la presidencia, con la ventaja que haber exiliado y encarcelado a jueces, fiscales y periodistas genera, la población les jugó la vuelta y sorprendió a todos. Por estar tan afanados en defender sus pugnas, se olvidaron de construir una candidatura consolidada, lo que diluyó el voto oficialista. El “pacto de corruptos” no se repone de la pérdida y parece estarse desgranando, culpándose entre sí por los privilegios que pronto dejarán de disfrutar directo de las arcas del Estado. Aunque Giammattei reconoció rápidamente la victoria de Arévalo, Sandra Torres no ha querido aceptar, una vez más, su derrota, pese a que la intención de voto era, incluso antes de la segunda vuelta, irreversible.

La esperanza que el triunfo de Arévalo representa ha tenido un alcance tal que luego de que se oficializaron los resultados la gente se salió a manifestar por todos lados: desde el Obelisco, un lugar emblemático de la capital guatemalteca, así como en varias ciudades de otros departamentos. En Nueva Jersey, un grupo de fiscales y jueces exiliados celebraron con banderas de Guatemala. Las demandas para la presidencia de Arévalo serán amplias, pero la ciudadanía deberá tener claro que no se puede resolver todo en cuatro años y que se requiere estrategia definida para apuntalar objetivos concretos, que sean acuerpados por la población y que logren ganarles espacio a las redes criminales.

La política exterior y la comunidad internacional serán cruciales, pues Arévalo se presentará como una luz democrática en una región inundada por autoritarismos; Estados Unidos tendrá ahora interlocutores verdaderamente interesados en la creación de planes migratorios a largo plazo en lugar de representantes de una política de chantaje y de búsqueda de impunidad, como ha ocurrido en los últimos dos gobiernos. También podría promoverse veeduría internacional para la elección de cortes que se avecina al siguiente año, si es que el Congreso no corre para nombrar a magistrados a la medida de Giammattei y sus aliados en lo que resta de 2023. Los presos políticos de Guatemala deberían dejar de serlo. Contra la fiscal general Consuelo Porras crecen los pedidos de renuncia; si bien tiene mandato hasta 2024, diferentes actores se han desmarcado de ella. Para que la esperanza no se esfume, Arévalo deberá trabajar junto a los movimientos sociales para robustecer la fuerza ciudadana y crear un frente común ante un esquema criminal que permea profundamente en los recovecos de las instituciones.

Hacer dinero ha sido el único objetivo que han tenido los anteriores presidentes, pero hay ahora una oportunidad de ver hacia el futuro y no solamente estar, desde la ciudadanía, cuidando de que el presidente no se robe la plata. Trazar un rumbo será importante y un presidente consciente puede promover la protección del ambiente y el desarrollo sostenible. Económicamente, Guatemala tiene grandes oportunidades de diversificación; el país podría, con las nuevas tendencias mundiales, beneficiarse de financiamiento de proyectos de corte sostenible, ya que el país tiene una vocación de cuidado de bosques y recursos forestales de cara a dar salida a una lógica donde el cambio climático sea un eje relevante. 

Desde la noche triunfal de este 20 de agosto hasta el 14 de enero –fecha del cambio de mando– todavía pueden pasar muchas cosas, pero la población deberá estar despierta para respaldar pequeñas acciones, como ha ocurrido hasta ahora, que permitan que se respete el voto popular. Si el Ministerio Público actúa contra Arévalo u otros miembros del partido Semilla, estas acciones deberán ser rechazadas por las cortes y la población deberá acuerpar al partido frente esta arremetida.

Se abre, pues, una ventana parecida a la de la revolución de octubre de 1944, que dejó grandes avances humanistas. Mi abuela Judith recuerda, a sus 94 años, cuando junto a sus amigos acudió en 1945 al aeropuerto a recibir a Juan José Arévalo, el padre de Bernardo, quien luego se convertiría en el primer presidente de la “primavera democrática”. Este periodo fue truncado diez años después a fuerza de un golpe de Estado promovido por la CIA. Este mito que nos presenta como una democracia cercenada deberá recomponerse. Esta vez, el “segundo” Arévalo sentará las bases de un país apaleado por políticos voraces y empresarios que lo han tomado de botín. Desde ahí, empezar a andar. Como dijo el poeta Otto René Castillo, vamos patria, a caminar.

*Álvaro Montenegro es periodista, licenciado en Ciencias jurídicas y sociales. Ha cofundado plataformas de sociedad civil en Guatemala vinculadas a la lucha contra la impunidad. Ha escrito libros de ficción. Actualmente cursa una maestría en Derecho (LL.M) en la American University en Washington D.C., Estados Unidos.

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